domingo, 31 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 35




Demi
    
Los rumores de que Joe ha sido arrestado se extienden por el instituto como la pólvora. Tengo que averiguar lo que hay de cierto en ellos. Encuentro a Isabel en el descanso entre la primera y segunda hora. Está hablando con un grupo de amigas pero las deja un momento y me lleva aparte.

    Me dice que Joe fue arrestado ayer pero que salió bajo fianza. No tiene ni idea de dónde está, pero preguntará por ahí y volveremos a vernos en el descanso entre la tercera y cuarta hora, junto a mi taquilla. Cuando llega el momento, echo a correr hasta allí, anticipándome y estirando bien el cuello para ver si puedo encontrarla. Isabel está esperándome.

    - No le digas a nadie que te he dado esto -dice, pasándome un trozo de papel plegado.

    Fingiendo buscar algo en mi taquilla, lo desdoblo. Una dirección.
    Nunca antes había hecho campana. Aunque tampoco han arrestado nunca al chico que he besado.

    Esto es lo que sucede cuando me muestro tal y como soy. Y ahora voy a ser auténtica  con Joe, tal y como siempre ha deseado él. Tengo miedo, y no estoy muy convencida de que esté haciendo lo correcto, pero no puedo ignorar la atracción magnética que nos une.

    Introduzco la dirección en el GPS. Me lleva hacia la zona sur, a un lugar llamado El Taller de Enrique. Hay un chico frente a la puerta. Se queda boquiabierto al verme.
    - Estoy buscando a Joe Jonas.
    El tipo no responde.

    - ¿Está aquí? -le pregunto, incómoda. Tal vez no se fíe de mí.
    - ¿Por qué buscas a Joseph? -pregunta finalmente.
    El corazón me late con tanta fuerza que la camiseta se mueve con cada latido.
    - Tengo que hablar con él.

    - Será mejor que lo dejes en paz -responde.
    - Está bien, Enrique -interviene una voz conocida.

    Me vuelvo hacia Joe. Está apoyado en la puerta del taller con un trapo colgándole del bolsillo y una llave inglesa en la mano. El pelo que le sobresale de la bandana está alborotado y tiene un aspecto más masculino que el de ningún otro chico que haya visto hasta ahora.

    Deseo abrazarle. Necesito que me diga que todo va bien, que no volverán a encerrarlo.
    Joe sigue mirándome a los ojos.
    - Supongo que será mejor que os deje solos -me parece oír que dice Enrique, pero estoy demasiado absorta como para estar segura.

    Tengo los pies pegados al suelo, así que es un alivio ver que es él quien se acerca.
    - Eh... -empiezo. Por favor, que no me cueste acabar con esto-. Yo... esto... he oído que te arrestaron. Quería saber si estabas bien.

    - ¿Has hecho campana para comprobar si estoy bien?
    Asiento con la cabeza porque la lengua se niega a obedecer.
    Joe da un paso atrás.

    - Bueno, pues ahora que has visto que estoy bien, vuelve al instituto. Tengo que... ya sabes, volver al trabajo. Anoche me confiscaron la moto, y necesito ahorrar para recuperarla.

    - ¡Espera! -le grito. Aspiro profundamente. Ha llegado el momento. Voy a soltarlo todo-. No sé cuándo ni por qué empecé a sentir algo por ti, Joe, pero así están las cosas. Desde el día en el que casi me llevo por delante tu moto, no he podido dejar de imaginar cómo sería estar contigo. Y el beso... Dios, te juro que nunca había experimentado algo semejante. Significó mucho para mí. 

Si el mundo no se acabó en aquel momento, no veo por qué tiene que hacerlo ahora. Sé que es una locura porque somos muy diferentes, y que si ocurre algo entre nosotros no quiero que la gente del instituto lo sepa. No te pido que aceptes una relación secreta conmigo, pero al menos tengo que saber si existe esa posibilidad. He roto con Colin, con el que tenía una relación bastante pública. Estoy preparada para una secreta. Real y secreta. Sé que estoy parloteando como una idiota, pero si no dices algo pronto o me das una pista de lo que estás pensando, yo...
    - Dilo otra vez -me dice.
    - ¿Todo el discursito?

    Recuerdo haber dicho algo sobre que no se acaba el mundo, pero me siento demasiado mareada como para recitarlo todo otra vez.
    Joe se acerca a mí.- No. Solo esa parte en la que aseguras sentir algo por mí.
    Le miro a los ojos.

