—No hay más que hablar Bobbie se levantó. Tengo un par de cepillos de dientes nuevos por algún lado. Te llevaré uno a tu cuarto de baño. Todavía hay un albornoz en el armario y toallas...
—Sé dónde está todo, mamá; pero...
—No discutas. No tienes ninguna
razón para irte a casa.
Sabía que su madre no lo había
dicho como le había sonado a él, pero sus palabras lo habían hecho sentirse
vacío. Su madre tenía razón, pensó mientras le cambiaba los pañales a Abbie y
la abrigaba en la cuna. En realidad, no tenía ninguna razón para irse a casa.
El miércoles por la mañana, nada
más colgarlo, el teléfono volvió a sonar.
—¿Diga? —preguntó Demi en tono ausente.
—Hola.
Aquel simple saludo bastó para
captar toda su atención.
—Hola, Joseph. ¿Cómo está Abbie?
—Mucho mejor, gracias. Estuvo mala
todo el fin de semana, pero ayer ya estaba totalmente recuperada.
—Me alegro.
—¿Has comido ya?
—No — Demi
miró el reloj y vio que eran casi las doce del mediodía.
—Tengo hora y media hasta mi
siguiente reunión. ¿Qué tal si salgo por algo de comida para llevar y me acerco
a tu casa?
—¿Es otro acto impulsivo? —preguntó
ella, encantada.
—Supongo que me estás corrompiendo.
—Todavía no he empezado — Demi rio.
—¿Debo tomármelo como una
amenaza... o como una promesa?
—Lo que más te guste.
—Te veo en quince minutos.
Demi
colgó el teléfono y se puso de pie. Tal vez debiera ponerse algo de maquillaje,
pensó mientras corría hacia el dormitorio.
Justo un cuarto de hora después, Joseph llamó al timbre.
—Hola —lo saludó Demi, sonriente.
—Hola —dijo Josep, cargado con dos bolsas de una sandwichería.
—Deja que agarre una. Podemos comer
en la cocina.
—Me alegra que estés libre —comentó
él mientras la seguía.
—Parece que estos días tengo mucho
más tiempo libre del que estoy acostumbrada —Demi
encogió los hombros.
—Suena como si ya estuvieras
cansándote de vivir en una ciudad pequeña.
Demi alzó
una ceja en respuesta a algo que había notado en el tono de voz.
—En realidad, no —contestó—. Pero
me está llevando un tiempo descubrir qué hacer durante las vacaciones de
verano. De hecho, acaba de surgirme algo interesante.
—¿Sí? —Joseph
sacó un sandwich de una de las bolsas—. ¿De qué se trata?
—Earlene Smithee me ha llamado esta
mañana. Estaba pensando en formar un grupo de teatro y quería saber si estaría
interesada en compartir mi experiencia. Tiene varios conocidos dispuestos a
involucrarse, pero no saben cómo organizarse.
—¿Te vas a meter en algo así?
—preguntó Joseph, sorprendido.
—¿Por qué no? Puede ser divertido.
—Y puede que te encuentres con un
puñado de bellezas marchitas como Earlene, que solo quieren una oportunidad
para volver al centro de atención.
—Acabas de describir bastante bien
la mayoría de los grupos de teatro de personas adultas —lo informó Demi entre risas—. Suele ser gente que un día soñó
con triunfar sobre el escenario, pero no tuvo el valor de luchar por
conseguirlo.
—O el talento.
—También, por supuesto. Pero un
buen director puede sacar provecho hasta de un talento limitado con un buen
guión y suficiente trabajo.
—Y el buen director es buena
directora en esta ocasión, ¿no?
—No me importaría dirigir una obra
para ellos. No sería tan distinto a trabajar con los estudiantes del instituto.
—Salvo que tus estudiantes deben
hacer lo que les digas y a Earlene nunca se le ha dado muy bien obedecer
órdenes. ¿Y si April Penny decide que quiere colaborar? Sabes que Earlene y
ella se odian. ¿Podrías arreglártelas si empezaran a pelearse por un papel?
—Está claro que me subestimas.
¿Tengo que recordarte que he trabajado en Nueva York? He visto divas de
telenovelas tratar de sacarles los ojos a compañeras de reparto porque decían
que les estaban intentando hacer sombra. April y Earlene son simples
aficionadas en divismologia.
