miércoles, 20 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 9





Demi no se lo impidió y lo acompañó a la puerta. Intercambiaron comentarios sobre el mal tiempo y Joseph propuso volver allí para cenar, pues sería más fácil para él atravesar la distancia entre sus casas bajo el temporal.

 Ella esbozó una sonrisa forzada y cerró la puerta, sintiéndose fatal por no ser capaz de dejar atrás el pasado.

 Se pasó el resto del día limpiando, recogiendo y guardando ropas viejas. Sacó un montón de cosas para tirar de su cuarto. En el fondo del armario, encontró los zapatos que se había puesto en la noche de la fatídica cena y no pudo evitar recordar.

 A continuación, trabajó en el ordenador. Quería aprovechar que todavía tenía conexión a Internet, antes de que la tormenta la cortara.

 Se esforzó en no mirar el reloj, tratando de convencerse a sí misma de que le daba igual que Joseph fuera a cenar o no. Bueno, aunque no le sentaría mal un poco de compañía. Comer pasta a solas, rodeada de nieve, no era una perspectiva muy atractiva. También, intentó hacerse creer que no le importaba si él se había ofendido porque había rechazado su oferta de ayuda.

 Sin embargo, sabía que se estaba engañando a sí misma.
 Estaba deseando volver a verlo. Como una adicta atraída por el objeto de su adicción, echaba de menos la forma en que Joseph la hacía sentir.

 A las seis, sonó su móvil y pensó, decepcionada, que sería él para avisar de que había cambiado de idea.

SI ME llamas para decirme que no vas a venir a cenar, no te preocupes. No hay problema. ¡Todavía no he terminado mi trabajo! Además, quiero escribir a algunas amigas…
 – Demi, calla.
 –¿Cómo te atreves?
 –Tienes que escucharme. Vístete con ropa de abrigo, sal de casa y dirígete a la parte de atrás de tu jardín.

 –¿Qué pasa? Me estás asustando.
 –He tenido un accidente.
 –¿Qué? –Gritó ella, presa del pánico–. ¿Qué quieres decir?
 –Ha habido vientos muy fuertes antes de que vinieras. Se han caído algunas ramas y un árbol está a punto de caer sobre el poste de la luz.
–¿Te has tropezado con una rama?

 –¡No seas ridícula! ¿Es que crees que soy tan patoso? Cuando me fui de tu casa, trabajé un poco y, luego, pensé que sería buena idea intentar cortar el árbol para que no cayera sobre los cables de la luz.

 De pronto Demi recordó un día en que Joseph apenas había tenido dieciséis años y se había subido a un árbol, sierra en mano, para cortar una rama quebrada, mientras sus padres le habían gritado que se bajara de inmediato. Él siempre había sido temerario y amante de los retos. Y a ella le había fascinado.

 –¡No puedo creer que seas tan estúpido! –le reprendió ella–. ¡Ya no tienes dieciséis años! Dame cinco minutos y no te muevas.

 Lo vio entre la nieve que no cesaba de caer, tumbado en el suelo. ¿Y si se le había roto algo o si se había golpeado en la cabeza? Podía morir sin avisar. Demi había oído que eso le había pasado a alguien, en alguna parte.

 No había forma de que un médico pudiera llegar hasta allí. Incluso un helicóptero tendría problemas en atravesar la tormenta.

 –¡No te muevas! –Gritó ella, llevando dos manteles en la mano–. Puedes taparte con esto. Voy a buscar ese tablón que usa mi padre para empapelar las paredes. Podemos usarlo como camilla.

 –No seas tan melodramática, Demi. Solo necesito que me ayudes a ponerme en pie. La nieve está tan blanda que no puedo. Creo que tengo una contractura en la espalda.

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