Joe
Estoy
en el almacén donde los Latino Blood quedan cada noche. Acabo de fumarme el
segundo o tercer cigarrillo, ya he perdido la cuenta.
- Bebe un poco de
cerveza y borra esa cara de deprimido -suelta Paco, pasándome una Coronita. Le
cuento que Demi me ha dejado plantado esta mañana y lo único que hace es negar
con la cabeza, como si me lo mereciera por haberme acercado a la zona norte.
Cojo la botella
pero vuelvo a lanzársela.
- No, gracias.
- ¿Qué pasa, tío?
¿No es lo suficientemente bueno para ti? -pregunta Javier, probablemente el más
imbécil de los Latino Blood. El colega consume alcohol con la misma moderación
con la que consume droga, es decir, ninguna.
Le lanzo una mirada
de advertencia, sin decir palabra.
- Estaba de coña,
tío -masculla el borracho de Javier.
Nadie quiere
meterse en líos conmigo. Durante mi primer año como pandillero en los Latino
Blood, demostré mi valía en un encontronazo con una banda rival.
Cuando era crío,
solía pensar que podría salvar el mundo... o al menos salvar a mi familia.
«Nunca me convertiré en miembro de ninguna banda», me repetía a mí mismo cuando
ya tenía edad de meterme en una. «Protegeré a mi familia con mis propias
manos». En la zona sur de Fairfield, o eres un gangster o estás contra ellos.
Entonces, solía soñar con otro futuro, sueños ilusos en tíos que podía
mantenerme al margen de las bandas y seguir protegiendo a mi familia. Pero esos
sueños se desvanecieron hace mucho tiempo, condenando mi futuro, la noche en la
que dispararon a mi padre a unos cinco metros de mí. Tenía seis años.
Cuando me acerqué a
su cuerpo, todo lo que pude ver fue una mancha roja extendiéndose por la parte
delantera de la camiseta. Me recordó a una diana, excepto porque el centro del
objetivo se hacía cada vez más grande. En cuestión de segundos, mi padre se
quedó sin aliento. Aquello fue todo. Había muerto.
No me acerqué
demasiado, ni tampoco lo toqué. Tenía demasiado miedo. No dije ni una palabra
durante los días posteriores a su muerte. Incluso cuando la policía me
interrogó, no fui capaz de hablar. Llegaron a la conclusión de que me
encontraba en estado de shock, y que mi cerebro no sabía cómo procesar lo ocurrido.
Tenían razón. Ni siquiera recuerdo el aspecto del tío que le disparó. Nunca he
podido vengar la muerte de mi padre, aunque cada noche rememoro la escena del
disparo e intento juntar las piezas del rompecabezas. Si pudiera acordarme, ese
cabrón pagaría por lo que hizo.
Lo que ha sucedido
hoy, sin embargo, está perfectamente claro en mi mente. Demi me ha dejado
plantado, su madre me ha mirado con el ceño fruncido... cosas que deseo olvidar
pero que parezco tener incrustadas en el cerebro.
Paco vacía la mitad
de la cerveza de un trago, sin importarle que le caiga por las comisuras de los
labios y que le salpique la camiseta. Cuando Javier se vuelve hacia otro de los
chicos, Paco se dirige a mí. - Carmen te la jugó bien, ¿verdad?
- ¿Por qué lo dices?
- No confíes en las
tías. Y si no, fíjate en Demi Lovato... Suelto un taco en voz baja.
- Paco, me lo he
pensado mejor, pásame una Coronita. Una vez abierta la vacío de un trago y
aplasto la lata contra la pared. - Puede que no quieras escuchar lo que voy a
decirte, Joe. Pero vas a tener que hacerlo estés o no borracho, Carmen, esa ex
tuya, esa Latina sexy que adora los cotilleos y hacerle chupones a sus novios,
te dio una puñalada por la espalda. De modo que lo único que haces con Demi
Lovato es utilizarla porque necesitas devolverle el golpe a alguien. -Escucho a
Paco, sin mucha gana, mientras cojo otra cerveza.
- ¿Crees que
intento hacer eso con mi compañera de clase de química?
- Sí, pero te va a
salir el tiro por la culata, colega, porque en realidad esa chica te gusta.
Admítelo.
- Solo me interesa
por la apuesta -concluyo, sin ninguna intención de admitir nada.
Paco ríe con tanta
fuerza que acaba tropezando y cayendo de culo sobre el suelo del almacén. Me
señala con la cerveza que aún sostiene en la mano.
- Amigo, se te da
tan bien mentirte a ti mismo que empiezas a creerte todas las gilipolleces que
sueltas por la boca. Esas dos tías son polos opuestos, Joe.
Cojo otra cerveza.
Cuando abro la pestaña, reflexiono sobre las diferencias entre Carmen y Demi. Carmen
tiene una mirada sexy, oscura y misteriosa. La mirada de Demi parece más bien
inocente, con esos ojos azules tan claros que casi puedes ver a través de
ellos. ¿Seguirá siendo así cuando haga el amor con ella?
