lunes, 11 de marzo de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 8




Joe
    Empujo al chico contra un Camaro lujoso y brillante, un cochazo que probablemente cueste más de lo que mi madre gana en un año.
    - Este es el trato, Blake -le digo-. O me pagas ahora o te rompo algo. Y no me refiero a tu jodido coche... sino a algo que lleves permanentemente adherido al cuerpo. ¿Lo pulas?

    Blake, más delgado que un poste de teléfono y pálido como un fantasma, me mira como si acabara de pronunciar su sentencia de muerte. Debería habérselo pensado mejor antes de coger toda la cocaína y largarse sin pagarla.
    Como si Héctor fuera a permitir que sucediera sin más. Como si yo fuera a permitirlo.

    Cuando Héctor me envía a recaudar deudas, obedezco. Puede que no me guste hacerlo, pero lo hago. Él sabe que no me involucraré en el tráfico de drogas, ni destrozaré la casa de nadie, ni me mezclaré en asuntos de robos. Sin embargo, se me da bien recaudar... sobre todo, deudas. A veces me mandan a buscar directamente a personas, aunque esos son asuntos complicados, sobre todo porque sé lo que les pasará en cuanto les arrastre hasta el almacén donde tienen que dar la cara frente a Chuy. Nadie quiere enfrentarse a Chuy. Es mucho peor que enfrentarse a mí.

    Blake debería sentirse afortunado de que haya sido yo la persona asignada para venir a buscarlo.

    Decir que no vivo una vida impoluta es un eufemismo. Intento no darle muchas vueltas al trabajo sucio que hago para los Latino Blood. Lo cierto es que se me da bien. Mi trabajo es asustar a la gente para que nos pague lo que nos debe. Técnicamente, mis manos están limpias de drogas. Bueno, el dinero que viene de las drogas cae en mis manos con bastante frecuencia, pero lo único que hago es dárselo a Héctor. No lo gasto, solo lo recaudo.

    Eso hace que solo sea un peón, lo sé. Siempre y cuando mi familia esté a salvo, no me importa. Además, soy un buen luchador. No tenéis ni idea de la cantidad de gente que se echa a llorar ante la amenaza de romperle los huesos. Blake no es diferente de otros tíos a los que he amenazado, lo sé por el modo en que finge despreocupación pese a que sus larguiruchas manos no dejan de temblarle sin control.

    Y dicho esto, puede que penséis que sería capaz de intimidar a la Peterson, pero no os equivoquéis, a esa tía no hay quien la acojone, ni con una granada en las manos.
    - No tengo el dinero -espeta Blake.

    - Esa respuesta no te va a servir de mucho, tío -interviene Paco, que hasta ahora se ha quedado al margen. Acompañarme le divierte mucho: cree que somos una especie de poli bueno y poli malo. Excepto que en realidad no somos una pareja de policías, sino de pandilleros, y uno de nosotros es malo y el otro aún peor.
    - ¿Qué miembro quieres que te rompa primero? -pregunto-, Seré amable y te dejaré elegir.

    - Venga, Joe, sacúdele ya y acabemos con esto de una vez -dice Paco, aburrido.
    - ¡No! -grita Blake-. Lo conseguiré, os lo juro. Mañana.
    Lo empujo otra vez contra el coche y presiono el antebrazo contra su garganta lo suficiente para asustarle.

    - ¿Y qué, voy a fiarme de ti así, por las buenas? ¿Crees que somos idiotas? Necesito una garantía. Blake no responde. Miro el coche.
    - No, el coche no, por favor, Joe. Saco mi arma. No voy a dispararle. No importa lo que soy ni en lo que me he convertido, jamás matarla ni dispararía a nadie. Sin embargo, eso Blake no lo sabe. Cuando ve la pistola, saca las llaves del coche.- Dios mío, no, por favor. Le quito las llaves de la mano.

