Joe
Por primera vez,
estamos manteniendo una conversación civilizada. Ahora debería introducir un
tema con el que pueda romper la pared defensiva que ha erigido frente a ella.
Pero antes he de
mostrarle algo que me haga vulnerable. Si me ve como a un chico vulnerable en
lugar de como a un gilipollas, tal vez podamos avanzar un poco. Y, en cierto
modo, tengo la sensación de que me pillará si no le cuento la verdad.
No tengo muy claro
si estoy haciendo esto por la apuesta, por el proyecto de química, o por mí. En
realidad, me siento genial sin tener que analizar la razón por la que nos
encontramos aquí.
- Asesinaron a mi
padre delante de mí, cuando tenía seis años -le confieso.
- ¿En serio?
-pregunta ella con los ojos abiertos de par en par.
Asiento con la
cabeza. No me gusta hablar de ello, ni siquiera tengo la certeza de que pueda
hacerlo aunque quiera.
Se cubre la boca
con sus manos perfectamente arregladas.
- No lo sabía. Oh,
Dios mío, lo siento. Debió de ser horrible.
- Sí.
Me siento bien tras
soltarlo. Me alegro de haberme obligado a hablar de ello en voz alta. La
nerviosa sonrisa de mi padre se transformó en una de conmoción justo antes de
que le dispararan.
Qué fuerte, no
puedo creer que recuerde la expresión de su rostro. ¿A qué se debió aquella
repentina transformación? Había olvidado completamente aquel detalle hasta
ahora. Me siento confuso cuando me vuelvo hacia Demi.
- Si me involucro
demasiado en las cosas y me las arrebatan, me sentiré como mi padre cuando
murió. No quiero sentirme así nunca, así que me obligo a que las cosas no me
importen demasiado.
Su expresión es una
mezcla de arrepentimiento, tristeza y compasión. Estoy convencido de que no
está representando ningún papel. Sin mudar el semblante, dice:
- Gracias por... ya
sabes, contármelo. Lo que no entiendo es cómo puedes conseguir que las cosas no
te afecten. No puedes programarte de ese modo.
- ¿Quieres apostar?
-pregunto, pero de repente comprendo que no quiero cambiar de tema, de modo que
añado-: Ahora te toca sincerarte a ti.
Ella aparta la
mirada. No insisto por miedo a que cambie de opinión y decida marcharse.
¿Tan difícil le
resulta compartir una pequeña parte de su mundo? Mi vida ha sido tan jodida que
me resulta condenadamente difícil pensar que su vida pueda ser peor. Una
solitaria lágrima resbala por su mejilla y se apresura a enjugársela.
- Mi hermana...
–empieza-. Mi hermana tiene parálisis cerebral. Y está mentalmente
discapacitada. «Retrasada» es el término que utiliza la mayoría de la gente. No
puede caminar, se vale de lo que llamamos aproximaciones verbales y gestos en
lugar de palabras porque no puede hablar...
-Al contar esto, se le escapa otra
lágrima. Esta vez deja que se deslice por su rostro. Siento la necesidad de
enjuagársela, pero me doy cuenta de que no quiere que nadie la toque. Aspira
profundamente-. Shelley está enfadada por algo, pero no sé por qué. Le ha dado
por tirar del pelo a la gente, y ayer lo hizo con tanta fuerza que me arrancó
todo un mechón. Me sangraba la cabeza y mi madre se puso hecha una furia
conmigo.
De ahí la
misteriosa zona calva. No era por un análisis de drogas.
Sin embargo, por
primera vez siento lástima por ella. Me imaginaba que su vida era un cuento de
hadas. De hecho, creía que solo podía quitarle el sueño una tontería como
equivocarse de tinte o pintarse mal las uñas.
Supongo que no es
el caso.
Algo está
ocurriendo. Puedo sentir el cambio en el ambiente... una complicidad mutua.
Nunca me había sentido de este modo. Carraspeo antes de decir:
- Probablemente, tu
madre arremete contra ti porque sabe que puedes soportarlo.
- Sí, puede que
tengas razón. Mejor pagarla conmigo que con mi hermana.
- Aunque no es
excusa -continúo, y ahora estoy siendo yo. Espero que ella también lo sea-. No
quiero comportarme como un gilipollas contigo -añado. Se acabó el show de Joe
Jonas.
- Lo sé. Joe Jonas
es tan solo una fachada. Es tu marca, tu logotipo... un chicano peligroso y
terriblemente sexy y seductor. Créeme, soy toda una experta en eso de crearse
una imagen. Aunque no pretendo aparentar ser una rubia guapa y tonta. Prefiero
transmitir algo así como un aspecto perfecto e intocable.
Vaya. Rebobinemos. Demi
acaba de decir que soy sexy y seductor. No esperaba en absoluto oír algo así.
Tal vez aún tenga alguna posibilidad de ganar la estúpida apuesta.
- ¿Te das cuenta de
que me has llamado seductor?
- Como si no lo
supieras.
No sabía que Demi
Lovato me considerara seductor.
- Y yo que pensaba
que eras intocable. Pero ahora que he descubierto que para ti soy un dios
chicano, guapo y sexy...
- No he mencionado
la palabra «dios».
Me llevo un dedo a
los labios.
- Shh, déjame solo
un minuto para disfrutar de esta fantasía.
Cierro los ojos y
la oigo reír. Emite un dulce sonido que me resuena en los oídos.
- Creo que te
entiendo, aunque sea de un modo irracional. Pero me cabrea que seas tan
Neandertal -confiesa, y cuando abro los ojos, descubro que me está mirando-. No
le cuentes a nadie lo de mi hermana. No quiero que la gente lo sepa.
- Somos como
actores en nuestras propias vidas. Fingimos ser lo que queremos que la gente
crea que somos.
- ¿Entiendes ahora
por qué me obsesiona la idea de que mis padres no se enteren de que somos...
amigos?
- ¿Porque te
causaría problemas? Mierda, tienes dieciocho años. ¿No crees que a estas
alturas puedes ser amiga de quien te apetezca? Hace mucho tiempo que te
cortaron el cordón umbilical, ¿sabes?
- No lo entiendes.
- Pues explícamelo.
- ¿Por qué quieres
saberlo?
- ¿No se supone que
los compañeros de laboratorio deben saber cosas el uno del otro?
Demi suelta una
risotada corta.
- Espero que no.
La verdad es que
esta chica no es en absoluto como pensaba. Desde el momento en que le he
contado lo de mi padre, ha sido como si todo su cuerpo exhalara un suspiro de
alivio. Como si el sufrimiento de otro la reconfortara, como si le hiciera
sentir que no está sola. Aún no comprendo por qué le importa tanto, por qué ha
elegido una fachada de perfección para mostrarse al mundo.
En mí cabeza
aparece amenazante el recuerdo de La Apuesta. Tengo qué conseguir que esta
chica se enamore de mí. Aunque mientras mi cuerpo dice «adelante», el resto
piensa «eres un cabrón, ¿no ves que es vulnerable?».
- Deseo las mismas
cosas que tú. Pero yo intento conseguirlas de otro modo. Tú te adaptas a tu
ambiente y yo al mío -admito, poniendo una mano sobre la de ella-. Déjame
demostrarte que soy diferente. Oye, ¿saldrías con un tipo que no puede
permitirse llevarte a restaurantes caros ni comprarte oro y diamantes?
- Claro que sí
-confiesa ella, aunque desliza la mano por debajo de la mía-. Pero tengo novio.
- Si no lo
tuvieras, ¿le darías una oportunidad a un chicano como yo?
Su semblante adopta
un tono rosa oscuro. Me pregunto si Colín ha conseguido alguna vez que se
ruborice de ese modo.
- No voy a
responder a eso -admite.
- ¿Por qué no? Es
una pregunta sencilla.
- Venga ya. No hay
nada de sencillo en ti, Joe. No quiero cruzar esa línea -suelta, metiendo la
primera marcha-. ¿Podemos irnos ya?
- Si quieres.
¿Amigos?
- Creo que sí.
Le tiendo la mano. Demi
mira los tatuajes de mis dedos, luego extiende la suya y me la estrecha con
aparente entusiasmo.
- Por los
calentadores de manos -dice con una sonrisa en los labios.
- Por los
calentadores de manos -repito. «Y por el sexo», añado en silencio.
- ¿Quieres conducir
hasta casa? No conozco el camino.
La llevo de vuelta
en un cómodo silencio mientras se pone el sol. Nuestra tregua me acerca a mis
objetivos: graduarme, la apuesta... y algo más que no estoy preparado para
admitir.
Cuando entro con su
cochazo en el aparcamiento de la biblioteca, le digo:
- Gracias por, ya
sabes, dejar que te secuestre. Supongo que nos veremos por ahí.
Saco las llaves de
la moto del bolsillo delantero de los pantalones mientras me pregunto si alguna
vez podré permitirme un coche que no sea de segunda mano, esté oxidado o sea
muy viejo. Una vez fuera del vehículo, saco la foto de Colín del bolsillo
trasero del pantalón y la lanzo al asiento que acabo de dejar libre.
- ¡Espera! -grita Demi
cuando me alejo.
Me doy la vuelta y
la veo delante de mí.
-¿Qué?
Me regala una
sonrisa seductora, como si deseara algo más que una tregua. Mucho más. Joder,
¿va a besarme? He bajado la guardia, lo que no suele pasarme a menudo. Se
muerde el labio inferior, como si estuviera considerando SU próximo movimiento.
Estoy completamente
dispuesto a darme el lote allí mismo.
Mientras mí cerebro
imagina todos los escenarios posibles, ella se acerca más.
Y me quita las
llaves de las manos.
- ¿Qué estás
haciendo? -le pregunto. -Devolverte la jugada por haberme raptado -dice,
retrocediendo y lanzado las llaves en dirección a los árboles con todas sus
fuerzas.
- No puedo creer lo
que acabas de hacer.
Ella se echa hacia
atrás, sin apartar la mirada ni un momento, mientras avanza hacia su coche.
- No me guardes
rencor. Es duro que te den a probar un trago de tu propia medicina, ¿verdad?
-se mofa, intentando mantener una expresión seria.
Me la quedo mirando
sin dar crédito mientras mi compañera de química se mete en su Beemer. El coche
sale del aparcamiento sin traqueteos, movimientos bruscos ni problemas. Un
arranque perfecto.
Estoy cabreado
porque tengo dos opciones: o arrastrarme por el bosque en busca de las llaves o
llamar a Enrique para que venga a recogerme.
Aunque en el fondo
me hace gracia que Demi Lovato me la haya devuelto.
- Sí -digo, pese a
ser consciente de que probablemente esté a dos kilómetros de distancia y no
pueda oírme-. Es duro que te den a probar un trago de tu propia medicina.
Joder si lo es.
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