domingo, 17 de marzo de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 19





Demi

    Convencí a Sierra, Doug, Colin, Shane y Darlene para ir esta noche al Club Mystique, el local que me recomendó Megan. Está en Highland Grove, en la playa. A Colin no le gusta mucho bailar, así que acabé bailando con el resto de la pandilla, incluso con ese chico llamado Troy, que baila genial. Creo que he aprendido algunos pasos que podremos introducir en las coreografías de las animadoras.

    Ahora estamos en casa de Sierra, en la playa que hay detrás de su casa. Mi madre sabe que me quedo a dormir aquí esta noche, de modo que no tengo que preocuparme del toque de queda. Mientras Sierra y yo colocamos unas mantas sobre la arena, Darlene se ha quedado rezagada con los chicos, que están sacando las botellas de vino y las cervezas que llevábamos en el maletero del coche de Colin.
    - Doug y yo nos acostamos el fin de semana pasado -espeta Sierra.
    - ¿En serio?

    - Sí. Ya sé que quería esperar hasta que estuviéramos en la universidad, pero pasó sin más. Sus padres estaban en la ciudad, fui a su casa, una cosa llevó a la otra y lo hicimos.
    - Vaya, ¿y cómo fue?

    - No lo sé. Si te soy sincera, fue un poco extraño. Aunque él estuvo muy cariñoso después, preguntándome una y otra vez si estaba bien. Y por la noche vino a mi casa y me trajo tres docenas de rosas rojas. Tuve que mentir a mis padres y decirles que era por nuestro aniversario. No podía decirles que las flores eran para celebrar que había perdido la virginidad con él. ¿Qué hay de ti y Colin?
    - Colin quiere que nos acostemos -le suelto.

    - Todos los chicos de más de catorce años desean tener relaciones sexuales -explica-. Es su obligación querer hacerlo.
    - Pero es que... yo no quiero. Por lo menos, no ahora.
    - Entonces tu obligación es decir que no -añade, como si fuera tan fácil. Sierra ya no es virgen porque ha dicho que sí. ¿Por qué me cuesta tanto a mí dar ese paso?
    - ¿Cuándo sabré que ha llegado el momento?

    - Te aseguro que no vas a venir a preguntármelo. Supongo que cuando estés completamente preparada, querrás hacerlo, sin reservas ni preguntas. Nosotras sabemos que ellos quieren tener relaciones. Depende de ti hacer que eso ocurra. O no. Verás, mi primera vez no ha sido divertida ni fácil. Fue un poco chapucera y la mayor parte del tiempo me sentía como una estúpida. Cuando estás con la persona a la que quieres, es más fácil abrirte y asumir que puedes cometer errores y no temer mostrarte vulnerable, y eso es lo que hace que sea hermoso y especial.

    ¿Será esa la razón por la que no quiero hacerlo con Colin? Quizás en el fondo, no lo  quiera tanto como suponía. ¿Soy capaz de querer tanto a alguien como para abrirme y no temer mostrarme vulnerable? La verdad es que no estoy segura.

    - Tyler ha roto hoy con Darlene -susurra Sierra-. Ha empezado a salir con una chica de su residencia.
    Si antes no me compadecía por Darlene, ahora sí lo hago. Sobre todo porque sabe atraer la atención de los chicos, como si actuar así alimentara su autoestima. No me extraña que haya estado encima de Shane toda la noche.

    Veo aparecer a Darlene y al resto del grupo, que se ponen a colocar las mantas sobre la arena. Darlene agarra a Shane por la camiseta y tira de él.
    - Vayamos a darnos el lote -le dice. Shane está más que dispuesto a aceptar la propuesta.
    Yo me la llevo aparte, me acerco a ella y le susurro para que nadie pueda oírnos:
    - No juegues con Shane.

    - ¿Por qué no?
    - Porque no te gusta tanto. No lo utilices. Ni dejes que te utilice a ti.
    Darlene me aparta de un empujón.
    - En serio, Demz, tienes una perspectiva distorsionada de la realidad. O quizás quieras señalar las imperfecciones de todos para poder seguir luciendo la corona de Reina de las Perfectas.

    Eso no es justo. Mi intención no es subrayar sus defectos, pero si la veo avanzar por un camino peligroso, ¿acaso no es mi deber como amiga detenerla?

