Demi
Tengo
una pesadilla en la que miles de diminutos Oompa Loompa me amartillan el
cráneo. Abro los ojos a una luz brillante y hago una mueca de dolor. Los Oompa
Loompa siguen ahí pese a que ya estoy despierta.
- Menuda resaca
-resuena una voz de chica.
Cuando miro con los
ojos entrecerrados, encuentro a Isabel plantada delante de mí.
Estamos en lo que
parece una pequeña habitación con las paredes pintadas de amarillo pastel. Unas
cortinas amarillas a juego ondulan a merced del viento que entra por las
ventanas abiertas. No puede ser mi casa porque nosotros nunca abrimos las
ventanas.
Siempre tenemos
puesta la calefacción o el aire acondicionado.
La miro de nuevo
con los ojos entrecerrados.
- ¿Dónde estoy?
- En mi casa. Yo de
ti no me movería mucho. Puede que vomites otra vez y mis padres se pondrán como
locos si manchamos la moqueta -me advierte-. Por suerte para nosotras están
fuera de la ciudad, así que tengo la casa para mi sola hasta esta noche.
- ¿Cómo he llegado
aquí? Lo último que recuerdo es que me dirigía a casa...
- Te quedaste
dormida en la playa. Joe y yo te trajimos aquí.
Al escuchar el
nombre de Joe, abro los ojos de par en par. Tengo un recuerdo vago de haber
bebido, de caminar por la arena y de encontrar a Joe y Carmen juntos. Y
entonces Joe y yo...
¿Le besé? Sé que me
acerqué a él, pero entonces...
Vomité. Sí,
recuerdo claramente que vomité. No es la imagen de perfección que intento
proyectar. Me incorporo despacio, esperando que la cabeza no tarde en dejar de
darme vueltas.
- ¿Hice alguna
estupidez? -le pregunto.
Isa se encoge de
hombros y dice:
- No estoy segura. Joe
no dejó que nadie se acercara demasiado a ti. Pero si consideras una estupidez
el haberte quedado dormida en sus brazos, entonces diría que sí.
Apoyo la cabeza
entre las manos.
- Oh, no. Isabel,
por favor no se lo cuentes a nadie del equipo de animadoras.
- No te preocupes.
No le diré a nadie que Demi Lovato es en realidad humana -contesta, sonriendo.
- ¿Por qué eres tan
amable conmigo? Cuando Carmen quería pegarme, tú saliste en mi defensa. Y me
has dejado quedarme a dormir aquí esta noche, aunque dejaste bien claro que no
éramos amigas.
- No somos amigas.
Carmen y yo tenemos una rivalidad que arrastramos desde hace tiempo. Haría cualquier cosa con tal de mosquearla.
Carmen no puede soportar que Joe ya no sea su novio.
- ¿Por qué
rompieron?
- Pregúntaselo tú
misma. Está durmiendo en el sofá del salón. Se quedó dormido en cuanto te
acostó en la cama. -Ay, madre. ¿Joe está aquí? ¿En casa de Isabel?-. ¿Sabes que
le gustas, verdad? -me pregunta Isabel mientras se mira las uñas en lugar de a
mí.
Tengo la sensación
de que las mariposas me empiezan a revolotear en el estómago.
- No es verdad -le
digo pese a sentir la tentación de exigir más detalles.
- Venga ya. Claro
que lo sabes, pero no quieres admitirlo -se burla Isa, haciendo una mueca.
- Estás
compartiendo mucha información conmigo esta mañana, demasiada para alguien que
dice que nunca seremos amigas.
- Tengo que
reconocer que me gustaría que fueras la petarda que muchos dicen que eres
-confiesa.
- ¿Por qué?
- Porque así
resultaría más fácil odiarte.
Una carcajada corta
y cínica escapa de mis labios. No estoy dispuesta a decirle la verdad, que mi
vida se está desmoronando bajo mis pies, tal y como pasó ayer en la playa.
