Estoy junto a mi taquilla, después de clase, cuando veo que
se acercan mis amigas Morgan, Madison y Megan. Sierra las llama El Factor
Triple M de Fairfield. Morgan me da un abrazo.
- Ay madre, ¿estás
bien? -pregunta, apartándose un poco y mirándome detenidamente.
- Dicen que Colin
te protegió. Qué valiente es. Tienes mucha suerte, Demz -añade Madison,
haciendo rebotar sus exclusivos rizos con cada palabra.
- No ha sido para
tanto -digo, preguntándome qué diferencias habrá entre el rumor que circula y
lo que sucedió en realidad.
- ¿Qué dijo Joe exactamente?
-pregunta Megan-. Caitlin les hizo a Joe y a Colin una foto con el móvil,
cuando estaban en el pasillo, pero no pude ver bien lo que estaba pasando.
- Será mejor que os
deis prisa si no queréis llegar tarde al entrenamiento chicas -grita Darlene
desde el fondo del pasillo. Desaparece tan repentinamente como ha aparecido.
Megan abre su taquilla, que está al lado de la mía, y saca sus pompones.
- Me saca de quicio
que Darlene le bese el culo a la señora Small -masculla.
Cierro la taquilla
y me dirijo hacia el campo de entrenamiento.
- Creo que intenta
concentrarse en el baile para no obsesionarse con el hecho de que Tyler haya
regresado a la universidad.
- Sí, claro. Yo ni
siquiera tengo novio, así que no cuenta con mi comprensión -dice Morgan,
haciendo una mueca.
- Ni con la mía
tampoco. Venga, en serio, ¿alguna vez no ha tenido novio? -pregunta Madison.
Cuando llegamos al
campo de entrenamiento, todo el equipo está sentado sobre el césped, esperando
a la señora Small. Uf, menos mal que no llegamos tarde.
- Todavía no puedo
creer que te hayan puesto con Joe Jonas -dice Darlene en voz baja cuando
encuentro un sitio libre a su lado.
- ¿Quieres cambiar
de compañero? -pregunto, aunque sé que la señora Peterson nunca daría su
aprobación. Lo ha dejado bien claro.
Darlene saca la
lengua en un gesto de asco y me susurra:
- Ni de coña. No
quiero tener nada que ver con los de la zona sur. Mezclarte con esa gente solo
trae problemas. Acuérdate del año pasado, cuando Alyssa McDaniel salió con uno
de esos tíos... ¿Cómo se llamaba?
- ¿Jason Ávila?
—añado en voz baja.
Darlene se
estremece al escuchar el nombre.
- En cuestión de
semanas Alyssa pasó de ser guay a convertirse en una marginada. Las chicas de
la zona sur le cogieron manía por salir con uno de sus chicos, y al final, también
dejó de salir con nosotras. La estrafalaria parejita se quedó completamente
aislada. Por suerte, Alyssa rompió con él.
La señora Small
camina hacia nosotras con su reproductor de CD, protestando porque alguien lo
había cambiado de sitio y que por eso llega tarde.
Guando la señora
Small nos pide hacer estiramientos, Sierra asoma la cabeza por encima de
Darlene para poder hablar conmigo.
- Estás metida en
un buen lío -anuncia Sierra.
- ¿Por qué?
Sierra posee una
visión y un oído fuera de lo común: se entera de todo lo que ocurre en
Fairfield.
- Se rumorea que Carmen
Sánchez te está buscando -dice mi mejor amiga.
Oh, no. Carmen es
la novia de Joe. Intento mantener la calma y no pensar en lo peor, pero Carmen
es dura de pelar, lo dice su aspecto, desde sus uñas pintadas de rojo hasta sus
botas negras de tacón de aguja. ¿Está celosa porque soy la compañera de
laboratorio de Joe o cree que he sido yo quien se ha chivado al director?
La verdad es que no
he tenido nada que ver con el asunto. Me han citado en el despacho de Aguirre
porque alguien ha sido testigo del incidente en el aparcamiento y del
encontronazo en la escalera del instituto y ha ido a contárselo al director. Lo
cual ha sido una estupidez porque no ha ocurrido nada.
