Joe
Es lunes e
intento no darle demasiada importancia a las ganas que tengo de que llegue la
clase de química. Obviamente no es por la señora P., sino por Demi, quien, por
cierto, llega tarde a clase.
- Eh -la saludo.
- Eh -responde
ella.
Ni rastro de una
sonrisa, ni brillo en sus ojos. Definitivamente, hay algo que la está
atormentando.
- De acuerdo,
chicos -dice la señora P-. Sacad los lápices. Veamos cuánto habéis estudiado.
Mientras maldigo a
la señora P. en silencio por no haber organizado un día de laboratorio con
experimentos en el que Demi y yo podamos hablar, miro a mi compañera. Parece
completamente despistada. Para protegerla, aunque no tenga derecho alguno,
levanto la mano.
- Miedo me dan sus
preguntas, Joe -suelta la señora P.
- Es una preguntita
de nada.
- Adelante. Que sea
rápida.
- Es un examen con
apuntes, ¿verdad?
La profesora me
observa por encima de sus gafas.
- No, Joe, no es un
examen con apuntes. Y si no ha estudiado, va a llevarse un gigantesco suspenso.
¿Lo ha entendido?
Como única respuesta,
dejo caer los libros al suelo con un ruido sordo.
Después de que la
señora P. reparta el examen, leo la primera pregunta. «La densidad del Al
(aluminio) es de 2.7 gramos por milímetro. ¿Qué volumen ocuparán 10.5 gramos de
Al (aluminio)?»
Tras resolver el
problema, echo un vistazo a Demi. Está mirando la hoja del examen, pero con la
mirada perdida.
Al darse cuenta de
que la estoy mirando, murmura:
- ¿Qué?
- Nada.
La señora P. nos
lanza una mirada. Respiro profundamente para tranquilizarme y vuelvo a
concentrarme en el examen. ¿Por qué tiene que actuar de ese modo? ¿Por qué se
vuelve tan fría conmigo sin previo aviso? ¿Qué le pasa?
Por el rabillo del
ojo, veo que mi compañera de laboratorio coge el pase que cuelga de la puerta
del aula para ir al cuarto de baño. El problema es que el pase para el baño no
te ayuda a escapar de la realidad. Todavía estará ahí cuando salgas. Créeme, yo
ya lo he intentado. Los problemas son como la basura, no desaparece por mucho
que la escondas en un cubo.
Cuando regresa a
clase, Demi agacha la cabeza sobre la mesa de laboratorio y empieza a escribir
las respuestas. Una sola mirada es suficiente para saber que no está
concentrada en el examen y que está haciendo una chapuza. Y cuando la señora P.
pide que entreguemos los exámenes, mi compañera de laboratorio tiene una mirada
vacía en el rostro.
- Si te hace sentir
mejor -digo en voz baja para que solo Demi pueda oírme-, me catearon gimnasia
en el último año antes del instituto por ponerle un cigarrillo en la boca a un
maniquí.
- Me alegro -suelta
sin levantar la mirada.
La música empieza a
sonar en el altavoz, señalando el final de la clase. Observo el cabello dorado
de Demi balanceándose menos que de costumbre mientras sale de clase,
sorprendentemente sin que la acompañe su novio. Me pregunto si cree que todo va
a caerle del cielo, incluidas las buenas notas.
Yo tengo que
trabajar para conseguirlo todo. Nunca me han regalado nada.
- Hola, Joe.
Es Carmen. Está
esperándome frente a la taquilla. Bueno, puede que algunas cosas sí me caigan
del cielo.
- ¿Qué pasa?
Mi ex novia se
acerca, dejando ver el profundo escote en forma de pico de su camiseta.
- Nos hemos juntado
unos cuantos para ir a la playa después de clase. ¿Quieres venir?
- Tengo que
trabajar –replico-. Quizás me apunte más tarde.
Pienso en lo que
ocurrió hace dos fines de semana, cuando fui a casa de Demi y tuve que asistir
al espectáculo de su madre hablando con aires de superioridad. Fue todo un
choque de realidad.
Emborracharme para
olvidar mi dañado ego fue una idea estúpida. Quería estar con Demi, pasar el
rato con ella no solo para estudiar sino también para averiguar qué se escondía
bajo su rubia cabellera. Mi compañera de laboratorio me dejó colgado.
Carmen no. El
recuerdo es algo vago, pero puedo ver a Carmen en el lago, rodeándome con sus
brazos. Y sentada sobre mí junto al fuego mientras fumábamos algo más fuerte
que un Marlboro. En mi estado embriagado, fumado y con el orgullo herido,
habría dejado que cualquier chica me consolase.
Carmen estaba allí,
deseándolo, y le debo una disculpa porque, aunque fue ella quien me provocó, yo
no debería haber mordido el anzuelo. Tendré que aclarar las cosas con ella y
explicarle por qué me comporté como un gilipollas.
Después de clase,
veo que hay una multitud agolpada alrededor de mi moto. Mierda, si le pasa algo
a Julio juro que voy a partirle la cara a alguien. No tengo que abrirme paso,
porque cuando me acerco se abre un hueco por el que puedo pasar.
Todos me miran
mientras contemplo el acto de vandalismo que ha sufrido mi moto. Están
esperando que entre en cólera. Después de todo, ¿quién se atrevería a pegar un
timbre de triciclo rosa al manillar y enrollar una serpentina de color chillón
en las empuñaduras? Alguien va a tener que atenerse a las consecuencias.
