Demi
Mi compañero de
laboratorio no ha aparecido por el instituto desde que nos asignaron los proyectos.
Finalmente, una semana más tarde, se presenta pavoneándose por la clase. Me
saca de quicio, porque aunque mi vida en casa sea un desastre, no por ello dejo
de venir al instituto.
- Qué amabilidad
por tu parte aparecer -le digo.
- Qué amabilidad
por tu parte darte cuenta -responde él mientras se quita la bandana.
La señora Peterson
entra en clase. Me da la impresión de que se siente aliviada de ver a Joe.
Enderezando los hombros, anuncia:
- Iba a ponerles un
examen sorpresa esta mañana, pero al final he decidido que trabajarán en la
biblioteca junto a sus compañeros. El plazo para entregar el borrador del
proyecto acaba en dos semanas.
Colin y yo nos
cogemos de la mano de camino a la biblioteca. Joe va detrás, por alguna parte, hablando
con sus compinches. Colin me aprieta con fuerza la mano y pregunta:
- ¿Quieres que
quedemos después del entrenamiento?
- No puedo. Después
de entrenar tengo que irme a casa.
Baghda se despidió
el pasado sábado y a mi madre le entró el pánico. Hasta que contrate a una
nueva cuidadora tengo que ayudarla más. Él frena en seco y me suelta la mano.
- Mierda, Demz.
¿Vas a tener algo de tiempo para mí o qué?
- Puedes venir
conmigo -sugiero.
- ¿Para mirar
mientras cuidas de tu hermana? No, gracias. No quiero parecer un gilipollas,
pero tengo ganas de estar contigo... solos tú y yo.
- Lo sé. A mí
también me apetece.
- ¿Y el viernes?
Se supone que
deberla quedarme con Shelley, sin embargo, mi relación con Colin está tambaleándose
y no quiero que crea que no quiero estar con él.
- El viernes me va
bien.
Antes de que
sellemos nuestro plan con un beso, Joe carraspea delante de nosotros.
- Nada de
demostraciones públicas de afecto. Son las normas del instituto. Además, es mi
compañera, imbécil. No la tuya.
- Cállate, Jonas -murmura
Colin, antes de ir con Darlene.
Me llevo una mano a
la cadera y miro fijamente a Joe.
- ¿Desde cuándo te
preocupan tanto las normas del instituto? -pregunto.
- Desde que eres mi
compañera de laboratorio. Fuera de clase eres suya. Pero en química eres mía.
- ¿Quieres ir a
buscar la maza y arrastrarme por el pelo a la biblioteca?
- No soy un
Neandertal. Tú novio es el mono, no yo.
- Entonces, deja de
comportarte como tal.
Todas las mesas de
la biblioteca están ocupadas, así que nos vemos obligados a sentamos en un
rincón de la parte de atrás, en la aislada sección de no ficción. Me siento
sobre la moqueta y dejo los libros en el suelo. Me doy cuenta de que Joe me
está mirando, y lo hace con tanta intensidad que temo que sea capaz de ver a la
verdadera Demi que escondo tras mi fachada. Pero no lo logrará porque hasta
ahora nadie lo ha hecho.
Le devuelvo la
mirada. Si quiere, puedo seguirle el juego. Su expresión no muestra nada, pero
sí la cicatriz que tiene sobre la ceja izquierda y que refleja la verdad... es
humano. El contorno de su camiseta delinea unos músculos que únicamente pueden
conseguirse a base de trabajo manual o de ejercicio. Cuando mi mirada llega a
sus ojos, el tiempo se detiene. Me está atravesando con los ojos. Tengo la
sensación de que puede ver mi verdadero yo, sin conductas fingidas, sin
fachadas. Solo a Demi.
- ¿Qué tengo que
hacer para que salgas conmigo? -me pregunta.
- No hablas en
serio.
- ¿Te parece que
estoy bromeando? -La señora Peterson se acerca, por lo que me libro de
responder a su pregunta.
- Les estoy
vigilando de cerca. Joe, la semana pasada no vino a clase.
- ¿Qué ocurrió?
- Me cayó un
cuchillo encima.
