martes, 19 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 22




Joe

Demi me llamó. Si no fuera por el trozo de papel desgarrado con su nombre y su número garabateado por mi hermano Luis, nunca habría creído que Demi realmente marcara mi número. De nada ha servido interrogar a Luis porque el niño tiene una memoria de pez y apenas recuerda haber cogido el recado. La única información que tengo es que ella quería que la llamara.

    Eso fue ayer por la tarde, antes de que me echara la pota sobre los zapatos y se quedara dormida en mis brazos.

    Cuando le dije que me mostrara a la verdadera Demi pude ver el miedo reflejado en sus ojos. ¿Pero a qué viene tanto miedo? Mi objetivo es conseguir derribar la pared de «perfección» tras la que se oculta. Sé que hay algo más en ella aparte de unos mechones rubios y un cuerpo de escándalo. Secretos que se llevará la tumba y que se muere por compartir. Es un misterio, y no puedo pensar en otra cosa que no sea resolver el enigma.

    Cuando le dije que nos parecíamos, lo decía en serio. En lugar de desvanecerse, la conexión que nos une se está haciendo cada vez más fuerte. Porque cuanto más tiempo paso con ella, más cerca quiero estar.

    Siento la necesidad de llamar a Demi, tan solo para escuchar su voz, aunque esté llena de veneno. Abro el móvil, tomo asiento en el sofá del salón y grabo su número en la agenda.
    - ¿A quién llamas? -me pregunta Paco colándose en mi casa sin llamar siquiera a la puerta. Isa lo acompaña.
    - A nadie -digo, cerrando la tapa del teléfono.

    - Pues entonces levanta el culo del sofá y vamos a jugar fútbol.
    Jugar al fútbol me apetece mucho más que quedarme aquí sentado a pensar sobre Demi y sus secretos, aunque todavía sienta los efectos de la fiesta de anoche. Nos dirigimos al parque donde ya hay un grupo de tíos calentando.
    Mario, un compañero de clase a cuyo hermano dispararon desde un coche el año pasado, me da una manotada en la espalda.
    - ¿Quieres jugar de portero,Joe?

    - No -replico. Digamos que, tanto en el fútbol como en la vida, me gusta enfrentarme a las cosas como atacante.
    - Paco, ¿qué dices tú?

    Paco acepta y se coloca en posición, es decir, sentado delante de la línea de gol. Como de costumbre, el vago de mi amigo se queda sentado hasta que la pelota atraviesa la línea del mediocampo.

    La mayoría de los chicos que están jugando son del vecindario. Hemos crecido juntos... hemos jugado en este campo desde que éramos críos e incluso nos iniciamos en los Latino Blood al mismo tiempo. Recuerdo el rollo que nos soltó Lucky antes de entrar en el círculo: «una banda es como una segunda familia... Una familia que estará allí si alguna vez os falla la vuestra». Ofrecían protección y seguridad. Sonaba perfecto para un chico que acababa de perder a su padre.

    Con el paso de los años, he aprendido a alejarme de lo más chungo: de las palizas, del trapicheo de drogas o de los disparos. Y no me refiero solo a nuestros rivales. Conozco a varios chicos que han intentado dejar la pandilla y que han acabado tan acosados y apaleados por sus propios compañeros que probablemente preferirían estar muertos.

    Para ser sincero, me he mantenido al margen porque tengo miedo. Se supone que soy lo suficientemente duro como para haberlo superado, pero en realidad me preocupa mucho.

    Nos colocamos en posición en el campo. Imagino que la pelota es el premio gordo. Si consigo mantenerla alejada de cualquier otro y marco un gol, me transformaré por arte de magia en un tipo rico y poderoso y sacaré a mi familia (y a Paco) de este infernal agujero negro en el que vivimos.

    Un montón de peña se ha apuntado al partido. Los del equipo contrario tienen ventaja sobre nosotros, ya que nuestro portero, Paco, solo está interesado en sus propias pelotas, que se rasca plácidamente al otro lado del campo.
    - Paco, ¡deja de toquetearte de una vez! -le amonesta Mario.