Como Demi, por
ejemplo. Echo un vistazo a mi alrededor, pero no la veo cerca.
- No he sido yo -se
apresura a decir Lucky.
Todos murmuran que
tampoco han sido ellos.
Tras lo cual, se
ponen a cuchichear acerca de quién puede haber sido.
- Colin Adams, Greg
Hanson...
Pero yo no estoy
escuchando porque sé perfectamente quién es la culpable. Mi compañera de
laboratorio, la misma que hoy no me ha hecho ni caso.
Arranco la
serpentina y luego desenrosco el timbre de plástico rosa. Rosa. Me pregunto si
es de alguna de sus bicis.
- Apartaos de mi
camino -increpo a la multitud.
Todos se apresuran
a dispersarse, creyendo que estoy muy cabreado y que lo mejor es estar lejos de
allí cuando estalle. A veces, representar el papel del tipo duro tiene sus
ventajas. ¿La verdad? Utilizaré el timbre rosa y la serpentina como excusa para
volver a hablar con Demi.
Después de que
todos se hayan marchado, camino por el lateral del campo de fútbol. El equipo
de animadoras está practicando, como de costumbre.
- ¿Buscas a
alguien?
Cuando me vuelvo,
me encuentro con Darlene Boehm, una de las amigas de Demi.
- ¿Está Demi por
aquí? -pregunto.
- No.
- ¿Sabes dónde
está?
¿Joe Jonas
interesado en saber dónde está Demi Lovato? Espero que me responda que no es
asunto mío. O que la deje en paz. Pero en lugar de eso, su amiga me contesta:
- Se ha ido a casa.
Murmuro un
«gracias» y regreso junto a Julio mientras marco el teléfono de mi primo.
- Taller de
Enrique.
- Soy Joe. Llegaré
tarde a trabajar.
- ¿Han vuelto a
castigarte?
- No, no es nada de
eso.
- Bueno, cuando
vengas ponte con el Lexus de Chuy. Le dije que podría pasar a recogerlo a las
siete y ya sabes cómo se pone cuando no cumples con una promesa.
- No te preocupes
-respondo mientras pienso en el puesto que ocupa Chuy en la pandilla.
Es el típico tío al
que nunca querrías ver enfadado. El tipo de chico que nace sin el chip de la
empatía en el cerebro. Si alguien no es legal, Chuy se encarga de que vuelva a
serlo o de que no acabe convirtiéndose en un soplón. Y recurre a cualquier
método para conseguirlo por mucho que la persona en cuestión niegue por su vida-.
Allí estaré.
Diez minutos más
tarde, llamo a la puerta de los Lovato con el timbre rosa y la serpentina en la
mano, intentando adoptar una postura de tipo duro.
Cuando Demi abre la
puerta con una camiseta holgada y unos pantalones cortos, me derrumbo.
Jo , ¿qué estás haciendo aquí? -me pregunta
con los ojos azules abiertos de par en par.
Le entrego el
timbre y la serpentina.
- No puedo creer
que hayas venido hasta aquí solo por una broma -dice, y me arranca sus cosas de
las manos.
- Hemos de hablar de otras cosas aparte de
eso.
Ella traga saliva.
Está nerviosa.
- No me siento muy
bien, ¿vale? Hablemos en el instituto -me ruega, intentando cerrar la puerta.
Mierda, no puedo
creer que vaya a hacer esto, como los acosadores de las películas.
Abro la puerta de
un empujón. ¡Qué coño!
Joe, no.
- Déjame entrar.
Solo será un minuto. Por favor.
Demi niega con la
cabeza y sus angelicales rizos se balancean de un lado a otro.
- A mis padres no
les gusta que invite a gente a mi casa.
- ¿Están aquí?
-No -deja escapar
un suspiro y abre la puerta con indecisión.
Me cuelo dentro. La
casa es incluso más grande que lo que parece desde el exterior. Las paredes
están pintadas de un blanco impoluto, como las de un hospital. Apuesto a que el
polvo no se atreve ni a rozar el suelo ni las encimeras.
El recibidor de dos
plantas tiene una escalera que podría rivalizar con la que vi en
Sonrisas y
lágrimas, una película que nos obligaron a ver en la escuela. El suelo brilla
como el oro.
Demi tenía razón,
no pinto nada aquí. No me importa. Aunque no pertenezca a este lugar, ella está
aquí, donde quiero que esté.
- Bueno, ¿de qué
querías hablar? -me pregunta.
Ojalá sus largas y
esbeltas piernas no destacaran tanto con esos pantalones cortos. Son una
distracción demasiado tentadora. Aparto la mirada e intento controlarme con
todas mis fuerzas. ¿Y qué si tiene unas piernas sexys? ¿Qué más da que tenga
los ojos claros como bolas de cristal?
¿Qué pasa si puede
aguantar perfectamente una broma y devolverla aún con más arte?
¿A quién pretendo
engañar? No tengo excusa para estar aquí excepto el deseo de estar a su lado. A
la mierda la apuesta.
Quiero descubrir
cómo puedo hacerle reír. Quiero saber cómo hacerle llorar. Quiero saber lo que
se siente si me mira como si fuera su caballero de la brillante armadura.
- ¡Demz! -resuena
una voz distante, rompiendo el silencio.
- Espera aquí -me
ordena Demi antes de salir corriendo por el pasillo-. Enseguida vuelvo.
No estoy dispuesto
a quedarme en el vestíbulo como un gilipollas. La sigo, sabiendo que estoy a
punto de entrar en su mundo privado.
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