miércoles, 27 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 31




Demi

   - Según parece, hay algunos alumnos que no se toman muy en serlo mi clase -anuncia la señora Peterson antes de empezar a repartir los exámenes que hicimos ayer.

    Y cuando se acerca a la mesa que compartimos Joe y yo, me hundo en la silla. Lo último que necesito es que la señora Peterson me eche la bronca.

    - Buen trabajo -señala la mujer mientras coloca mi examen boca abajo en mi mesa. Entonces, se gira hacia Joe , y añade-: Para alguien que desea ser profesor de química, no ha empezado con muy buen pie, señor Jonas. Si no viene preparado a clase, la próxima vez me lo pensaré dos veces antes de salir en su defensa.

    Deja caer el examen de Joe Jonas a él. Lo sujeta entre el índice y el pulgar, como si el papel fuera demasiado asqueroso como para que el resto de los dedos lo rocen.
    - Quédese después de clase -le dice antes de entregar el resto de los exámenes.

    No puedo entender por qué la señora Peterson no me ha echado ningún sermón. Le doy la vuelta al examen y veo un sobresaliente en la parte posterior. Me froto los ojos con las manos y vuelvo a mirarlo. Debe de haber algún error. No tardo ni un segundo en reparar en el responsable de mi nota. La verdad me golpea como un martillazo en el estómago. Miro a Joe, quien está guardando su suspenso dentro de un libro.

        - ¿Por qué lo has hecho?
    Espero a que la señora Peterson termine su conversación con Joe después de clase para acercarme a él. Estoy esperándole en la taquilla, y él me presta muy poca atención, si es que me presta alguna. Intento ignorar las miradas que me atraviesan la espalda.
    - No sé de qué estás hablando -dice.
    ¡No me digas!
    - Cambiaste los exámenes.

    - No es para tanto, ¿vale? -dice, cerrando la taquilla de golpe.
    Sí que lo es. Joe se aleja por el pasillo como si quisiera dejar las cosas como están. Le vi haciendo su examen con diligencia, pero cuando he reparado en el gran suspenso en rojo en el papel, he comprendido que era mi propio examen.
    Después de clase, salgo corriendo hacia la puerta principal para alcanzarle. Está montado en la moto, apunto de marcharse.
    - ¡Joe, espera!

    Estoy nerviosa. Me aparto el pelo de la cara y lo escondo tras las orejas.
    - Sube -me ordena.
    - ¿Qué?

    - Sube. Si quieres darme las gracias por salvarte el culo, ven a casa conmigo. Lo que te dije ayer iba en serio. Tú me mostraste un pedacito de tu vida, y yo quiero mostrarte la mía. Es justo, ¿no?

    Echo un vistazo al aparcamiento. La gente nos mira; probablemente esperan el momento oportuno para hacer circular el cotilleo. Si me marcho con él, la noticia se difundirá rápidamente.

    El rugido del motor me hace regresar a la realidad.
    - No tengas miedo de lo que puedan pensar.

    Le echo un vistazo, desde los vaqueros desgarrados y la chaqueta de piel hasta la bandana roja y negra (los colores de su pandilla) que acaba de atarse a la cabeza. Debería estar aterrorizada, pero entonces recuerdo cómo se comportó ayer con Shelley.

    A la mierda.
    Me coloco la mochila a la espalda y monto a horcajadas sobre la moto.
    - Sujétate bien -dice, llevándome las manos a su cintura. El simple contacto de sus fuertes manos sobre las mías resulta profundamente íntimo. Antes de apartar esa idea de mi mente, me pregunto si él también sentirá lo mismo. Joe Jonas es un tipo duro. Con experiencia. Supongo que un simple roce de manos no le provocará un revoloteo en el estómago.

    Antes de poner las manos en el manillar, frota las yemas de los dedos contra las mías, a propósito. Ay, madre mía. ¿Dónde me estoy metiendo?

    Cuando aumenta la velocidad al salir del aparcamiento, me agarro con más fuerza a sus duros abdominales. Me asusta la velocidad y empiezo a marearme, como si estuviera en una montaña rusa sin barra de seguridad.

    La moto se detiene frente a un semáforo en rojo. Me echo hacia atrás. Le oigo reír cuando el semáforo se pone en verde y volvemos a arrancar a toda velocidad. Me aferro a su cintura y escondo la cabeza en su espalda.

    Cuando por fin nos detenemos, y después de que Joe baje el caballete de la moto, echo un vistazo a lo que me rodea. Nunca había estado en esta calle. Las casas son tan... pequeñas. La mayoría solo tienen un piso, y ni un gato podría colarse en el espacio entre una y otra. Aunque no quiero sentirme de este modo, se me instala en la boca del estómago una sensación de pesar.