Aguirre no me ha
creído. Habrá pensado que estaba demasiado asustada para contarle la verdad.
Aunque en aquel momento no lo estaba.
Pero ahora sí.
Carmen Sánchez
puede acabar conmigo en cuanto se lo proponga. Probablemente sepa manejar armas,
y la única arma que yo sé utilizar son mis pompones. Llamadme loca si queréis,
pero dudo que mis pompones puedan ahuyentar a una chica como Carmen.
Podría hacer una
buena demostración si se tratara de una justa verbal, pero no creo que sea un
recurso apreciado en una pelea callejera. Los chicos se pelean debido a algún
gen primitivo e innato que les lleva a ponerse a prueba físicamente.
Quizás Carmen tenga
algo que demostrarme, aunque, creedme, no es necesario. No represento ninguna
amenaza. Pero ¿cómo se lo hago saber? No es que pueda acercarme a ella como si
tal cosa y decirle: «Eh, Carmen, no voy a insinuarme a tu novio ni tampoco he
sido yo quien se ha chivado al director Aguirre». Aunque, ¿quién sabe?, puede
que funcionase...
La mayoría de la
gente piensa que no hay nada que me perturbe. Tampoco quiero hacerles creer lo
contrario. He sudado la gota gorda para mantener esta fachada, y no estoy
dispuesta a perderla porque un pandillero y su novia quieren ponerme a prueba.
- No me preocupa
-contesto a Sierra.
- Te conozco, Demz.
Estás nerviosa -susurra ella, negando con la cabeza.
Esa afirmación me
pone más nerviosa que la idea de que Carmen esté buscándome. Porque me esfuerzo
mucho para guardar las distancias con todos... no quiero que sepan realmente
cómo soy o lo que es vivir en mi casa. Sin embargo, he dejado que Sierra sepa
más de mí que ninguna otra persona. A veces me pregunto si no debería alejarme
un poco en nuestra relación, asegurándome así de mantener una distancia prudencial.
Lógicamente, sé que
estoy paranoica. Sierra es una amiga de verdad, estuvo junto a mí incluso
cuando el año pasado me puse a llorar por la crisis nerviosa que sufrió mi
madre, aunque nunca le conté la razón. Me permitió llorar en su hombro, incluso
cuando me negué a contarle los detalles.
No quiero acabar
como mi madre. Eso es lo que más temo en la vida.
La señora Small nos
hace colocarnos en posición, después hace sonar la canción que el departamento
de música ha creado para nuestro equipo mientras empiezo a contar hacia atrás.
Es una combinación de rap y hip-hop, especialmente mezclada para que encaje con
nuestro número, que hemos titulado «Big Bad Bulldogs» porque nuestra mascota es
un bulldog. Mi cuerpo se mueve al ritmo de la música. Es lo que más me gusta
del hecho de formar parte del equipo. La música tira de mí y me hace olvidar
todos los problemas que me esperan en casa. La música es mi droga, lo único que
me hace alucinar.
- Señora Small,
¿podemos intentar la posición de Media T para el inicio en lugar de la posición
T, como hemos hecho hasta ahora? -sugiero-. Después, cambiamos a la combinación
de V Baja y V Alta con Morgan, Isabel y Caitlin moviéndose hacia la parte
delantera. Creo que así quedará más limpio.
La señora Small
sonríe. Es evidente que le gusta mi sugerencia.
- Buena idea, Demi.
Vamos a intentarlo. Empezaremos por la posición Media T, con los codos
flexionados. Durante la transición quiero a Morgan, Isabel y Caitlin en la fila
de delante. Recordad que debéis mantener los hombros abajo. Sierra, por favor,
haz que tus muñecas sean la extensión de tus brazos en lugar de flexionarlas.
- Sí, señora
-contesta Sierra detrás de mí.
La señora Small
pone de nuevo la canción. El ritmo, la letra, los instrumentos... es una mezcla
que se cuela en mi interior y me levanta el ánimo sin importar lo bajo que lo
tenga. A medida que bailo con el resto del equipo, en una coordinación
perfecta, me olvido de Carmen y de Joe, de mi madre y de todo lo demás.
La canción acaba
demasiado pronto. Aún deseo moverme al ritmo de la letra cuando la señora Small
apaga el reproductor de CD. El segundo ensayo queda mejor, pero nuestra
formación requiere mucho trabajo y a algunas de las chicas nuevas les cuesta
mucho pillar los pasos.
Demi, enseña a las
nuevas los pasos básicos y volveremos entonces a intentarlo en grupo. Darlene,
lidera al resto del equipo para repasar la coreografía -ordena la señora Small
mientras me pasa el reproductor.
Isabel está en mi
grupo. Se agacha para darle un sorbo a su botella de agua.
- No te preocupes
por Carmen –dice-. Perro ladrador poco mordedor.
- Gracias -le digo.
Isabel parece una
chica dura, con la bandana roja de los Latino Blood, los tres pendientes en la
ceja y las manos plegadas sobre el pecho cuando no estamos haciendo ningún
número. No obstante, su mirada desprende bondad. Y sonríe mucho. Su sonrisa
suaviza su apariencia, y estoy segura de que estaría preciosa si se pusiera un
lazo rosa en el pelo en lugar de llevar esa condenada bandana roja.
- Estás en mi clase
de química, ¿verdad? -le pregunto.
Ella asiente con la
cabeza.
- ¿Conoces a Joe
Jonas?
Asiente de nuevo.
- ¿Son ciertos los
rumores que circulan sobre él? -pregunto con cuidado porque no sé cómo puede
reaccionar ante mi curiosidad. Si no me ando con pies de plomo, acabaré
teniendo una lista enorme de personas que quieren ir a por mí.
La larga y morena
melena de Isabel se mueve de un lado a otro mientras contesta:
- Depende de los
rumores a los que te refieras.
Cuando estoy a
punto de recitar la lista de rumores sobre el consumo de drogas y los arrestos
policiales, Isabel se pone en pie.
- Escucha, Demi -dice-.
Tú y yo nunca seremos amigas. Pero tengo que decirte que, pese a comportarse
como un gilipollas contigo, Joe no es tan malo como se rumorea. Ni siquiera es
tan malo como cree que es.
Antes de que pueda
hacer otra pregunta, Isabel vuelve a colocarse en formación.
Una hora y media
más tarde, cuando todas, incluso yo, estamos agotadas e irritables, nos dan
permiso para acabar la práctica. Decido acercarme a una sudorosa Isabel y
decirle lo bien que lo ha hecho en el número de hoy.
- ¿En serio?
-pregunta, sorprendida.
- Aprendes muy
rápido -contesto. Es verdad. Para ser una chica que no ha cogido un pompón en
los tres primeros años de instituto, ha pillado muy rápido los pasos de la
coreografía-. Por eso te hemos puesto en la primera fila.
Mientras observo a
Isabel, que se ha quedado boquiabierta de la emoción, me pregunto si cree en
todos los rumores que habrá oído sobre mí. No, nunca seremos amigas. Pero
tampoco puedo decir que vayamos a ser enemigas para siempre.
Después de la
práctica, voy de camino al coche con Sierra, que está mandando un mensaje de texto
a su novio, Doug. Hay un trozo de papel bajo uno de los limpiaparabrisas. Lo
saco y veo que es la papeleta azul de castigo de Joe. Lo estrujo y lo meto en
mi mochila.
- ¿Qué es eso?
-pregunta Sierra.
- Nada -digo,
esperando que capte por mi tono de voz que no me apetece hablar del tema.
- ¡Chicas, esperad!
-grita Darlene, quien se acerca corriendo hacia nosotras-. He visto a Colin en
el campo de fútbol. Me ha dicho que le esperes.
Miro el reloj. Son
casi las seis y quiero llegar pronto a casa para ayudar a Baghda a hacerle la
cena a mi hermana.