- Tengo que irme a
casa. ¿Dónde está mi móvil? -pregunto, buscando en el bolsillo trasero de los
pantalones.
- Creo que lo tiene
Joe.
De modo que
escaquearme de allí sin hablar con él no es una opción viable. Hago un esfuerzo
por mantener a raya a los Oompa Loompa mientras salgo de la habitación,
tambaleándome, en busca de Joe.
No es difícil dar
con él; la casa es más pequeña que la piscina de Sierra. Joe está tumbado en un
viejo sofá, con los pantalones vaqueros puestos. Y nada más. Tiene los ojos
abiertos, pero inyectados en sangre y vidriosos por la resaca.
- Eh -dice con
ternura mientras se despereza.
Ay, madre. Estoy
metida en un buen lío. Le estoy mirando. No puedo apartar la mirada de sus
marcados tríceps y bíceps y de todos los demás músculos de su cuerpo. La
sensación de revoloteo de mariposas en el estómago se ha multiplicado por diez
en el momento en el que se han cruzado nuestras miradas.
- Eh -respondo,
tragando saliva con fuerza-. Yo, bueno, supongo que debería darte las gracias
por traerme aquí en lugar de dejarme tirada en la playa.
Su mirada no vacila
en ningún momento.
- Anoche me di
cuenta de algo. Tú y yo no somos tan diferentes. Te gusta jugar tanto como a
mí. Tú utilizas tu aspecto, tu cuerpo y tu cerebro para asegurarte de que la
balanza se incline a tu favor.
- Tengo resaca, Joe.
Ni siquiera puedo pensar con claridad y ahora te pones filosófico.
- ¿Ves? Ahora mismo
estás representando un papel. Muéstrame a la verdadera Demi, nena. Te reto a
hacerlo.
¿Está tomándome el
pelo? ¿Mostrarle a la verdadera Demi? No puedo. Porque entonces me pondré a
llorar y quizás pierda los papeles lo suficiente como para sacar a la luz toda
la verdad sobre mí: que he creado una ilusión de perfección tras la que poder
ocultarme.
- Será mejor que me
vaya a casa.
- Antes de hacerlo,
deberías pasar primero por el cuarto de baño -sugiere.
Cuando estoy a
punto de preguntar por qué, veo mi reflejo en un espejo que cuelga de la pared.
- ¡Mierda! -grito.
Tengo el rímel
negro apelmazado bajo los ojos y me ha puesto perdidas las mejillas.
Parezco un cadáver.
Paso junto a Joe corriendo, y en cuanto encuentro el cuarto de baño, entro y me
miro bien en el espejo. El pelo parece un greñudo nido de pájaro. Como si no
tuviera suficiente con la máscara de ojos manchándome las mejillas, tengo el
resto de la cara tan pálida como la de mi tía Dolores cuando no lleva
maquillaje. Tengo bolsas bajo los ojos, como si estuviera almacenando agua
durante los meses de lluvia.
En conjunto, no es
una imagen muy atractiva. Según el criterio de nadie.
Humedezco una
toallita de papel y me froto bajo los ojos y las mejillas hasta que desaparecen
los pegotes. Vale, necesitaré el desmaquillante para eliminar la mancha
definitivamente. Y mi madre me advirtió que frotarse bajo los ojos estira la
piel y la deja sujeta a arrugas prematuras. No obstante, las situaciones
desesperadas requieren medidas desesperadas. Tras conseguir que las huellas de
rímel pasen desapercibidas, me aplico agua fría en las bolsas de los ojos.
Soy completamente
consciente de que esto es un control de daños. Lo único que puedo hacer es
disimular las imperfecciones y esperar que nadie me vea en este estado.
Utilizo los dedos
como peine sin conseguir demasiado. Acto seguido, me recojo el pelo como puedo,
esperando que el moño me dé un mejor aspecto que el destartalado nido.
