jueves, 7 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 7






Estoy junto a mi taquilla, después de clase, cuando veo que se acercan mis amigas Morgan, Madison y Megan. Sierra las llama El Factor Triple M de Fairfield. Morgan me da un abrazo.

    - Ay madre, ¿estás bien? -pregunta, apartándose un poco y mirándome detenidamente.

    - Dicen que Colin te protegió. Qué valiente es. Tienes mucha suerte, Demz -añade Madison, haciendo rebotar sus exclusivos rizos con cada palabra.
    - No ha sido para tanto -digo, preguntándome qué diferencias habrá entre el rumor que circula y lo que sucedió en realidad.

    - ¿Qué dijo Joe exactamente? -pregunta Megan-. Caitlin les hizo a Joe y a Colin una foto con el móvil, cuando estaban en el pasillo, pero no pude ver bien lo que estaba pasando.

    - Será mejor que os deis prisa si no queréis llegar tarde al entrenamiento chicas -grita Darlene desde el fondo del pasillo. Desaparece tan repentinamente como ha aparecido. Megan abre su taquilla, que está al lado de la mía, y saca sus pompones.
    - Me saca de quicio que Darlene le bese el culo a la señora Small -masculla.
    Cierro la taquilla y me dirijo hacia el campo de entrenamiento.

    - Creo que intenta concentrarse en el baile para no obsesionarse con el hecho de que Tyler haya regresado a la universidad.
    - Sí, claro. Yo ni siquiera tengo novio, así que no cuenta con mi comprensión -dice Morgan, haciendo una mueca.

    - Ni con la mía tampoco. Venga, en serio, ¿alguna vez no ha tenido novio? -pregunta Madison.
    Cuando llegamos al campo de entrenamiento, todo el equipo está sentado sobre el césped, esperando a la señora Small. Uf, menos mal que no llegamos tarde.
    - Todavía no puedo creer que te hayan puesto con Joe Jonas -dice Darlene en voz baja cuando encuentro un sitio libre a su lado.

    - ¿Quieres cambiar de compañero? -pregunto, aunque sé que la señora Peterson nunca daría su aprobación. Lo ha dejado bien claro.

    Darlene saca la lengua en un gesto de asco y me susurra:
    - Ni de coña. No quiero tener nada que ver con los de la zona sur. Mezclarte con esa gente solo trae problemas. Acuérdate del año pasado, cuando Alyssa McDaniel salió con uno de esos tíos... ¿Cómo se llamaba?
    - ¿Jason Ávila? —añado en voz baja.
    Darlene se estremece al escuchar el nombre.

    - En cuestión de semanas Alyssa pasó de ser guay a convertirse en una marginada. Las chicas de la zona sur le cogieron manía por salir con uno de sus chicos, y al final, también dejó de salir con nosotras. La estrafalaria parejita se quedó completamente aislada. Por suerte, Alyssa rompió con él.

    La señora Small camina hacia nosotras con su reproductor de CD, protestando porque alguien lo había cambiado de sitio y que por eso llega tarde.
    Guando la señora Small nos pide hacer estiramientos, Sierra asoma la cabeza por encima de Darlene para poder hablar conmigo.

    - Estás metida en un buen lío -anuncia Sierra.
    - ¿Por qué?
    Sierra posee una visión y un oído fuera de lo común: se entera de todo lo que ocurre en Fairfield.

    - Se rumorea que Carmen Sánchez te está buscando -dice mi mejor amiga.
    Oh, no. Carmen es la novia de Joe. Intento mantener la calma y no pensar en lo peor, pero Carmen es dura de pelar, lo dice su aspecto, desde sus uñas pintadas de rojo hasta sus botas negras de tacón de aguja. ¿Está celosa porque soy la compañera de laboratorio de Joe o cree que he sido yo quien se ha chivado al director?

    La verdad es que no he tenido nada que ver con el asunto. Me han citado en el despacho de Aguirre porque alguien ha sido testigo del incidente en el aparcamiento y del encontronazo en la escalera del instituto y ha ido a contárselo al director. Lo cual ha sido una estupidez porque no ha ocurrido nada.