- No puedo.
- Doug me ha
contestado -dice Sierra-. Nos invita a una pizza en su casa.
- Yo puedo -dice
Darlene-. Me aburro un montón ahora que Tyler ha vuelto a Purdue y puede que no
le vea en semanas.
- Pensaba que ibas
a verlo el próximo fin de semana -dice Sierra que está escribiendo un nuevo
mensaje.
Darlene se queda
allí plantada, con los brazos en jarras.
- Bueno, así era
hasta que me llamó y me dijo que todos los novatos de la fraternidad tienen que
pasar la noche en la residencia para no sé qué loca iniciación. No me importa,
siempre que el pene de Tyler quede intacto cuando todo eso acabe.
Al escuchar la
palabra «pene», busco las llaves en el bolso. Cuando Darlene se pone a hablar
de penes y sexo, es mejor retirarse porque no hay quien la pare. Y ya que no
suelo compartir mis experiencias sexuales (o la inexistencia de ellas) con
nadie, me largo de allí. Es el momento perfecto para escapar.
Mientras jugueteo
con las llaves entre los dedos, Sierra me dice que Doug la acompaña, de modo
que haré sola el trayecto hasta casa. Me gusta estar sola, así no tengo que
representar el papel ante nadie. Puedo poner la música a todo volumen si me
apetece.
Sin embargo, no
dura mucho el momento de diversión, que me brinda la música porque me doy
cuenta de que mi móvil está vibrando. Lo saco del bolso. Hay dos mensajes de
voz y uno de texto. Todos de Colin.
Lo llamo a su
móvil.
-Demz, ¿dónde
estás? -me pregunta.
- De camino a casa.
- Vente a casa de
Doug.
- Mi hermana tiene
una nueva cuidadora -le explico-. Tengo que echarle una mano.
- ¿Todavía estás
cabreada porque he amenazado al Latino Blood que tienes por compañero de
laboratorio?
- No estoy
mosqueada, aunque sí algo molesta. Te he dicho que podía arreglármelas sola y
no me has hecho ni caso. Además, habéis montado toda una escena en el pasillo.
Ya sabes que no pedí que me lo asignaran como compañero -le digo a Colin.
- Lo sé, Demz. Es
que detesto a ese tío. No te enfades.
- No estoy enfadada
-aclaro-. Pero no soporto ver que te pones así sin motivo.
- Y yo no soporto
ver a ese tío susurrándote al oído.
Intuyo que va a
empezarme a doler la cabeza, una migraña de las buenas. No necesito que Colin
haga una escena cada vez que un chico me habla. Hasta ahora nunca te había
hecho, y con ello solamente consigue que quede más vulnerable al escrutinio y
los cotilleos, algo que no quiero que ocurra.
- Olvidemos lo que
ha pasado.
- Por mí bien. Llámame esta noche –dice-.
Pero si puedes terminar antes y venir a casa de Doug, estaré allí.
Cuando llego a
casa, encuentro a Baghda en la habitación de mi hermana, en la primera planta.
Está intentando cambiarle los pañales, aunque tiene a Shelley en la postura
equivocada. Tiene la cabeza donde normalmente debería tener los pies, una de
sus piernas está colgando al borde de la cama... es un desastre y Baghda está
resoplando como si fuera la tarea más difícil que haya hecho en la vida.
¿Mi madre se habrá
tomado la molestia de verificar sus credenciales?
- Ya lo haré yo -le
digo a Baghda, apartándola a un lado. Le he cambiado los pañales a mi hermana
desde que éramos niñas. No es muy divertido cambiar la ropa interior de alguien
que pesa más que tú, pero si lo haces bien no tardas mucho ni se convierte en
algo interminable complicado,
Mi hermana sonríe
de oreja a oreja al verme.
- ¡Di!
Shelley no puede
articular palabras, por lo que recurre a aproximaciones verbales. «De»
significa «Demi». Devuelvo la sonrisa mientras la coloco bien sobre la cama
- Hola, peque.
