—Buongiorno, signorina Richardson!
Una sonriente y rellenita mujer
canosa, que llevaba un delantal blanco encima de un vestido gris marengo, se
acercó a Demi al llegar ésta al final de las
escaleras. La mujer le tendió la mano para saludarla.
—Soy Orsetta Leoni... el ama de
llaves del signor Jonas. Llevo trabajando para su familia desde hace
mucho tiempo y como ya han fallecido todos los demás... ¡ahora sólo cuido de
él! Encantada de conocerla, signorina
Lovato.
La sonrisa de aquella mujer era
encantadora y cuando Demi le estrechó la
mano, reconoció para sí misma que era muy agradable que la recibieran de una
manera tan cálida. Pero estaba preocupada ya que había esperado durante
bastante tiempo que Joe regresara al
dormitorio y había comenzado a plantearse que tal vez éste se había olvidado de
que ella estaba allí. Aunque la habitación era realmente bonita, había querido
salir al patio para respirar el sorprendentemente perfumado aire de la tarde
italiano.
—Buongiorno —contestó, sonriendo a su vez—. Yo también estoy
encantada de conocerte. Me estaba preguntando si podrías decirme donde
encontrar al signor Jonas.
— ¡Sí! ¡Desde luego! Sígame, signorina Lovato.
La llevaré con él.
Al llegar a las ventanas
francesas que separaban el salón del gran y perfumado patio, donde estaban
comenzando a florecer las camelias blancas y rosas, Orsetta se llevó las manos
a las caderas y comenzó a quejarse.
— ¡Trabaja demasiado! ¡Siempre se
lo estoy diciendo! —comentó—, ¡Su mamma
se estará revolviendo en la tumba al ver que no se cuida mejor!
Sorprendida, Demi vio que Joe estaba tumbado en un sofá que
había en el patio... completamente dormido. Observó que se había quitado la
chaqueta, pero que todavía llevaba puesto el mismo traje que había utilizado
para viajar. Se había desatado la corbata, tenía el cuello de la camisa abierto
y su oscuro pelo le caía sobre la frente.
Pensó que parecía un exquisito
equivalente masculino de La Bella Durmiente.
Lo que había dicho Orsetta acerca
de que él no se cuidaba como era debido le había llegado al corazón, por lo que
se giró hacia la mujer y asintió con la cabeza.
—Tienes razón; sí que trabaja
demasiado —concedió.
—Vaya a sentarse, signorina. Le traeré algo suave para
beber. ¿Tal vez un zumo de fruta?
—Eso sería estupendo... grazie —contestó Demi. Entonces se sentó en otro de los sillones que había en el
patio y, a continuación, miró los preciosos jardines y los tejados de la ciudad
que se veían en la distancia.
Emitió un placentero suspiro al
sentir como el sol le bañaba la cara. Pensó que tal vez Joe no había sido capaz de garantizar un buen tiempo constante
en aquella época del año, pero las temperaturas eran mucho más cálidas de lo
que ella había esperado. Se levantó y se quitó la ligera chaqueta rosa de
algodón que había combinado con un vestido azul marino de punto. La colocó en
el respaldo del sillón. En ese momento, Joe se
movió y murmuró algo mientras dormía.
Una vez más, se quedó fascinada
por él.
Incapaz de controlarse, se acercó
para poder apreciar con más claridad la extraordinaria belleza que poseía Joseph Jonas. Era increíblemente guapo y tenía
unas facciones esculpidas muy bonitas. Estaba segura de que debía haber vuelto
locas a todas las chicas incluso cuando había sido un niño. Pero,
repentinamente, algo perturbó el aparentemente tranquilo descanso de Joe. Éste esbozó una mueca, como si le doliera
algo, y echó la cabeza hacia un lado. El sudor comenzó a humedecerle la frente.
Alarmada, Demi se arrodilló junto al sofá en el que estaba tumbado él. Le
tomó la mano para calmarlo.
—Está bien... todo está bien —le
tranquilizó en voz baja—. Estoy aquí, Joe.
— ¡Sophia! —gritó él, agarrando
la mano de Demi con lo que pareció ser toda
su impresionante fuerza.
Ella contuvo la respiración al
sentir como un intenso dolor le recorría el brazo, pero no intentó apartar la
mano. Le dio la impresión de que despertarlo de repente tal vez sería
peligroso. Pero se preguntó quién sería Sophia...
Con el corazón revolucionado,
observó como una lágrima le caía a él por debajo de sus abundantes pestañas y
le recorría despacio la mejilla.
En ese momento, Joe abrió los ojos y ni el cielo en sus momentos
más cautivadores había tenido jamás un azul más celestial.
—Estabas soñando —dijo ella a
duras penas debido al nudo que se le había formado en la garganta.
Cuando él había gritado, había
sentido como si el corazón se le hubiera partido por la mitad. Joe la miró primero a la cara y después bajó la
vista hasta su mano, mano que todavía tenía sujeta. Parpadeó y su cara reflejó
una aturdida expresión, la misma expresión que reflejaban las personas que
intentaban desesperadamente despertar de la agonía de un mal sueño.
— ¿De verdad?
— Joe,
¿crees que podrías... soltarme la mano, por favor? —pidió Demi —. Estás haciéndome daño.
—No me había dado cuenta
—contestó él, soltándole la mano con brusquedad. A continuación decidió cambiar
de posición y se sentó. Se restregó las mejillas con los dedos y borró todo
rastro de aquella impactante lágrima.
Como para eliminar cualquier
recuerdo del perturbador sueño que había tenido, se presionó la frente.
—Perdóname, no sabía lo que
estaba haciendo. ¿Estás bien?
—Sí.
A ella no le importaba el dolor
de su mano ni de su brazo. Lo único que le preocupaba en aquel momento era
saber por qué Joe había gritado de aquella
manera y qué había provocado que, increíblemente, las lágrimas le hubieran
inundado los ojos.
—Gritaste mientras dormías.
—Temía que fuera a ocurrir.
—Dijiste el nombre de una
mujer... Sophia. ¿Quién es ella, Joe?
Él se llevó una mano al pecho y
se restregó éste por encima de la delicada tela de su camisa como para intentar
aliviar un espasmo. Entonces respiró profundamente.
—Era mi esposa —contestó.
— ¿Tu esposa?
Demi se quedó tan impresionada que no
sabía cómo había sido siquiera capaz de emitir palabra alguna.
—Sí...
—No... no sabía que habías estado
casado... ¿Qué ocurrió? ¿Estáis divorciados?
—No. Ella murió... ahogada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario