Era martes y Demi seguía sin
tener noticias de Joseph.
Había logrado mantenerse ocupada, pero a menudo pensaba en él y se preguntaba
por qué no la habría llamado.
Consideró llamarlo ella, pero
decidió que, fueran cuales fueran los problemas que Joseph
tuviera con la relación entre ambos, tendría que solucionarlos por su cuenta.
Ya estuviese intentando aclarar lo que sentía por ella o por su difunta esposa,
no podía ayudarlo. No le quedaba más remedio que ser paciente y estar ahí para
escuchar cuando Joseph estuviera preparado para hablarle.
A fin de relajarse, salió a dar un
paseo. Se puso sus sandalias favoritas, se mesó el cabello y activó el
contestador automático... por si acaso.
Aunque al principio no había echado
a andar con un destino en, concreto, acabó en la nueva heladería de la calle
Maple, incluida en el plan de revitalización del centro.
Se quedó maravillada con la
decoración a la antigua usanza del local. Era como dar un salto a una etapa
pasada, más sencilla y tranquila.
La mayoría de las mesas estaba
ocupada, pero divisó una vacía al final. Joe Cooper, un profesor de Biología
del instituto, la saludó.
—Hola Demi
se acercó a su mesa. ¿Qué tal el verano?
—Estoy trabajando en el
ayuntamiento, supervisando el programa de actividades deportivas dijo él. No
está mal, pero preferiría que empezaran las clases. ¿Y tú?
—Dispuesta a que empiece el curso
también. De momento estoy ayudando a formar un grupo de teatro local.
—¿De veras? Siéntate y cuéntamelo
todo. A no ser que hayas quedado con alguien...
—No, no, me alegro de encontrarte.
El profesor le corrió la silla. Al poco
de sentarse, una adolescente se acercó a tomarles nota: un café para Joe y un
batido de fresa para Demi Demi. Cuando el
profesor le comentó que siempre había sentido curiosidad por interpretar, ella
trató de reclutarlo inmediatamente, pues apenas tenía hombres en el grupo.
—En serio, Joe, deberías intentarlo
—lo animó Demi. Es muy divertido.
—Me temo que haría el ridículo.
—Como directora, te aseguro que no
permitiría que pasara algo así.
—¡Hola, Demi!
Esta reconoció la voz del pequeño
al instante.
—Hola, Sammy. ¿Qué tal estás? preguntó
ella, al tiempo que lo acogía entre los brazos. ¿Dónde...? Ah, hola, Joseph añadió,
dirigiéndole una sonrisa que reservaba exclusivamente para él.
—Hola contestó Joseph
con frialdad.
—¿Dónde está Abbie?
—En casa de la abuela se adelantó
Sam. Esta noche hemos salido los hombres.
—Seguro que lo pasaréis bien. Joe,
¿conoces a Joseph Jonas y
a su hijo, Sam?
—No —Joe sonrió y tendió una mano
con educación—. Joe Cooper. Encantado de conoceros.
—Os dejamos que sigáis disfrutando
— dijo Joseph tras estrechar la mano de Joe brevemente—. Vamos,
Sam.
— ¿Un buen amigo? le preguntó Joe a Demi cuando se
hubieron quedado a solas.
—Sí...
—No parecía alegrarse mucho de
vernos juntos.
—Habrá tenido un mal día Demi se forzó a sonreír—. Bueno, ¿qué?, ¿te hago
una prueba para el grupo?
Prolongaron la conversación varios
minutos, tras los cuales Demi miró con
disimulo en busca de Joseph y
Sam. Pero no los vio. Al parecer, se habían marchado sin despedirse.
Se preguntó por qué se estaría
comportando Joseph de ese modo. No podía molestarlo haberla encontrado
con Joe, ¿no? En tal caso, tendrían que hablar con calma.
El miércoles había empezado mal
para Joseph, pero se convirtió en una pesadilla cuando su padre
entró en su despacho. Después de hablar unos minutos sobre diversos casos,
Caleb fue a levantarse. Y entonces se llevó la mano al pecho, jadeó y cayó al
suelo, totalmente pálido.
—¿Papá?, ¡papá!