—¿Divismologia? —repitió Joseph con una sonrisa curiosa—. ¿Así es como se
llama?
—Así es como lo llamo yo.
—¿Y tú te consideras una diva?
—Me temo que no he hecho méritos — Demi rio—. Hace falta ser una gran estrella para
poder considerarse una diva. Yo solo era ese personaje simpático de ojos
grandes y acento gracioso.
—¿Así es como te veías?
—Así es como me veían los que
repartían los papeles.
Demi sacó
dos platos, los colocó en la mesa y sonrió para indicarle que hacía tiempo que
había aprendido a aceptar su sino. Podría haber trabajado más tiempo, más duro,
más competitivamente; pero habría seguido teniendo muy pocas oportunidades de
convertirse en una estrella. Y aunque podía haber ganado más dinero en Nueva
York, había acabado sintiendo un vacío interior que solo podía llenar
regresando a Honoria y enfrentándose a su pasado de una vez por todas.
Joseph Jonas
formaba gran parte de ese pasado, fuera o no consciente de ello.
—Así que vas a fundar un grupo de
teatro —dijo Joseph, como si aún no pudiera
creérselo.
—Eso parece. ¿Quieres unirte? —Demi rio.
—Creo que podré resistir la
tentación.
—¿No tienes deseos ocultos de
alcanzar la gloria como actor?
—No, estoy contento con mi trabajo.
Compraré una entrada para ver tu obra... pero no actuaré.
—¡Lastima! —Demi exageró un suspiro—.No creo que vaya a encontrar muchos
hombres tan sexys por aquí.
—¿Intentas que me sonroje?
—Consigo que te sonrojes —replicó
ella, satisfecha.
— ¿Qué hace falta para que tú te
ruborices, Demi?
—No sé —murmuró esta—. Pero te
invito a que lo intentes.
—Siempre he disfrutado de los retos
— contestó Joseph, acercándose a los labios de
ella. Y luego acalló su respuesta apoderándose de su boca.
Fuera cual fuera el tema de
conversación que hubieran estado manteniendo, Demi
lo olvidó por completo. La comida que Joseph
había llevado dejó de importar. Estaba hambrienta... pero no de sandwiches.
Joseph deslizó las
manos por su espalda y la atrajo hacia él. No le costó descubrir que no era el
único con necesidades más urgentes que la de comer.
Demi le rodeó el cuello con las manos y entreabrió los
labios, invitándolo a que profundizara el beso... lo cual hizo, a conciencia.
El top que llevaba se le había subido hasta la mitad al alzar los brazos y Joseph
aprovechó la oportunidad de explorar a Demi, la cual notó la calidez de sus manos sobre la
espalda y se preguntó lo delicioso que sería sentirlas por el resto del cuerpo.
—Será mejor que paremos esto si
queremos comer —murmuró él con voz ronca.
— ¿Parar el qué? replicó Demi, rozando sus senos contra el pecho deJoseph.
—Eso gruñó este.
Demi frotó la mejilla contra el mentón de él.
—¿Esto?
Joseph la agarró por
las caderas y la pegó contra su cuerpo más íntimamente.
—Estás jugando con fuego, Demi.
— ¿Te da miedo quemarme?
—Puede que me preocupe más que tú
me quemes a mí murmuró Joseph mientras le lamía el lóbulo de una
oreja.
El corazón le latía con tanta
fuerza que Demi creyó que debía alzar la voz
para que pudieran oírla. Sin embargo, sus palabras fueron un ronco susurro:
—Quizá nos quememos juntos.
Joseph cambió de postura y Demi se encontró
contra su pecho, con los pies colgando a unos cinco centímetros del suelo.
Lo miró a la cara y vio la
intensidad de su mirada.
—Con esto no puedo bromear.
—¿Y qué te hace pensar que estoy
bromeando? replicó ella, totalmente en serio, sosteniéndole la mirada.
Contuvieron la respiración. Se
estremecieron sus cuerpos. Y entonces Joseph le
cubrió la boca con un beso tan perfecto y especial que a Demi se le hizo un nudo en la garganta.
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