Joe
Empujo al chico
contra un Camaro lujoso y brillante, un cochazo que probablemente cueste más de
lo que mi madre gana en un año.
- Este es el trato,
Blake -le digo-. O me pagas ahora o te rompo algo. Y no me refiero a tu jodido
coche... sino a algo que lleves permanentemente adherido al cuerpo. ¿Lo pulas?
Blake, más delgado
que un poste de teléfono y pálido como un fantasma, me mira como si acabara de
pronunciar su sentencia de muerte. Debería habérselo pensado mejor antes de
coger toda la cocaína y largarse sin pagarla.
Como si Héctor
fuera a permitir que sucediera sin más. Como si yo fuera a permitirlo.
Cuando Héctor me
envía a recaudar deudas, obedezco. Puede que no me guste hacerlo, pero lo hago.
Él sabe que no me involucraré en el tráfico de drogas, ni destrozaré la casa de
nadie, ni me mezclaré en asuntos de robos. Sin embargo, se me da bien
recaudar... sobre todo, deudas. A veces me mandan a buscar directamente a
personas, aunque esos son asuntos complicados, sobre todo porque sé lo que les
pasará en cuanto les arrastre hasta el almacén donde tienen que dar la cara
frente a Chuy. Nadie quiere enfrentarse a Chuy. Es mucho peor que enfrentarse a
mí.
Blake debería
sentirse afortunado de que haya sido yo la persona asignada para venir a
buscarlo.
Decir que no vivo
una vida impoluta es un eufemismo. Intento no darle muchas vueltas al trabajo
sucio que hago para los Latino Blood. Lo cierto es que se me da bien. Mi
trabajo es asustar a la gente para que nos pague lo que nos debe. Técnicamente,
mis manos están limpias de drogas. Bueno, el dinero que viene de las drogas cae
en mis manos con bastante frecuencia, pero lo único que hago es dárselo a
Héctor. No lo gasto, solo lo recaudo.
Eso hace que solo
sea un peón, lo sé. Siempre y cuando mi familia esté a salvo, no me importa.
Además, soy un buen luchador. No tenéis ni idea de la cantidad de gente que se
echa a llorar ante la amenaza de romperle los huesos. Blake no es diferente de
otros tíos a los que he amenazado, lo sé por el modo en que finge
despreocupación pese a que sus larguiruchas manos no dejan de temblarle sin
control.
Y dicho esto, puede
que penséis que sería capaz de intimidar a la Peterson, pero no os equivoquéis,
a esa tía no hay quien la acojone, ni con una granada en las manos.
- No tengo el
dinero -espeta Blake.
- Esa respuesta no
te va a servir de mucho, tío -interviene Paco, que hasta ahora se ha quedado al
margen. Acompañarme le divierte mucho: cree que somos una especie de poli bueno
y poli malo. Excepto que en realidad no somos una pareja de policías, sino de
pandilleros, y uno de nosotros es malo y el otro aún peor.
- ¿Qué miembro
quieres que te rompa primero? -pregunto-, Seré amable y te dejaré elegir.
- Venga, Joe,
sacúdele ya y acabemos con esto de una vez -dice Paco, aburrido.
- ¡No! -grita
Blake-. Lo conseguiré, os lo juro. Mañana.
Lo empujo otra vez
contra el coche y presiono el antebrazo contra su garganta lo suficiente para
asustarle.
- ¿Y qué, voy a
fiarme de ti así, por las buenas? ¿Crees que somos idiotas? Necesito una
garantía. Blake no responde. Miro el coche.
- No, el coche no,
por favor, Joe. Saco mi arma. No voy a dispararle. No importa lo que soy ni en
lo que me he convertido, jamás matarla ni dispararía a nadie. Sin embargo, eso
Blake no lo sabe. Cuando ve la pistola, saca las llaves del coche.- Dios mío,
no, por favor. Le quito las llaves de la mano.
- Mañana, Blake. A
las siete en punto detrás de las viejas vías en el cruce de Fourth con Vine.