    La respuesta de Paco es contundente: se lleva las manos a las pelotas y se pone a hacer malabares con ellas. Chris aprovecha para disparar a puerta y abre el marcador.
    Mario recoge el balón de la red y se lo lanza a Paco.

    - Si estuvieras tan concentrado en el partido como en tus pelotas, no te hubieran metido ningún gol.

    - No puedo evitar que me piquen, tío. Anoche tu novia debió de pegarme ladillas.
    Mario estalla en carcajadas. No se cree ni por un momento que su novia pueda engañarlo con otro tío. Paco lanza la pelota a Mario y este se la pasa a Lucky, quien avanza con ella por el campo antes de pasármela a mí. Esta es mi oportunidad. Me arrastro por el campo improvisado, deteniéndome solo para medir la distancia que me separa de la portería contraria.

    Finjo desviarme hacia la izquierda, pero solo es un truco, y le paso la pelota a Mario, quien me la devuelve. Con un veloz disparo, la pelota asciende y acabamos marcando.
    - ¡Goooooool! -grita nuestro equipo mientras Mario choca los cinco conmigo.
    Pero nuestra celebración no dura mucho. Un coche azul, un Escalade, baja sospechosamente por la calle.

    - ¿Lo reconoces? -pregunta Mario con voz tensa.
    El partido se detiene cuando nos damos cuenta de que esto no pinta bien.
    - Quizás hayan venido a vengarse -le digo.

    No aparto la mirada ni un momento de la ventanilla del coche. El vehículo se detiene y todos esperamos divisar a alguien o algo asomando por la ventanilla. Si sucede, estaremos preparados.

    Pero, al final, parece ser que no estaba tan preparado como creía para lo que se avecina. Veo salir del coche a mi hermano Carlos con un chico llamado Wil. La madre de este pertenece a los Latino Blood; es la encargada de reclutar a nuevos miembros. Más le vale a mi hermano no ser uno de ellos. Me ha costado mucho asegurarme de que Carlos sepa que estoy metido en los Latino Blood y de hacerle entender que no debe seguir el mismo camino. Es suficiente con que un miembro de la familia esté dentro para que el resto disponga de protección. Yo estoy dentro. Carlos y Luis no lo están, y haré cualquier cosa para asegurarme de que todo siga así.
    Adopto una expresión muy seria y me acerco a Wil, olvidándome completamente del fútbol.

    - ¿Coche nuevo? -le pregunto mientras inspecciono las ruedas.
    - Es de mi madre.
    - Genial -replico antes de volverme hacia mí hermano-. ¿Dónde habéis estado, chicos?

    Carlos se apoya en el coche, como si salir con Wil no fuera para tanto. Wil acaba de iniciarse en los Latino Blood y se cree un tipo duro.
    - Hemos dado una vuelta por el centro comercial. Han abierto una tienda genial de guitarras. Hemos quedado allí con Héctor...
    ¿He oído bien?
    - ¿Héctor?

    Lo último que quiero es que mi hermano se codee con Héctor.
    Wil, con su enorme camiseta por encima de los pantalones, le da un golpe en el hombro a Carlos para que se calle. Mi hermano cierra la boca como si una mosca estuviera a punto de colarse dentro. Juro que le mandaré de una patada a México si se le pasa por la cabeza entrar en los Latino Blood.

    -Jonas, ¿juegas o no? -grita alguien desde el campo.
    Intentando ocultar la rabia, me giro hacia mi hermano y su amigo, quien es muy capaz de atraerlo al lado oscuro con todo tipo de engaños.
    - ¿Queréis jugar?

    - No. Vamos a mi casa a pasar el rato -dice Wil.
    Me encojo de hombros con despreocupación pese a no sentir ni una pizca de ella. ¡No importa!

    Regreso al campo, aunque lo que me apetece es coger a Carlos por la oreja y arrastrarlo hasta casa. No puedo permitirme montar una escena. Podría llegar a oídos de Héctor y que este empezara a cuestionarse mi lealtad.
    A veces siento que mi vida es una gran mentira.