Me enjuago la boca
con agua y me froto los dientes con algo de pasta, esperando eliminar de mi
aliento el regusto a vómito, el sueño y el alcohol hasta que llegue a casa y
pueda limpiármelos bien.
Ojalá llevara el
brillo de labios en
cima. Pero, por desgracia, no es así. Enderezo los hombros y
levanto la cabeza, abro la puerta y regreso al salón, donde Isabel se dirige a
su habitación y Joe se levanta en cuanto me ve.
- ¿Dónde está mi
móvil? -preguntó-. Y, por favor, ponte una camiseta.
Joe se agacha y
coge mi teléfono del suelo.
- ¿Por qué?
- Pues necesito el
móvil -digo, quitándole el teléfono de la mano- para llamar a un taxi y quiero
que te pongas una camiseta porque, bueno, porque, yo...
- ¿Nunca has visto
a un chico sin camiseta?
- Qué gracioso. Muy
divertido. Créeme, no tienes nada que no haya visto ya.
- ¿Quieres apostar?
-dice, llevándose la mano al botón de los vaqueros y abriéndolo.
Isabel aparece en
el momento oportuno.
- Vaya, Joe. Por
favor, déjate puestos los pantalones.
Cuando me mira,
levanto las manos.
- A mí no me mires.
Yo estaba a punto de llamar a un taxi cuando él...
Isa agita la cabeza
mientras Joe se abrocha el botón y coge su monedero para extraer de él un juego
de llaves.
- Olvídate del
taxi. Ya te llevo a casa.
- Yo la llevaré
-interrumpe Joe.
Isabel parece
demasiado cansada como para mediar entre nosotros, como la señora
Peterson en clase
de química.
- ¿Prefieres que te
lleve Joe o que te lleve yo? -me pregunta.
Tengo novio. Vale,
admito que cada vez que pillo a Joe mirándome siento un calor que se me
extiende por todo el cuerpo. Pero es normal. Somos dos adolescentes y,
obviamente, existe una tensión sexual entre nosotros. Siempre y cuando la cosa
no pase de ahí, todo irá bien.
Porque si alguna
vez sobrepasara esa raya, las consecuencias serían desastrosas.
Perdería a Colín.
Perdería a mis amigas. No quiero perder el control que tengo sobre mi vida. Y
por encima de todo, no quiero perder lo poco que me queda del amor de mi madre.
Si no me ven como alguien perfecta, lo que ocurrió ayer con mi madre no será
nada comparado con lo que se avecina. El
trato que reciba de ella será siempre proporcional a lo perfecta que me muestre
ante el mundo. Si alguna de sus amigas del club de campo me ve con Joe, puede
que mi madre también acabe siendo una marginada. Y si se siente rechazada por
sus amigas, yo me sentiré rechazada por ella. No puedo correr ese riesgo. Y
depende de mí que no se haga realidad.
- Isabel,
acompáñame tú -le digo antes de mirar a Joe.
Él niega con la
cabeza, coge las llaves y la camiseta y sale hecho una furia por la puerta
principal sin pronunciar una sola palabra.
Sigo a Isabel hasta
el coche en silencio.
Joe es para ti más
que un amigo, ¿verdad? -le pregunto.
- Es como un
hermano. Nos conocemos desde que éramos críos.
Le doy las
indicaciones para llegar hasta mi casa. ¿Me está diciendo la verdad?
- ¿No crees que es
sexy?
- Le conocí un día
que se puso a llorar como un bebé porque se le había caído el helado al suelo.
Teníamos cuatro años. Estuve a su lado cuando, bueno... digamos que hemos
pasado por un montón de cosas juntos.
- ¿Cosas? ¿Puedes
explicarte mejor?
- Contigo no.
Casi puedo sentir
cómo una pared invisible se eleva de repente entre las dos.
- Entonces,
¿nuestra amistad acaba aquí?
Ella me lanza una
mirada de soslayo.
- Nuestra amistad
no ha hecho más que empezar, Demi. No hagas que me arrepienta.