Ahora, lárgate de aquí -le digo, agitando el arma en el aire para que salga
corriendo.
- Siempre he
querido tener un Camaro -dice Paco después de que Blake se haya ido.
- Es tuyo... hasta
mañana -digo, lanzándole las llaves.- ¿De verdad crees que conseguirá cuatro
mil dólares en un solo día?
- Sí -digo con
total seguridad-. Porque este coche vale mucho más de cuatro mil dólares.
Cuando volvemos al
almacén, pongo a Héctor al día. No le hace mucha gracia que no le hayamos
traído la pasta, pero sabe que Blake conseguirá el dinero. Yo siempre cumplo
con mi trabajo.
Por la noche,
estoy en mi habitación y no puedo conciliar el sueño porque mi hermano Luis no
deja de roncar. Por cierto, duerme tan profundamente que no parece tener
inquietudes en la vida. Yo sí las tengo. No me importa amenazar a camellos de
pacotilla como Blake, aunque preferiría estar luchando por cosas que verdaderamente
merecen la pena.
Una semana más
tarde estoy sentado en el césped del patio del instituto, almorzando junto a un
árbol. La mayoría de los estudiantes de Fairfield comen fuera hasta finales de
octubre, cuando el invierno de Illinois les obliga a refugiarse en la cafetería
a la hora de la comida. Pero aún podemos disfrutar de cada minuto de sol y de
aire refrescante, lo que nos permite pasar un rato agradable en el exterior.
Mi amigo Lucky, con
su camiseta roja demasiado ancha y sus vaqueros negros, me da una palmada en la
espalda mientras aparca el trasero a mi lado con una bandeja de la cafetería en
la mano.
- ¿Listo para la
siguiente clase, Joe? Me apuesto lo que quieras a que Demi Lovato huye de ti
como de la peste. Me troncho cada vez que la veo mover su taburete para
alejarse todo lo que puede de ti.
- Lucky -le
interrumpo y, señalándome, añado-: Es una chiquilla y no va a sacar nada de
este hombre.
- Corre a decirle
eso a su madre -dice Lucky, riendo-. O a Colin Adams.
Me recuesto sobre
el tronco del árbol y me cruzo de brazos.
- El año pasado
coincidí con Adams en Educación Física. Y créeme, no tiene nada de lo que pueda
alardear.
- Todavía estás
cabreado con él porque el año siguiente de que le ganaras en la carrera de
relevos frente a todo el instituto te destrozó la taquilla, ¿verdad?
Joder, sí, todavía
estoy cabreado. Aquel incidente me costó una pasta gansa porque tuve que
comprarme libros nuevos.
- Eso es agua
pasada -le digo a Lucky, manteniendo la fría apariencia de siempre.
- Pues tu amiguito
está sentado justo allí, con la tía buena de su novia.
Me basta una sola
mirada a la señorita Perfecta para que se dispare todo mi sistema de alarma.
Cree que soy un drogata. Todos los días tengo que superar el temor de lidiar
con ella en clase de química.
- Esa tía tiene la
cabeza llena de pájaros, tío -añado.
- He oído que esa
petarda te ha faltado el respeto delante de los suyos -dice un tío llamado
Pedro mientras él y un grupo de chicos toman asiento junto a nosotros con sus
bandejas de la cafetería o la comida que han traído de casa.
Niego con la
cabeza, preguntándome lo que habrá dicho Demi de mí y qué medidas deberé de
tomar para tenerlo todo bajo control.
- Tal vez me desee
y no conozca otra manera de llamar mi atención.
Lucky ríe con tanta
fuerza que todos los que están a pocos metros de nosotros nos miran.
- Ni de coña, Demi
Lovato no se acercaría a menos de sesenta metros de ti por voluntad propia, así
que ni hablemos de salir contigo, colega -dice-. ¿Te acuerdas de la bufanda que
llevaba la semana pasada? Pues puede que esa prenda cueste tanto como todo lo
que hay en tu casa.