¿Quieres cenar? -pregunto mientras saco las toallitas de un envase e intento no
pensar en tarea que me ocupa.
Mientras le pongo
unos pañales nuevos y unos pantalones limpios, Baghda me observa al margen de
todo. Intentó explicarle los pasos a medida que lo hago, pero basta con mirarla
una sola vez para saber que no me ha escuchando.
- Tu madre ha dicho
que podía marcharme cuando llegaras a casa -me dice.
- Está bien
-respondo mientras me lavo las manos. Antes de que pueda darme cuenta, Baghda
ha desaparecí cual Houdini.
Llevo a Shelley a
la cocina en su silla de ruedas, pero cuando llegamos veo que lo que
normalmente es una cocina impecable está patas arriba. Baghda no ha fregado los
platos, apilados en el fregadero, y tampoco se ha toma la molestia de hacer una
tarea tan difícil como fregar suelo después del arrebato de Shelley con el
yogur.
Preparo la cena de
mi hermana y limpio todo el estropicio.
Shelley dice
lentamente la palabra «colé», aunque realidad ha sonado más a «ole», pero sé a
lo que se refiere
- Sí, el primer día
otra vez -digo mientras mezclo bien su comida y la dejo sobre la mesa. Le meto
una cuchara de comida triturada en la boca mientras continúo hablando-. Y a mi profesora de química, la
señora Peterson, se le daría genial ser monitora en un campamento militar. He
leído detenidamente el programa de estudios. No hay una semana en la que no
haya programado un examen o alguna prueba. Este año no va a ser nada fácil.
Mi hermana me mira,
intentando descifrar lo que le estoy contando. Su expresión de concentración me
dice que me apoya y me entiende aunque no pueda expresarlo con palabras. Porque
cada palabra que sale de su boca es todo un suplicio. A veces me gustaría
decirlo por ella, porque siento su desesperación como si fuera la mía propia.
- ¿No te ha gustado
Baghda? -pregunto con dulzura.
Mi hermana niega
con la cabeza. Y no le apetece hablar de ello, lo sé por la manera en la que se
le tensan los labios.
- Ten paciencia
–digo-. No es fácil llegar a una casa nueva y no saber qué hacer.
Cuando Shelley
termina de comer, le traigo las revistas para que pueda echarles un vistazo. A
mi hermana le encantan las revistas. Mientras se entretiene hojeándolas, me
hago un bocadillo de queso y me siento en la mesa para ponerme con los deberes
mientras como.
Oigo que se abre la
puerta del garaje justo en el momento en el que saco la hoja de papel que la
señora Peterson me ha dado para escribir la redacción sobre el respeto.
Demz, ¿dónde estás?
-grita mi madre desde el vestíbulo.
- En la cocina
-respondo yo.
Mi madre entra
desenfadadamente en la cocina con una bolsa de la tienda Neiman Marcus colgada
del brazo.
-Toma, esto es para
ti.
Cojo la bolsa y
saco una camiseta azul claro del diseñador Geren Ford.
-Gracias -digo,
intentando no darle mucha importancia frente a Shelley, quien nunca recibe un
regalo de mi madre. Aunque tampoco le importa. Está demasiado absorta mirando
las fotos de las famosas mejor y peor vestidas, y de su brillante bisutería.
-Pega muy bien con
esos vaqueros negros que te compré la semana pasada -añade mientras saca del
congelador unos filetes y empieza a descongelarlos en el microondas-. Dime...
¿cómo le iba a Baghda cuando llegaste a casa?
- No muy bien
–digo-. Tienes que enseñarle a hacer las cosas.
No me extraña que
mi madre no responda. Mi padre entra por la puerta de la cocina un minuto
después, quejándose del trabajo. Es el dueño de una empresa de producción de
circuitos integrados y ya nos ha explicado que este es un año flojo, y pese a
ello, mi madre sigue saliendo y comprando de todo, y mi padre me ha regalado un
BMW por mi cumpleaños.
- ¿Qué hay para
cenar? -pregunta mi padre mientras se afloja la corbata. Parece cansado y
ajado, como de costumbre.
- Filetes -contesta
mi madre sin apartar la vista del microondas.
- No me apetece una
cena pesada -dice él-. Solo algo ligero.
-¿Huevos?
¿Espagueti? -resopla mi madre, apagando el microondas y enumerando sugerencias
a oídos sordos.
Mi padre sale de la
cocina. Incluso cuando está aquí físicamente, sé que su mente sigue en el
trabajo.
- Me da igual, pero
que sea ligero -vocea.
Es en momentos como
estos cuando siento lástima por mi madre. Mi padre no le presta mucha atención.
Cuando no está trabajando, está de viaje de negocios o simplemente no le
apetece estar con nosotras.
- Haré una ensalada
-digo mientras saco la lechuga del frigorífico.
Por su sonrisa,
diría que mi madre agradece la ayuda, preparamos la cena juntas, pero en
silencio. Pongo la mesa mientras mi madre trae la ensalada, unos huevos
revueltos y pan tostado. Masculla algo sobre no ser valorada; supongo que quiere
que la oiga pero que no haga ningún comentario al respecto. Shelley sigue
absorta en sus revistas, ignorante de la tensión que hay entre nuestros padres.
- El viernes me voy
a China y estaré allí dos semanas -anuncia mi padre al regresar a la cocina en
pantalones de chándal y camiseta. Se desploma sobre su asiento, el que preside
la mesa, y se sirve algo de huevos revueltos en el plato-. Nuestro distribuidor
de allí está repartiendo material defectuoso y tengo que averiguar la cantidad.
- ¿Y la boda de
DeMaio? Es este fin de semana y ya hemos confirmado nuestra asistencia.
Mi padre deja caer
el tenedor y mira a mi madre.
- Sí, estoy seguro
de que la boda del hijo de los DeMaio es más importante que mantener a flote mi
negocio.
- Bill, yo no he
insinuado que tu negocio sea menos importante -rebate mi madre, dejando también
caer el tenedor sobre el plato. Es increíble que no tengamos todos los platos
desportillados-. No obstante me parece una grosería cancelar ese tipo de cosas
en el último momento.
- Puedes ir tú
sola.
- ¿Y qué la gente
empiece a cuchichear sobre la razón por la que no me has acompañado? No,
gracias.
Esta es la típica
conversación durante la cena de los Lovato. Mi padre hablando sobre lo duro que
es su trabajo, mi madre intentando fingir que somos una familia feliz y Shelley
y yo manteniéndonos al margen de todo.
- ¿Cómo te ha ido
el instituto? -pregunta finalmente mi madre.
- Bien -respondo,
omitiendo el hecho de que me hayan puesto a Joe de compañero-. Tengo una
profesora de química muy dura.
- No tendrías que
haber cogido química -interviene mi padre-. Si no consigues un sobresaliente,
tu nota media se vendrá abajo. Es muy difícil entrar en una universidad como
Northwestern, y no van a levantar un dedo solo porque sea mi alma máter.
- Lo entiendo, papá
-digo, terriblemente deprimida. Si Joe no se toma en serio nuestro proyecto,
¿cómo voy a sacar un sobresaliente?
- La nueva
cuidadora de Shelley ha empezado hoy -le informa mi madre-. ¿Te acuerdas?
Mi padre se encoge
de hombros porque cuando la última cuidadora se marchó, él insistió en que
Shelley debería vivir en algún tipo de residencia en lugar de en casa. No
recuerdo haber gritado más en mi vida de cómo lo hice entonces, porque nunca
permitiré que manden a Shelley a un lugar donde la descuiden y no la
comprendan. Yo tengo que estar pendiente de ella. Esa es la razón por la que
entrar en Northwestern es tan importante. Si estoy cerca de casa, puedo vivir
aquí y asegurarme de que mis padres no la ingresen en un centro.