    Carlos se va con Wil. Eso, y el hecho de no poder sacarme a Demi de la cabeza, me está volviendo loco. Retomo mi posición en el campo y se reanuda el partido, pero no puedo deshacerme de la inquietud. De repente, tengo la sensación de que el equipo contrario no está formado por tipos que conozco, sino por enemigos que se interponen a todo aquello a lo que aspiro en la vida. Corro hacia la pelota.
    - ¡Falta! -protesta uno de los primos de mis amigos cuando le golpeo.
    - Eso no ha sido falta -replico, levantando las manos.
    - Me has empujado.

    - No seas gilipollas -le digo, aunque soy consciente de .que estoy haciendo una montaña de un grano de arena.
    Me apetece pelearme. Estoy pidiéndolo a gritos, y él lo sabe. El chico es más o menos de mi misma estatura y peso. Siento cómo me corre la adrenalina por las venas.

    - ¿Quieres que te parta la cara, capullo? -me pregunta, extendiendo los brazos como un pájaro a punto de echar a volar.
    La intimidación no funciona conmigo.
    - Venga, adelante.

    Paco se interpone entre los dos.
    Joe, cálmate, tío.
    - ¡Peleaos ya o jugad! -grita alguien.
    - Dice que le he hecho falta -le digo a mi amigo hecho una furia.
    - Es que ha sido falta -admite Paco, encogiéndose de hombros con aire despreocupado.

    Vale, ahora que mi mejor amigo no me apoya, comprendo que he perdido los papeles. Echo un vistazo a mí alrededor. Todos esperan mi reacción. Yo tengo un subidón de adrenalina, y ellos de expectación. ¿Tengo ganas de pelea? Sí, aunque solo me sirva para canalizar la energía que fluye por mi cuerpo. Y también para olvidar, durante un minuto, que el teléfono de mi compañera de clase de química está grabado en mi móvil. Y que mi hermano se ha convertido en un posible recluta de los Latino Blood.

    Mi mejor amigo me aparta de un empujón y me arrastra hasta un lateral del campo, pidiendo, de camino, que los reservas entren a sustituirnos.
    - ¿Por qué has hecho eso? -le pregunto.
    - Para salvarte el culo, tío. Joe se te ha ido la olla. Del todo.
    - Puedo con ese tío.

    Paco me mira fijamente y añade:
    - Te estás comportando como un gilipollas.
    Le aparto las manos de mi camiseta y me alejo de él sin entender cómo, en cuestión de pocas semanas, he llegado a joderme tanto la vida. Necesito arreglar las cosas. Me encargaré de Carlos en cuanto llegue a casa esta noche. Le cantaré las cuarenta. Y en cuanto a Demi…….

    Se negó a que la acompañara en coche desde casa de Isa porque no quería que nadie nos viera juntos. A la mierda. Carlos no es el único que necesita que le canten las cuarenta.

    Saco el móvil y marco el número de Demi.
    - ¿Sí?
    - Soy Joe-le digo, pese a saber que lo habrá visto en la llamada entrante-. Nos vemos en la biblioteca. Ahora.
    - No puedo.

    Ya no estamos en el show de Demi Lovato sino en el show de Joe Jonas.
    - Este es el trato, nena -matizo mientras llego a mi casa y me monto en la moto-. O apareces en la biblioteca en quince minutos o me llevo a cinco amigos a tu casa y acampamos delante de tu jardín esta noche.
    - ¿Cómo te atreves...? - empieza a decir ella. Cuelgo antes de que pueda terminar la frase.

    Circulo a toda velocidad para apartar de mi mente la imagen de la noche anterior, Demi acurrucada en mi regazo, y me doy cuenta de que no tengo ningún plan.
    Me pregunto sí el show de Joe Jonas acabará siendo una comedia, o lo que es más probable, una tragedia. Sea cual sea el resultado, será un reality show que merece la pena no perderse.

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