    Tal vez no. Somos amigas, pero no súper amigas. La única a la que permito acercarse lo suficiente es a Sierra. ¿Cómo me atrevo a darle consejos a Darlene cuando nunca le dejaría actuar del mismo modo conmigo?

        Sierra, Doug, Colin y yo nos sentamos en las mantas y hablamos sobre el último partido de fútbol delante de una fogata que hemos hecho a base de ramitas y viejos trozos de madera.

    Reímos, recordando las jugadas fallidas e imitando al entrenador del equipo cuando increpaba a los jugadores desde el banquillo. Cuando se enfada, se pone muy rojo, no deja de chillar y de escupir, y los jugadores tienen que apartarse para que no les salpique en la cara. Doug imita genial.

    Estoy a gusto aquí, sentada junto a mis amigos y a Colín, y durante un momento me olvido de mi compañero de química que, últimamente, ocupa todos mis pensamientos.

    Un rato después, Sierra y Doug se van a dar un paseo y yo me tumbo sobre Colín, frente a la hoguera, que ilumina la arena que nos rodea con un brillante resplandor. A pesar de mis consejos, Darlene y Shane han estado comiéndose a besos todo el tiempo, y aún no han regresado.

        Cojo la botella de Chardonnay que han comprado los chicos. Ellos han estado bebiendo cerveza, y las chicas vino, porque Sierra no soporta la cerveza. Me llevo la botella a los labios y la vacío. Empiezo a sentirme mareada, pero haría falta que me bebiera otra entera para sentirme desinhibida del todo.

    - ¿Me has echado de menos este verano? -le pregunto. Me acurruco contra él mientras me acaricia el pelo, el cual, por cierto, debe de estar hecho un desastre. Ojalá estuviera lo suficientemente bebida como para que no me importara.
    Colín me coge una mano y se la lleva a la bragueta. Deja escapar un gemido lento.
    - Sí -susurra contra mi cuello-. Un montón.

    Cuando aparto la mano, me rodea el cuerpo con los brazos. Me apretuja las tetas como si fueran balones de agua. Nunca me habían molestado las caricias de Colin, pero el recorrido que hace con las manos me está cabreando y dando asco, todo al mismo tiempo.
    Me aparto de su lado.

    - ¿Qué pasa, Demz?
    - No lo sé -le digo. Es verdad, no lo sé. Las cosas con Colín parecen tensas desde que empezó el curso. No puedo dejar de pensar en Joe, lo cual me molesta más que Cualquier otra cosa. Alargo la mano y cojo una cerveza-. Es demasiado forzado -le digo a mi novio mientras abro la lata y doy un sorbo de cerveza-. ¿No podemos quedarnos aquí sentados sin hacer nada? -Y Colin deja escapar un resoplido fuerte y exagerado.

    - Demz, yo quiero hacerlo. -Intento vaciar la cerveza de un trago, aunque acabo derramando un poco.

    - ¿Quieres hacerlo ahora? -le pregunto.
    ¿Aquí, donde nuestros amigos pueden vernos si se dan la vuelta?
    - ¿Por qué no? Ya hemos esperado mucho.

    - No sé, Colin -digo, verdaderamente asustada por estar teniendo aquella conversación pese a saber que llegaría el momento.
    - Supongo... supongo que imaginaba que sucedería de un modo natural.
    - ¿Qué puede ser más natural que hacerlo al aire libre, sobre la arena?
    - ¿Y los condones?

    - Me quitaré a tiempo.
    Eso no suena nada romántico. Me volveré loca hasta que me baje el periodo por miedo a haberme quedado embarazada. No es así como quiero que sea la primera vez.
    - Hacer el amor significa mucho para mí.
    - Y para mí también. Así que hagámoslo ya.

    - Tal vez -replica a la defensiva-. Quizás me haya dado cuenta de que nuestra relación tiene que avanzar. Joder, Demz. ¿Quién pensarla que una estudiante de último curso todavía es virgen? Todos creen que ya lo hemos hecho, ¿por qué no lo hacemos y ya está? Mierda, incluso has permitido que ese tipo, Jonas, piense que puede acostarse contigo.
    El corazón me da un vuelco.

    - ¿Crees que preferiría acostarme con Joe antes que contigo? -pregunto con los ojos llenos de lágrimas. No sé si es el alcohol el culpable de que me sienta tan sensible o si sus palabras han dado en el blanco. No puedo dejar de pensar en mi compañero de laboratorio. Me odio a mí misma por tener esos pensamientos, y ahora mismo odio a Colín por habérmelo recordado.

    - ¿Y Darlene? -replico, Echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que Darlene no puede escucharnos-. Parece que hay muy buen rollo entre vosotros cuando estáis en clase de química.

    - Déjalo ya, Demz. Hay muchas chicas que se fijan en mí en clase. Obviamente tú no lo haces porque estás demasiado ocupada discutiendo con Jonas. Todos saben que estáis tonteando.

    - Eso no es justo, Colin,
    - ¿Qué pasa? -pregunta Sierra, que aparece con Doug desde detrás de una enorme roca.
    - Nada -respondo, antes de ponerme en pie con las sandalias en la mano-. Me voy a casa.
    - Voy contigo -dice Sierra cogiendo su monedero.
    - No -le contesto. Por fin me siento completamente mareada. Es como si hubiera abandonado mi cuerpo, pudiera observarlo todo y quisiera enfrentarme sola a la situación-. No quiero ni necesito a nadie. Iré caminando.

    - Está borracha -añade Doug, mirando la botella vacía y la lata de cerveza donde había estado sentada.
    - No lo estoy. -Cojo otra cerveza y la abro antes de acercarme a la orilla. Sola. Por mi misma. Como debe ser.

    - No quiero que vayas sola por ahí -dice Sierra.
    - Ahora quiero estar sola. Necesito pensar en ciertas cosas.
    - Demz, vuelve aquí -espeta Colin, pero sin moverse de donde está.
    Le ignoro.
    - No vayas más allá del cuarto muelle. N
o es seguro -me advierte Sierra.
    ¿Que no es seguro? Qué más me da. ¿Qué pasará si me sucede algo? A Colin no le importará. Ni a mis padres tampoco.

    Cierro los ojos. Siento que los dedos de los pies se me hunden en la arena y me lleno los pulmones con la fresca y perfumada brisa del Lago Michigan que me acaricia la cara.

    Y sigo bebiendo cerveza. Me olvido de todo excepto de la arena y la cerveza, continúo caminando, deteniéndome solo para observar la oscura superficie del lago. La luz de la luna brilla sobre ella y dibuja una línea que parece cortarla en dos.

    He pasado dos muelles. O tal vez sean tres. De todas formas, no queda mucho para llegar a casa. Menos de un kilómetro y medio. Cuando llegue a la siguiente playa, subiré la calle y me dirigiré a casa. No es la primera vez que hago algo así.

    Pero me gusta tanto sentir la arena bajo los pies, es como una de esas almohadas rellenas de bolitas que se adaptan a la forma. Y más adelante oigo música. Me encanta la música. Cierro los ojos y muevo el cuerpo al ritmo de una canción desconocida.

    No me he percatado de la distancia que he recorrido y sigo bailando hasta que el bullicio de risas y voces me deja paralizada. Frente a mí veo a un grupo de gente con bandanas rojas y negras. Está claro que hace mucho que he dejado atrás el cuarto muelle.

    - Eh, mirad, es Demi Lovato, la animadora más sexy de todo el instituto Fairfield -anuncia un tipo-. Ven aquí, guapa. Baila conmigo.
    Miro desesperada a la multitud, esperando encontrar una cara amiga, familiar. Joe.
    Está aquí. Y Carmen Sánchez está sentada sobre su regazo.
    Una imagen que da que pensar.
    Otro de los chicos avanza hacia mí.

    - ¿No sabes que esta zona de la playa es solo para chicanos? -me pregunta, acercándose más-. O quizás has venido atraída por el olor de la carne oscura. ¿Sabes lo que dicen, nena? Que la carne oscura es la más jugosa.
    - Déjame en paz -mascullo como puedo.

    - ¿Crees que eres demasiado buena para un tipo como yo? -insiste el desconocido que ya me ha alcanzado y me acecha con unos ojos llenos de rabia. La música deja de sonar.

    Me tambaleo hacia atrás. No estoy lo suficientemente borracha como para no darme cuenta de lo peligrosa que se ha vuelto la situación.
    - Javier, déjala -interviene Joe en voz baja. Es una orden.

    Joe le está acariciando el hombro a Carmen, y sus labios están a escasos centímetros de su piel. Me tambaleo. Esta es una pesadilla de la que necesito escapar, y rápido.

