Joe
- ¿Y a esto lo
llamas besar?
- Sí.
De acuerdo, me ha
desconcertado un poco que Demi me haya hecho poner la mano sobre su sedosa
mejilla. Maldita sea, por la manera que ha reaccionado mi cuerpo se diría que
estaba bajo el efecto de las drogas. Hace un minuto, me tenía completamente
hechizado. Luego, la hermosa bruja le ha dado la vuelta a la tortilla y se ha
hecho con la posición de ventaja. Me ha sorprendido, eso está claro. Estallo en
carcajadas, deliberadamente, para que todos se interesen por lo que hacemos, que
es justo lo que ella no quiere.
- Shh -suelta Demi,
dándome un puñetazo en el hombro para que me calle. Cuando río con más fuerza,
me golpea en el brazo con el pesado libro de química.
En el brazo
dolorido.
- ¡Ay! -exclamo con
una mueca de dolor. Siento como si un millón de abejas me clavaran su aguijón
en la herida del bíceps-. ¡Cono, qué daño!
Ella se muerde el
labio color rosa palo, un tono que le va muy bien, a mi parecer. Aunque tampoco
me importaría ver cómo le queda el rosa chicle.
- ¿Te he hecho
daño? -pregunta.
- Sí -digo entre
dientes mientras intento concentrarme en el color de sus labios para olvidarme
del dolor.
- Bien.
Me levanto la manga
de la camiseta para examinar la herida y (gracias a mi compañera de laboratorio)
una de las grapas que me pusieron en el centro de salud tras la pelea con los
Latin Hood en el parque está sangrando. Demi tiene un buen derechazo para
alguien que probablemente no pase de peso pluma.
Aspira con fuerza y
se ablanda:
- ¡Oh, Dios! No
pretendía hacerte daño, Joe. De verdad que no. Cuando amenazaste con enseñarme
la cicatriz, te levantaste la manga izquierda.
- No iba a
enseñártela de verdad. Estaba tomándote el pelo. No pasa nada -le digo. Vaya,
parece que es la primera vez que esta chica ve sangre. Aunque claro, puede que
ella la tenga azul.
- Sí, sí que pasa
-insiste mientras niega con la cabeza-. Te están sangrando los puntos.
- Son grapas
-matizo, intentando poner una nota de humor. La pobre está más blanca de lo
normal. Y respira con fuerza, casi jadeando. Si se desmaya, voy a perder la
apuesta con Lucky. Si no es capaz de aguantar una mancha de sangre, ¿cómo va a
reaccionar cuando tengamos relaciones sexuales? A no ser que no nos desnudemos,
entonces no tendrá que ver todas las cicatrices que tengo. Y si lo hacemos a
oscuras, podrá imaginar que soy alguien blanco y rico. A la mierda, me gusta
hacerlo con las luces encendidas... Me gustaría sentirla contra mí, y quiero
que sepa que está conmigo y no con otro capullo.
- Joe, ¿te
encuentras bien? -pregunta Demi. Su preocupación parece sincera.
¿Debería contarle
que se me había ido el santo al cielo y que me he puesto a imaginar cómo sería
hacerle el amor?
La señora P.
aparece por el pasillo con una expresión ceñuda.
- Chicos, esto es
una biblioteca. Guarden silencio -dice. Pero entonces repara en la pequeña veta
de sangre que me serpentea por el brazo y me mancha la manga-. Demi, acompáñele
a la enfermería. Joe, la próxima vez que venga al instituto, lleve la herida
bien vendada.
- Señora P, ¿no
cuento con su comprensión? Me estoy desangrando.
- Haga algo para
ayudar a la humanidad o al planeta, Joe, y entonces contará con mi comprensión.
La gente que se mete en peleas callejeras no conseguirá nada de mí excepto
rechazo. Ahora vaya a curarse.
Demi coge los
libros de mi regazo y dice con voz temblorosa:
- Vamos.