    - Mañana, Blake. A las siete en punto detrás de las viejas vías en el cruce de Fourth con Vine. Ahora, lárgate de aquí -le digo, agitando el arma en el aire para que salga corriendo.
    - Siempre he querido tener un Camaro -dice Paco después de que Blake se haya ido.
    - Es tuyo... hasta mañana -digo, lanzándole las llaves.- ¿De verdad crees que conseguirá cuatro mil dólares en un solo día?
    - Sí -digo con total seguridad-. Porque este coche vale mucho más de cuatro mil dólares.
    Cuando volvemos al almacén, pongo a Héctor al día. No le hace mucha gracia que no le hayamos traído la pasta, pero sabe que Blake conseguirá el dinero. Yo siempre cumplo con mi trabajo.

        Por la noche, estoy en mi habitación y no puedo conciliar el sueño porque mi hermano Luis no deja de roncar. Por cierto, duerme tan profundamente que no parece tener inquietudes en la vida. Yo sí las tengo. No me importa amenazar a camellos de pacotilla como Blake, aunque preferiría estar luchando por cosas que verdaderamente merecen la pena.

        Una semana más tarde estoy sentado en el césped del patio del instituto, almorzando junto a un árbol. La mayoría de los estudiantes de Fairfield comen fuera hasta finales de octubre, cuando el invierno de Illinois les obliga a refugiarse en la cafetería a la hora de la comida. Pero aún podemos disfrutar de cada minuto de sol y de aire refrescante, lo que nos permite pasar un rato agradable en el exterior.
    Mi amigo Lucky, con su camiseta roja demasiado ancha y sus vaqueros negros, me da una palmada en la espalda mientras aparca el trasero a mi lado con una bandeja de la cafetería en la mano.

    - ¿Listo para la siguiente clase, Joe? Me apuesto lo que quieras a que Demi Lovato huye de ti como de la peste. Me troncho cada vez que la veo mover su taburete para alejarse todo lo que puede de ti.
    - Lucky -le interrumpo y, señalándome, añado-: Es una chiquilla y no va a sacar nada de este hombre.

    - Corre a decirle eso a su madre -dice Lucky, riendo-. O a Colin Adams.
    Me recuesto sobre el tronco del árbol y me cruzo de brazos.
    - El año pasado coincidí con Adams en Educación Física. Y créeme, no tiene nada de lo que pueda alardear.

    - Todavía estás cabreado con él porque el año siguiente de que le ganaras en la carrera de relevos frente a todo el instituto te destrozó la taquilla, ¿verdad?
    Joder, sí, todavía estoy cabreado. Aquel incidente me costó una pasta gansa porque tuve que comprarme libros nuevos.

    - Eso es agua pasada -le digo a Lucky, manteniendo la fría apariencia de siempre.
    - Pues tu amiguito está sentado justo allí, con la tía buena de su novia.
    Me basta una sola mirada a la señorita Perfecta para que se dispare todo mi sistema de alarma. Cree que soy un drogata. Todos los días tengo que superar el temor de lidiar con ella en clase de química.

    - Esa tía tiene la cabeza llena de pájaros, tío -añado.
    - He oído que esa petarda te ha faltado el respeto delante de los suyos -dice un tío llamado Pedro mientras él y un grupo de chicos toman asiento junto a nosotros con sus bandejas de la cafetería o la comida que han traído de casa.
    Niego con la cabeza, preguntándome lo que habrá dicho Demi de mí y qué medidas deberé de tomar para tenerlo todo bajo control.

    - Tal vez me desee y no conozca otra manera de llamar mi atención.
    Lucky ríe con tanta fuerza que todos los que están a pocos metros de nosotros nos miran.
    - Ni de coña, Demi Lovato no se acercaría a menos de sesenta metros de ti por voluntad propia, así que ni hablemos de salir contigo, colega -dice-. ¿Te acuerdas de la bufanda que llevaba la semana pasada? Pues puede que esa prenda cueste tanto como todo lo que hay en tu casa.