Mierda. ¿Hacer el amor? ¿Por qué coño he
mezclado a Demi y el amor en una misma frase? Se me está yendo la cabeza.
La siguiente media
hora, la paso bebiendo tanta cerveza como puedo. Así me siento lo
suficientemente bien como para no tener que pensar... en nada.
Una voz de chica me
saca del ensimismamiento.
- ¿Os apuntáis a
una fiesta en Danwood Beach? -pregunta.
Miro a unos ojos de
color chocolate. Aunque mi mente esté nublada y me siento mareado, sé con
seguridad que el chocolate es lo opuesto a lo azul. No quiero lo azul. El azul
me confunde demasiado. El chocolate es sencillo, es más fácil tratar con él.
Algo no va bien, pero no soy capaz de identificar de qué se trata. Y cuando
siento los labios de chocolate sobre los míos, deja de importarme todo excepto
apartar el azul de mi mente. Aunque también recuerde que el chocolate puede ser
amargo.
- Sí -digo cuando
separo los labios de los de ella-. ¡Vámonos de fiesta!
Una hora más tarde,
estoy con el agua hasta la cintura. Deseo convertirme en un pirata y surcar
mares solitarios. Por supuesto, en el fondo de mi confusa mente sé que estoy
contemplando el Lago Michigan y no un océano. Pero en este momento que no
pienso con claridad, ser un pirata me parece una opción de narices. Sin familia,
sin preocupaciones, sin chicas de pelo rubio y ojos azules que me perforan al
mirarme.
Unos brazos me
rodean el torso, como tentáculos.
- ¿En qué piensas,
cariño?
- En convertirme en
pirata -murmuro al pulpo que acaba de dirigirse a mí con tanta confianza.
Las ventosas del
pulpo me están besando en la espalda y avanzan hasta la cara. Pero en lugar de
asustarme, me siento a gusto. Conozco este pulpo, estos tentáculos.
- Tú serás un
pirata y yo una sirena. Podrás rescatarme.
De algún modo,
tengo la sensación de que es a mí a quien deberían rescatar porque siento que
me está ahogando con sus besos.
- Carmen -le digo
al cefalópodo de ojos marrones que se ha transformado en una sexy sirena,
comprendiendo de repente que estoy borracho, desnudo y con el agua hasta la
cintura en el Lago Michigan.
- Shh, relájate y
disfruta.
Carmen me conoce lo
suficiente como para hacerme olvidar la realidad y ayudarme a concentrarme en
la fantasía. Me abraza con sus manos y su cuerpo. Parece ingrávida en el agua.
Llevo las manos hacia lugares en los que he estado antes y tanteo un territorio
que me resulta familiar, pero la fantasía no me invade esta vez. Y cuando
vuelvo la mirada hacia la orilla, el bullicio provocado por mis ruidosos amigos
me recuerda que no estamos solos y que a mi pulpo-sirena le encanta tener
público.
A mí no.
Cojo a mi sirena de
la mano y empiezo a caminar hacia la orilla. Hago caso omiso de los comentarios
de mis colegas y le digo a mi sirena que se vista mientras yo me pongo los
pantalones. Hecho esto, la cojo de nuevo de la mano y nos abrimos paso a través
de la multitud hasta dar con un espacio vacío en el que poder sentamos junto a
nuestros amigos.
Me recuesto sobre
una enorme roca y estiro las piernas. Mi ex novia se acurruca a mi lado, como
si nunca hubiéramos roto, como si nunca me hubiera engañado con otro. Me siento
atrapado, sin escapatoria.
Ella da una calada
a algo más fuerte que un cigarrillo y me lo pasa. Observo el porro fino y bien
liado.
- Esto no llevará
alucinógenos, ¿verdad? -pregunto. Estoy deshecho, y lo último que necesito es
mezclarla marihuana y la cerveza con otras drogas. No quiero matarme, solo
pretendo alcanzar un estado de entumecimiento temporal.
- Solo es
marihuana, cariño - dice, poniéndome el porro en los labios.
Quizás me ayude a
dejar la mente en blanco y olvidar todo lo relacionado con disparos y ex
novias, y apuestas en las que tengo que acostarme con una chica que cree que
soy la escoria de la sociedad.
Acepto el porro y le doy una calada.
Las manos de mi
sirena avanzan hacia el pecho.
- Puedo hacerte
feliz, Joe -susurra, tan cerca de mí que puedo oler el alcohol y la marihuana
en su aliento. O quizás sea el mío, no estoy seguro-. Dame otra oportunidad.
La droga y el
alcohol confunden mis sentidos. Y al rememorar la imagen de Colin y Demi abrazados
en el instituto, acerco el cuerpo de Carmen hacia mí.
No necesito una
chica como Demi.
Necesito una chica
sexy y picante como Carmen, mi sirenita mentirosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario