Joe
- ¿Te queda mucho
con el Honda? Es hora de cerrar -dice mi primo Enrique.
Trabajo en su
taller todos los días después de clase... para ayudar a mi familia a poner los
garbanzos sobre la mesa, para olvidarme unas horas de los Latino Blood y, sobre
todo, porque soy un hacha arreglando coches.
Cubierto de grasa y
aceite después de haber reparado un Civic, me asomo por debajo del vehículo.
- Está casi
terminado.
- Bien. Hace tres
días que el tío me acosa para recuperarlo.
Ajusto el último
perno y me acerco a Enrique mientras este se limpia las sucias manos en un
trapo.
- ¿Puedo pedirte
algo?
- Dispara.
- ¿Puedo tomarme un
día libre la semana que viene? Tengo que hacer un proyecto de química para el
instituto -explico, pensando en el tema que nos han asignado hoy-. Y tenemos
que encontrar...
- La clase de
Peterson. Sí, la recuerdo. Es un hueso duro de roer -dice mi primo con un
escalofrío.
- ¿Te dio clase?
-pregunto, interesado. Me gustaría saber si sus padres son del ejército o algo
así. Está claro que esa mujer lleva la disciplina en la sangre.
- ¿Cómo iba a
olvidarla? «No triunfaréis en la vida hasta que descubráis la cura a una
enfermedad o salvéis el planeta» -cita Enrique, haciendo una imitación bastante
buena de la señora P.-. Nunca terminas de olvidar una pesadilla viviente como
la Peterson. Pero estoy seguro de que tener a Demi Lovato como compañera... -
¿Cómo lo sabes?
- Marcus vino y me
habló de ella, dice que está en vuestra clase. Está celoso porque te ha tocado
una compañera con piernas largas y grandes... -dice Enrique llevándose las
manos al pecho y zarandeándolas un poco-. Bueno, ya sabes.
Sí, ya sé.
Cambio el peso del
cuerpo de un pie a otro.
- ¿Qué te parece el
jueves?
- No hay problema
-responde mi primo, y carraspeando, añade-: Héctor vino a buscarte ayer.
Héctor. Héctor
Martínez, el cabecilla de los Latino Blood, el que actúa entre bambalinas.
- A veces no
soporto... ya sabes.
- Estás atrapado en
los Latino Blood -dice Enrique-. Como todos nosotros. Nunca permitas que Héctor
te oiga cuestionar nuestro compromiso con la banda. Si sospecha que no eres
leal, te ganarás a tantos enemigos que empezará a darte vueltas la cabeza. Eres
un chico listo, Joe. Ándate con ojo.
Enrique fue uno de
los primeros miembros de los Latino Blood. Hace mucho tiempo que demostró su
valía ante la banda. Pagó sus cuotas, de modo que ahora puede sentarse
tranquilo mientras los miembros más jóvenes se colocan en la línea de fuego.
Según él, yo acabo de empezar y pasará mucho tiempo antes de que mis amigos y
yo lleguemos al estatus de GO.
- ¿Un chico listo?
Me aposté la moto a que conseguiría acostarme con Demi Lovato -confieso.
- Pues retiro lo
dicho -contesta mi primo, señalándome con una sonrisa burlona-. Eres un
imbécil, y pronto serás un imbécil sin moto. Las chicas como ella no se fijan
en tipos como nosotros.
Empiezo a pensar
que mi primo tiene razón. ¿Cómo narices llegué siquiera a pensar que un tío
como yo, pobre, chicano y con una vida muy oscura, conseguiría ligarse a una
chica como ella, la guapa, rica y blanca Demi Lovato?
Hay un chico del
instituto, Diego Vázquez, que nació en la zona norte de Fairfield. Por
supuesto, mis amigos le consideran un blanquito, aunque su piel sea más oscura
que la mía. También creen que Mike Burns, un chico blanco que vive en la zona
sur, es chicano pese a que no tenga ni una gota de sangre mexicana, ni de
Latino Blood, en las venas. Aun así, se le considera uno de los nuestros. En Fairfield,
el lugar donde naces determina tu destino.
Suena una bocina
frente al garaje.
Enrique presiona el
botón para levantar la enorme puerta.
El coche de Javier
Moreno se cuela dentro con un chirrido de ruedas.
- Cierra la puerta,
Enrique -ordena Javier sin aliento-. La policía nos está buscando.
Mi primo presiona
el botón de un puñetazo y apaga las luces del taller.
- ¿Qué coño habéis
hecho, chicos?