    Aguirre no me ha creído. Habrá pensado que estaba demasiado asustada para contarle la verdad. Aunque en aquel momento no lo estaba.
    Pero ahora sí.

    Carmen Sánchez puede acabar conmigo en cuanto se lo proponga. Probablemente sepa manejar armas, y la única arma que yo sé utilizar son mis pompones. Llamadme loca si queréis, pero dudo que mis pompones puedan ahuyentar a una chica como Carmen.

    Podría hacer una buena demostración si se tratara de una justa verbal, pero no creo que sea un recurso apreciado en una pelea callejera. Los chicos se pelean debido a algún gen primitivo e innato que les lleva a ponerse a prueba físicamente.

    Quizás Carmen tenga algo que demostrarme, aunque, creedme, no es necesario. No represento ninguna amenaza. Pero ¿cómo se lo hago saber? No es que pueda acercarme a ella como si tal cosa y decirle: «Eh, Carmen, no voy a insinuarme a tu novio ni tampoco he sido yo quien se ha chivado al director Aguirre». Aunque, ¿quién sabe?, puede que funcionase...

    La mayoría de la gente piensa que no hay nada que me perturbe. Tampoco quiero hacerles creer lo contrario. He sudado la gota gorda para mantener esta fachada, y no estoy dispuesta a perderla porque un pandillero y su novia quieren ponerme a prueba.
    - No me preocupa -contesto a Sierra.

    - Te conozco, Demz. Estás nerviosa -susurra ella, negando con la cabeza.
    Esa afirmación me pone más nerviosa que la idea de que Carmen esté buscándome. Porque me esfuerzo mucho para guardar las distancias con todos... no quiero que sepan realmente cómo soy o lo que es vivir en mi casa. Sin embargo, he dejado que Sierra sepa más de mí que ninguna otra persona. A veces me pregunto si no debería alejarme un poco en nuestra relación, asegurándome así de mantener una distancia prudencial.

    Lógicamente, sé que estoy paranoica. Sierra es una amiga de verdad, estuvo junto a mí incluso cuando el año pasado me puse a llorar por la crisis nerviosa que sufrió mi madre, aunque nunca le conté la razón. Me permitió llorar en su hombro, incluso cuando me negué a contarle los detalles.

    No quiero acabar como mi madre. Eso es lo que más temo en la vida.
    La señora Small nos hace colocarnos en posición, después hace sonar la canción que el departamento de música ha creado para nuestro equipo mientras empiezo a contar hacia atrás. Es una combinación de rap y hip-hop, especialmente mezclada para que encaje con nuestro número, que hemos titulado «Big Bad Bulldogs» porque nuestra mascota es un bulldog. Mi cuerpo se mueve al ritmo de la música. Es lo que más me gusta del hecho de formar parte del equipo. La música tira de mí y me hace olvidar todos los problemas que me esperan en casa. La música es mi droga, lo único que me hace alucinar.

    - Señora Small, ¿podemos intentar la posición de Media T para el inicio en lugar de la posición T, como hemos hecho hasta ahora? -sugiero-. Después, cambiamos a la combinación de V Baja y V Alta con Morgan, Isabel y Caitlin moviéndose hacia la parte delantera. Creo que así quedará más limpio.

    La señora Small sonríe. Es evidente que le gusta mi sugerencia.
    - Buena idea, Demi. Vamos a intentarlo. Empezaremos por la posición Media T, con los codos flexionados. Durante la transición quiero a Morgan, Isabel y Caitlin en la fila de delante. Recordad que debéis mantener los hombros abajo. Sierra, por favor, haz que tus muñecas sean la extensión de tus brazos en lugar de flexionarlas.
    - Sí, señora -contesta Sierra detrás de mí.

