Joe
- Tío, estaba
besándote como si fuera el último beso de su vida. Si besa así, me pregunto
cómo...
- Cállate, Enrique.
- Va a acabar
contigo, Alejo - continúa Enrique, llamándome por mi mote-. Mírate, anoche en
el calabozo y hoy no vas a clase para ganar dinero y recuperar la moto. No cabe
duda de que la tía está muy buena, pero ¿realmente merece la pena?
- Tengo que ponerme
a trabajar -suelto, mientras las palabras de Enrique resuenan en mi cabeza. Me
paso toda la tarde currando debajo de un Blazer, pensando únicamente en besar
una y otra vez a Demi.
Sí que merece la
pena. No tengo la menor duda.
- Joe, Héctor está
aquí. Ha venido con Chuy -anuncia Enrique a las seis, cuando estoy a punto de
irme a casa.
Me limpio las manos
en el mono de trabajo.
- ¿Dónde están?
- En mi oficina.
A medida que me
acerco al despacho, me invade una sensación de terror. Abro la puerta y veo a
Héctor cómodamente instalado, como si estuviera en su propia casa. Chuy está en
un rincón, un espectador no del todo inocente.
- Enrique, es un
asunto privado.
No me he dado
cuenta de que mi primo me ha seguido hasta allí, actuando como un secuaz que no
necesito. Le hago un gesto para que nos deje solos. Siempre he sido leal a los
Latino Blood, no hay razón para que Héctor dude ahora de mi compromiso para con
la banda. La presencia de Chuy le añade importancia a la reunión. Si solamente
estuviéramos Héctor y yo, no me sentiría tan tenso.
- Joe. -Héctor se
dirige a mí en cuanto Enrique desaparece-. Está bien quedar aquí en lugar de en
el almacén, ¿no te parece?
Le miro con una
tímida sonrisa y cierro la puerta.
Héctor señala el
pequeño y estropeado sofá que hay al otro extremo de la habitación.
- Siéntate -ordena,
y espera a que tome asiento para añadir—: Necesito que me hagas un favor,
amigo.
De nada sirve
aplazar lo inevitable.
- ¿Qué tipo de
favor?
-Hay que hacer un
intercambio el 31 de octubre.
Aún queda un mes y
medio. La noche de Halloween.
- No quiero tener
nada que ver con asuntos de drogas -le digo-. Lo sabes desde el primer día.
Miro a Chuy, quien
parece haberse puesto tenso, como el perro del pastor cuando las ovejas se
alejan demasiado del rebaño.
Héctor se pone en
pie y me apoya una mano en el hombro.
- Debes olvidar lo
de tu padre. Si quieres llegar a dirigir a los Latino Blood, tendrás que
involucrarte en el tráfico de drogas.
- Entonces, no
cuentes conmigo.
Héctor me estruja
el hombro y Chuy da un paso adelante. Es una amenaza silenciosa.
- Ojalá fuera tan
simple -confiesa Héctor-. Necesito que hagas esto por mí. Y, para serte
sincero, me lo debes.
Mierda. Si no me
hubieran arrestado, no le debería nada a Héctor.
- Sé que no me
decepcionarás. Por cierto, ¿cómo está tu madre? Hace mucho que no la veo.
- Está bien
-replico, preguntándome qué tiene que ver mi madre en esta conversación.
- Dile que le mando
saludos, ¿lo harás?
¿Qué coño significa
esto?
Héctor abre la
puerta, le indica a Chuy que le siga con un gesto y me deja solo para que
piense en ello. Me vuelvo a sentar, observando la puerta cerrada, y me pregunto
si seré capaz de traficar con drogas. Si quiero mantener a salvo a mi familia,
no tengo otra opción.
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