—¿No te has hecho una prueba de
paternidad? — Demi dio
un paso hacia Joseph.
—No, me temo que no me he atrevido
—reconoció este.
—¿Lo saben tus padres?
—No lo sabe nadie. En Washington
sí, muchos hombres que la conocían mejor que yo —contestó Joseph
con amargura—. Pero aquí he conseguido mantenerlo en secreto. Ya sé que parte
de la culpa es mía. Estaba demasiado ocupado con mi trabajo y no le prestaba
atención suficiente. Pero no contarme lo de Abbie... no sé si podré
perdonárselo alguna vez.
—¿Así que decidiste que no podías
volver a confiar en ninguna mujer?, ¿o solo dudabas de mi?
—Lo siento —se disculpó Joseph,
sumamente arrepentido—. He sido muy injusto contigo. Me he dejado guiar por mis
miedos y mi rabia.
—Me han traicionado más de una vez,
Joseph; pero nunca me han hecho tanto daño como cuando me
llamaste «ramera» — dijo Demi con serenidad.
—Yo no...
—Cuestión de semántica, Joseph.
Primero sospechaste al verme con Clark y luego pensaste que tenía una cita con
el profesor de biología después de haber hecho el amor contigo.
Deseó que lo llamase Joseph. Y que sonriera. No podía soportar haberle
arrebatado las ganas de reír.
—¿Qué tengo que hacer para conseguir
que vuelvas a confiar en mí? preguntó él con suavidad—. Porque, sea lo que sea,
lo haré.
—No sé si puedes.
La puerta de la cocina se abrió y
Sam entró, felizmente inconsciente de la tensión que había entre los adultos.
—Abbie se ha despertado. Te está
llamando, papá.
—Voy a verla —Joseph miró a Demi antes de salir
de la cocina. No te marches hasta que vuelva, por favor.
— Demi
va a preparar espaguetis —dijo Sam—. ¿Verdad, Demi?
—Bueno, eso era antes de que
supiera que tu papá iba a volver tan pronto.
—¡No, dijiste que harías
espaguetis! —se enfurruñó Sam—. A papá también le gustan mucho.
—Me encantan los espaguetis
—aprovechó Joseph.
Demi lo fulminó con la mirada, pero al verla asentir con
la cabeza y saber que se quedaría un rato más, el resto le dio igual.
Con la solícita, aunque poco
eficiente, ayuda de Sam, Demi se dispuso a preparar una ensalada y unos espaguetis
para cenar. No le resultaba fácil concentrarse con todo lo que Joseph le
había dicho. Tenía mucho en que pensar. Y necesitaba tiempo y estar a solas
para hacerlo.
No se imaginaba lo horrible que
debía de haber sido para Joseph enterarse de la
infidelidad de su mujer cuando aún no se habría repuesto de su muerte. ¿Qué
cicatrices dejaría un revés así en el corazón de un hombre?, ¿y cuánto valor
requeriría arriesgarse a amar a otra mujer?
Demi
frunció el ceño y se recordó que era ella la parte herida, no Joseph. Aunque pudiera comprender, más o menos, por qué se
había comportado así, no se merecía que lo perdonara después de haberle roto el
corazón.
— Demi,
¿estás enfadada por algo? —le preguntó Sam, que había notado la fuerza con que Demi había puesto
los platos y los vasos sobre la mesa.
—No, Sammy. Es que tengo prisa por
que esté todo listo para comer. Es que tengo mucha hambre —improvisó Demi —-. Anda,
¿por qué no le dices a tu papá que ya está la cena?
Pocos segundos después, Joseph
entró en la cocinaron una sonrisa orgullosa.
—Abbie ha dado seis pasos hacia mí
sin caerse —anunció mientras sentaba a la niña en su silla.
—Cualquier día correrá la maratón
—comentó Demi al
tiempo que tomaba asiento junto a Sam. Trató de no mirar a Joseph, pero sus ojos se negaban a colaborar. Era un padre
estupendo, pensó mientras lo veía dar de beber a Abbie.
—Están muy ricos —dijo Sam—. Los
ravioles también me gustan. Mamá hacia ravioles, ¿te acuerdas, papá?
—Tu mamá preparaba los mejores
raviolis del mundo —contestó Joseph sin parpadear
siquiera.