Estamos llegando a mi casa.
- Es la tercera a
la derecha -le indico.
- Lo sé.
Detiene el coche
delante de mi casa, sin molestarse en aparcar en el camino de entrada.
Intercambiamos
miradas. ¿Espera que la invite a entrar? Ni siquiera dejo que mis amigas entren
en casa.
- Bueno, gracias
por traerme -le digo-. Y por dejar que
me quedara a dormir en tu casa.
- No hay problema
-responde Isabel con una tímida sonrisa.
Me agarro a la
manija de la puerta.
- No permitiré que
pase nada entre Joe y yo. ¿De acuerdo?
Aunque algo está
cociéndose bajo la superficie.
- Bien. Porque si
sucede algo, se os irá de las manos.
Los Oompa Loompa
empiezan a golpearme otra vez el cráneo, de modo que no puedo meditar demasiado
sobre su advertencia.
En casa, mi madre
y mi padre están sentados a la mesa de la cocina. En silencio.
Demasiado silencio.
Tienen unos papeles frente a ellos. Una especie de folletos. Se apresuran a
enderezarse, como niños pequeños a quienes han pillado haciendo algo malo.
- Pensaba...
pensaba que todavía estabas... en casa de Sierra -dice mi madre.
Se me disparan las
alarmas. Mi madre nunca tartamudea. Y no parece que vaya a decirme alguna
grosería relativa a mi aspecto. Algo va mal.
- Así es, pero me
ha dado un dolor de cabeza terrible -explico, caminando hacia ellos y reparando
en los sospechosos folletos que estaban estudiando.
La residencia Suimy
Acres Home para discapacitados.
- ¿Qué estáis
haciendo?
- Discutiendo las
opciones -dice mi padre.
- ¿Opciones? ¿No
quedamos en que mandar a Shelley a un centro era una mala idea?
Mi madre se vuelve
hacia mí.
- No. Tú decidiste
que mandar a Shelley a un centro era una mala idea. Todavía estamos
discutiéndolo.
- El año que viene
iré a Northwestern, así que puedo vivir en casa y echar una mano.
- El año que viene
tendrás que concentrarte en los estudios, no en tu hermana. Demi, escucha -dice
mi padre, poniéndose en pie-. Tenemos que considerar esta opción. Después de lo
que te hizo ayer...
- No quiero
escucharlo -grito, interrumpiéndole-. No voy a permitir que os llevéis a mi
hermana a ningún lado.
Tiro los folletos
al suelo. Shelley tiene que estar con su familia, y no en una residencia con
extraños. Rompo los folletos en dos, tiro los trozos al cubo de basura y me
marcho a mi habitación.
- Abre la puerta, Demi-dice
mi madre, zarandeando el pomo de la puerta un minuto más tarde.
Sentada al borde de
la cama, no puedo apartar de la mente la imagen en la
que se llevan a Shelley.
No, no puede ser. Me pongo enferma con solo pensarlo.
- Ni siquiera os
molestasteis en enseñar a Baghda. Es como si quisierais deshaceros de Shelley.
- No seas ridícula
-la voz apagada de mi madre me llega a través de la puerta-. Han construido una
nueva residencia en Colorado. Si abres la puerta, quizás podamos mantener una
conversación civilizada.
Nunca permitiré que
ocurra. Haré todo lo que esté en mis manos para hacer que mi hermana se quede
en casa.
- No quiero tener
una conversación civilizada. Mis padres quieren mandar a mi hermana a una
residencia a mis espaldas, y ahora siento que la cabeza me va a explotar.
Déjame sola, ¿vale?
Algo sobresale de
mi bolsillo. La bandana de Joe. Isabel no es mi amiga, pero me ha ayudado. Y
anoche Joe se preocupó más de mí que mi novio. Se comportó como un héroe y me
pidió que le mostrara a la verdadera Demi ¿Seré capaz de hacerlo?
Me llevo la bandana
al pecho.
Y rompo a llorar.
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