La profesora niega
con la cabeza, perpleja, y se aleja para hostigar a otros compañeros.
Miro a Joe con los
ojos como platos y le pregunto:
- ¿Un cuchillo?
Estás de coña, ¿verdad?
- No. Estaba
cortando tomates, y no vas a creértelo, pero se me escurrió el cuchillo y me
corté el hombro. El médico me puso unas grapas. ¿Quieres verlas? -pregunta
mientras empieza a subirse la manga. Me tapo los ojos con la mano. .
Joe, no seas
asqueroso. Y no me creo que un cuchillo se te escurriera de las manos. Fue en
una pelea callejera.
- No has respondido
a mi pregunta -dice sin admitir ni negar mi teoría sobre la causa de la
herida-. ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo?
- Nada. No voy a
salir contigo.
- Apuesto a que si
nos diéramos el lote cam
biarías de opinión.
- Como si eso fuera
a ocurrir alguna vez.
- Tú te lo pierdes
-dice, antes de estirar sus largas piernas frente a mí, con su libro de química
descansando sobre el regazo. Me mira con sus ojos color chocolate con tal
intensidad que juraría que puede hipnotizarme con ellos-. ¿Estás preparada?
-pregunta.
Por un nanosegundo,
me quedo observando aquellos ojos oscuros, preguntándome qué sentiría al
besarlo. Mi mirada baja hasta sus labios. Durante otro nanosegundo, casi puedo
sentir que se acercan a mí. ¿Cómo serán sus labios, suaves o duros? ¿Besará con
dulzura o con avidez y seguridad, como refleja su personalidad?
- ¿Para qué?
-susurro a medida que me acerco.
- Para el proyecto
-dice-. Calentadores de manos. La clase de Peterson. Química.
Niego con la
cabeza, intentando apartar todos esos ridículos pensamientos de mi mente
hiperactiva de adolescente. Necesito más horas de sueño.
- Sí, calentadores
de manos -digo, abriendo el libro de química.
- ¿Demi?
- ¿Qué? -pregunto,
mirando sin ver las palabras impresas en la página. No tengo ni idea de lo que
estoy leyendo porque estoy demasiado avergonzada como para poder concentrarme.
- Me estabas
mirando como si quisieras besarme.
Me obligo a soltar
una carcajada.
- Sí, claro -digo
con sarcasmo.
- Nadie nos está
mirando, así que si quieres hacerlo, adelante. No quiero alardear, pero soy
todo un profesional.
Me sonríe
lentamente con una sonrisa que probablemente haya inventado para derretir los
corazones de todas las chicas del planeta.
Joe, no eres mi
tipo. -Tengo que decirle algo para que deje de mirarme como si estuviera
planeando hacerme cosas de las que solo he oído hablar.
- ¿Solo te gustan
los blanquitos?
- Déjalo ya
-respondo entre dientes.
- ¿Qué? -insiste,
poniéndose muy serio-. Es verdad, ¿no?
La señora Peterson
aparece frente a nosotros.
- ¿Cómo va ese
borrador? -pregunta.
- Genial -respondo
con una sonrisa falsa. Saco el resumen de la búsqueda que hice en casa y se lo
paso a la señora Peterson mientras me pongo manos a la obra-. Anoche me
documenté un poco sobre los calentadores de manos. Tenemos que disolver sesenta
gramos de acetato de sodio y cien milímetros de agua a setenta grados.
- Te equivocas
-dice Joe.
Levanto la cabeza y
me doy cuenta de que la señora Peterson se ha ido.
- ¿Cómo dices?
- Que te equivocas
-repite Joe, cruzándose de brazos.
- No lo creo.
- Crees que nunca
te equivocas, ¿verdad?
Lo dice como si no
fuera más que una rubia estúpida, lo que me saca de mis casillas.
- Claro que no
-digo, alzando la voz e imitando a una auténtica niña pija-. Verás, la semana
pasada compré un lápiz de labios Bobbi Brown de color rosa palo cuando debería
haber elegido un rosa chicle porque va mucho mejor con el tono de mi piel. No
hace falta que te diga que la compra fue un desastre total -le explico. Justo
lo que él esperaba oír. Me pregunto si se lo ha tragado o si es capaz de captar
por el tono de mi voz que estoy siendo sarcástica.
- Te creo
-confiesa.
- ¿Y tú nunca te
has equivocado? -pregunto.
- Por supuesto
-admite-. La semana pasada, cuando atraqué el banco que hay al lado de la
tienda Walgreens, le dije al cajero que me diera todos los billetes de
cincuenta dólares que tuviera en el cajón. Aunque tendría que haberle pedido
los billetes de veinte porque hay muchos más que de cincuenta.
De acuerdo, está
claro que ha captado la ironía. Y me la ha devuelto por partida doble, lo que
en realidad es perturbador porque, de algún modo, hace que nos parezcamos
mucho. Me pongo la mano en el pecho y ahogo un grito, siguiéndole el juego.
- Qué desastre.
- Así que supongo
que los dos podemos equivocamos.
Levanto en alto la
barbilla y declaro, obstinada:
- Bueno, en química
no me equivoco. A diferencia de ti, yo sí que me tomo en serio esta clase.
- Entonces, hagamos
una apuesta. Si tengo razón, me das un beso -sugiere.
- ¿Y si la tengo
yo?
- Tú eliges.
Es como quitarle un
caramelo a un bebé. El ego del señor MACHOTE está a punto de recibir un buen
golpe, y estaré encantada de servo quien se lo dé.
- Si gano, te
tomarás en serio este proyecto, y a mí también -le digo-. No te meterás conmigo
ni harás comentarios ridículos.
- Trato hecho.
Aunque antes he de mencionar que tengo una memoria fotográfica prodigiosa.
Joe, he de
mencionar que he copiado la información directamente del libro -admito, mirando
las notas que he tomado y abriendo después el libro por la página correspondiente-.
Sin mirar, ¿qué temperatura necesitamos para la preparación? -le pregunto.
Joe es un tipo al
que se le dan bien los retos. Aunque esta vez, el tipo duro va a perder. Cierra
su libro y me mira, con la mandíbula apretada.
- Veinte grados. Y
debe disolverse a cien grados, no a setenta -responde con total confianza.
Repaso la página y
después mis anotaciones. Luego vuelvo a comprobar la página. No puedo haberme
equivocado. ¿Qué página,..?
- Vaya, es cierto.
Cien grados -digo, mirándolo asombrada-. Tienes razón.
- ¿Vas a besarme
ahora o prefieres hacerlo más tarde?
- Ahora mismo
-respondo.
Sé que le he dejado
atónito porque tiene las manos inmóviles. En casa, mi vida está dictada por mis
padres. Pero en el instituto es distinto. Tengo que hacerlo de ese modo porque
si no tengo controlado ningún aspecto de mi vida acabaré convirtiéndome en un
maniquí.
- ¿En serio? -me
pregunta.
- Sí.
Le cojo una mano.
Nunca me atrevería a hacerlo si hubiera alguien delante, y me siento agradecida
por la intimidad que nos ofrecen los libros de no ficción que nos rodean. Se
queda sin respiración cuando me pongo de rodillas y me inclino hacia él.
Intento olvidarme del hecho de que sus dedos son largos y ásperos y de que es
la primera vez que le toco. Estoy nerviosa. Aunque no hay necesidad. Esta vez
soy yo quien tiene el control. Puedo sentir cómo intenta contenerse. Me está
permitiendo dar el primer paso, lo que no está nada mal. No sé de qué sería
capaz si se dejara ir.
Le obligo a colocar
la mano contra mi mejilla para que pueda cubrirme la cara, y le oigo soltar un
gemido. Reprimo una sonrisa porque esa reacción demuestra que soy yo quien
tiene el poder. Se queda inmóvil cuando nuestros ojos se encuentran.
Entonces, giro la
cabeza hacia su mano y le doy un beso en la palma.
- Ahí lo tienes, ya
te he besado -digo, soltándole la mano y dando por zanjado el asunto.
El señor Latino y
su gran ego han sido derrotados por una rubia estúpida.
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