domingo, 3 de marzo de 2013

Seductoramente Tuya Capitulo 16





—Apuesto a que Demi tiene un montón de anécdotas fascinantes que contar de su estancia en Nueva York. Nunca la he conocido bien, iba varios cursos por detrás de mí en el instituto; pero siempre me ha parecido que tenía mucho talento. Fue una lástima que la señora Lynch no le diera buenos papeles en las obras que representábamos. Todos sabemos por qué no lo hacía, por supuesto; pero era muy injusto. 

Toda Honoria sabía la desafortunada vida familiar de Demi, pensó Joseph. Su padre había pasado más de una noche durmiendo la mona en la cárcel y su madre era una mujer pasiva con afición al vino barato. Demi se había integrado con la gente de su edad gracias a su carácter extravertido y a su sentido del humor; pero sus padres habían sido un lastre para ella. Sobre todo, porque los otros padres habían puesto objeciones a que sus hijos salieran con ella o sus hijas pasaran mucho tiempo en su compañía.
— ¿Sabes algo de Trent?—preguntó Joseph finalmente, cambiando de conversación.
—Me llamó esta mañana. Quería saber si, usando sus palabras, ya había soltado la carga.
—Típico de él —Joseph sonrió—. ¡Menuda pieza!
—No sé, Joseph, a mí me preocupa. Confía tanto en sí mismo y es tan temerario que me da miedo que un día le ocurra algo malo y no soporte el golpe.
—No le pasará nada —le aseguró Joseph—. Tu cuida de ti, ¿me oyes? Tus hermanitos saben cuidar de sí mismos.
Aunque no era más que un año mayor que él y seis que Trent, Tara siempre se había tomado muy en serio la responsabilidad de ser la mayor. Siempre los había protegido y se había preocupado por ellos, razón por la cual Joseph no le había contado nunca lo que le había pasado en Washington el año anterior.
—Sé que sabéis cuidaros —contestó Tara cariñosamente—. Es que quiero que los dos seáis felices.
—Y Trent y yo queremos lo mismo para ti, hermanita. Me alegro mucho de haber hablado contigo, pero será mejor que me vaya o llegaré tarde a recoger a Demi.
—Salúdala de mi parte.
—Lo haré. Y dile a Blake que llame en cuanto nazca el bebé, para que podamos ir todos a verlo.
—Espero que sea muy pronto —dijo Tara con fervor.
—Yo también. Hasta luego.
Colgó el teléfono y miró el reloj. Hora de recoger a Demi.