    - Pienso en ti todo el tiempo, Joe. Y deseo volver a besarte, de verdad.
    Se le levantan las comisuras de los labios y esboza una sonrisa.
    Soy incapaz de mirarle a la cara, de modo que me decido por el suelo.
    - No te rías de mí -le ruego. Ahora mismo puedo soportar cualquier cosa menos eso.

    - No te alejes, nena. Nunca me reiría de ti.
    - No quería que ocurriera de este modo -admito, mirándole de nuevo a los ojos.
    - Lo sé.

    - Es probable que esto no funcione -añado.
    - Probablemente no.
    - Mi vida no es tan perfecta como la gente cree.
    - Ya somos dos -señala.
    - Estoy deseando saber a dónde nos lleva esto. ¿Y tú?

    - Si no estuviéramos aquí fuera –advierte-, te mostraría...
    Le interrumpo deslizando una mano por la densa melena que le cae por la nuca y tirando de su hermosa cabeza. Si en este momento no podemos disponer de algo de intimidad, me encargaré de hacerla real. Además, todos los que no deben enterarse de esto ahora están en el instituto.

    Joe sigue manteniendo las manos a ambos lados. Guando separo los labios, suelta un gemido a pocos centímetros de mi boca y deja caer la llave inglesa al suelo con un ruido sordo.

    Cuando me rodea con sus fuertes brazos, me siento protegida. Su lengua de terciopelo se enreda con la mía, provocando una sensación de intimidad en lo más profundo de mi ser hasta ahora desconocida. Esto es algo más que darse el lote, es... bueno, sé que es algo más.

   Joe  no deja de mover las manos en ningún momento. Con una traza círculos sobre mi espalda; la otra juguetea con mi pelo.

    Él no es el único que se dedica a explorar. Recorro su cuerpo con las manos, sintiendo sus músculos tensos bajo mis dedos, haciendo más intensa nuestra complicidad.

    Al rozarle la mandíbula, su barba de dos días me araña la piel.
    Oigo el fuerte carraspeo de Enrique y nos separamos, Joe me mira con una pasión desbordante en los ojos.

    - Tengo que volver al trabajo -susurra entre jadeos.
    - Ah. Está bien -respondo. Súbitamente avergonzada por nuestro despliegue de afecto en público, doy un paso atrás.

    - ¿Podemos quedar más tarde? -me pregunta.
    - Mi amiga Sierra viene a cenar a casa.
    - ¿La que no deja de mirar su bolso?
    - Eh, sí -admito. Tengo que cambiar de tema o me sentiré tentada de invitarlo a él también. Ya puedo imaginármelo: mi madre rebosante de desprecio hacia Joe y sus tatuajes.

    - Mi prima Elena se casa el domingo. Ven conmigo a la boda -sugiere.
    - No puedo permitir que mis amigas se enteren de lo nuestro. Ni mis padres -admito, bajando la mirada.
    - No les contaré nada.

    - ¿Y la gente de la boda? Todo el mundo nos verá juntos.
    - No habrá nadie del instituto. Solo mi familia, y me aseguraré de que mantengan la boca cerrada.

    No puedo. Mentir y escaparme a hurtadillas nunca se me ha dado bien. Lo aparto de un empujón.
    - No puedo pensar cuando te tengo tan cerca.
    - Bien. Hablemos de la boda.

    Ay, madre, solo con mirarlo siento el deseo de acompañarlo.
    - ¿A qué hora?
    - A mediodía. Será una experiencia que nunca olvidarás. Confía en mí. Te recogeré a las once.
    - Todavía no he dicho que sí.

    - Ya, pero estás a punto de hacerlo -asegura con un tono suave y misterioso.
    - ¿Por qué no nos encontramos aquí, a las once? -le sugiero, señalando el taller con la cabeza. Si mi madre se entera de lo nuestro, todo se habrá terminado.
    Joe me levanta la barbilla para obligarme a mirarle a los ojos,
    - ¿Por qué no te da miedo estar conmigo?

    - ¿Bromeas? Estoy aterrada -confieso, fijándome en los tatuajes que se extienden a lo largo de sus brazos.

    - No puedo engañarte. No llevo una vida envidiable precisamente. -Me coge de la mano y la levanta, mi palma contra la suya. ¿Estará evaluando el contraste de color de nuestra piel, en sus dedos rugosos contra mis uñas perfectamente arregladas?-. Somos tan diferentes en ciertas cosas -dice finalmente.
    Nuestros dedos se entrelazan.

    - Si, aunque en otras somos muy parecidos.
    Me gano una sonrisa con esas palabras, hasta que Enrique carraspea de nuevo.
    - Nos vemos aquí el domingo, a las once -le digo.

Joe da un paso atrás, asiente y me guiña un ojo.
    - Esta vez sí es una cita.

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