domingo, 17 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 5





Pero, tal vez, fuera para bien. No podía seguir escondiéndose de él para siempre. Antes o después, ella iba a volver a Inglaterra. Su padre era cada vez más mayor y ella tenía buenas perspectivas de encontrar trabajo en su país natal. Cuando regresara, volvería a ver a Joseph de vez en cuando. Quizá, ese fuera su destino.

 –Igual tienes razón –respondió ella, fingiendo indiferencia–. En ese caso, es una suerte que estés aquí. Adoro a Patric, te lo aseguro, pero un artista no sería de mucha ayuda en una situación práctica como esta…

 ARTISTA? ¿Demi había salido con un artista? Joseph apenas podía creerlo. Ella nunca había mostrado especial interés por el arte, ¿cómo era posible que hubiera tenido una aventura con un artista? ¿Y con quién más habría salido? Desconcertado, admitió que su antigua amiga no encajaba dentro de la imagen que se había hecho de ella. Era comprensible. La gente cambiaba. Aunque, según Demi, él había cambiado muy poco, pues seguía saliendo con la misma clase de rubias…

 Cuando se levantó antes del amanecer a la mañana siguiente y miró por la ventana, Joseph supo que ninguno de los dos iba a salir de allí en un futuro próximo. La nieve caía todavía con más fuerza. Su coche había quedado enterrado bajo una densa capa de copos blancos.
 Por suerte, la electricidad seguía funcionando y había Internet.

 Revisó su correo electrónico y pidió a su secretaria que cancelara todas las reuniones que tenía durante los dos días siguientes. Luego, buscó el nombre de Patric Alexander en Internet, casi esperando no encontrar nada, pues había muchos más artistas desconocidos que famosos.

 Sin embargo, lo encontró. Joseph se llevó el portátil a la cocina y se preparó una taza de café. Patric tenía ya una consistente lista de admiradores y clientes y parecía un pintor de éxito. Había una imagen suya, rodeado de mujeres, delante de uno de sus cuadros. Era un hombre guapo, había que reconocerlo.

 Joseph cerró el portátil de golpe, se terminó el café y se fue a casa de Demi. Eran apenas las ocho y media de la mañana y estaba tan oscuro que había tenido que llevar la linterna. Aunque llevaba varias capas de ropa, el frío le calaba hasta los huesos. Cada vez de peor humor, esperó a que ella abriera.

 –¿Qué estás haciendo aquí tan pronto? –preguntó ella, sin dejarle entrar, abriendo solo una rendija.
 –Hace demasiado frío para que hablemos en la puerta. Abre y déjame pasar.
 –Cuando dijiste que vendrías a verme, no mencionaste que sería casi al amanecer.
 –Hay mucho que hacer. ¿Para qué vamos a seguir durmiendo?

 Dentro, Joseph se quitó el abrigo y la bufanda. Ella llevaba unos vaqueros gastados que le sentaban a la perfección. Su cuerpo también había cambiado. Parecía más alta y atlética. Se había hecho una trenza en el pelo.

 –Espero no haberte despertado. Me he levantado a las cinco y media.
 –Lo siento por ti, Joseph –repuso ella, sin sonreír.
 Entonces, la siguió a la cocina, donde Demi empezó a cascar huevos en un recipiente. Él no había desayunado y la perspectiva de hacerlo le encantó. Le preguntó si podía prepararle algo a él también.

 –Dijiste que tenías provisiones en tu casa.
 –Tengo la nevera llena, pero no me he preparado nada para desayunar.
 –¿Y llevas despierto desde las cinco y media? ¿No se te ocurrió servirte un bol de cereales o prepararte una tostada?

 –Cuando empiezo a trabajar, nada me distrae. Además… no me gustan los cereales. Son como pedazos de cartón, por mucho que digan que son saludables.
Demi había pasado muy mala noche. No estaba de humor.
 –Esto no va a funcionar, Joseph –le espetó ella, girándose hacia él de golpe.
 – ¿Qué?

 –¡Esto! ¡Que vengas cuando te da la gana como si estuvieras en tu casa! Si quieres ayudarme a enrollar las alfombras, de acuerdo. ¡Pero no es necesario que vengas aquí a pasar el día! Tengo muchas cosas que hacer.
 –¿Cuáles?
 –Tengo que limpiar armarios y tengo que ponerme al día en el trabajo, si es que no voy a poder irme mañana como planeaba –repuso ella y se volvió para echar los huevos en la sartén.

 –Es mejor que compartamos el mismo espacio, Demi. ¿Para qué voy a tener la calefacción a todo gas en mi casa cuando soy el único que la usa?
 –¡No quiero tenerte todo el día encima!

 –Voy a hacer el trabajo pesado para ti hoy, Demi.
 –Lo siento –murmuró ella–. Te agradezco la ayuda práctica que pretendes darme, pero…
 –De acuerdo. Tú ganas, Demi. No sé por qué quieres empezar una guerra, pero, si es tu deseo, no te lo impediré.
Joseph se levantó y ella se giró para mirarlo.

 ¿Era eso lo que quería de veras?, se preguntó Demi. ¿Necesitaba convertir a su amigo de toda la vida en un enemigo? ¿Solo porque le costaba estar en la misma habitación que él?


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