domingo, 31 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 37




Demi
   
- No puedo creer que hayas cortado con Colon -dice Sierra mientras se pinta las uñas sobre mi cama después de la cena-. Espero que no acabes lamentándolo, Demz. Lleváis juntos mucho tiempo. Pensaba que le querías. Le has roto el corazón, ¿sabes? Llamó a Doug llorando.

    - Quiero ser feliz -le digo, sentándome a su lado-. Y con Colin hacía tiempo que no lo era. Ha admitido que este verano me engañó con otra chica. Se acostó con ella, Sierra.

    - ¿Qué? No me lo puedo creer.
    - Pues créetelo. Colin y yo ya habíamos terminado cuando llegó el verano. Lo que pasa es que tardé mucho en darme cuenta de que ya no podíamos seguir con esta farsa.

    - Así que has hecho progresos con Joe ¿eh? Colin cree que estás mezclando algo más que tubos de ensayo con tu compañero de laboratorio.

    - No es verdad -le miento. Aunque Sierra sea mi mejor amiga, ella sigue pensando que deben respetarse las divisiones sociales. Quiero decirle la verdad, pero soy incapaz de hacerlo. Al menos por el momento.
    Sierra cierra el esmalte de uñas y resopla:
    Demz, lo creas o no, soy tu mejor amiga. Y sé que me estás mintiendo. Admítelo.
    - ¿Qué quieres que te diga?

    - Quiero que por una vez me digas la verdad. Joder, Demz. Entiendo que no quieras que Darlene se entere de tus cosas porque le encanta criticar a los demás. Y también puedo entender que quieras dejar al margen al factor triple M. Pero estás hablando conmigo, tu mejor amiga.  La única que está al corriente de lo de Shelley, la única que ha sido testigo de cómo tu madre pierde los papeles.
    Sierra coge el bolso y se lo cuelga del hombro.

    No quiero que se enfade conmigo, pero me gustaría hacerle entender lo importante que es todo esto.

    - ¿No irás luego a contárselo a Doug? No quiero poner entre la espada y la pared, en la tesitura de tener que mentirle.

    Sierra hace una mueca de desprecio muy parecida a la que yo suelo hacer.
    - Vete a la mierda, Demz. Gracias por hacerme sentir que mi mejor amiga no confía en mí -espeta, y antes de salir de mi habitación, se da la vuelta y añade-: ¿Sabes esas personas que tienen oído selectivo? Pues lo tuyo es confesión selectiva. Esta mañana te he visto hablar muy animadamente con Isabel Ávila en el pasillo. Si no te conociera, diría que estabas compartiendo secretitos con ella -dice, levantando las manos-. Vale, admito que me puse celosa porque mi mejor amiga estaba compartiendo sus secretos con otra. Cuando te des cuenta de que lo único que me importa es que seas feliz, llámame.

    Tiene razón. Pero lo de Joe es tan reciente que aún me siento vulnerable. Isabel es la única que sabe lo que hay entre nosotros, por eso recurrí a ella.

    - Sierra, eres mi mejor amiga y lo sabes -le digo con la esperanza de convencerla de mi sinceridad. Puede que tengamos un problema de confianza, pero eso no significa que no siga siendo mi mejor amiga.

    - Pues entonces empieza a comportarte como tal -dice antes de marcharse.
       Me seco la gota de sudor que desciende lentamente por mi ceja mientras me dirijo en coche a recoger a Joe para acompañarlo a la boda.

    He elegido para la ocasión un vestido de tirantes ajustado y de color crema. Como mis padres estarán en casa cuando regrese, he cogido una muda y la he guardado en la bolsa de deporte. Mi madre se encontrará con la Demi de siempre cuando llegue a casa: la hija perfecta. ¿Qué importa que tenga que representar un papel? Mientras ella sea feliz. Sierra tiene razón, soy selectiva con ciertas cosas.