- Puedo llevar los
libros -digo mientras la sigo fuera de la biblioteca. Estoy presionándome la
manga contra la herida, con la esperanza de que detenga la hemorragia.
Ella camina delante
de mí. Si le digo que necesito ayuda para caminar porque me siento débil, ¿se
lo tragará y acudirá a mi rescate? Tal vez debería tropezarme... aunque
conociéndola, seguro que no le importará.
Justo antes de
llegar a la enfermería, se da la vuelta. Le tiemblan las manos.
- Lo siento mucho, Joe.
No pretendía...- Ha perdido los papeles. Si se pone a llorar, no sé qué voy a
hacer. No estoy acostumbrado a tratar con chicas lloronas. No creo que a Carmen
se le escapara ni una sola lágrima durante el tiempo que salimos juntos. De
hecho, no estoy muy seguro de que Carmen tenga conductos lacrimales. Eso solía
gustarme, porque las tías sensibles me ponen nervioso.
- Oye... ¿estás
bien? -pregunto.
- Si esto llega a
saberse, no voy a lograr que lo olviden nunca. Ay, Dios, si la señora Peterson
llama a mis padres, me matarán. O al menos desearé que lo hagan.
Ella sigue hablando
y temblando, como si fuera un coche sin frenos y con unos pésimos
amortiguadores.
- ¿Demi?
- ... y mi madre
me echará la culpa de todo. Admito que es culpa mía. Pero se pondrá histérica
conmigo y yo tendré que explicárselo, y espero que...
Antes de que pueda
decir nada más, le grito:
- ¡Demi!
Me mira con una expresión tan confusa que no
sé si sentir lástima por ella o si sentirme atónito porque no dejara de hablar.
Parecía que no iba a detenerse nunca.
- ¡Eres tú quien
se está poniendo histérica! -le recuerdo. Demi tiene los ojos claros y
brillantes, pero ahora están apagados y vacíos, como si estuviera en otra
parte. Mira al suelo, a su alrededor, a todos lados menos a mí-. No, no es
verdad. Me encuentro bien.
- Y una mierda.
Mírame. -Vacila un instante.
- Estoy bien -dice,
mirando ahora a una de las taquillas que hay en el pasillo-. Olvida todo lo que
te he dicho.
- Si no me miras,
voy a desangrarme aquí mismo y tendrán que hacerme una trasfusión. Mírame,
joder. -Cuando lo hace, todavía respira con dificultad.
- ¿Qué? Si quieres
decirme que mi vida está fuera de control, ya soy consciente de ello.
- Ya sé que no
pretendías hacerme daño. Incluso aunque hubiera sido así, probablemente lo
mereciera -digo. Espero quitarle hierro al asunto para que a la chica no le dé
un ataque de nervios en el pasillo-. Cometer errores no es ningún crimen,
¿sabes? ¿De qué sirve tener una reputación si no puedes arruinarla de vez en
cuando?
- No intentes hacer
que me sienta mejor, Joe. Te odio.
- Yo también te
odio. Ahora, por favor, larguémonos de aquí. No quiero que el conserje se pase
todo el día limpiando mi sangre del suelo. Somos parientes, ¿sabes?
Ella mega con la
cabeza. No se traga que el conserje de Fairfield sea un pariente mío. Vale,
puede que no sea exactamente un pariente. Pero tiene familia en Atencingo, la
misma ciudad de México en la que viven los primos de mi madre.
En lugar de
marchamos, mi compañera de laboratorio abre la puerta de la enfermería para que
entre. Creo que todavía puede responder, aunque aún le tiemblen las manos.
- Está sangrando
-le grita a la señorita Kioto, la enfermera del instituto.
La señorita Kioto
me obliga a sentarme en una de las camillas.
- ¿Qué te ha
pasado?
Miro a Demi. Tiene
una expresión de preocupación, como si le angustiara que pudiera dañarla allí
mismo. Espero que el ángel de la muerte tenga el mismo aspecto que ella cuando
estire la pata. No me importaría i
- Se me han abierto
las grapas -digo-. No es para tanto.