    La señora Small pone de nuevo la canción. El ritmo, la letra, los instrumentos... es una mezcla que se cuela en mi interior y me levanta el ánimo sin importar lo bajo que lo tenga. A medida que bailo con el resto del equipo, en una coordinación perfecta, me olvido de Carmen y de Joe, de mi madre y de todo lo demás.

    La canción acaba demasiado pronto. Aún deseo moverme al ritmo de la letra cuando la señora Small apaga el reproductor de CD. El segundo ensayo queda mejor, pero nuestra formación requiere mucho trabajo y a algunas de las chicas nuevas les cuesta mucho pillar los pasos.

    Demi, enseña a las nuevas los pasos básicos y volveremos entonces a intentarlo en grupo. Darlene, lidera al resto del equipo para repasar la coreografía -ordena la señora Small mientras me pasa el reproductor.

    Isabel está en mi grupo. Se agacha para darle un sorbo a su botella de agua.
    - No te preocupes por Carmen –dice-. Perro ladrador poco mordedor.
    - Gracias -le digo.

    Isabel parece una chica dura, con la bandana roja de los Latino Blood, los tres pendientes en la ceja y las manos plegadas sobre el pecho cuando no estamos haciendo ningún número. No obstante, su mirada desprende bondad. Y sonríe mucho. Su sonrisa suaviza su apariencia, y estoy segura de que estaría preciosa si se pusiera un lazo rosa en el pelo en lugar de llevar esa condenada bandana roja.
    - Estás en mi clase de química, ¿verdad? -le pregunto.
    Ella asiente con la cabeza.
    - ¿Conoces a Joe Jonas?
    Asiente de nuevo.

    - ¿Son ciertos los rumores que circulan sobre él? -pregunto con cuidado porque no sé cómo puede reaccionar ante mi curiosidad. Si no me ando con pies de plomo, acabaré teniendo una lista enorme de personas que quieren ir a por mí.

    La larga y morena melena de Isabel se mueve de un lado a otro mientras contesta:
    - Depende de los rumores a los que te refieras.
    Cuando estoy a punto de recitar la lista de rumores sobre el consumo de drogas y los arrestos policiales, Isabel se pone en pie.

    - Escucha, Demi -dice-. Tú y yo nunca seremos amigas. Pero tengo que decirte que, pese a comportarse como un gilipollas contigo, Joe no es tan malo como se rumorea. Ni siquiera es tan malo como cree que es.

    Antes de que pueda hacer otra pregunta, Isabel vuelve a colocarse en formación.
    Una hora y media más tarde, cuando todas, incluso yo, estamos agotadas e irritables, nos dan permiso para acabar la práctica. Decido acercarme a una sudorosa Isabel y decirle lo bien que lo ha hecho en el número de hoy.
    - ¿En serio? -pregunta, sorprendida.

    - Aprendes muy rápido -contesto. Es verdad. Para ser una chica que no ha cogido un pompón en los tres primeros años de instituto, ha pillado muy rápido los pasos de la coreografía-. Por eso te hemos puesto en la primera fila.

    Mientras observo a Isabel, que se ha quedado boquiabierta de la emoción, me pregunto si cree en todos los rumores que habrá oído sobre mí. No, nunca seremos amigas. Pero tampoco puedo decir que vayamos a ser enemigas para siempre.

    Después de la práctica, voy de camino al coche con Sierra, que está mandando un mensaje de texto a su novio, Doug. Hay un trozo de papel bajo uno de los limpiaparabrisas. Lo saco y veo que es la papeleta azul de castigo de Joe. Lo estrujo y lo meto en mi mochila.
    - ¿Qué es eso? -pregunta Sierra.
    - Nada -digo, esperando que capte por mi tono de voz que no me apetece hablar del tema.

    - ¡Chicas, esperad! -grita Darlene, quien se acerca corriendo hacia nosotras-. He visto a Colin en el campo de fútbol. Me ha dicho que le esperes.
    Miro el reloj. Son casi las seis y quiero llegar pronto a casa para ayudar a Baghda a hacerle la cena a mi hermana.
    - No puedo.

    - Doug me ha contestado -dice Sierra-. Nos invita a una pizza en su casa.
    - Yo puedo -dice Darlene-. Me aburro un montón ahora que Tyler ha vuelto a Purdue y puede que no le vea en semanas.

    - Pensaba que ibas a verlo el próximo fin de semana -dice Sierra que está escribiendo un nuevo mensaje.
    Darlene se queda allí plantada, con los brazos en jarras.

    - Bueno, así era hasta que me llamó y me dijo que todos los novatos de la fraternidad tienen que pasar la noche en la residencia para no sé qué loca iniciación. No me importa, siempre que el pene de Tyler quede intacto cuando todo eso acabe.
        Al escuchar la palabra «pene», busco las llaves en el bolso. Cuando Darlene se pone a hablar de penes y sexo, es mejor retirarse porque no hay quien la pare. Y ya que no suelo compartir mis experiencias sexuales (o la inexistencia de ellas) con nadie, me largo de allí. Es el momento perfecto para escapar.

    Mientras jugueteo con las llaves entre los dedos, Sierra me dice que Doug la acompaña, de modo que haré sola el trayecto hasta casa. Me gusta estar sola, así no tengo que representar el papel ante nadie. Puedo poner la música a todo volumen si me apetece.

    Sin embargo, no dura mucho el momento de diversión, que me brinda la música porque me doy cuenta de que mi móvil está vibrando. Lo saco del bolso. Hay dos mensajes de voz y uno de texto. Todos de Colin.
    Lo llamo a su móvil.
    -Demz, ¿dónde estás? -me pregunta.
    - De camino a casa.
    - Vente a casa de Doug.

    - Mi hermana tiene una nueva cuidadora -le explico-. Tengo que echarle una mano.
    - ¿Todavía estás cabreada porque he amenazado al Latino Blood que tienes por compañero de laboratorio?

    - No estoy mosqueada, aunque sí algo molesta. Te he dicho que podía arreglármelas sola y no me has hecho ni caso. Además, habéis montado toda una escena en el pasillo. Ya sabes que no pedí que me lo asignaran como compañero -le digo a Colin.

    - Lo sé, Demz. Es que detesto a ese tío. No te enfades.
    - No estoy enfadada -aclaro-. Pero no soporto ver que te pones así sin motivo.
    - Y yo no soporto ver a ese tío susurrándote al oído.

    Intuyo que va a empezarme a doler la cabeza, una migraña de las buenas. No necesito que Colin haga una escena cada vez que un chico me habla. Hasta ahora nunca te había hecho, y con ello solamente consigue que quede más vulnerable al escrutinio y los cotilleos, algo que no quiero que ocurra.

    - Olvidemos lo que ha pasado.
    - Por mí bien. Llámame esta noche –dice-. Pero si puedes terminar antes y venir a casa de Doug, estaré allí.

    Cuando llego a casa, encuentro a Baghda en la habitación de mi hermana, en la primera planta. Está intentando cambiarle los pañales, aunque tiene a Shelley en la postura equivocada. Tiene la cabeza donde normalmente debería tener los pies, una de sus piernas está colgando al borde de la cama... es un desastre y Baghda está resoplando como si fuera la tarea más difícil que haya hecho en la vida.
    ¿Mi madre se habrá tomado la molestia de verificar sus credenciales?

    - Ya lo haré yo -le digo a Baghda, apartándola a un lado. Le he cambiado los pañales a mi hermana desde que éramos niñas. No es muy divertido cambiar la ropa interior de alguien que pesa más que tú, pero si lo haces bien no tardas mucho ni se convierte en algo interminable complicado,
    Mi hermana sonríe de oreja a oreja al verme.
    - ¡Di!
    Shelley no puede articular palabras, por lo que recurre a aproximaciones verbales. «De» significa «Demi». Devuelvo la sonrisa mientras la coloco bien sobre la cama
    - Hola, peque. ¿Quieres cenar? -pregunto mientras saco las toallitas de un envase e intento no pensar en tarea que me ocupa.

    Mientras le pongo unos pañales nuevos y unos pantalones limpios, Baghda me observa al margen de todo. Intentó explicarle los pasos a medida que lo hago, pero basta con mirarla una sola vez para saber que no me ha escuchando.
    - Tu madre ha dicho que podía marcharme cuando llegaras a casa -me dice.
    - Está bien -respondo mientras me lavo las manos. Antes de que pueda darme cuenta, Baghda ha desaparecí cual Houdini.

    Llevo a Shelley a la cocina en su silla de ruedas, pero cuando llegamos veo que lo que normalmente es una cocina impecable está patas arriba. Baghda no ha fregado los platos, apilados en el fregadero, y tampoco se ha toma la molestia de hacer una tarea tan difícil como fregar suelo después del arrebato de Shelley con el yogur.
    Preparo la cena de mi hermana y limpio todo el estropicio.

    Shelley dice lentamente la palabra «colé», aunque realidad ha sonado más a «ole», pero sé a lo que se refiere

    - Sí, el primer día otra vez -digo mientras mezclo bien su comida y la dejo sobre la mesa. Le meto una cuchara de comida triturada en la boca mientras continúo  hablando-. Y a mi profesora de química, la señora Peterson, se le daría genial ser monitora en un campamento militar. He leído detenidamente el programa de estudios. No hay una semana en la que no haya programado un examen o alguna prueba. Este año no va a ser nada fácil.

    Mi hermana me mira, intentando descifrar lo que le estoy contando. Su expresión de concentración me dice que me apoya y me entiende aunque no pueda expresarlo con palabras. Porque cada palabra que sale de su boca es todo un suplicio. A veces me gustaría decirlo por ella, porque siento su desesperación como si fuera la mía propia.
    - ¿No te ha gustado Baghda? -pregunto con dulzura.
    Mi hermana niega con la cabeza. Y no le apetece hablar de ello, lo sé por la manera en la que se le tensan los labios.

    - Ten paciencia –digo-. No es fácil llegar a una casa nueva y no saber qué hacer.
    Cuando Shelley termina de comer, le traigo las revistas para que pueda echarles un vistazo. A mi hermana le encantan las revistas. Mientras se entretiene hojeándolas, me hago un bocadillo de queso y me siento en la mesa para ponerme con los deberes mientras como.

    Oigo que se abre la puerta del garaje justo en el momento en el que saco la hoja de papel que la señora Peterson me ha dado para escribir la redacción sobre el respeto.
    Demz, ¿dónde estás? -grita mi madre desde el vestíbulo.
    - En la cocina -respondo yo.

    Mi madre entra desenfadadamente en la cocina con una bolsa de la tienda Neiman Marcus colgada del brazo.
    -Toma, esto es para ti.

    Cojo la bolsa y saco una camiseta azul claro del diseñador Geren Ford.
    -Gracias -digo, intentando no darle mucha importancia frente a Shelley, quien nunca recibe un regalo de mi madre. Aunque tampoco le importa. Está demasiado absorta mirando las fotos de las famosas mejor y peor vestidas, y de su brillante bisutería.

    -Pega muy bien con esos vaqueros negros que te compré la semana pasada -añade mientras saca del congelador unos filetes y empieza a descongelarlos en el microondas-. Dime... ¿cómo le iba a Baghda cuando llegaste a casa?
    - No muy bien –digo-. Tienes que enseñarle a hacer las cosas.

    No me extraña que mi madre no responda. Mi padre entra por la puerta de la cocina un minuto después, quejándose del trabajo. Es el dueño de una empresa de producción de circuitos integrados y ya nos ha explicado que este es un año flojo, y pese a ello, mi madre sigue saliendo y comprando de todo, y mi padre me ha regalado un BMW por mi cumpleaños.

    - ¿Qué hay para cenar? -pregunta mi padre mientras se afloja la corbata. Parece cansado y ajado, como de costumbre.

