—Apuesto a que Demi tiene un montón de anécdotas fascinantes que
contar de su estancia en Nueva York. Nunca la he conocido bien, iba varios
cursos por detrás de mí en el instituto; pero siempre me ha parecido que tenía
mucho talento. Fue una lástima que la señora Lynch no le diera buenos papeles
en las obras que representábamos. Todos sabemos por qué no lo hacía, por
supuesto; pero era muy injusto.
Toda Honoria sabía la desafortunada
vida familiar de Demi, pensó Joseph. Su padre había
pasado más de una noche durmiendo la mona en la cárcel y su madre era una mujer
pasiva con afición al vino barato. Demi se
había integrado con la gente de su edad gracias a su carácter extravertido y a
su sentido del humor; pero sus padres habían sido un lastre para ella. Sobre
todo, porque los otros padres habían puesto objeciones a que sus hijos salieran
con ella o sus hijas pasaran mucho tiempo en su compañía.
— ¿Sabes algo de Trent?—preguntó Joseph
finalmente, cambiando de conversación.
—Me llamó esta mañana. Quería saber
si, usando sus palabras, ya había soltado la carga.
—Típico de él —Joseph
sonrió—. ¡Menuda pieza!
—No sé, Joseph, a
mí me preocupa. Confía tanto en sí mismo y es tan temerario que me da miedo que
un día le ocurra algo malo y no soporte el golpe.
—No le pasará nada —le aseguró Joseph—.
Tu cuida de ti, ¿me oyes? Tus hermanitos saben cuidar de sí mismos.
Aunque no era más que un año mayor
que él y seis que Trent, Tara siempre se había tomado muy en serio la
responsabilidad de ser la mayor. Siempre los había protegido y se había
preocupado por ellos, razón por la cual Joseph no
le había contado nunca lo que le había pasado en Washington el año anterior.
—Sé que sabéis cuidaros —contestó
Tara cariñosamente—. Es que quiero que los dos seáis felices.
—Y Trent y yo queremos lo mismo
para ti, hermanita. Me alegro mucho de haber hablado contigo, pero será mejor
que me vaya o llegaré tarde a recoger a Demi.
—Salúdala de mi parte.
—Lo haré. Y dile a Blake que llame
en cuanto nazca el bebé, para que podamos ir todos a verlo.
—Espero que sea muy pronto —dijo
Tara con fervor.
—Yo también. Hasta luego.
Colgó el teléfono y miró el reloj.
Hora de recoger a Demi.
—Y entonces el director me miró a
los ojos y me dijo: ¿a qué estás esperando? Sal ahí fuera, Lovato.
Joseph observó a Demi por encima de la taza de café.
—¿Y qué hiciste?
Acurrucada en el sofá junto a él,
con los pies descalzos y un brazo sobre los cojines, sonrió:
—Salir, por supuesto. Improvisé
como una loca. Y, de alguna manera, funcionó. Recibí muy buenas críticas.
Lástima que estas no fueron tan consideradas con el resto del espectáculo.
Cerramos a las dos semanas.
—¿Fue entonces cuando decidiste
volver de Nueva York?
—¡Qué va! Eso pasó hace cuatro
años. Desde entonces, he estado en tres obras y dos telenovelas.
—Entonces, ¿por qué te fuiste?
—Ya te lo he dicho. Mi tía Ellen me
llamó para contarme lo del puesto de profesora aquí y decidí intentarlo.
A veces, cuando Joseph la
miraba, sentía como si este pudiera leerle los pensamientos. Demi se negaba a confesar que, en parte, había
regresado porque él estaba en Honoria. Ni siquiera se lo había reconocido a sí
misma hasta hacía poco.
—¿Así que dejaste toda tu vida en
Nueva York y volviste aquí porque te enteraste de que podías dar clases de
interpretación? — preguntó él con tanta educación como escepticismo.
—Sí, algo así.
Obviamente, no la creía; pero
decidió que no tenía derecho a seguir fisgando. Dio un sorbo de café y dejó la
taza.
—Se me había olvidado: Tara me
llamó esta tarde. Me dijo que te saludara de su parte.
—¿Cómo está?
—Deseando que nazca el bebé. Ya
saben que va a ser niña. La van a llamar Alison.
—Es bonito.
—Mi madre está entusiasmada. La
encanta ser abuela.
—Tienes suerte: sé que te ha
ayudado mucho con los niños.
—No sé lo que habría hecho sin ella
—reconoció Joseph—. Le gusta cuidar de ellos. Hasta me pide que se
los deje más noches.
—¿Más café? —le ofreció Jamie
entonces, apuntando hacia la taza vacía de Joseph,
aprovechando que ella iba a servirse.
—No. En realidad, todavía tengo que
hacer una cosa esta noche.
—¿Sí? —
Demi no supo cómo interpretar la
expresión deJoseph.
—Me dijiste que estuviera preparado
para humillarme. Pues ya lo estoy.
Casi había olvidado la disputa que
habían tenido días antes.
—Ya te habrás dado cuenta de que te
he perdonado. No hace falta que te humilles.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Me alegro —dijo Joseph,
al tiempo que tiraba de Demi hacia él.
—Me parece que ha sido la bolsa de
ositos de goma lo que te ha salvado murmuró ella a escasos centímetros de su
boca.
Joseph no podía saber
cuánto la había conmovido encontrarlo en la puerta de su casa con aquella bolsa
tan grande de golosinas en la mano. Nada la habría afectado tanto como aquel
detalle caprichoso y la sonrisa con que lo había acompañado.
Estaba loca por su boca, pensó
mientras se hundían en un beso ansioso. Su labio inferior era carnoso, mientras
que el superior era recto y firme. Dos huecos remataban su sonrisa: no eran
hoyuelos exactamente, pero sí lo bastante sexys como para que no pudiera
resistir lamerlos con la lengua.
Siguieron besándose morosa y
amorosamente. Cuando interrumpieron el beso, Demi
estaba sentada sobre el regazo de Joseph,
estrechada entre sus brazos.
—Qué curioso: no me he dado ni
cuenta de cómo he acabado aquí arriba.
—Yo no me he quejado.
—Ni yo —
Demi frotó su nariz contra la de él en un gesto gracioso. Aun
coqueteando con ella, Joseph siempre
parecía deliciosamente serio.
—Siempre tengo la sensación de que
te estás riendo de mí —murmuró él, tras darle un beso fugaz en sus sonrientes
labios—. ¿Por qué te resulto tan divertido?
—Lo serio que eres todo el tiempo Demi le acarició una mejilla y soltó una suave
risa—. El modo en que me miras, como si viniera de otro planeta. La manera de
arrugársete la frente cuando digo algo que te deja perplejo. ¿Quieres que siga?
—Creo que es suficiente.
—Eres tan mono —dijo ella,
deslizando un dedo por el rubio cabello de él—. Siempre lo has sido.
—¿Soy mono? —La frente se le arrugó
tal como había descrito Demi—. Hacía mucho
que nadie me lo decía.
—Puede que no hayas estado
escuchando — Demi sonrió.
—Estoy escuchando ahora —Joseph
atrajo el rostro de ella y ribeteó su sonrisa con la lengua.
Había esperado años para captar la
atención de Joseph. Y ya que por fin la tenía, quería sacar el máximo
provecho... antes de que él pudiera cambiar de actitud. Cubrió su boca con sus
labios y lo besó tal como había deseado besarlo desde hacía tanto tiempo.
Joseph se movió con
una velocidad que la sorprendió,, cambiando la posición hasta tenerla debajo de
él, apretada contra los cojines del sofá. Su boca la devoró, sus lenguas se
buscaron, se encontraron, se aparearon. E, impulsado por el deseo, sus manos
recorrieron el cuerpo de Demi con un descaro
que jamás había mostrado.
Aun así, Demi notó que Joseph seguía
conteniéndose. Había dejado claro que había llevado una vida monacal durante el
pasado año; pero se negaba a pensar que estuviera con ella solo porque
estuviese disponible. Prefería pensar que era la mujer que había logrado
rescatarlo del exilio que se había impuesto.
Joseph se movía sin
descanso y Demi notó su erección contra los
muslos. Fueran cuales fueran las barreras que los habían separado en el pasado,
en esos momentos habían desaparecido y Joseph la deseaba. No podía adivinar por cuánto
tiempo, ni tan solo si volverían a estar juntos tras esa noche. Pero no tenía
intención de desperdiciar esa oportunidad de ver cumplida su más ansiada
fantasía.
Deslizó las manos por la espalda de
Joseph, deleitándose en la musculatura que se ocultaba
tras la ropa. Él seguía explorándole la boca a conciencia, como si quisiera
memorizar cada centímetro de ella. Por su parte, Demi estaba segura de que jamás olvidaría el sabor ni la
textura de la de él.
Notó una mano que subía por su
cintura... vacilante, como si Joseph no estuviera
seguro de cómo reaccionaría. Ella se arqueó, apremiándolo en silencio a que
siguiera acariciándola. Casi notó el calor que lo abrasó cuando por fin se
atrevió a posar una mano sobre su pecho izquierdo.
La deseaba, se repitió Demi, vibrando de
mutua excitación.
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