Joseph corrió
desesperado hacia su padre, el cual seguía consciente, pero no era capaz de
hablar.
Así que llamó a una ambulancia y
esperó rezando en silencio a que llegara cuanto antes. No estaba preparado para
perder a su padre. No podría resistirlo. De ninguna manera.
—Comentó Demi, la cual no podía imaginarse por qué no la había
avisado Joseph —. Gracias por
llamar —añadió para colgar acto seguido.
Susan, lógicamente, había dado por
supuesto que Demi sabría que habían
ingresado al padre de su novio. Lo incomprensible era que Joseph
no la hubiera avisado.
Ya le había hecho daño antes, pero
excluirla en esas circunstancias era demasiado. Ya era hora de averiguar de una
vez qué quería Joseph de ella. Y luego decidiría si a ella le bastaba con
eso.
Demi se
enteró del infarto de Caleb Jonas por medio de
su amiga Susan.
—No sabía si estarías en casa —dijo
ella—. Pensé que estarías con Joseph.
—No, solemos quedar los viernes
—contestó Demi.
—No me refería a eso su padre está
en el hospital.
—¿En el hospital? —repitió Demi, casi sin voz.
—Se dice que tuvo un infarto en el
despacho de Joseph —la informó Susan. Creen que lo superará —añadió
para tranquilizarla.
—¡Qué alivio! Es un hombre muy
bueno
Joseph sintió
un gran alivio cuando vio que los niños ya estaban dormidos el jueves por la
noche. Se retiró al salón y puso la radio a poco volumen. Aunque no miró el teléfono,
era consciente de que estaba ahí, como un reproche silencioso. Demi lo había llamado dos veces desde que la había
visto en la heladería y él no había respondido á ninguno de los mensajes
grabados en el contestador.
Todavía la deseaba con todo su corazón.
Y aunque no le gustaba admitirlo, sabía que se había apartado de ella porque
tenía miedo.
Cuando el teléfono sonó, no le cupo
la menor duda sobre quién era:
—Responde de una vez o me planto
allí a ver si estás muerto en la bañera lo advirtió Demi,
rebasado el límite de su paciencia.
—No estoy muerto —contestó él tras
vacilar unos segundos.
—Bueno, menos mal —murmuró Demi —. He oído
que tu padre tuvo un infarto ayer por la mañana —añadió en un tono de voz que
evidenciaba que se sentía dolida por no haber sido él quien se lo hubiera
comunicado.
—No llegó a ser un infarto —aclaró Joseph —.
Dijeron que solo fue un amago. Le han puesto una dieta y una tabla de
ejercicios. Tendrá que hacerse unas cuantas revisiones en los próximos meses,
pero ya parece que va mucho mejor.
—¿Y cómo es que no has sacado un
hueco para decirme lo que había pasado? — preguntó Demi
sin rodeos.
Había tenido la oportunidad de
hacerlo, sin duda. Ocasiones en que había querido llamarla, en que lo había
necesitado incluso. Pero el temor a depender de ella demasiado lo había hecho
contenerse.
—Solo se me ocurren dos razones
para que no me hayas llamado — prosiguió Demi
al ver que él guardaba silencio—. O no has pensado en mí o has pensado que no
era asunto mío. Ninguna de las dos opciones habla bien en favor de nuestra
relación, ¿no te parece?
—Eras tú la que tenía una cita con
otro hombre hace unos días. Replicó Joseph,
enojado al recordarla en la heladería junto al profesor de biología.
—¿Una cita? —Repitió Demi, incrédula—. Solo me estaba tomando un batido
con Joe Cooper, al que me encontré por casualidad, por cierto. Por si no te has
dado cuenta, yo me comprometí contigo el primer día que nos acostamos. Te lo
creas o no, no me tomo el sexo a la ligera —añadió dolida.
—¿Ah, no? ¿Y cómo acabaste entonces
en la portada de todos los periódicos sensacionalistas el año pasado? —espetó Joseph a
la defensiva. La oyó que se quedaba sin aliento y se arrepintió de lo injusto
que había sido al instante—. Maldita sea, Demi,
yo...
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