Carmen está en el
asiento trasero. Tiene los ojos inyectados en sangre, por las drogas o por el
alcohol, no lo sé exactamente. Y ha estado tonteando con quien sea que está
detrás con ella, porque conozco muy bien el aspecto de Carmen cuando ha estado
divirtiéndose con alguien.
- Raúl intentó
pegarle un tiro a un Satín Hood -masculla Carmen, sacando la cabeza por la
ventanilla del coche-. Pero tiene la puntería en el culo.
Raúl se vuelve
hacia ella y le grita desde el asiento del copiloto:
- Desgraciada,
intenta apuntar a un blanco móvil mientras Javier conduce.
Hago una mueca
cuando Javier sale del coche.
- ¿Te ríes de mi
manera de conducir, Raúl? -le pregunta-. Porque si es así, tengo un puño aquí
que va a acabar estrellándose en tu cara.
Raúl sale del
coche.
- ¿Vas a pegarme,
cabrón? -le amenaza.
Me pongo delante de
Raúl y le hago retroceder.
- Mierda, tíos. La
policía está ahí fuera. -Esas son las primeras palabras de Sam, el tipo que
debe de haber pasado la noche con Carmen.
Todos nos agachamos
cuando la policía se asoma con las linternas a las ventanas del garaje. Me
agazapo detrás de una enorme caja de herramientas, conteniendo la respiración.
Lo último que necesito en mi historial es que me acusen de intento de
asesinato. Milagrosamente, he conseguido librarme hasta ahora de que me detengan,
pero algún día se me va a acabar la suerte. No
es muy habitual que un
pandillero logre sortear siempre a la policía. O el calabozo.
A Enrique se le
refleja todo en el rostro. Le ha costado mucho ahorrar lo suficiente como para
abrir su propio taller, y su sueño depende de que cuatro gamberros de instituto
consigan mantener la boca cerrada. La poli se llevará a mi primo, con sus
viejos tatuajes de Latino Blood en la nuca, junto a todos nosotros. Y en una
semana se habrá quedado sin negocio.
Alguien zarandea la
puerta del taller. Hago una mueca y rezo para que esté bien cerrada. Los polis
se alejan de la puerta y vuelven a enfocar con sus linternas el garaje a través
de las ventanas. Me pregunto quién los habrá llamado, no hay ningún soplón en
este vecindario. Un código secreto de silencio y afiliación mantiene a salvo a
las familias.
Después de lo que
me parece una eternidad, los polis se largan.
- Mierda, qué poco
ha faltado -dice Javier.
- Demasiado poco
-coincide Enrique-. Esperad diez minutos y después largaos de aquí.
Carmen sale del
coche y, efectivamente, está drogada.
- Eh, Joe. Anoche
te eché de menos.
Me doy la vuelta
para mirar a Sam.
- Sí, ya veo cuánto
me echaste de menos.
- ¿Sam? Él no me
gusta -susurra, acercándose más a mí. El olor a marihuana es casi
insoportable-. Aún sigo esperándote.
- Eso no va a
pasar.
- ¿Es por la
estúpida de tu compañera de laboratorio? -me pregunta, agarrándome de la
barbilla y obligándome a mirarla.
Sus largas uñas se
me clavan en la piel. La cojo por las muñecas y la aparto con brusquedad. Me
pregunto en qué momento mi ex novia Carmen, la dura de pelar, ha llegado a
convertirse en Carmen, la lagartona.
Demi no tiene nada
que ver ni contigo ni conmigo. Me han dicho que has estado amenazándola.
- ¿Te lo ha contado
Isa? -pregunta, entrecerrando los ojos.
- Tú mantente lejos
de ella -digo ignorando su pregunta-. O tendrás que enfrentarte a algo más
serio que un ex novio resentido.
- ¿Estás resentido,
Joe? Porque no actúas como tal. Actúas como si te importara una mierda.
Tiene razón.
Después de encontrarla en la cama con otro tío, tardé mucho tiempo en
olvidarlo, en olvidarme de ella. No dejaba de preguntarme qué era lo que yo no
podía darle y otros tíos sí.
- Antes me
importaba una mierda -le digo-. Ahora ni eso.
Carmen me da una
bofetada. -Vete a la mierda, Joe.
- ¿Pelea de
enamorados? -interviene Javier desde el capó del coche.
- Cállate -le
espetamos al unísono. Carmen se da la vuelta, se vuelve a meter en el coche y
se sienta en el asiento trasero. La observo mientras arrastra la cabeza de Sam
hacia ella. El sonido de los intensos besos y los gemidos llenan el taller.
- Enrique, abre la
puerta. Nos largamos de aquí -grita Javier.
