miércoles, 13 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 12




Joe
  
  - ¿Te queda mucho con el Honda? Es hora de cerrar -dice mi primo Enrique.
    Trabajo en su taller todos los días después de clase... para ayudar a mi familia a poner los garbanzos sobre la mesa, para olvidarme unas horas de los Latino Blood y, sobre todo, porque soy un hacha arreglando coches.
    Cubierto de grasa y aceite después de haber reparado un Civic, me asomo por debajo del vehículo.

    - Está casi terminado.
    - Bien. Hace tres días que el tío me acosa para recuperarlo.
    Ajusto el último perno y me acerco a Enrique mientras este se limpia las sucias manos en un trapo.
    - ¿Puedo pedirte algo?
    - Dispara.

    - ¿Puedo tomarme un día libre la semana que viene? Tengo que hacer un proyecto de química para el instituto -explico, pensando en el tema que nos han asignado hoy-. Y tenemos que encontrar...
    - La clase de Peterson. Sí, la recuerdo. Es un hueso duro de roer -dice mi primo con un escalofrío.

    - ¿Te dio clase? -pregunto, interesado. Me gustaría saber si sus padres son del ejército o algo así. Está claro que esa mujer lleva la disciplina en la sangre.
    - ¿Cómo iba a olvidarla? «No triunfaréis en la vida hasta que descubráis la cura a una enfermedad o salvéis el planeta» -cita Enrique, haciendo una imitación bastante buena de la señora P.-. Nunca terminas de olvidar una pesadilla viviente como la Peterson. Pero estoy seguro de que tener a Demi Lovato como compañera... - ¿Cómo lo sabes?

    - Marcus vino y me habló de ella, dice que está en vuestra clase. Está celoso porque te ha tocado una compañera con piernas largas y grandes... -dice Enrique llevándose las manos al pecho y zarandeándolas un poco-. Bueno, ya sabes.
    Sí, ya sé.

    Cambio el peso del cuerpo de un pie a otro.
    - ¿Qué te parece el jueves?
    - No hay problema -responde mi primo, y carraspeando, añade-: Héctor vino a buscarte ayer.

    Héctor. Héctor Martínez, el cabecilla de los Latino Blood, el que actúa entre bambalinas.
    - A veces no soporto... ya sabes.
    - Estás atrapado en los Latino Blood -dice Enrique-. Como todos nosotros. Nunca permitas que Héctor te oiga cuestionar nuestro compromiso con la banda. Si sospecha que no eres leal, te ganarás a tantos enemigos que empezará a darte vueltas la cabeza. Eres un chico listo, Joe. Ándate con ojo.

    Enrique fue uno de los primeros miembros de los Latino Blood. Hace mucho tiempo que demostró su valía ante la banda. Pagó sus cuotas, de modo que ahora puede sentarse tranquilo mientras los miembros más jóvenes se colocan en la línea de fuego. Según él, yo acabo de empezar y pasará mucho tiempo antes de que mis amigos y yo lleguemos al estatus de GO.

    - ¿Un chico listo? Me aposté la moto a que conseguiría acostarme con Demi Lovato -confieso.
    - Pues retiro lo dicho -contesta mi primo, señalándome con una sonrisa burlona-. Eres un imbécil, y pronto serás un imbécil sin moto. Las chicas como ella no se fijan en tipos como nosotros.

    Empiezo a pensar que mi primo tiene razón. ¿Cómo narices llegué siquiera a pensar que un tío como yo, pobre, chicano y con una vida muy oscura, conseguiría ligarse a una chica como ella, la guapa, rica y blanca Demi Lovato?

    Hay un chico del instituto, Diego Vázquez, que nació en la zona norte de Fairfield. Por supuesto, mis amigos le consideran un blanquito, aunque su piel sea más oscura que la mía. También creen que Mike Burns, un chico blanco que vive en la zona sur, es chicano pese a que no tenga ni una gota de sangre mexicana, ni de Latino Blood, en las venas. Aun así, se le considera uno de los nuestros. En Fairfield, el lugar donde naces determina tu destino.

    Suena una bocina frente al garaje.
    Enrique presiona el botón para levantar la enorme puerta.
    El coche de Javier Moreno se cuela dentro con un chirrido de ruedas.
    - Cierra la puerta, Enrique -ordena Javier sin aliento-. La policía nos está buscando.
    Mi primo presiona el botón de un puñetazo y apaga las luces del taller.
    - ¿Qué coño habéis hecho, chicos?

