—Es curioso —lo interrumpió esta—,
pensaba que tú, mejor que nadie, sabías lo estúpido que es hacer caso de los
cotilleos.
—Resulta que el año pasado me
enteré de que los cotilleos a veces son verdad —respondió Joseph
con amargura—. Mi adúltera mujer me enseñó esa lección muy bien y me
hice la promesa de que no volverían a engañarme.
—Fueran cuales fueran tus problemas
con tu esposa —dijo Demi tras asimilar
aquella noticia—, es injusto que lo pagues conmigo.
—Tienes razón —reconoció él—.
Pero... primero oí lo de la aventura con aquel actor en Nueva York. Y luego te
vi con Clark, y después con Joe...
—Dicen que soy muy cariñosa, que
mis acciones pueden inducir a error. En Nueva York solo intentaba ayudar a un amigo
y se me volvió en contra explicó Demi —. Yo
siempre me he sentido atraída hacia ti, pero parece que tienes ciertos
prejuicios sobre la vida de los actores. O quizá simplemente querías estar con
una mujer, con cualquier mujer, y aprovechaste que yo te estaba sirviendo una
oportunidad en bandeja —añadió sin perder la serenidad.
—No lo entiendes...
—No, no lo entiendo porque no has
hablado conmigo. Nunca me has dicho lo que sientes por mí ni si quieres algo de
mí... aparte de sexo, claro —lo interrumpió ella—. Lo siento, esto no va a
funcionar. Me he estado engañando. En el instituto era yo la única que estaba
enamorada de ti y veo que no ha cambiado nada. Te has divertido y ahora das
marcha atrás, como lo hiciste cuando éramos adolescentes después de besarme en
el gimnasio.
«Enamorada». La palabra resonó en
la cabeza de Joseph, incapaz de encontrar una manera posible de
responder.
—Logramos esquivarnos durante los
primeros meses después de que regresara a Honoria —prosiguió Demi, la cual tomó el silencio de él como la
afirmación de lo que había dicho—. Estoy segura de que podremos volver a
hacerlo. La gente hablará, por supuesto, pero ya encontrarán algo con que
entretenerse. Adiós, Joseph. Ha sido
interesante añadió justo antes de colgar el teléfono con suavidad.
Joseph, en cambio,
dejó el auricular con tanta fuerza, que luego se arrepintió, temeroso de
despertar a los niños.
Permaneció sentado un buen rato en
silencio, con la vista perdida en la oscuridad, hasta que decidió servirse una
copa de bourbon para aliviar la culpabilidad que lo asediaba.
Entonces, cuando ya había agarrado
la botella, recordó las palabras de Demi: estaba enamorada de él... Devolvió la botella a su
estantería y decidió sentarse de nuevo.
Esa noche no calmaría su dolor. Se
merecía sufrirlo y padecerlo.
—Es una mujer encantadora. Y le
gustan muchísimo los niños. ¿Por qué no llamas a mi nieta? —lo instó Martha
Godwin—. Necesitas una mujer, y tus hijos necesitan una madre. Por muy
interesante que sea Demi Lovato, estoy segura de que comprenderás que no
es...
—Tengo que irme —la interrumpió Joseph de
mala manera—. Adiós, señora Godwin.
Joseph salió del banco
en el que se había encontrado a la vieja cotilla por casualidad. Al parecer,
desde que se había corrido el rumor de que ya no estaba saliendo con Demi, todas las
abuelas estaban dispuestas a buscarle otra pareja.
Pero él no quería a ninguna otra
mujer. Era a Jamie a quien deseaba... aunque aún no se había atrevido a
llamarla, por miedo a que le dijese que todo había terminado.
Hacía dos semanas que habían roto
y, como tras la muerte de Melanie, se había refugiado en el trabajo y en los
niños, tratando de mantenerse ocupado para no pensar.
La echaba de menos. Echaba de menos
el modo tan peculiar que tenía de ver la vida, sus preciosas sonrisas y su
sentido del humor. Y su cariño. Demi había
logrado hacerlo sonreír y olvidar. .Gracias a ella había vuelto a sentirse
vivo.
Pero, aun en el caso de que
estuviera dispuesta a darle otra oportunidad, y ya era mucho suponer con lo
injusto que había sido con ella, ¿reuniría el valor de intentarlo de nuevo? Por
el bien de sus hijos y por el de él mismo, ¿debía volver a arriesgarse a amar a
una mujer?
Por mucho que lo enojara, sabía que
la respuesta era sí y que solo el miedo lo mantenía indeciso.
Demi estaba
deseando que empezase el curso. Necesitaba llenar todas sus horas para no
pensar en Joseph, pero todavía quedaban tres largas semanas hasta
que las clases se reanudaran en el instituto.
Había tenido suerte de no cruzarse
con él desde que habían roto. Aunque daba igual, pues estaba segura de que, por
mucho tiempo que transcurriera, siempre le dolería verlo y saber que jamás
estarían juntos.
Finalmente, se chocaron camino de
la oficina de correos. Estaba lloviendo y Demi
había olvidado el paraguas, de modo que había salido del coche corriendo y
había frenado en seco delante de un charco... para estrellarse contra la
espalda de Joseph.
—Está diluviando comentó él,
amparándola bajo su paraguas mientras avanzaban a la oficina de correos.
—¿Sí? No me había dado cuenta replicó
Demi con ironía.
—¿Cómo estás? —se interesó Joseph r
al cabo de unos segundos en silencio
—He estado mejor, pero también peor
—contestó ella mientras entraban en la oficina—. Así que no me quejo.
— Demi..
—de pronto, la miró como si acabara de tomar una decisión, vamonos de aquí.
Podemos tomar un café o algo.
—No —rehusó Demi, dolida aún por que hubiera desconfiado de ella.
—Tenemos que hablar.
—Ya lo hicimos —le recordó ella—.
Y, la verdad, no me divertí mucho... Adiós, Joseph.
Te diría que des un beso a los niños de mi parte, pero ya sé lo importante que
es para ti protegerlos de mi influencia.
Luego echó a andar... y Joseph no se lo impidió, lo que no hizo sino herirla
más todavía.
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