La bufanda. Como si
los pantalones y la camiseta de diseño que lleva no fueran lo suficientemente
modernos, se pone esa bufanda, puede que para alardear de lo rica e intocable
que es. Seguro que es toda una profesional eligiendo el tono exacto para que
encaje con sus ojos de color zafiro.
- Joder, te apuesto
mi RX-7 a que no eres capaz de conseguir sus bragas antes de las vacaciones de
Acción de Gracias -me desafía Lucky, interrumpiendo mis perversos pensamientos.
- ¿Quién querría
hacer algo así? -rebato. Puede que también sean de diseño y lleven sus
iniciales bordadas en la parte delantera.
- Todos los tíos
del instituto.
No hacía falta
recalcar lo que ya es evidente.
- Es una blanca
pija.
No salgo con nenas
blancas, ni nenas malcriadas, ni tampoco con niñatas cuya idea del trabajo duro
es pintarse sus largas uñas de un color diferente cada día para que peguen con
el conjunto que llevan puesto. Saco un cigarrillo del bolsillo y lo enciendo,
haciendo caso omiso de la política del centro que prohíbe fumar en el recinto
del instituto. Últimamente he fumado un montón. Paco me lo hizo notar anoche
cuando salimos a dar una vuelta.
- ¿Y qué pasa si es
blanca? Vamos, Joe. No seas idiota. Mírala.
Echo un vistazo.
Tengo que admitir que está buena. Tiene el pelo largo y brillante, una nariz
aristocrática, los brazos ligeramente bronceados y algo musculados en los
bíceps (me preguntó si hará ejercicio). Y unos labios carnosos que cuando
sonríen te hacen pensar que la paz mundial sería posible si todo el mundo
sonriera como ella.
Aparto esas ideas
de mi mente. ¿Y qué pasa si está buena? Es una petarda de primera.
- Demasiado flaca
-espeto.
- Te gusta -dice
Lucky, recostándose sobre la hierba-. Pero sabes que, como el resto de chicanos
de la zona sur, nunca podrás tenerla.
Hay algo en mí
interior que se enciende. Llamémoslo mecanismo de defensa. Llamémoslo
prepotencia. Antes de que pueda desconectarlo, digo:
- En dos meses
habré catado a esa tía. Si de verdad quieres apostar tu RX-7, acepto.
- Estás pirado, tío
-dice Lucky, y al ver que no contesto, añade frunciendo el ceño-: ¿Hablas en
serio, Joe?
El tío va a echarse
atrás, quiere más a su coche que a su madre.
- Claro.
- Si pierdes, me
quedo con Julio -dice Lucky, y su expresión ceñuda se transforma en una sonrisa
malvada.
Julio es mi
posesión más preciada: una vieja Honda Nighthawk 750. La rescaté del depósito y
la convertí en una moto de líneas depuradas. Hacerlo me llevó un montón de
tiempo. Es la única cosa en mi vida que, en lugar de echar a perder, he
mejorado.
Lucky no va a
rajarse. Ahora me toca a mí rechazar o aceptar el reto. El problema es que
nunca me he echado atrás... ni una sola vez en toda mi vida.
Estoy seguro de que
la blanquita pija más popular del instituto va a aprender un montón de cosas
saliendo conmigo. La señorita Perfecta ha declarado que nunca saldría con el
miembro de una banda, pero apuesto a que ningún Latino Blood ha intentado
colarse alguna vez en esos pantalones de diseño.
No resultaría más
imposible o inverosímil que un encontronazo entre las bandas rivales de los
Folks y los People, un sábado por la noche.
Apuesto a que todo
lo que necesito para ligarme a Demi es un poco de coqueteo. Ya sabéis, un juego
de palabras, un toma y da que aumenta tu percepción del sexo opuesto. Puedo
matar dos pájaros de un tiro: devolvérsela a Cara Burro quitándole a su chica y
devolvérsela a Demi Lovato por haberse chivado de mí al director, y por dejarme
en ridículo delante de sus amigas. Puede ser divertido.
Me imagino a todo
el instituto siendo testigo de la inmaculada niña pija babeando por el chicano
al que ha profesado odio eterno. Imagino su culo blanco y apretado cayendo al
suelo cuando haya acabado con ella.
Le tiendo la mano a
Lucky.
- Trato hecho.
- Tendrás que
demostrarlo con pruebas. Le doy otra calada al cigarrillo.
- Lucky, ¿qué
quieres que haga? ¿Arrancarle un jodido pelo púbico?
- ¿Cómo sabremos
que es de ella? -pregunta Lucky-. Quizás sea rubia de bote. Además,
probablemente tendrá las ingles depiladas a la brasileña. Ya sabes, cuando se
les queda todo...
- Hazle una foto
-sugiere Pedro-. O un vídeo. Apuesto a que podemos sacar una pasta con eso.
Podemos titularlo «Demi se va de paseo al sur de la frontera».
Son este tipo de
conversaciones estúpidas las que nos dan una mala reputación. No es que los
niños ricos no hablen de estupideces, estoy seguro que sí. Sin embargo, cuando
mis amigos empiezan, no conocen el límite. Si os digo la verdad, creo que mis
colegas se lo pasan bomba cuando se ríen de alguien. Aunque si es de mí, ya no
me hace tanta gracia.
- ¿De qué habláis?
-pregunta Paco, que se une a nosotros con un plato de comida de la cafetería.
- He apostado mi
coche con Joe a que no consigue acostarse con Demi Lovato antes de Acción de
Gracias. Y él ha apostado su Julio a que sí.
- ¿Estás pirado, Joe?
-dice Paco-. Hacer una apuesta como esa es un suicidio.
- Déjalo, Paco -le
advierto. No es ningún suicidio. Una estupidez, puede, pero no un suicidio. Si
conseguí salir con la tía buena de Carmen Sánchez puedo salir con la galleta de
vainilla de Demi Lovato.
Demi Lovato está
fuera de nuestro alcance, colega. Puede que seas un chico mono, pero eres cien
por cien chicano y ella es más blanca que el pan.
Una alumna de
penúltimo curso llamada Leticia González se acerca a nosotros.
- Hola, Joe -dice,
lanzándome una sonrisa antes de sentarse con sus amigas. Mientras los otros
chicos babean por Leticia y sus amigas, Paco y yo nos quedamos solos junto al
árbol.
Paco me da un
codazo.
- Mira, Leticia es
una chicana preciosa, y sí está a tu alcance.
Pero yo no tengo
puesto el ojo en Leticia, sino en Demi. Ahora que el juego ha empezado, voy a
centrarme en el premio. Es hora de empezar el coqueteo, aunque con ella no me
funcionará ningún piropo facilón. De algún modo, creo que ese tipo de
comentarios ya se los dice su novio y los otros gilipollas que intentan
llevársela a la cama.
Voy a optar por una
nueva estrategia, una que ella no esperará. Voy a hacer que caiga rendida antes
de que se dé cuenta. Y empezaré en la próxima clase, cuando esté obligada a
sentarse a mi lado. Nada como unos cuantos preliminares en la clase de química
para provocar que se encienda la chispa.
- ¡Mierda! -exclama
Paco, lanzando su comida al plato-. Creen que pueden comprar un trozo de pan en
forma de u, llenarlo de cosas y llamarlo taco, pero estos tipos de la cafetería
no distinguirían un taco de carne de un pedazo de mierda. Esa es la razón por
la que sabe así, Joe.
- Tío, me están
entrando ganas de vomitar -digo. Miro incómodo la comida que he traído de casa.
Ahora, gracias a Paco todo me parece un pedazo de mierda. Asqueado, guardo el
resto de la comida en la bolsa de papel marrón.
- ¿Quieres
probarlo? -pregunta Paco con una sonrisa mientras me tiende el taco de mierda.
- Acerca eso un
centímetro más y te arrepentirás -le amenazo.
- Me cago de miedo.
Paco zarandea el
taco ofensivamente, provocándome.
Deberla tener más
cabeza.
- Si algo de eso me
cae encima...
- ¿Qué vas a hacer,
pegarme? -canturrea Paco con sarcasmo, todavía agitando el taco. Quizás debería
darle un puñetazo en la cara, dejarlo inconsciente para no tener que aguantarlo
más.
Mientras barajo la
idea, noto que algo me gotea en los pantalones. Bajo la mirada sabiendo lo que
voy a encontrarme. Sí, un pedazo de falsa carne de taco, húmeda y pegajosa, me
ha dejado una macha enorme justo encima de la bragueta de los vaqueros
desteñidos que llevo puestos.
- Joder -se lamenta
Paco. En un instante, su expresión ha pasado de la alegría a la conmoción-.
¿Quieres que te lo limpie?
- Si tus dedos se
acercan lo más mínimo a mi pene, me encargaré personalmente de meterte un tiro
en los huevos -gruño entre dientes. Aparto con el dedo la misteriosa carne que
me ha caído encima. Me ha dejado una mancha grande y grasienta. Me vuelvo hacia
Paco.
- Tienes diez
minutos para conseguirme unos pantalones nuevos.
- ¿Y cómo cono voy
a hacer eso?
- Improvisa algo.
- Coge los míos
-sugiere Paco que se levanta y se lleva los dedos a la cinturilla de los
vaqueros, desabrochándose los pantalones allí, en medio del patio.
- Tal vez no me he
explicado con claridad -matizo, preguntándome cómo voy a aparentar ser un tipo
guay en clase de química cuando parece que me he meado en los pantalones-. Lo
que quiero decir es que me consigas unos pantalones nuevos de mi talla,
imbécil. Eres tan bajo que podrías presentarte a una audición para hacer de
duende de Santa Claus.
- Voy a tolerar tus
insultos porque somos hermanos.
- Nueve minutos y
treinta segundos.
Paco decide no
malgastar más tiempo y echa a correr hacia el aparcamiento del instituto. No me
importa una mierda cómo consiga los pantalones, solo quiero que los encuentre
antes de que empiece la siguiente clase. Tener la bragueta mojada no es el
mejor modo de demostrarle a Demi que soy todo un seductor.
Espero junto al
árbol mientras los otros tiran los restos de comida y se dirigen a las puertas
del instituto. De repente, suena la música por los altavoces y no veo a Paco
por ningún sitio. Genial. Ahora tengo cinco minutos para llegar a la clase de
Peterson. Apretando los dientes, camino hacia la clase de química con los
libros estratégicamente colocados delante de la bragueta. Llego dos minutos
antes. Me siento en el taburete y me acerco todo lo que puedo a la mesa de
laboratorio para esconder la mancha.
Demi entra en
clase, con su pelo de anuncio cayéndole sobre el pecho, terminando en unos
perfectos ricitos que se mueven a medida que avanza. Una perfección que en lugar
de excitarme, me hace desear levantarme y arruinársela.
Le guiño el ojo
cuando me mira. Ella resopla y aleja su taburete del mío todo lo que puede.
Recuerdo la
política de tolerancia cero de la señora Peterson y me quito la bandana,
colocándomela directamente sobre la mancha. Después, me giro hacia la chica de
los pompones que se sienta a mi lado.
- Tendrás que
hablar conmigo en algún momento.
- ¿Para qué tu
novia tenga la excusa perfecta para apalearme? No, gracias, Joe. Prefiero que
mi cara se quede como está.
- No tengo novia.
¿Quieres una entrevista para el puesto? -pregunto mirándola de arriba abajo,
concentrándome en las partes de las que ella se vale tanto.
Hace una mueca con
el labio superior pintado de rosa y me sonríe con desprecio.
- Ni muerta.
- Nena, no sabrías
que hacer con tanta testosterona en tus manos.
«Eso es, Joe.
Tómale el pelo para atraer su atención. Morderá el anzuelo». Ella se aparta de
mí.
- Eres asqueroso.
- ¿Y si te dijera
que haríamos una pareja genial?
- Pues te diría
que eres un imbécil.
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