    La bufanda. Como si los pantalones y la camiseta de diseño que lleva no fueran lo suficientemente modernos, se pone esa bufanda, puede que para alardear de lo rica e intocable que es. Seguro que es toda una profesional eligiendo el tono exacto para que encaje con sus ojos de color zafiro.
    - Joder, te apuesto mi RX-7 a que no eres capaz de conseguir sus bragas antes de las vacaciones de Acción de Gracias -me desafía Lucky, interrumpiendo mis perversos pensamientos.
    - ¿Quién querría hacer algo así? -rebato. Puede que también sean de diseño y lleven sus iniciales bordadas en la parte delantera.
    - Todos los tíos del instituto.
    No hacía falta recalcar lo que ya es evidente.
    - Es una blanca pija.

    No salgo con nenas blancas, ni nenas malcriadas, ni tampoco con niñatas cuya idea del trabajo duro es pintarse sus largas uñas de un color diferente cada día para que peguen con el conjunto que llevan puesto. Saco un cigarrillo del bolsillo y lo enciendo, haciendo caso omiso de la política del centro que prohíbe fumar en el recinto del instituto. Últimamente he fumado un montón. Paco me lo hizo notar anoche cuando salimos a dar una vuelta.

    - ¿Y qué pasa si es blanca? Vamos, Joe. No seas idiota. Mírala.
    Echo un vistazo. Tengo que admitir que está buena. Tiene el pelo largo y brillante, una nariz aristocrática, los brazos ligeramente bronceados y algo musculados en los bíceps (me preguntó si hará ejercicio). Y unos labios carnosos que cuando sonríen te hacen pensar que la paz mundial sería posible si todo el mundo sonriera como ella.
    Aparto esas ideas de mi mente. ¿Y qué pasa si está buena? Es una petarda de primera.
    - Demasiado flaca -espeto.
    - Te gusta -dice Lucky, recostándose sobre la hierba-. Pero sabes que, como el resto de chicanos de la zona sur, nunca podrás tenerla.

    Hay algo en mí interior que se enciende. Llamémoslo mecanismo de defensa. Llamémoslo prepotencia. Antes de que pueda desconectarlo, digo:
    - En dos meses habré catado a esa tía. Si de verdad quieres apostar tu RX-7, acepto.
    - Estás pirado, tío -dice Lucky, y al ver que no contesto, añade frunciendo el ceño-: ¿Hablas en serio, Joe?
    El tío va a echarse atrás, quiere más a su coche que a su madre.
    - Claro.
    - Si pierdes, me quedo con Julio -dice Lucky, y su expresión ceñuda se transforma en una sonrisa malvada.

    Julio es mi posesión más preciada: una vieja Honda Nighthawk 750. La rescaté del depósito y la convertí en una moto de líneas depuradas. Hacerlo me llevó un montón de tiempo. Es la única cosa en mi vida que, en lugar de echar a perder, he mejorado.
    Lucky no va a rajarse. Ahora me toca a mí rechazar o aceptar el reto. El problema es que nunca me he echado atrás... ni una sola vez en toda mi vida.

    Estoy seguro de que la blanquita pija más popular del instituto va a aprender un montón de cosas saliendo conmigo. La señorita Perfecta ha declarado que nunca saldría con el miembro de una banda, pero apuesto a que ningún Latino Blood ha intentado colarse alguna vez en esos pantalones de diseño.
    No resultaría más imposible o inverosímil que un encontronazo entre las bandas rivales de los Folks y los People, un sábado por la noche.

    Apuesto a que todo lo que necesito para ligarme a Demi es un poco de coqueteo. Ya sabéis, un juego de palabras, un toma y da que aumenta tu percepción del sexo opuesto. Puedo matar dos pájaros de un tiro: devolvérsela a Cara Burro quitándole a su chica y devolvérsela a Demi Lovato por haberse chivado de mí al director, y por dejarme en ridículo delante de sus amigas. Puede ser divertido.
    Me imagino a todo el instituto siendo testigo de la inmaculada niña pija babeando por el chicano al que ha profesado odio eterno. Imagino su culo blanco y apretado cayendo al suelo cuando haya acabado con ella.
    Le tiendo la mano a Lucky.
    - Trato hecho.

    - Tendrás que demostrarlo con pruebas. Le doy otra calada al cigarrillo.
    - Lucky, ¿qué quieres que haga? ¿Arrancarle un jodido pelo púbico?
    - ¿Cómo sabremos que es de ella? -pregunta Lucky-. Quizás sea rubia de bote. Además, probablemente tendrá las ingles depiladas a la brasileña. Ya sabes, cuando se les queda todo...

    - Hazle una foto -sugiere Pedro-. O un vídeo. Apuesto a que podemos sacar una pasta con eso. Podemos titularlo «Demi se va de paseo al sur de la frontera».
    Son este tipo de conversaciones estúpidas las que nos dan una mala reputación. No es que los niños ricos no hablen de estupideces, estoy seguro que sí. Sin embargo, cuando mis amigos empiezan, no conocen el límite. Si os digo la verdad, creo que mis colegas se lo pasan bomba cuando se ríen de alguien. Aunque si es de mí, ya no me hace tanta gracia.
    - ¿De qué habláis? -pregunta Paco, que se une a nosotros con un plato de comida de la cafetería.

    - He apostado mi coche con Joe a que no consigue acostarse con Demi Lovato antes de Acción de Gracias. Y él ha apostado su Julio a que sí.
    - ¿Estás pirado, Joe? -dice Paco-. Hacer una apuesta como esa es un suicidio.
   - Déjalo, Paco -le advierto. No es ningún suicidio. Una estupidez, puede, pero no un suicidio. Si conseguí salir con la tía buena de Carmen Sánchez puedo salir con la galleta de vainilla de Demi Lovato.

  Demi Lovato está fuera de nuestro alcance, colega. Puede que seas un chico mono, pero eres cien por cien chicano y ella es más blanca que el pan.
    Una alumna de penúltimo curso llamada Leticia González se acerca a nosotros.
    - Hola, Joe -dice, lanzándome una sonrisa antes de sentarse con sus amigas. Mientras los otros chicos babean por Leticia y sus amigas, Paco y yo nos quedamos solos junto al árbol.

    Paco me da un codazo.
    - Mira, Leticia es una chicana preciosa, y sí está a tu alcance.
    Pero yo no tengo puesto el ojo en Leticia, sino en Demi. Ahora que el juego ha empezado, voy a centrarme en el premio. Es hora de empezar el coqueteo, aunque con ella no me funcionará ningún piropo facilón. De algún modo, creo que ese tipo de comentarios ya se los dice su novio y los otros gilipollas que intentan llevársela a la cama.

    Voy a optar por una nueva estrategia, una que ella no esperará. Voy a hacer que caiga rendida antes de que se dé cuenta. Y empezaré en la próxima clase, cuando esté obligada a sentarse a mi lado. Nada como unos cuantos preliminares en la clase de química para provocar que se encienda la chispa.

    - ¡Mierda! -exclama Paco, lanzando su comida al plato-. Creen que pueden comprar un trozo de pan en forma de u, llenarlo de cosas y llamarlo taco, pero estos tipos de la cafetería no distinguirían un taco de carne de un pedazo de mierda. Esa es la razón por la que sabe así, Joe.

    - Tío, me están entrando ganas de vomitar -digo. Miro incómodo la comida que he traído de casa. Ahora, gracias a Paco todo me parece un pedazo de mierda. Asqueado, guardo el resto de la comida en la bolsa de papel marrón.
    - ¿Quieres probarlo? -pregunta Paco con una sonrisa mientras me tiende el taco de mierda.