    - Filetes -contesta mi madre sin apartar la vista del microondas.
    - No me apetece una cena pesada -dice él-. Solo algo ligero.
    -¿Huevos? ¿Espagueti? -resopla mi madre, apagando el microondas y enumerando sugerencias a oídos sordos.
    Mi padre sale de la cocina. Incluso cuando está aquí físicamente, sé que su mente sigue en el trabajo.

    - Me da igual, pero que sea ligero -vocea.
    Es en momentos como estos cuando siento lástima por mi madre. Mi padre no le presta mucha atención. Cuando no está trabajando, está de viaje de negocios o simplemente no le apetece estar con nosotras.
    - Haré una ensalada -digo mientras saco la lechuga del frigorífico.

    Por su sonrisa, diría que mi madre agradece la ayuda, preparamos la cena juntas, pero en silencio. Pongo la mesa mientras mi madre trae la ensalada, unos huevos revueltos y pan tostado. Masculla algo sobre no ser valorada; supongo que quiere que la oiga pero que no haga ningún comentario al respecto. Shelley sigue absorta en sus revistas, ignorante de la tensión que hay entre nuestros padres.

    - El viernes me voy a China y estaré allí dos semanas -anuncia mi padre al regresar a la cocina en pantalones de chándal y camiseta. Se desploma sobre su asiento, el que preside la mesa, y se sirve algo de huevos revueltos en el plato-. Nuestro distribuidor de allí está repartiendo material defectuoso y tengo que averiguar la cantidad.
    - ¿Y la boda de DeMaio? Es este fin de semana y ya hemos confirmado nuestra asistencia.
    Mi padre deja caer el tenedor y mira a mi madre.
    - Sí, estoy seguro de que la boda del hijo de los DeMaio es más importante que mantener a flote mi negocio.

    - Bill, yo no he insinuado que tu negocio sea menos importante -rebate mi madre, dejando también caer el tenedor sobre el plato. Es increíble que no tengamos todos los platos desportillados-. No obstante me parece una grosería cancelar ese tipo de cosas en el último momento.
    - Puedes ir tú sola.

    - ¿Y qué la gente empiece a cuchichear sobre la razón por la que no me has acompañado? No, gracias.
    Esta es la típica conversación durante la cena de los Lovato. Mi padre hablando sobre lo duro que es su trabajo, mi madre intentando fingir que somos una familia feliz y Shelley y yo manteniéndonos al margen de todo.

    - ¿Cómo te ha ido el instituto? -pregunta finalmente mi madre.
    - Bien -respondo, omitiendo el hecho de que me hayan puesto a Joe de compañero-. Tengo una profesora de química muy dura.

    - No tendrías que haber cogido química -interviene mi padre-. Si no consigues un sobresaliente, tu nota media se vendrá abajo. Es muy difícil entrar en una universidad como Northwestern, y no van a levantar un dedo solo porque sea mi alma máter.

    - Lo entiendo, papá -digo, terriblemente deprimida. Si Joe no se toma en serio nuestro proyecto, ¿cómo voy a sacar un sobresaliente?
    - La nueva cuidadora de Shelley ha empezado hoy -le informa mi madre-. ¿Te acuerdas?

    Mi padre se encoge de hombros porque cuando la última cuidadora se marchó, él insistió en que Shelley debería vivir en algún tipo de residencia en lugar de en casa. No recuerdo haber gritado más en mi vida de cómo lo hice entonces, porque nunca permitiré que manden a Shelley a un lugar donde la descuiden y no la comprendan. Yo tengo que estar pendiente de ella. Esa es la razón por la que entrar en Northwestern es tan importante. Si estoy cerca de casa, puedo vivir aquí y asegurarme de que mis padres no la ingresen en un centro.