    Mi casa es, por lo menos, siete, no, ocho o nueve veces más grande que la de Joe. Sabía que esta zona de la ciudad era pobre, pero no tanto...
    - Esto ha sido un error -dice Joe-. Te llevaré a casa.
    - ¿Por qué?

    - Entre otras cosas, por la cara de asco que pones.
    - No me da asco. Me sabe mal que...

    - No me compadezcas -me advierte-. Soy pobre, pero no un vagabundo.
    - De acuerdo. ¿No vas a invitarme a entrar? Los chicos del otro lado de la calle no dejan de mirar a la chica blanca.
    - De hecho, por aquí te llamarán «la chica nieve».
    - Odio la nieve -le digo.

    Joe sonríe. - No es por eso, guapa. Es por tu piel, blanca como la nieve. Tú sígueme y no mires a los vecinos, aunque ellos si lo hagan.

    Joe avanza con cautela mientras me acompaña al interior de su casa.
    - Bueno, ya estamos aquí -dice, una vez dentro.

    Puede que el salón sea más pequeño que cualquiera de las habitaciones de mi casa, pero es acogedor y cálido. Hay dos mantitas de ganchillo sobre el sofá con las que me encantaría taparme en las noches gélidas. En mi casa no liemos ese tipo de mantitas. Tenemos edredones... unos además han sido diseñados a medida y para que peguen con el resto de la decoración.

    Recorro la casa de Joe, pasando los dedos por los muebles. En una estantería con velas medio derretidas reparo en la fotografía de un hombre muy atractivo. Siento el calor de Joe cuando se coloca a mi lado.
    - ¿Tu padre? -le pregunto.
    Él asiente con la cabeza.

    - No puedo ni imaginar lo que debe ser perder a un padre.
    Aunque el mío no esté mucho por casa, sé que es una pieza importante de mi vida. Siempre he deseado recibir algo más de cariño por parte de mis padres, aunque debería sentirme agradecida por el mero hecho de poder tenerlos a ambos a mi lado, ¿no?

    Joe estudia la foto de su padre.
    - Cuando ocurre, te quedas como atontado e intentas no pensar mucho en ello. Bueno, sabes que se ha ido y todo eso, pero es como si estuvieras rodeado por una neblina. Entonces, la vida te marca una rutina y te obligas a ti mismo a seguirla -me explica, encogiéndose de hombros-. Con el tiempo, dejas de pensar tanto en ello y continúas adelante. No te queda más remedio.
    - Es como una especie de prueba.

    Me miro en un espejo que hay en la pared. Me paso los dedos por el pelo, distraídamente.
    - Te pasas el día haciendo eso.
    - ¿El qué?

    - Arreglándote el pelo o retocándote el maquillaje.
    - ¿Y qué hay de malo en querer tener un buen aspecto?
    - Nada, a no ser que se convierta en una obsesión.
    Bajo las manos, deseando poder dejarlas quietecitas.
    - No estoy obsesionada.

    - ¿Tan importante es que la gente crea que eres guapa? -me pregunta, y vuelve a encogerse de hombros.

    - No me importa lo que piense la gente -miento.
    - Eso es porque eres... guapa. Por eso no debería importarte tanto.
    Ya lo sé. Sin embargo, de donde soy, las apariencias lo son todo. Y hablando de apariencias...

    - ¿Qué te ha dicho la señora Peterson después de clase?
    - Ah, lo de siempre. Que si no me tomo en serio su clase convertirá mi vida en un infierno.

    Trago saliva con fuerza. No sé si debería revelarle el plan que tengo en mente.
    - Voy a decirle que intercambiaste los exámenes.
    - No lo hagas -me ordena, apartándose de mí.
    - ¿Por qué no?
    - Porque no importa.

    - Claro que importa. Necesitas buenas notas para entrar en...
    - ¿Dónde? ¿En una buena universidad? Demi sabes perfectamente que no iré a la universidad. Vosotros, los niños ricos, os tomáis la nota media como un símbolo de lo que valéis. Yo no necesito eso, así que no hace falta que me hagas ningún favor. Conseguiré aprobar esta asignatura, aunque sea con un aprobado justo. Solo he de asegurarme de que el proyecto nos salga bien.

    Si dependiera solo de mi, sacaríamos matrícula de honor en el proyecto.
    - ¿Dónde está tu habitación? -le pregunto para cambiar de tema. Dejo caer la mochila sobre el suelo del salón-. La habitación dice mucho sobre la persona.

    Joe señala una puerta lateral. Tres camas ocupan la mayor parte del reducido espacio, y el resto, un pequeño armario. Camino por la pequeña habitación.
    - La comparto con mis dos hermanos -me explica-. No tengo mucha intimidad.
    - Déjame adivinar cuál es la tuya -digo, sonriendo.
    Observo lo que rodea a cada cama. Hay una pequeña foto de una bonita mexicana pegada a una de las paredes.

