–No quiero una guerra –dijo
ella, suspirando–. Lo que no quiero es que pienses que… que nada ha cambiado
entre nosotros –añadió, apagó el fuego y se sentó.
El pasado seguía pesando sobre ellos. Nunca
habían hablado de lo que había sucedido aquella funesta noche hacía cuatro
años, caviló Demi. Su recuerdo era tan amargo que había ensombrecido todas sus relaciones.
Aunque tampoco había tenido muchas. Solo dos. La primera, con un abogado
francés que había conocido en el trabajo, con el que apenas había salido tres
meses.
Patric había sido su alma gemela desde el
principio. Habían sido amigos durante tres años antes de decidir ir más lejos.
A pesar de que se llevaban de maravilla, ella no había conseguido sentir la
excitación y la atracción que había sentido por Joseph. Y lo había
intentado.
Al fin, Patric y ella habían admitido la
derrota y habían vuelto a ser buenos amigos, por suerte.
Demi sabía que necesitaba encontrar
una manera de sacarse a Joseph de la cabeza. Ya no era una jovencita
impresionable.
Joseph la observó en
silencio.
–Sé… que di un paso en falso contigo hace años
–balbuceó ella–. Nunca lo hemos hablado…
–Era imposible. Te fuiste del país sin mirar
atrás.
–Cuando empecé a trabajar, de pronto, no tuve
tiempo para nada… –se justificó ella–. Supongo que me resultaba raro verte
–reconoció–. Puede que te haya evitado un poco al principio, pero luego el
trabajo me absorbió… ¡Apenas tenía tiempo para pensar! Mi padre estaba feliz de
poder ir a visitarme a Francia, por eso, yo apenas venía por aquí. Además, es
tan satisfactorio poder pagar nuestras vacaciones a todos esos lugares…
Los huevos se habían quedado fríos en la
sartén.
Demi aprovechó para
darle la espalda y calentarlos de nuevo, tratando de poner en orden sus
pensamientos.
–Creo que lo que quiero decir es que ya soy
adulta, Joseph. No soy esa chica inocente que estaba siempre pendiente de ti.
–¡Y no espero que lo seas! –protestó él. Sin
embargo, sí lo había esperado, en cierta manera. La extraña con la que se
habían encontrado lo había dejado desorientado por completo.
–Por eso, no quiero que haya malestar entre
nosotros.
Pero tampoco quiero que, porque estemos aquí
atrapados, creas que puedes venir a mi casa cada vez que te apetezca. Has
descubierto el problema de la inundación y te estoy agradecida, pero eso no te
da carta blanca para entrar aquí.
–Entendido.
–Ahora estarás enfadado conmigo… –dijo ella,
sin pensar. Al momento, se arrepintió de sus palabras. Debía ser indiferente a
lo que él pensara o sintiera. Sin embargo…
–Me alegro de que me hayas dicho lo que
piensas. Creo que eso siempre es la mejor estrategia –señaló él y empezó a
comer el desayuno con hambre–. Tu padre me comentó que iba a hacer un curso de
cocina. Podemos hablar de estas cosas, ¿no? Que hayas cambiado no significa que
hayamos perdido la capacidad de comunicarnos.
Demi titubeó, dudando si era buena
idea meterse en un tema tan familiar. Al final decidió que, le gustara o no,
sus vidas estaban demasiado entrelazadas como para fingir lo contrario.
–Me lo ha contado –replicó ella, relajándose
un poco–. La última vez que fue de visita a París me llevó un montón de
folletos para que lo aconsejara. Aunque yo no soy buena consejera para esas
cosas.
–Estando en París, rodeada de su deliciosa
cocina francesa, ¿no te han entrado ganas de aprender?
–Al revés –admitió ella–. Cuando hay tanta
comida rica por todas partes, ¿qué sentido tiene hacerle la competencia en
casa?
–Se te debe de haber pegado algo –opinó él con
la boca llena–. Estos huevos están riquísimos.
–Puedo preparar algo pasable, pero nada
excelente. De hecho, en un par de ocasiones, mis amigos de París se han
presentado en casa para cenar con comida comprada en restaurante. Ellos me
dicen que quieren facilitarme la vida, pero sospecho que lo que pasa es que no
confían mucho en mis habilidades culinarias –confesó ella, riendo. Sus ojos se
encontraron un momento y, al instante, apartó la mirada.
Era agradable charlar con él, relajada, y
bajar la guardia durante un rato, se dijo Demi.
–¿Y tú? ¿Sigues odiando las tareas del hogar?
–¿Crees que las odiaba?
–Una vez, me dijiste que siempre te asegurabas
de que tus novias no se acercaran a la cocina, por si se les ocurría intentar
domesticarte.
–No recuerdo haber dicho eso.
–Sí lo dijiste. Cuando yo tenía diecinueve.
–Recuérdame que no tenga conversaciones
personales con mujeres de buena memoria –bromeó él, reconociendo para sus
adentros que, a lo largo de los años, debía de haberle contado muchas cosas que
jamás habría compartido con otras mujeres–.
Tu padre ha intentado tentarme para
que cocine. Cada vez que le hago una visita, me enseña un nuevo libro de recetas.
Hace unos meses, vine a ayudar a mi madre con unas obras en la casa y tu padre
nos invitó a cenar a los dos. Nos sirvió una increíble variedad de platos
exóticos y a mí me dio una charla sobre la importancia de otras cosas aparte
del trabajo. ¿Tienes idea de lo difícil que es defenderse de un ataque a dos
bandas? Tu padre me sermoneó para que aprendiera a disfrutar de mi tiempo de
ocio y mi madre señaló que había una estrecha relación entre el trabajo
excesivo y la presión sanguínea alta.
Demi se rio de nuevo.
Su risa le recordó a James lo mucho que había echado de menos su compañía a lo
largo de los años. A pesar de que las cosas ya no eran tan sencillas como
antaño. Podían tocar ciertos temas neutros sin sentirse incómodos, pero él
deseaba poder adentrarse en conversaciones más profundas.
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