    Empiezo a correr, las carcajadas de los miembros de la banda resuenan en mis oídos. No puedo huir lo suficientemente rápido, tengo la impresión de estar en un sueño en donde mis pies se mueven pero no consigo avanzar.
    - ¡Demi, espera! -llama una voz desde detrás de mí.

    Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con el chico que me persigue en mis sueños... tanto en los que estoy despierta como en los que estoy dormida.
    Joe.
    El chico que odio.
    El chico que no consigo apartar de mis pensamientos, no importa lo borracha que esté.

    - No hagas caso a Javier. A veces se deja llevar e intenta dárselas de gamberro -dice Joe. Me quedo atónita cuando le veo acercarse para enjugar una lágrima  de mi mejilla-. No llores. Nunca permitiría que te hicieran daño.

    ¿Debería decirle que no temo que me hagan daño? Me gusta no ser capaz de controlar lo que digo.
    Aunque no he corrido mucho, ha sido lo suficiente para alejarme de los amigos de Joe.
    No pueden verme, ni tampoco oírme.
    - ¿Por qué te gusta Carmen? -le pregunto antes de que todo empiece a darme vueltas. Me desplomo sobre la arena-. Es mala.

    Sé ofrece para ayudarme a ponerme en pie, pero me asusto, y él se mete las manos en los bolsillos.- ¿Y, de todas formas, a ti qué cono te importa? Me has dejado plantado.- Tenía cosas pendientes.

    - ¿Cómo lavarte el pelo o hacerte la manicura?
    Más bien porque mi hermana me ha arrancado un mechón de pelo y mi madre me ha echado la bronca por ello. Le clavo el dedo en el pecho y le digo:
    - Eres un gilipollas.

    - Y tú una petarda -dice-. Una petarda con una sonrisa fascinante y unos ojos que pueden hacerle perder la cabeza a un chico.
    Hace una mueca mientras las palabras salen de su boca, como si quisiera volver a tragárselas.

    Esperaba que dijera un montón de cosas, pero eso no. Especialmente eso. Me fijo en sus ojos inyectados en sangre.
    - Estás drogado, Joe.

    - Sí, bueno, tú tampoco pareces estar muy sobria. Quizás sea el momento perfecto para que me des ese beso que me debes.
    - De ninguna manera.

    - ¿Por qué no? ¿Temes que te guste tanto que acabes olvidando a tu novio?
    ¿Besar a Joe? Nunca. Aunque es algo que me ha pasado por la cabeza. Muchas veces. Más de las que desearía. Sus labios son gruesos y tentadores. Ay, Dios, tiene razón. Estoy borracha. Y, definitivamente, no me siento bien. Se me ha pasado el atolondramiento y he empezado a delirar, porque estoy pensando en cosas en las que no debería pensar.

    Como, por ejemplo, en lo mucho que deseo saber qué se siente al tener esos labios pegados a los míos.
    - Está bien. Bésame, Joe -digo, caminando hacia delante e inclinándome hacia él-. Entonces, estaremos en paz.

    Me agarra de los brazos. Eso es. Voy a besar a Joe y voy a averiguar qué se siente. Es peligroso y se ríe de mí. Pero también es sexy, misterioso y guapo. Estar tan cerca de él me provoca tal excitación que empiezo a estremecerme y la cabeza me da vueltas. Meto el dedo dentro del pasador de su cinturón para mantener el equilibrio. Es como si estuviéramos subidos en el tiovivo de una feria.
    - Vas a vomitar -dice.

    - Qué va. Estoy... disfrutando del paseo.
    - No estamos paseando.
    - Ah -digo, confusa. Suelto el pasador y me concentro en mis pies. Parece como si se levantaran solos, flotando sobre la arena-. Estoy un poco mareada, eso es todo. Pero estoy bien.
    - Ni de coña.

    - Si dejaras de moverte, me sentiría mucho mejor.
    - No me estoy moviendo. Y odio tener que aguarte la fiesta, tía, pero estás a punto de vomitar.
    Tiene razón. El estómago no deja de darme vueltas. Me tiene sujeta con la mano, mientras que con la otra me recoge el pelo, alejándolo de mi cara mientras me inclino y vomito.

    No consigo que el estómago deje de darme vueltas. Devuelvo una y otra vez. El sonido que emito, entre tanto gorgoteo y arcada, resulta asqueroso, aunque estoy demasiado borracha como para que me importe.
    - Anda, mira -digo entre vómito y vómito-. Mi cena está sobre tu zapato.

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