La conmovió comprobar que, a pesar
de lo mucho que lo había hecho sufrir, Joseph
pudiera hablar de Melanie con calidez, para que sus hijos no oyeran nunca una
sola palabra desagradable sobre su madre.
—¿Vendrás a la piscina mañana a
verme nadar, papá? —cambió de tema Sam. Demi me va a enseñar a nadar a espalda. Hay que mover los
brazos así... ¡oh, oh...!
Demi se retiró y agarró un trapo de cocina para secar el
borde de la mesa por el que goteaba la leche que había derramado el niño.
—Lo siento —se disculpó Sam—. No lo
he hecho aposta, papá.
—Ya lo sé, Sam. Pero intenta tener
más cuidado, ¿de acuerdo?
—Sí, siento que te haya caído en la
pierna —dijo el niño, dirigiéndose a Jamie.
—No importa, Sammy —murmuró esta—.
Todo el mundo comete errores. Y todo el mundo se merece una segunda
oportunidad.
— Demi? —dijo Joseph con una mirada
esperanzada.
—He olvidado hacer algo de postre —
dijo ella—. ¿Por qué no sales a comprar unos helados? Estaré aquí cuando
vuelvas —añadió, dirigiéndose a Joseph.
—Sí... —contestó este cuando logró
reaccionar—. ¡Cómo no voy a traer unos helados a quienes más quiero en el
mundo! — agregó sonriente.
—¿Quieres a Demi? —-preguntó Sam tras una risilla.
—Sí —contestó él con ternura.
—Yo también. Date prisa con el
helado, ¿de acuerdo? Se me hace la boca agua.
Demi
rio... y también rio Joseph.
Era la primera vez que lo oía reír de verdad. Y no cabía duda de que la espera
había merecido la pena.
—El sol está subiendo.
—No es el sol. Es el brillo de tus
ojos.
Demi
desvió la mirada de la ventana por la que la luz se filtraba en el dormitorio
de Joseph.
—No te hagas el poeta, Joseph. No te pega.
—Lo siento. Supongo que estoy un poco
aturdido. Hacía tiempo que no pasaba la noche despierto, hablando... y eso.
—El «y eso» me ha gustado mucho Demi sonrió con
picardía—. En fin, será mejor que vaya a la habitación de invitados. No quiero
que Sam me encuentre aquí. No es buen ejemplo.
— ¿Significa que vamos a tener que
buscarnos furtivamente hasta que estemos casados?
—No recuerdo que hayamos hablado de
casarnos —repuso ella.
—Creo que deberíamos hacerlo en
seguida, antes de que vuelva a haber rumores.
—¿No se te está olvidando algo?
—¿Como qué?
—¿Una declaración?
—Podrías decir que no. Es mejor que
sigamos adelante.
—Muy ingenioso, Joseph.
—Te he pedido que no me llames así.
—Peores cosas te voy a llamar si no
te declaras como es debido.
—¿Tengo que poner una rodilla en el
suelo?
—No, pero quiero que digas las
palabras.
— Demi, ¿quieres casarte conmigo? —le pidió Joseph
finalmente.
—¿Por qué?
Joseph suspiró.
—¿Por qué no puedes responder nunca
lo que espero? Es una pregunta sencilla: sí o no.
— ¿Por qué, Joseph?
—Porque te quiero contestó un segundo
después, totalmente en serio. Porque no soy tan estúpido como para arriesgarme
a perderte dos veces. Porque quiero pasarme el resto de la vida atento a qué
cosa fascinante e impredecible vas a hacer a continuación. Porque tienes mucho
que darnos a mis hijos y a mí y creo que nosotros podemos ofrecerte mucho a
cambio. Me gusta formar parte de una familia y te juro que voy a esforzarme
para que no te sientas abandonada ni tengas ganas de serme infiel. Creo que te
quiero desde querrá adolescente, cuando coqueteabas conmigo en el gimnasio. Y
sé que te amaré hasta el día en que me muera. ¿Te parece razón suficiente?
—Sí —contestó Demi,
estremecida—. Más que suficiente. Yo también te quiero, Joseph
Jonas. Y si estás seguro de que no te arrepentirás, me casaré contigo.
—Jamás
me arrepentiré —Joseph la abrazó—. Y me voy a asegurar de que tú tampoco
lo hagas.
—Jamás me he podido resistir a un
desafío —murmuró Demi, buscando la boca de
él.
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