    - Vaya... -murmuro, mirando a Joe y preguntándome si la chica que me devuelve la mirada es su chica ideal.

    Me acerco a él y examino la siguiente cama. Fotografías de jugadores de fútbol en la pared. La cama está hecha un desastre, y hay ropa esparcida desde la almohada hasta los pies. Nada adorna la pared de la tercera cama, como si la persona que duerme en ella fuera un invitado. Es casi triste. Las dos primeras paredes dicen mucho de las personas que duermen bajo ellas, sin embargo, la tercera está completamente desnuda.

    Me siento en la cama de Joe, la vacía y desesperada, y le miro a los ojos.
    - Tu cama dice mucho sobre ti.
    - ¿Ah, sí? ¿Y qué dice?

    - Que no piensas quedarte aquí mucho tiempo -le digo-. A menos que sea porque realmente quieres ir a la universidad.
    - No voy a dejar Fairfield. Nunca -dice apoyándose en el marco de la puerta.
    - ¿No quieres labrarte un futuro?
    - Pareces el orientador del instituto.
    - ¿No quieres marcharte de aquí y vivir tu propia vida?
    ¿Alejarte de tu pasado?

    - Crees que la universidad es una especie de vía de escape -sentencia.
    - ¿Una vía de escape? Joe no tienes ni idea. Yo iré a la universidad que queda más cerca de donde está mi hermana. Primero elegí Northwestern, y ahora la Universidad de Colorado. Mi vida viene dictada por los caprichos de mis padres y por el lugar donde quieren ingresar a Shelley. Tú eliges el camino más fácil, por eso quieres quedarte aquí.

    - ¿Crees que ser el hombre de la casa es pan comido? Asegurarme de que mi madre no acabe mezclándose con algún perdedor o que mis hermanos empiecen a inyectarse mierda o fumar crack son motivos suficientes para quedarme aquí. - - Lo siento.

    - Te lo advertí. No me compadezcas.
    - No es eso -matizo, mirándole a los ojos-. Sientes una conexión familiar muy fuerte, pero no cuelgas nada permanente junto a tu cama, como si fueras a largarte en cualquier momento. Por eso he dicho que lo siento. Joe  da un paso atrás, alejándose de mí.

    - ¿Has acabado con el psicoanálisis? -pregunta. Le sigo hasta el salón mientras sigo preguntándome cómo verá Joe su futuro. Parece dispuesto a dejar esta casa... o esta vida. ¿Acaso la ausencia de cualquier adorno junto a su cama puede ser una señal de que está preparado para morir? ¿Está destinado a acabar como su padre? ¿Se refiere a eso cuando habla de demonios?

        Durante las siguientes dos horas, organizamos nuestro proyecto sobre los calentadores de manos, sentados en el sofá del salón. Es mucho más inteligente de lo que pensaba; el sobresaliente de su examen no ha sido una casualidad. Tiene un montón de ideas de hacia dónde podemos dirigir la investigación y de los libros de la biblioteca donde podemos obtener información, o sobre cómo podemos construirlos calentadores y las distintas opciones para redactarlo. Necesitaremos productos químicos que nos proporcionará la señora Peterson, y bolsas herméticas para guardarlos. Hemos decidido revestir las bolsas con materiales que compraremos en una tienda de telas, de ese modo tal vez podamos ganar algún punto extra. Intento seguir hablando de química y me ando con pies de plomo para no tocar ningún tema demasiado personal.

    Cuando cierro el libro de química, veo por el rabillo del ojo que Joe se pasa la mano por el pelo.
    - No pretendía ser tan brusco contigo.
    - No pasa nada. Me he entrometido en tus cosas.
    - Tienes razón.

    Me pongo en pie, sintiéndome incomoda. Él me coge del brazo y tira de mí para que vuelva a sentarme.

    - No -matiza-. Me refiero a que tienes razón respecto a mí. No quiero colocar nada permanente sobre la cama.
    - ¿Por qué?

    - Mi padre -dice Joe, mirando la fotografía colgada en la pared. Cierra los ojos con fuerza-. Dios, había tanta sangre. -Vuelve a abrir los ojos y me mira fijamente-. Si he aprendido algo, es que nadie está aquí para siempre. Tienes que vivir el momento, el día a día... el presente.

    - ¿Y qué quieres hacer ahora mismo? -le pregunto, sabiendo lo que deseo yo. Quiero curar sus heridas y olvidar las mías.
    Joe me acaricia la mejilla con la yema de los dedos.
    Me quedo sin respiración.
    - ¿Quieres besarme, Joe? -le susurro.

    - Dios, sí, quiero besarte... quiero saborear tus labios, tu lengua -dice mientras recorre mis labios con sus dedos, con dulzura-. ¿Y tú? ¿Quieres que te bese? No se enteraría nadie. Quedaría entre nosotros dos.

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