Demi se quedó
petrificada.
Cielos, no había cambiado nada. Seguía siendo
el más guapo de los hombres. Llevaba vaqueros y una sudadera gastada, remangada
hasta los codos. Tenía los ojos azules fijos en ella, de una forma que la hacía
temblar.
Sin poder evitarlo, Demi se sintió otra vez
como una ingenua quinceañera enamorada.
– Joseph, ¿qué diablos haces aquí? ¡Me
dijiste que ibas a marcharte del país!
–Debería estar en el avión ahora, pero el mal
tiempo me ha obligado a cancelar los planes. Hace mucho tiempo que no nos
vemos, Demi…
Hubo un largo silencio. Nerviosa, Demi notó cómo los
cuatro años que había pasado lejos de él, cortando los vínculos que la habían
atado a ese hombre, se esfumaban ante sus narices. Tuvo ganas de llorar. Pero
la rabia fue más fuerte. Se quitó el abrigo mojado por la nieve.
–Sí. ¿Qué tal estás? –preguntó ella,
forzándose a sonreír.
–Estaba esperándote. Quería asegurarme de que
llegabas sana y salva. No estaba seguro de si ibas a venir en tren o en coche.
–He venido en tren –informó ella. Había dejado
el coche en Londres–. Pero no era necesario que me esperaras. Ya sabes que
puedo cuidarme sola.
–Seguro que sí. Mi madre me ha tenido al tanto
de tus progresos en París.
Demi seguía sin moverse, como si
estuviera clavada al sitio.
Tomando la iniciativa, Joseph se giró y entró en
la cocina, dejándola para que lo siguiera.
No había hecho ningún comentario sobre lo
mucho que ella había cambiado, se dijo Demi. ¿Acaso no se había dado cuenta?
Aunque lo cierto era que él nunca se había fijado…
–Estoy muy contenta en el trabajo –señaló
ella, incómoda, tratando de mantener la conversación con educación–. Nunca
imaginé que acabaría quedándome allí cuatro años, pero cada vez he ido
aceptando más responsabilidades y me han ascendido un par de veces.
–Pareces una invitada, ahí parada. Siéntate.
Esta noche no vas a arreglar nada. Podemos hacer una lista de lo que necesita
arreglo mañana.
–¿Podemos? Como te he dicho, no hace ninguna
falta que me ayudes. Planeo terminar mañana, pues tengo que irme pasado mañana
a primera hora.
No era así como se suponía que debían actuar
dos amigos que llevaban largo tiempo sin verse. Demi lo sabía.
Era consciente de que estaba tratando a Joseph con excesiva
frialdad, pero también sabía que necesitaba hacerlo para protegerse. Solo de
mirarlo, tan atractivo y viril, su mente amenazaba con llevarla de nuevo al
mismo lugar de hacía años.
–Buena suerte con el tiempo.
–¿Qué haces en la nevera? –preguntó ella,
mientras Joseph rebuscaba algo.
–Huevos, queso. Tienes pan también, de ayer.
Cuando empezó a nevar, me di cuenta de que igual me quedaba atrapado aquí, o
tú, por eso fui a la tienda y compré unas cuantas cosas.
–Muy amable, Joseph, gracias.
–Esto es divertido, ¿no? –comentó él, sacando
una botella de vino de la nevera. Sirvió dos vasos–. Hace cuatro años que no
nos vemos y no sabemos qué decirnos. ¿Qué has estado haciendo en Francia?
–Ya te lo he dicho. Mi trabajo me gusta. Y
tengo una casa muy bonita.
–Así que todo te ha salido a pedir de boca
–observó él y se sentó. Mientras le daba un trago a su vino, la miró por encima
de la copa.
En cuatro años, Demi había cambiado mucho,
caviló Joseph. No había podido verla en todo ese tiempo, pues ella había hecho todo lo
posible por cortar ataduras con él. Y todo por lo que había pasado aquella
horrible noche. Por supuesto, él no lamentaba cómo había actuado. No había
podido hacer otra cosa. Ella había sido joven y vulnerable y demasiado
atractiva. Se había ofrecido a él con ingenuidad y llena de confianza, no como
las mujeres interesadas a las que estaba acostumbrado.
Sin embargo, Joseph no había
sospechado nunca que, al rechazarla, la perdería para siempre.
–Sí –dijo ella, sin tocar su copa de vino–.
Todo me ha ido muy bien. ¿Y qué me dices de ti? He visto a tu madre unas
cuantas veces, pero no sé mucho de tus andanzas.
–He estado abriendo nuevas brechas de mercado
en Oriente, pero no creo que te interese mucho hablar de negocios. Dime, ¿qué
te parece París? Es muy distinto de estos bosques helados, ¿a que sí?
–Sí, lo es.
–¿Vas a decir algo más al respecto o quieres
que sigamos bebiendo mientras pienso nuevos temas de conversación?
–Lo siento, Joseph. Ha sido un viaje
muy largo y estoy cansada. Creo que es mejor que te vayas a tu casa. Podemos
ponernos al día en otro momento.
–No lo has olvidado, ¿verdad?
–¿El qué?
–La última vez que nos vimos.
–No tengo ni idea de qué estás hablando.
–Sí. Creo que sí, Demi.
–No creo que tenga sentido escarbar en el
pasado, Joseph –se defendió ella, poniéndose en pie con los brazos cruzados.
No solo se habían convertido en extraños, sino
que eran enemigos. Y, para colmo, Demi se daba cuenta de que, todavía,
algo dentro de ella seguía respondiendo a su influjo. No sabía si eran los
recuerdos compartidos o su atractivo masculino, pero tampoco quería
averiguarlo.
–¿Por qué no vas a cambiarte? Te prepararé
algo de comer y, si me dices que estás demasiado cansada para comer, pensaré
que estás inventando excusas para evadir mi compañía. Y no creo que sea eso, ¿o
sí?
–Claro que no –contestó ella, sonrojándose.
–No será nada complicado. Sabes que mi talento
culinario es muy limitado.
La sonrisa de Joseph fue un doloroso
recordatorio de los buenos tiempos que habían pasado juntos.
–Y no me digas que no hace falta –continuó él,
levantando una mano–. Ya te he dicho que sé que eres muy independiente.
lo unico q puedo decir es q estan geniales....y SIGUELAS TODAS CON URGENCIA....!!!
ResponderEliminarbye saludos
Vaneeeee, querida! Esta novela me va a matar !
ResponderEliminarCreo, creo, creo... que me voy a divertir mucho
con los pensamientos contradictorios entre este par
y espero que nuestra hermosa Demi no sufra demasiado
por culpa de Joe, que creo será un personaje
de pensamiento lento en cuanto a ella se trate...
jajaja
estoy adivinando
jajajajaja
ya enserio!
subí que me va a dar algo, armando tantas suposiciones.
te quiero, besos, abrazos y muchísimo amouur
bye.