- ¿Y cómo ha
ocurrido? -pregunta la señorita Kioto mientras humedece un trozo de tela blanca
y me da ligeros toques en el brazo. Contengo la respiración, esperando a que
desaparezca el escozor. No voy a chivarme de mi compañera, sobre todo cuando estoy
intentando seducirla.
- Le he golpeado yo
-dice Demi con un hilo de voz.
La enfermera se da
la vuelta, asombrada.
- ¿Le has golpeado?
- Por accidente
-intervengo yo, sin saber exactamente por qué intento proteger a una chica que
me odia y que probablemente preferiría suspender la clase de la señora P. que
ser mi compañera.
Mis planes con Demi
no iban como esperaba. El único sentimiento que ha afirmado sentir por mí es el
odio. E imaginarme a Lucky montado en mi moto es mucho más doloroso que la
mierda antiséptica que la señorita Kioto está frotando contra mi herida.
Si quiero salvar la
dignidad y mi Honda, voy a tener que conseguir quedarme a solas con Demi. Puede
que su preocupación signifique que no me odia del todo. Nunca he conocido a una
chica que lo tenga todo tan programado, que sepa con tal claridad cuáles son
sus objetivos. Es un robot. O eso me parece. Siempre que la veo, parece actuar
como una princesa acosada por las cámaras. Quién iba a decir que un simple
brazo sangriento conseguiría trastocarla.
Miro a Demi. Está
concentrada en mi brazo y en las curas de la enfermera. Ojalá estuviéramos en
la biblioteca. Estoy seguro de que estaba pensando en enrollarse conmigo. Me he
excitado solo de pensarlo, aquí delante de la señorita Kioto. Menos mal que la
enfermera se aleja hacia el botiquín, ¿Dónde hay un enorme libro de química
cuando necesitas uno?
- Quedemos el
jueves después del instituto. Ya sabes, para trabajar en el borrador -sugiero.
Y tengo dos razones para hacerlo: la primera es que, delante de la señorita
Kioto, debo dejar de pensar en Demi desnuda, y la segunda es que quiero
quedarme a solas con ella.
- El jueves estoy
ocupada -dice.
Probablemente tenga
planes con Caro Burro. Es obvio que prefiere estar con ese capullo antes que
conmigo.
- Pues el viernes
-añado, probándola aunque tal vez no debería hacerlo. Poner a prueba a una
chica como Demi podría significar un duro golpe para mi ego. Aunque la he
cogido en un momento vulnerable y todavía le tiemblan las manos después de
haber visto la sangre. Admito que soy un capullo manipulador.
Se muerde el labio
inferior, un labio que cree llevar pintado del color equivocado.
- El viernes
tampoco puedo. -La erección se me ha bajado del todo-. ¿Qué te parece el sábado
por la mañana? -sugiere-. Podemos quedar en la biblioteca de Fairfield.
- ¿Estás segura de
que puedes hacerme un hueco en tu apretada agenda?
- Cállate. Nos
veremos allí a las diez.
- Es una cita
-anuncio mientras la señorita Kioto, que obviamente está escuchándonos, termina
de ponerme una venda en el brazo.
Demi recoge sus
libros.
- No es una cita, Joe
-asegura por encima del hombro.
Cojo el libro y
salgo corriendo al pasillo tras ella. Camina sola. La música aún no suena por
los altavoces, lo que significa que todavía están dando clase.
- Puede que no sea
una cita, pero todavía me debes un beso. Siempre cobro las deudas -replico. Los
ojos de mi compañera de laboratorio pasan de estar apagados a brillar con intensidad.
Es una mirada enloquecida y ardiente. Mmm, peligroso. Le guiño un ojo-. Y no te
comas el coco con el color que te vas a poner en los labios el sábado. Tendrás
que volver a pintártelos después de que nos hayamos dado el lote.
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