Demi
Los rumores de que
Joe ha sido arrestado se extienden por el instituto como la pólvora. Tengo que
averiguar lo que hay de cierto en ellos. Encuentro a Isabel en el descanso
entre la primera y segunda hora. Está hablando con un grupo de amigas pero las
deja un momento y me lleva aparte.
Me dice que Joe fue
arrestado ayer pero que salió bajo fianza. No tiene ni idea de dónde está, pero
preguntará por ahí y volveremos a vernos en el descanso entre la tercera y
cuarta hora, junto a mi taquilla. Cuando llega el momento, echo a correr hasta
allí, anticipándome y estirando bien el cuello para ver si puedo encontrarla.
Isabel está esperándome.
- No le digas a
nadie que te he dado esto -dice, pasándome un trozo de papel plegado.
Fingiendo buscar
algo en mi taquilla, lo desdoblo. Una dirección.
Nunca antes había
hecho campana. Aunque tampoco han arrestado nunca al chico que he besado.
Esto es lo que
sucede cuando me muestro tal y como soy. Y ahora voy a ser auténtica con Joe, tal y como siempre ha deseado él.
Tengo miedo, y no estoy muy convencida de que esté haciendo lo correcto, pero
no puedo ignorar la atracción magnética que nos une.
Introduzco la
dirección en el GPS. Me lleva hacia la zona sur, a un lugar llamado El Taller
de Enrique. Hay un chico frente a la puerta. Se queda boquiabierto al verme.
- Estoy buscando a Joe
Jonas.
El tipo no responde.
- ¿Está aquí? -le
pregunto, incómoda. Tal vez no se fíe de mí.
- ¿Por qué buscas a
Joseph? -pregunta finalmente.
El corazón me late
con tanta fuerza que la camiseta se mueve con cada latido.
- Tengo que hablar
con él.
- Será mejor que lo
dejes en paz -responde.
- Está bien,
Enrique -interviene una voz conocida.
Me vuelvo hacia Joe.
Está apoyado en la puerta del taller con un trapo colgándole del bolsillo y una
llave inglesa en la mano. El pelo que le sobresale de la bandana está
alborotado y tiene un aspecto más masculino que el de ningún otro chico que
haya visto hasta ahora.
Deseo abrazarle.
Necesito que me diga que todo va bien, que no volverán a encerrarlo.
Joe sigue mirándome
a los ojos.
- Supongo que será
mejor que os deje solos -me parece oír que dice Enrique, pero estoy demasiado
absorta como para estar segura.
Tengo los pies
pegados al suelo, así que es un alivio ver que es él quien se acerca.
- Eh... -empiezo.
Por favor, que no me cueste acabar con esto-. Yo... esto... he oído que te
arrestaron. Quería saber si estabas bien.
- ¿Has hecho
campana para comprobar si estoy bien?
Asiento con la
cabeza porque la lengua se niega a obedecer.
Joe da un paso
atrás.
- Bueno, pues ahora
que has visto que estoy bien, vuelve al instituto. Tengo que... ya sabes,
volver al trabajo. Anoche me confiscaron la moto, y necesito ahorrar para
recuperarla.
- ¡Espera! -le
grito. Aspiro profundamente. Ha llegado el momento. Voy a soltarlo todo-. No sé
cuándo ni por qué empecé a sentir algo por ti, Joe, pero así están las cosas.
Desde el día en el que casi me llevo por delante tu moto, no he podido dejar de
imaginar cómo sería estar contigo. Y el beso... Dios, te juro que nunca había
experimentado algo semejante. Significó mucho para mí.
Si el mundo no se acabó
en aquel momento, no veo por qué tiene que hacerlo ahora. Sé que es una locura
porque somos muy diferentes, y que si ocurre algo entre nosotros no quiero que
la gente del instituto lo sepa. No te pido que aceptes una relación secreta
conmigo, pero al menos tengo que saber si existe esa posibilidad. He roto con
Colin, con el que tenía una relación bastante pública. Estoy preparada para una
secreta. Real y secreta. Sé que estoy parloteando como una idiota, pero si no
dices algo pronto o me das una pista de lo que estás pensando, yo...
- Dilo otra vez -me
dice.
- ¿Todo el
discursito?
Recuerdo haber
dicho algo sobre que no se acaba el mundo, pero me siento demasiado mareada como
para recitarlo todo otra vez.
Joe se acerca a
mí.- No. Solo esa parte en la que aseguras sentir algo por mí.
Le miro a los ojos.
- Pienso en ti todo
el tiempo, Joe. Y deseo volver a besarte, de verdad.
Se le levantan las
comisuras de los labios y esboza una sonrisa.