    Carmen está en el asiento trasero. Tiene los ojos inyectados en sangre, por las drogas o por el alcohol, no lo sé exactamente. Y ha estado tonteando con quien sea que está detrás con ella, porque conozco muy bien el aspecto de Carmen cuando ha estado divirtiéndose con alguien.

    - Raúl intentó pegarle un tiro a un Satín Hood -masculla Carmen, sacando la cabeza por la ventanilla del coche-. Pero tiene la puntería en el culo.

    Raúl se vuelve hacia ella y le grita desde el asiento del copiloto:
    - Desgraciada, intenta apuntar a un blanco móvil mientras Javier conduce.
    Hago una mueca cuando Javier sale del coche.
    - ¿Te ríes de mi manera de conducir, Raúl? -le pregunta-. Porque si es así, tengo un puño aquí que va a acabar estrellándose en tu cara.
    Raúl sale del coche.
    - ¿Vas a pegarme, cabrón? -le amenaza.
    Me pongo delante de Raúl y le hago retroceder.
    - Mierda, tíos. La policía está ahí fuera. -Esas son las primeras palabras de Sam, el tipo que debe de haber pasado la noche con Carmen.

    Todos nos agachamos cuando la policía se asoma con las linternas a las ventanas del garaje. Me agazapo detrás de una enorme caja de herramientas, conteniendo la respiración. Lo último que necesito en mi historial es que me acusen de intento de asesinato. Milagrosamente, he conseguido librarme hasta ahora de que me detengan, pero algún día se me va a acabar la suerte. No

 es muy habitual que un pandillero logre sortear siempre a la policía. O el calabozo.
    A Enrique se le refleja todo en el rostro. Le ha costado mucho ahorrar lo suficiente como para abrir su propio taller, y su sueño depende de que cuatro gamberros de instituto consigan mantener la boca cerrada. La poli se llevará a mi primo, con sus viejos tatuajes de Latino Blood en la nuca, junto a todos nosotros. Y en una semana se habrá quedado sin negocio.

    Alguien zarandea la puerta del taller. Hago una mueca y rezo para que esté bien cerrada. Los polis se alejan de la puerta y vuelven a enfocar con sus linternas el garaje a través de las ventanas. Me pregunto quién los habrá llamado, no hay ningún soplón en este vecindario. Un código secreto de silencio y afiliación mantiene a salvo a las familias.
    Después de lo que me parece una eternidad, los polis se largan.
    - Mierda, qué poco ha faltado -dice Javier.
    - Demasiado poco -coincide Enrique-. Esperad diez minutos y después largaos de aquí.
    Carmen sale del coche y, efectivamente, está drogada.
    - Eh, Joe. Anoche te eché de menos.
    Me doy la vuelta para mirar a Sam.

    - Sí, ya veo cuánto me echaste de menos.
    - ¿Sam? Él no me gusta -susurra, acercándose más a mí. El olor a marihuana es casi insoportable-. Aún sigo esperándote.
    - Eso no va a pasar.
    - ¿Es por la estúpida de tu compañera de laboratorio? -me pregunta, agarrándome de la barbilla y obligándome a mirarla.

    Sus largas uñas se me clavan en la piel. La cojo por las muñecas y la aparto con brusquedad. Me pregunto en qué momento mi ex novia Carmen, la dura de pelar, ha llegado a convertirse en Carmen, la lagartona.

    Demi no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Me han dicho que has estado amenazándola.

    - ¿Te lo ha contado Isa? -pregunta, entrecerrando los ojos.
    - Tú mantente lejos de ella -digo ignorando su pregunta-. O tendrás que enfrentarte a algo más serio que un ex novio resentido.
    - ¿Estás resentido, Joe? Porque no actúas como tal. Actúas como si te importara una mierda.

    Tiene razón. Después de encontrarla en la cama con otro tío, tardé mucho tiempo en olvidarlo, en olvidarme de ella. No dejaba de preguntarme qué era lo que yo no podía darle y otros tíos sí.
    - Antes me importaba una mierda -le digo-. Ahora ni eso.
    Carmen me da una bofetada. -Vete a la mierda, Joe.

    - ¿Pelea de enamorados? -interviene Javier desde el capó del coche.
    - Cállate -le espetamos al unísono. Carmen se da la vuelta, se vuelve a meter en el coche y se sienta en el asiento trasero. La observo mientras arrastra la cabeza de Sam hacia ella. El sonido de los intensos besos y los gemidos llenan el taller.
    - Enrique, abre la puerta. Nos largamos de aquí -grita Javier.