—Y entonces el director me miró a los ojos y me dijo: ¿a qué estás esperando? Sal ahí fuera, Lovato.
Joseph observó a Demi por encima de la taza de café.
—¿Y qué hiciste?
Acurrucada en el sofá junto a él, con los pies descalzos y un brazo sobre los cojines, sonrió:
—Salir, por supuesto. Improvisé como una loca. Y, de alguna manera, funcionó. Recibí muy buenas críticas. Lástima que estas no fueron tan consideradas con el resto del espectáculo. Cerramos a las dos semanas.
—¿Fue entonces cuando decidiste volver de Nueva York?
—¡Qué va! Eso pasó hace cuatro años. Desde entonces, he estado en tres obras y dos telenovelas.
—Entonces, ¿por qué te fuiste?
—Ya te lo he dicho. Mi tía Ellen me llamó para contarme lo del puesto de profesora aquí y decidí intentarlo.
A veces, cuando Joseph la miraba, sentía como si este pudiera leerle los pensamientos. Demi se negaba a confesar que, en parte, había regresado porque él estaba en Honoria. Ni siquiera se lo había reconocido a sí misma hasta hacía poco.
—¿Así que dejaste toda tu vida en Nueva York y volviste aquí porque te enteraste de que podías dar clases de interpretación? — preguntó él con tanta educación como escepticismo.
—Sí, algo así.
Obviamente, no la creía; pero decidió que no tenía derecho a seguir fisgando. Dio un sorbo de café y dejó la taza.
—Se me había olvidado: Tara me llamó esta tarde. Me dijo que te saludara de su parte.
—¿Cómo está?
—Deseando que nazca el bebé. Ya saben que va a ser niña. La van a llamar Alison.
—Es bonito.
—Mi madre está entusiasmada. La encanta ser abuela.
—Tienes suerte: sé que te ha ayudado mucho con los niños.
—No sé lo que habría hecho sin ella —reconoció Joseph—. Le gusta cuidar de ellos. Hasta me pide que se los deje más noches.
—¿Más café? —le ofreció Jamie entonces, apuntando hacia la taza vacía de Joseph, aprovechando que ella iba a servirse.
—No. En realidad, todavía tengo que hacer una cosa esta noche.
—¿Sí? — Demi  no supo cómo interpretar la expresión deJoseph.
—Me dijiste que estuviera preparado para humillarme. Pues ya lo estoy.
Casi había olvidado la disputa que habían tenido días antes.
—Ya te habrás dado cuenta de que te he perdonado. No hace falta que te humilles.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Me alegro —dijo Joseph, al tiempo que tiraba de Demi hacia él.
—Me parece que ha sido la bolsa de ositos de goma lo que te ha salvado murmuró ella a escasos centímetros de su boca.
Joseph no podía saber cuánto la había conmovido encontrarlo en la puerta de su casa con aquella bolsa tan grande de golosinas en la mano. Nada la habría afectado tanto como aquel detalle caprichoso y la sonrisa con que lo había acompañado.
Estaba loca por su boca, pensó mientras se hundían en un beso ansioso. Su labio inferior era carnoso, mientras que el superior era recto y firme. Dos huecos remataban su sonrisa: no eran hoyuelos exactamente, pero sí lo bastante sexys como para que no pudiera resistir lamerlos con la lengua.
Siguieron besándose morosa y amorosamente. Cuando interrumpieron el beso, Demi estaba sentada sobre el regazo de Joseph, estrechada entre sus brazos.
—Qué curioso: no me he dado ni cuenta de cómo he acabado aquí arriba.
—Yo no me he quejado.
—Ni yo — Demi frotó su nariz contra la de él en un gesto gracioso. Aun coqueteando con ella, Joseph siempre parecía deliciosamente serio.
—Siempre tengo la sensación de que te estás riendo de mí —murmuró él, tras darle un beso fugaz en sus sonrientes labios—. ¿Por qué te resulto tan divertido?
—Lo serio que eres todo el tiempo Demi le acarició una mejilla y soltó una suave risa—. El modo en que me miras, como si viniera de otro planeta. La manera de arrugársete la frente cuando digo algo que te deja perplejo. ¿Quieres que siga?
—Creo que es suficiente.
—Eres tan mono —dijo ella, deslizando un dedo por el rubio cabello de él—. Siempre lo has sido.
—¿Soy mono? —La frente se le arrugó tal como había descrito Demi—. Hacía mucho que nadie me lo decía.
—Puede que no hayas estado escuchando — Demi sonrió.
—Estoy escuchando ahora —Joseph atrajo el rostro de ella y ribeteó su sonrisa con la lengua.
Había esperado años para captar la atención de Joseph. Y ya que por fin la tenía, quería sacar el máximo provecho... antes de que él pudiera cambiar de actitud. Cubrió su boca con sus labios y lo besó tal como había deseado besarlo desde hacía tanto tiempo.
Joseph se movió con una velocidad que la sorprendió,, cambiando la posición hasta tenerla debajo de él, apretada contra los cojines del sofá. Su boca la devoró, sus lenguas se buscaron, se encontraron, se aparearon. E, impulsado por el deseo, sus manos recorrieron el cuerpo de Demi con un descaro que jamás había mostrado.
Aun así, Demi notó que Joseph seguía conteniéndose. Había dejado claro que había llevado una vida monacal durante el pasado año; pero se negaba a pensar que estuviera con ella solo porque estuviese disponible. Prefería pensar que era la mujer que había logrado rescatarlo del exilio que se había impuesto.
Joseph se movía sin descanso y Demi notó su erección contra los muslos. Fueran cuales fueran las barreras que los habían separado en el pasado, en esos momentos habían desaparecido y Joseph  la deseaba. No podía adivinar por cuánto tiempo, ni tan solo si volverían a estar juntos tras esa noche. Pero no tenía intención de desperdiciar esa oportunidad de ver cumplida su más ansiada fantasía.
Deslizó las manos por la espalda de Joseph, deleitándose en la musculatura que se ocultaba tras la ropa. Él seguía explorándole la boca a conciencia, como si quisiera memorizar cada centímetro de ella. Por su parte, Demi estaba segura de que jamás olvidaría el sabor ni la textura de la de él.
Notó una mano que subía por su cintura... vacilante, como si Joseph no estuviera seguro de cómo reaccionaría. Ella se arqueó, apremiándolo en silencio a que siguiera acariciándola. Casi notó el calor que lo abrasó cuando por fin se atrevió a posar una mano sobre su pecho izquierdo.
La deseaba, se repitió Demi, vibrando de mutua excitación.

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