Raúl, que se había
ido a echar una meada al cuarto de baño, me dice:
- Vente, Joe. Te
necesitamos, tío. Paco y ese Satín Hood van a pelear esta noche en el Gilson
Park. Y ya sabes que los Satín Hood nunca juegan limpio.
Paco no me ha
contado lo de la pelea, probablemente porque sabe que intentaré convencerlo
para que la evite. A veces, mi mejor amigo se mete en situaciones de las que no
puede salir solo. Y a veces, me expone a situaciones de las que yo mismo no
puedo escapar.
- Vamos -accedo,
antes de subirme de un salto en el asiento del copiloto, invitando así a Raúl a
buscarse un hueco detrás, con los dos tortolitos.
Reducimos la
velocidad una manzana antes de llegar al parque. Fuera, la tensión es tan densa
que se puede cortar con un cuchillo, y también puedo sentirla dentro. ¿Dónde
está Paco? ¿Le estarán dando una paliza en la parte de atrás de algún callejón?
Está muy oscuro.
Hay sombras que se mueven, poniéndome los pelos de punta. Todo me parece
amenazante, incluso los árboles que se agitan a merced del viento. Durante el
día, Gilson Park no se diferencia mucho del resto de parques de los barrios
residenciales... excepto por el graffiti de los Latino Blood que cubre los
muros de los edificios que lo rodean. Este es nuestro territorio. Y está
marcado como tal.
Aquí, en los
suburbios de Chicago, somos nosotros quienes mandamos en el vecindario y en las
calles. No obstante, esta es una guerra callejera, y las otras bandas del
suburbio nos disputan el territorio. A tres manzanas de aquí están las
mansiones y las casas que valen millones de dólares. En este lugar, en el mundo
real, estalla la guerra. Y los millonarios ni siquiera son conscientes de que
está a punto de librarse una batalla a menos de un kilómetro de sus jardines.
- Ahí está -digo,
señalando dos siluetas que se levantan a pocos metros de los columpios. Las
farolas que iluminan el parque están apagadas, pero puedo distinguir a Paco de
inmediato por su corta estatura y su característica pose de boxeador recién subido
al cuadrilátero.
Una de las siluetas
empuja a la otra. Salto del vehículo en marcha porque veo a cinco Satín Hood
más aproximándose desde el otro lado de la calle. Me preparo para luchar al
lado de mi mejor amigo, olvidando por un instante que un enfrentamiento como
aquel puede hacer que los dos acabemos en la morgue. Si me lanzo a la batalla
con determinación y ensañamiento, sin pensar en las consecuencias, siempre
salgo ganando. Si le doy demasiadas vueltas, cavaré mi propia tumba.
Corro hacia Paco y
su adversario antes de que lleguen el resto de sus compinches. Paco está
haciéndolo muy bien, pero el otro tipo es como un gusano, se retuerce y se
libra del agarrón de mi amigo. Cojo al Satín Hood por la camiseta, con fuerza,
lo levanto del suelo y mis puños hacen el resto. Antes de que pueda levantar la
cabeza hacia mí, miro a Paco.
- Puedo
arreglármelas solo, Joe -dice Paco mientras se seca la sangre del labio.
- Sí, ¿pero qué me
dices de ellos? -pregunto, mirando hacia los cinco Satín Hood que aparecen tras
él.
Ahora que los veo
de cerca, me doy cuenta de que todos son unos chavales. Miembros nuevos, con
ganas de marcha y poco más. Puedo ocuparme de los novatos, aunque también es
verdad que los más jóvenes siempre van armados y son más peligrosos.
Javier, Carmen, Sam
y Raúl llegan a mi lado. Tengo que admitir que somos un grupo intimidatorio,
incluso con Carmen. Nuestra pandillera sabe apañárselas muy bien en una pelea,
y sus uñas pueden ser mortales.
El chico que estaba
enzarzado con Paco se levanta, me señala con un dedo y dice:
- Estás muerto.
- Escúchame, enano
-le digo. Los tipos pequeños odian que se rían de su estatura y yo no puedo
resistirme a eso-. Vuelve a tu territorio y deja que nosotros nos quedemos en
nuestro agujero.
El enano señala a
Paco.
- Pero me ha robado
el volante del coche, tío.
Miro a Paco,
consciente de que es típico de él provocar a un Satín Hood robándole algo tan
ridículo como aquello. Cuando me dirijo de nuevo al enano, veo que lleva una
navaja automática en la mano. Y que me apunta a mí.
Joder, tío. Cuando
acabe con estos Satín Hood, el próximo en la lista es mi mejor amigo.
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