A las nueve llama
Megan para quejarse sobre Darlene. Opina que ha cambiado durante el verano y
ahora se lo tiene creído por estar saliendo con un universitario. A las nueve y
media llama Darlene para decirme que sospecha que Megan está celosa porque sale
con un universitario. A las nueve y cuarenta y cinco llama Sierra diciéndome
que ha hablado con Megan y Darlene y que no quiere entrometerse. Yo estoy de
acuerdo con ella, aunque creo que ya es demasiado tarde.
Son las once menos
cuarto cuando por fin termino mi redacción sobre el respeto para la señora
Peterson y puedo ayudar a mi madre a acostar a Shelley. Estoy tan cansada,
siento que no puedo ni mantener levantada la cabeza. Cuando me acuesto, después
de haberme puesto el pijama, marco el número de Colin.
-Hola, guapa
-dice-. ¿Qué haces? -No mucho. Estoy en la cama. ¿Os habéis divertido en casa
de Doug?
- No tanto como lo
habría hecho si hubieras estado.
- ¿A qué hora has
vuelto?
- Hace una hora. Me
alegro de que hayas llamado.
Tiro de mi enorme
edredón rosa hasta la barbilla y hundo la cabeza en mi mullida almohada.
- ¿De verdad? -le
pregunto, esperando un cumplido, y con un tono de voz cariñoso, aniñado-: ¿Por
qué?
Hace mucho tiempo que
Colin no me dice que me quiere. Ya sé que no es la persona más cariñosa del
mundo. Mi padre tampoco lo es. Pero es algo que necesito oír de Colin. Quiero
que me diga que me quiere, que me echa de menos, que soy la chica de sus
sueños.
Colin carraspea
antes de decirme:
- Nunca hemos
tenido sexo telefónico.
Vale, esas no son
las palabras que esperaba. No debería sentirme ni decepcionada ni sorprendida.
Él es un adolescente y soy consciente de que los chicos solo piensan en el sexo
y en divertirse. Esta tarde, cuando leí la nota de Joe en la que hablaba de
tener sexo duro, me esforcé por ignorar la extraña sensación que se me instaló
en la boca del estómago. Lo que él no sabe es que soy virgen.
Colin y yo nunca
hemos mantenido relaciones sexuales. Ni telefónicas ni reales. Estuvimos a
punto de hacerlo en abril del año pasado, en la playa, detrás de la casa de
Sierra, pero me eché atrás. No estaba preparada.
- ¿Sexo telefónico?
- Sí. Tócate, Demz.
Y después me dices lo que estás haciendo. Eso me pone un montón.
- Y mientras me
toco, ¿qué vas a hacer tú? -pregunto.
- Pelarme la
banana. ¿Qué crees que voy a hacer, los deberes?
Me río. Es más una
risa nerviosa porque no nos hemos visto mucho los dos últimos meses. Tampoco
hemos hablado demasiado, y ahora quiere que en un solo día pasemos del «Me
alegro de verte después de todo un verano separados» al «Tócate mientras me
pelo la banana». Tengo la sensación de estar en medio de una canción de
reguetón.
- Vamos, Demz -me
dice Colin-. Piensa que es una práctica antes de que lo hagamos de verdad.
Quítate la camiseta y tócate.
- Colin...-digo.
- ¿Qué?
- Lo siento, pero
no me apetece. Al menos, ahora no.
- ¿Estás segura?
- Sí. ¿Estás
enfadado?
- No -dice-. Pensé
que sería divertido darle un toque picante a nuestra relación.
- No sabía que te
aburrieras.
- Las clases... el
entrenamiento de fútbol... los mismos sitios a los que vamos. Supongo que
después de un verano lejos de aquí ahora me agobia la misma rutina. Me he
pasado las vacaciones haciendo esquí acuático, piruetas con tabla de surf y
deportes de motor fuera de pista. Son cosas que hacen que se te acelere el
corazón y la sangre te circule muy rápido, ¿sabes? Es un puro subidón de
adrenalina.
- Suena genial.
- Lo fue, Demz.
- Sí.
- Y estoy preparado
para ese subidón de adrenalina... contigo.
siguela please no demores tanto en subir los capis....y tambien de las otras noves....
ResponderEliminarbye saludos