domingo, 17 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 4






Joseph se volvió y le ofreció una taza de café. Se sentó con las piernas estiradas sobre otra silla.
 –Con un hombre que conocí.
 –¡Un hombre!
 –Patrick Alexander. Alguien que conocí en una fiesta…
 –Bueno –dijo él, un poco conmocionado.

 Demi siempre había sido bonita, pero ella misma lo había ignorado. Esa era otra cosa que había cambiado. París le había hecho ser consciente de lo atractiva que era, adivinó Joseph.
 –¿Francés? –inquirió él, apretando los labios.

 –Medio francés. Su madre es inglesa –contestó ella, se bebió el café de un trago y se puso en pie, un poco tensa–. Ahora, creo que es hora de que te vayas a tu casa. Tengo que deshacer la maleta y preparar una lista de cosas por hacer. Me he dado cuenta de que ya has enrollado la alfombra del salón. Gracias.

 –¿Y cómo es que conoces a ese Patric?
 –Vive en París.

Demi frunció el ceño, al ver que él no se movía de la silla.
 –Su nombre no me suena. Estoy seguro de que tu padre no me lo ha mencionado…
 –¿Por qué iba a hacerlo?
 –¿Porque soy su amigo…? ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con ese tal Patric?
 –No quiero hablar de esto contigo.
 –¿Te hace sentir incómoda?
 –¡Estoy cansada y quiero irme a dormir!

 –Me parece bien –dijo él al fin y, con suma lentitud, se puso en pie–. No quiero que pienses que meto las narices donde no me importa y tampoco quiero que te sientas incómoda…
 Entonces, comenzó a caminar hacia ella. Con cada paso, Demi se sentía más tensa.
 –No estoy incómoda.

 –Por si acaso –señaló él y se detuvo a solo unos pocos centímetros–. Me pregunto si me has estado evitando todos estos años porque no querías que conociera a ese hombre tuyo.
 –No te he estado evitando –repuso ella–. He respondido a todos tus correos…
 –Y, cada vez que yo iba a París, tú estabas muy ocupada. Y solo venías a Inglaterra cuando yo no estaba aquí…

 –Mala suerte –dijo ella, encogiéndose de hombros, aunque no pudo evitar sonrojarse. Patric y yo ya no estamos saliendo –confesó al fin, cuando el silencio se hizo insoportable–. Seguimos siendo buenos amigos. De hecho, es mi mejor confidente…

 Cuando ella lo miró, Joseph supo al instante que estaba diciendo la verdad.
 La chica que siempre había acudido a él se había convertido en una mujer madura y tenía a otro hombre al que acudir.

 –¿Y qué me dices de ti? –Preguntó ella, armándose de valor–. ¿Hay alguien en tu vida en este momento?

Joseph ladeó la cabeza, considerando la pregunta.
 –No. Hasta hace poco, salí con una actriz…
 –¿Rubia? –inquirió ella, sin poder resistirse.
Joseph asintió, frunciendo el ceño.

 –¿De baja estatura? ¿Amante de los tacones muy altos y los vestidos muy ajustados?
 –¿Te ha hablado mi madre de ella? Tengo la impresión de que no le gustaba mucho Amy…

 –No, tu madre no me ha mencionado a nadie. De hecho, tu madre y yo apenas hemos hablado de ti. Lo he adivinado porque esa es la clase de chicas con la que siempre sales. Rubias, de pelo largo, poca estatura, altos tacones y vestidos provocativos –indicó ella y respiró hondo, sintiendo de nuevo la inseguridad que había experimentado hacía años, cuando se había comparado con ellas, sintiéndose inferior.
 Joseph se sonrojó.

 –Nada ha cambiado.
 –¿De veras? Yo no diría eso.
 –Sigues saliendo con rubias despampanantes. Daisy sigue desesperada por eso. Tus relaciones apenas duran unos segundos.
 –Pero yo ya no te gusto…
 Aquel comentario, dicho con suavidad, quedó flotando en el aire como una pregunta. Demi dio un paso atrás como si la hubiera abofeteado.

 ¿En qué había estado pensando?, se reprendió a sí misma. Había estado tan sorprendida de encontrarlo en su casa que había olvidado el poderoso influjo que Joseph siempre había tenido sobre ella. Había conseguido, hasta el momento, evitar los temas personales, sin embargo…
 –Eso fue hace mucho tiempo, Joseph, y como te he dicho, no tiene sentido ahondar en el pasado.

 –Bueno… –murmuró él y comenzó a caminar hacia el perchero donde había dejado su abrigo–. Ya me voy. Pero volveré mañana y no me digas que no hace falta. Enrollaré las otras alfombras y las guardaré en un sitio seco hasta que alguien de la compañía de seguros pueda echarles un vistazo. Aunque, hasta que no pare de nevar, no creo que nadie pueda acercarse por aquí.

 –Estoy segura de que eso puede esperar. No voy a quedarme mucho tiempo. Pienso irme… mañana por la noche o a primera hora del día siguiente…

Joseph no dijo nada. Se tomó su tiempo en ponerse la bufanda y abrió la puerta de par en par.
 –Buena suerte con tus planes –le deseó él, mientras la nieve caía sin compasión sobre los campos–. Creo que existe la posibilidad de que los dos nos veamos atrapados aquí…

 Solos. Demi trató de no dejarse impresionar por esa perspectiva. Sabía que Joseph no iba a quedarse en su casa mientras sospechara que ella necesitaba ayuda. Lo cierto era que la nieve parecía decidida a quedarse y aquellos parajes no tenían muy buen acceso a las carreteras. Estaban en medio de ninguna parte y no sería la primera vez que una fuerte nevada los dejaba incomunicados.

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