    Doblo la esquina y me dirijo hacia la entrada del taller. Cuando diviso a Joe junto a su moto, me da un vuelco el corazón.
    Ay, madre. En menudo lío estoy metida.

    No lleva puesta la bandana. Su negra y espesa melena le cae sobre la frente, invitándome a apartarla a un lado. Unos pantalones negros y una camisa de seda negra sustituyen sus habituales vaqueros y camiseta. Tiene el aspecto de un chicano joven y temerario. No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando aparco a su lado.
    - Nena, parece que ocultas un secreto.
    Pues sí, pienso mientras salgo del coche. A ti.
    - Vaya. Estás... preciosa.

    Doy una vuelta sobre mí misma.
    - ¿Qué te parece el vestido?
    - Ven aquí -ordena, atrayéndome hacia él-. Ya no quiero ir a la boda. Prefiero tenerte para mí solo.

    - De ninguna manera -contesto, recorriéndole la línea de la mandíbula con un dedo.
    - Muy graciosa.
    Me encanta este Joe juguetón. Consigue que me olvide todos sus demonios.
    - He venido para asistir a una boda chicana, y eso es lo que voy a hacer -le explico.
    - Vaya, y yo que pensaba que venías para estar conmigo.
    - Tienes mucho amor propio, Jonas.
    - No es lo único que tengo.

    Me arrincona contra el coche. Siento su cálida respiración sobre mi cuello, más caliente que el sol de mediodía. Cierro los ojos y espero el contacto de sus labios, pero en lugar de eso, oigo su voz.

    - Dame las llaves -exige, alargando las manos y arrebatándomelas.
    - ¿No irás a lanzarlas a los arbustos, verdad?
    - No me tientes.

    Joe abre la puerta del coche y se instala en el asiento del conductor.
    - ¿No vas a invitarme a entrar? -pregunto, confusa.
    - No. Voy a aparcar tu coche dentro del taller para que no te lo roben. Esto es una cita oficial. Yo conduzco.

    - ¿No creerás que voy a ir en esa cosa? -le pregunto, señalando la moto.
    Joe  enarca las cejas un segundo.

    - ¿Por qué no? ¿Julio no es lo suficientemente bueno para ti?
    - ¿Julio? ¿Llamas Julio a tu moto?

    - En honor a mi tío abuelo. Ayudó a mis padres a emigrar desde México.
    - Me gusta Julio. Pero no quiero montarme en él con este vestido tan corto. A no ser que quieras que todo el que venga por detrás me vea las bragas.
    Se frota la barbilla, reflexivo.

    - Pues le alegrarías la vista a más de uno.
    Me cruzo de brazos.

    - Estoy de coña. Vamos en el coche de mi primo.
    Nos acercamos a un Camry que hay aparcado al otro lado de la calle.
    Después de conducir durante unos minutos, Joe saca un cigarro de un paquete que hay sobre el salpicadero. El chasquido del mechero me provoca náuseas.

    - ¿Qué? -pregunta, con el cigarrillo encendido colgándole de los labios.
    Puede fumar si quiere. Puede que esta sea una cita oficial, pero no soy su novia oficial ni nada de eso.

    - Nada -respondo, negando con la cabeza.
    Le oigo exhalar y el humo del tabaco me molesta más que el fuerte perfume de mi madre. Bajo la ventanilla mientras intento contener la tos.
    Cuando nos detenemos en un semáforo, me mira y dice:
    - Si te molesta que fume, dímelo.

    - Vale, me molesta que fumes -confieso.
    - ¿Y por qué no lo has dicho antes? -responde, apagando el cigarrillo en el cenicero del coche.

    - No puedo creer que te guste fumar -digo cuando reemprende la marcha.
    - Me relaja.

    - ¿Te pongo nervioso?
    Su mirada me recorre lentamente. Los ojos, el pecho, los muslos.
    - Con ese vestido, no te lo puedes ni imaginar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario