domingo, 17 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 6





 –No quiero una guerra –dijo ella, suspirando–. Lo que no quiero es que pienses que… que nada ha cambiado entre nosotros –añadió, apagó el fuego y se sentó.

 El pasado seguía pesando sobre ellos. Nunca habían hablado de lo que había sucedido aquella funesta noche hacía cuatro años, caviló Demi. Su recuerdo era tan amargo que había ensombrecido todas sus relaciones. Aunque tampoco había tenido muchas. Solo dos. La primera, con un abogado francés que había conocido en el trabajo, con el que apenas había salido tres meses.

 Patric había sido su alma gemela desde el principio. Habían sido amigos durante tres años antes de decidir ir más lejos. A pesar de que se llevaban de maravilla, ella no había conseguido sentir la excitación y la atracción que había sentido por Joseph. Y lo había intentado.

 Al fin, Patric y ella habían admitido la derrota y habían vuelto a ser buenos amigos, por suerte.
 Demi sabía que necesitaba encontrar una manera de sacarse a Joseph de la cabeza. Ya no era una jovencita impresionable.
Joseph la observó en silencio.
 –Sé… que di un paso en falso contigo hace años –balbuceó ella–. Nunca lo hemos hablado…
 –Era imposible. Te fuiste del país sin mirar atrás.

 –Cuando empecé a trabajar, de pronto, no tuve tiempo para nada… –se justificó ella–. Supongo que me resultaba raro verte –reconoció–. Puede que te haya evitado un poco al principio, pero luego el trabajo me absorbió… ¡Apenas tenía tiempo para pensar! Mi padre estaba feliz de poder ir a visitarme a Francia, por eso, yo apenas venía por aquí. Además, es tan satisfactorio poder pagar nuestras vacaciones a todos esos lugares…
 Los huevos se habían quedado fríos en la sartén.

Demi aprovechó para darle la espalda y calentarlos de nuevo, tratando de poner en orden sus pensamientos.
 –Creo que lo que quiero decir es que ya soy adulta, Joseph. No soy esa chica inocente que estaba siempre pendiente de ti.

 –¡Y no espero que lo seas! –protestó él. Sin embargo, sí lo había esperado, en cierta manera. La extraña con la que se habían encontrado lo había dejado desorientado por completo.
 –Por eso, no quiero que haya malestar entre nosotros.

 Pero tampoco quiero que, porque estemos aquí atrapados, creas que puedes venir a mi casa cada vez que te apetezca. Has descubierto el problema de la inundación y te estoy agradecida, pero eso no te da carta blanca para entrar aquí.
 –Entendido.

 –Ahora estarás enfadado conmigo… –dijo ella, sin pensar. Al momento, se arrepintió de sus palabras. Debía ser indiferente a lo que él pensara o sintiera. Sin embargo…

 –Me alegro de que me hayas dicho lo que piensas. Creo que eso siempre es la mejor estrategia –señaló él y empezó a comer el desayuno con hambre–. Tu padre me comentó que iba a hacer un curso de cocina. Podemos hablar de estas cosas, ¿no? Que hayas cambiado no significa que hayamos perdido la capacidad de comunicarnos.

 Demi titubeó, dudando si era buena idea meterse en un tema tan familiar. Al final decidió que, le gustara o no, sus vidas estaban demasiado entrelazadas como para fingir lo contrario.
 –Me lo ha contado –replicó ella, relajándose un poco–. La última vez que fue de visita a París me llevó un montón de folletos para que lo aconsejara. Aunque yo no soy buena consejera para esas cosas.

 –Estando en París, rodeada de su deliciosa cocina francesa, ¿no te han entrado ganas de aprender?
 –Al revés –admitió ella–. Cuando hay tanta comida rica por todas partes, ¿qué sentido tiene hacerle la competencia en casa?
 –Se te debe de haber pegado algo –opinó él con la boca llena–. Estos huevos están riquísimos.

 –Puedo preparar algo pasable, pero nada excelente. De hecho, en un par de ocasiones, mis amigos de París se han presentado en casa para cenar con comida comprada en restaurante. Ellos me dicen que quieren facilitarme la vida, pero sospecho que lo que pasa es que no confían mucho en mis habilidades culinarias –confesó ella, riendo. Sus ojos se encontraron un momento y, al instante, apartó la mirada.
 Era agradable charlar con él, relajada, y bajar la guardia durante un rato, se dijo Demi.
 –¿Y tú? ¿Sigues odiando las tareas del hogar?
 –¿Crees que las odiaba?

 –Una vez, me dijiste que siempre te asegurabas de que tus novias no se acercaran a la cocina, por si se les ocurría intentar domesticarte.
 –No recuerdo haber dicho eso.
 –Sí lo dijiste. Cuando yo tenía diecinueve.

 –Recuérdame que no tenga conversaciones personales con mujeres de buena memoria –bromeó él, reconociendo para sus adentros que, a lo largo de los años, debía de haberle contado muchas cosas que jamás habría compartido con otras mujeres–. 

Tu padre ha intentado tentarme para que cocine. Cada vez que le hago una visita, me enseña un nuevo libro de recetas. Hace unos meses, vine a ayudar a mi madre con unas obras en la casa y tu padre nos invitó a cenar a los dos. Nos sirvió una increíble variedad de platos exóticos y a mí me dio una charla sobre la importancia de otras cosas aparte del trabajo. ¿Tienes idea de lo difícil que es defenderse de un ataque a dos bandas? Tu padre me sermoneó para que aprendiera a disfrutar de mi tiempo de ocio y mi madre señaló que había una estrecha relación entre el trabajo excesivo y la presión sanguínea alta.

Demi se rio de nuevo. Su risa le recordó a James lo mucho que había echado de menos su compañía a lo largo de los años. A pesar de que las cosas ya no eran tan sencillas como antaño. Podían tocar ciertos temas neutros sin sentirse incómodos, pero él deseaba poder adentrarse en conversaciones más profundas.

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