Soy incapaz de
mirarle a la cara, de modo que me decido por el suelo.
- No te rías de mí
-le ruego. Ahora mismo puedo soportar cualquier cosa menos eso.
- No te alejes,
nena. Nunca me reiría de ti.
- No quería que
ocurriera de este modo -admito, mirándole de nuevo a los ojos.
- Lo sé.
- Es probable que
esto no funcione -añado.
- Probablemente no.
- Mi vida no es tan
perfecta como la gente cree.
- Ya somos dos
-señala.
- Estoy deseando
saber a dónde nos lleva esto. ¿Y tú?
- Si no
estuviéramos aquí fuera –advierte-, te mostraría...
Le interrumpo
deslizando una mano por la densa melena que le cae por la nuca y tirando de su
hermosa cabeza. Si en este momento no podemos disponer de algo de intimidad, me
encargaré de hacerla real. Además, todos los que no deben enterarse de esto
ahora están en el instituto.
Joe sigue
manteniendo las manos a ambos lados. Guando separo los labios, suelta un gemido
a pocos centímetros de mi boca y deja caer la llave inglesa al suelo con un
ruido sordo.
Cuando me rodea con
sus fuertes brazos, me siento protegida. Su lengua de terciopelo se enreda con
la mía, provocando una sensación de intimidad en lo más profundo de mi ser
hasta ahora desconocida. Esto es algo más que darse el lote, es... bueno, sé
que es algo más.
Joe no deja de mover las manos en ningún momento.
Con una traza círculos sobre mi espalda; la otra juguetea con mi pelo.
Él no es el único
que se dedica a explorar. Recorro su cuerpo con las manos, sintiendo sus
músculos tensos bajo mis dedos, haciendo más intensa nuestra complicidad.
Al rozarle la
mandíbula, su barba de dos días me araña la piel.
Oigo el fuerte
carraspeo de Enrique y nos separamos, Joe me mira con una pasión desbordante en
los ojos.
- Tengo que volver
al trabajo -susurra entre jadeos.
- Ah. Está bien
-respondo. Súbitamente avergonzada por nuestro despliegue de afecto en público,
doy un paso atrás.
- ¿Podemos quedar
más tarde? -me pregunta.
- Mi amiga Sierra
viene a cenar a casa.
- ¿La que no deja
de mirar su bolso?
- Eh, sí -admito.
Tengo que cambiar de tema o me sentiré tentada de invitarlo a él también. Ya
puedo imaginármelo: mi madre rebosante de desprecio hacia Joe y sus tatuajes.
- Mi prima Elena se
casa el domingo. Ven conmigo a la boda -sugiere.
- No puedo permitir
que mis amigas se enteren de lo nuestro. Ni mis padres -admito, bajando la
mirada.
- No les contaré
nada.
- ¿Y la gente de la
boda? Todo el mundo nos verá juntos.
- No habrá nadie
del instituto. Solo mi familia, y me aseguraré de que mantengan la boca
cerrada.
No puedo. Mentir y
escaparme a hurtadillas nunca se me ha dado bien. Lo aparto de un empujón.
- No puedo pensar
cuando te tengo tan cerca.
- Bien. Hablemos de
la boda.
Ay, madre, solo con
mirarlo siento el deseo de acompañarlo.
- ¿A qué hora?
- A mediodía. Será
una experiencia que nunca olvidarás. Confía en mí. Te recogeré a las once.
- Todavía no he
dicho que sí.
- Ya, pero estás a punto de hacerlo -asegura
con un tono suave y misterioso.
- ¿Por qué no nos
encontramos aquí, a las once? -le sugiero, señalando el taller con la cabeza.
Si mi madre se entera de lo nuestro, todo se habrá terminado.
Joe me levanta la
barbilla para obligarme a mirarle a los ojos,
- ¿Por qué no te da
miedo estar conmigo?
- ¿Bromeas? Estoy
aterrada -confieso, fijándome en los tatuajes que se extienden a lo largo de
sus brazos.
- No puedo
engañarte. No llevo una vida envidiable precisamente. -Me coge de la mano y la
levanta, mi palma contra la suya. ¿Estará evaluando el contraste de color de
nuestra piel, en sus dedos rugosos contra mis uñas perfectamente arregladas?-.
Somos tan diferentes en ciertas cosas -dice finalmente.
Nuestros dedos se
entrelazan.
- Si, aunque en
otras somos muy parecidos.
Me gano una sonrisa
con esas palabras, hasta que Enrique carraspea de nuevo.
- Nos vemos aquí el
domingo, a las once -le digo.
Joe da un paso atrás, asiente y me guiña un ojo.
- Esta vez sí es
una cita.
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