    - Acerca eso un centímetro más y te arrepentirás -le amenazo.
    - Me cago de miedo.
    Paco zarandea el taco ofensivamente, provocándome.
    Deberla tener más cabeza.
    - Si algo de eso me cae encima...
    - ¿Qué vas a hacer, pegarme? -canturrea Paco con sarcasmo, todavía agitando el taco. Quizás debería darle un puñetazo en la cara, dejarlo inconsciente para no tener que aguantarlo más.

    Mientras barajo la idea, noto que algo me gotea en los pantalones. Bajo la mirada sabiendo lo que voy a encontrarme. Sí, un pedazo de falsa carne de taco, húmeda y pegajosa, me ha dejado una macha enorme justo encima de la bragueta de los vaqueros desteñidos que llevo puestos.

    - Joder -se lamenta Paco. En un instante, su expresión ha pasado de la alegría a la conmoción-. ¿Quieres que te lo limpie?
    - Si tus dedos se acercan lo más mínimo a mi pene, me encargaré personalmente de meterte un tiro en los huevos -gruño entre dientes. Aparto con el dedo la misteriosa carne que me ha caído encima. Me ha dejado una mancha grande y grasienta. Me vuelvo hacia Paco.
    - Tienes diez minutos para conseguirme unos pantalones nuevos.
    - ¿Y cómo cono voy a hacer eso?
    - Improvisa algo.

    - Coge los míos -sugiere Paco que se levanta y se lleva los dedos a la cinturilla de los vaqueros, desabrochándose los pantalones allí, en medio del patio.
    - Tal vez no me he explicado con claridad -matizo, preguntándome cómo voy a aparentar ser un tipo guay en clase de química cuando parece que me he meado en los pantalones-. Lo que quiero decir es que me consigas unos pantalones nuevos de mi talla, imbécil. Eres tan bajo que podrías presentarte a una audición para hacer de duende de Santa Claus.
    - Voy a tolerar tus insultos porque somos hermanos.
    - Nueve minutos y treinta segundos.
    Paco decide no malgastar más tiempo y echa a correr hacia el aparcamiento del instituto. No me importa una mierda cómo consiga los pantalones, solo quiero que los encuentre antes de que empiece la siguiente clase. Tener la bragueta mojada no es el mejor modo de demostrarle a Demi que soy todo un seductor.

    Espero junto al árbol mientras los otros tiran los restos de comida y se dirigen a las puertas del instituto. De repente, suena la música por los altavoces y no veo a Paco por ningún sitio. Genial. Ahora tengo cinco minutos para llegar a la clase de Peterson. Apretando los dientes, camino hacia la clase de química con los libros estratégicamente colocados delante de la bragueta. Llego dos minutos antes. Me siento en el taburete y me acerco todo lo que puedo a la mesa de laboratorio para esconder la mancha.

    Demi entra en clase, con su pelo de anuncio cayéndole sobre el pecho, terminando en unos perfectos ricitos que se mueven a medida que avanza. Una perfección que en lugar de excitarme, me hace desear levantarme y arruinársela.
    Le guiño el ojo cuando me mira. Ella resopla y aleja su taburete del mío todo lo que puede.
    Recuerdo la política de tolerancia cero de la señora Peterson y me quito la bandana, colocándomela directamente sobre la mancha. Después, me giro hacia la chica de los pompones que se sienta a mi lado.

    - Tendrás que hablar conmigo en algún momento.
    - ¿Para qué tu novia tenga la excusa perfecta para apalearme? No, gracias, Joe. Prefiero que mi cara se quede como está.

    - No tengo novia. ¿Quieres una entrevista para el puesto? -pregunto mirándola de arriba abajo, concentrándome en las partes de las que ella se vale tanto.
    Hace una mueca con el labio superior pintado de rosa y me sonríe con desprecio.
    - Ni muerta.
    - Nena, no sabrías que hacer con tanta testosterona en tus manos.
    «Eso es, Joe. Tómale el pelo para atraer su atención. Morderá el anzuelo». Ella se aparta de mí.
    - Eres asqueroso.
    - ¿Y si te dijera que haríamos una pareja genial?
     - Pues te diría que eres un imbécil.

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