    A las nueve llama Megan para quejarse sobre Darlene. Opina que ha cambiado durante el verano y ahora se lo tiene creído por estar saliendo con un universitario. A las nueve y media llama Darlene para decirme que sospecha que Megan está celosa porque sale con un universitario. A las nueve y cuarenta y cinco llama Sierra diciéndome que ha hablado con Megan y Darlene y que no quiere entrometerse. Yo estoy de acuerdo con ella, aunque creo que ya es demasiado tarde.

    Son las once menos cuarto cuando por fin termino mi redacción sobre el respeto para la señora Peterson y puedo ayudar a mi madre a acostar a Shelley. Estoy tan cansada, siento que no puedo ni mantener levantada la cabeza. Cuando me acuesto, después de haberme puesto el pijama, marco el número de Colin.

    -Hola, guapa -dice-. ¿Qué haces? -No mucho. Estoy en la cama. ¿Os habéis divertido en casa de Doug?

    - No tanto como lo habría hecho si hubieras estado.
    - ¿A qué hora has vuelto?
    - Hace una hora. Me alegro de que hayas llamado.

    Tiro de mi enorme edredón rosa hasta la barbilla y hundo la cabeza en mi mullida almohada.
    - ¿De verdad? -le pregunto, esperando un cumplido, y con un tono de voz cariñoso, aniñado-: ¿Por qué?

    Hace mucho tiempo que Colin no me dice que me quiere. Ya sé que no es la persona más cariñosa del mundo. Mi padre tampoco lo es. Pero es algo que necesito oír de Colin. Quiero que me diga que me quiere, que me echa de menos, que soy la chica de sus sueños.
    Colin carraspea antes de decirme:
    - Nunca hemos tenido sexo telefónico.

    Vale, esas no son las palabras que esperaba. No debería sentirme ni decepcionada ni sorprendida. Él es un adolescente y soy consciente de que los chicos solo piensan en el sexo y en divertirse. Esta tarde, cuando leí la nota de Joe en la que hablaba de tener sexo duro, me esforcé por ignorar la extraña sensación que se me instaló en la boca del estómago. Lo que él no sabe es que soy virgen.

    Colin y yo nunca hemos mantenido relaciones sexuales. Ni telefónicas ni reales. Estuvimos a punto de hacerlo en abril del año pasado, en la playa, detrás de la casa de Sierra, pero me eché atrás. No estaba preparada.
    - ¿Sexo telefónico?
    - Sí. Tócate, Demz. Y después me dices lo que estás haciendo. Eso me pone un montón.
    - Y mientras me toco, ¿qué vas a hacer tú? -pregunto.
    - Pelarme la banana. ¿Qué crees que voy a hacer, los deberes?

    Me río. Es más una risa nerviosa porque no nos hemos visto mucho los dos últimos meses. Tampoco hemos hablado demasiado, y ahora quiere que en un solo día pasemos del «Me alegro de verte después de todo un verano separados» al «Tócate mientras me pelo la banana». Tengo la sensación de estar en medio de una canción de reguetón.
    - Vamos, Demz -me dice Colin-. Piensa que es una práctica antes de que lo hagamos de verdad. Quítate la camiseta y tócate.
    - Colin...-digo.
    - ¿Qué?
    - Lo siento, pero no me apetece. Al menos, ahora no.
    - ¿Estás segura?
    - Sí. ¿Estás enfadado?
    - No -dice-. Pensé que sería divertido darle un toque picante a nuestra relación.
    - No sabía que te aburrieras.

    - Las clases... el entrenamiento de fútbol... los mismos sitios a los que vamos. Supongo que después de un verano lejos de aquí ahora me agobia la misma rutina. Me he pasado las vacaciones haciendo esquí acuático, piruetas con tabla de surf y deportes de motor fuera de pista. Son cosas que hacen que se te acelere el corazón y la sangre te circule muy rápido, ¿sabes? Es un puro subidón de adrenalina.
    - Suena genial.
    - Lo fue, Demz.
    - Sí.
    - Y estoy preparado para ese subidón de adrenalina... contigo.

1 comentario:

  1. siguela please no demores tanto en subir los capis....y tambien de las otras noves....
    bye saludos

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