    Raúl, que se había ido a echar una meada al cuarto de baño, me dice:
    - Vente, Joe. Te necesitamos, tío. Paco y ese Satín Hood van a pelear esta noche en el Gilson Park. Y ya sabes que los Satín Hood nunca juegan limpio.

    Paco no me ha contado lo de la pelea, probablemente porque sabe que intentaré convencerlo para que la evite. A veces, mi mejor amigo se mete en situaciones de las que no puede salir solo. Y a veces, me expone a situaciones de las que yo mismo no puedo escapar.
    - Vamos -accedo, antes de subirme de un salto en el asiento del copiloto, invitando así a Raúl a buscarse un hueco detrás, con los dos tortolitos.

    Reducimos la velocidad una manzana antes de llegar al parque. Fuera, la tensión es tan densa que se puede cortar con un cuchillo, y también puedo sentirla dentro. ¿Dónde está Paco? ¿Le estarán dando una paliza en la parte de atrás de algún callejón?
    Está muy oscuro. Hay sombras que se mueven, poniéndome los pelos de punta. Todo me parece amenazante, incluso los árboles que se agitan a merced del viento. Durante el día, Gilson Park no se diferencia mucho del resto de parques de los barrios residenciales... excepto por el graffiti de los Latino Blood que cubre los muros de los edificios que lo rodean. Este es nuestro territorio. Y está marcado como tal.

    Aquí, en los suburbios de Chicago, somos nosotros quienes mandamos en el vecindario y en las calles. No obstante, esta es una guerra callejera, y las otras bandas del suburbio nos disputan el territorio. A tres manzanas de aquí están las mansiones y las casas que valen millones de dólares. En este lugar, en el mundo real, estalla la guerra. Y los millonarios ni siquiera son conscientes de que está a punto de librarse una batalla a menos de un kilómetro de sus jardines.

    - Ahí está -digo, señalando dos siluetas que se levantan a pocos metros de los columpios. Las farolas que iluminan el parque están apagadas, pero puedo distinguir a Paco de inmediato por su corta estatura y su característica pose de boxeador recién subido al cuadrilátero.

    Una de las siluetas empuja a la otra. Salto del vehículo en marcha porque veo a cinco Satín Hood más aproximándose desde el otro lado de la calle. Me preparo para luchar al lado de mi mejor amigo, olvidando por un instante que un enfrentamiento como aquel puede hacer que los dos acabemos en la morgue. Si me lanzo a la batalla con determinación y ensañamiento, sin pensar en las consecuencias, siempre salgo ganando. Si le doy demasiadas vueltas, cavaré mi propia tumba.

    Corro hacia Paco y su adversario antes de que lleguen el resto de sus compinches. Paco está haciéndolo muy bien, pero el otro tipo es como un gusano, se retuerce y se libra del agarrón de mi amigo. Cojo al Satín Hood por la camiseta, con fuerza, lo levanto del suelo y mis puños hacen el resto. Antes de que pueda levantar la cabeza hacia mí, miro a Paco.
    - Puedo arreglármelas solo, Joe -dice Paco mientras se seca la sangre del labio.
    - Sí, ¿pero qué me dices de ellos? -pregunto, mirando hacia los cinco Satín Hood que aparecen tras él.
    Ahora que los veo de cerca, me doy cuenta de que todos son unos chavales. Miembros nuevos, con ganas de marcha y poco más. Puedo ocuparme de los novatos, aunque también es verdad que los más jóvenes siempre van armados y son más peligrosos.

    Javier, Carmen, Sam y Raúl llegan a mi lado. Tengo que admitir que somos un grupo intimidatorio, incluso con Carmen. Nuestra pandillera sabe apañárselas muy bien en una pelea, y sus uñas pueden ser mortales.
    El chico que estaba enzarzado con Paco se levanta, me señala con un dedo y dice:
    - Estás muerto.

    - Escúchame, enano -le digo. Los tipos pequeños odian que se rían de su estatura y yo no puedo resistirme a eso-. Vuelve a tu territorio y deja que nosotros nos quedemos en nuestro agujero.
    El enano señala a Paco.

    - Pero me ha robado el volante del coche, tío.
    Miro a Paco, consciente de que es típico de él provocar a un Satín Hood robándole algo tan ridículo como aquello. Cuando me dirijo de nuevo al enano, veo que lleva una navaja automática en la mano. Y que me apunta a mí.
    Joder, tío. Cuando acabe con estos Satín Hood, el próximo en la lista es mi mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario