Después de haber mantenido la
calma de una forma admirable durante su pequeño discurso, Demi se giró y subió
escaleras arriba. Se dio una ducha rápida que le supo a gloria y volvió a bajar
con ropa de cama. Había esperado encontrarlo tumbado, pero Joseph se había sentado
en una silla y había encendido la televisión. Estaban dando el pronóstico del
tiempo.
Con rapidez y eficiencia, ella
hizo la cama en el sofá con dos sábanas, un edredón y una almohada.
–No deberías forzar la espalda –aconsejó ella,
de pie junto al sofá, pues no pensaba quedarse con él a ver la televisión.
Sería una situación demasiado familiar, incluso íntima, y prefería evitarla.
–Cuanto más la fuerce, antes podré andar solo
–replicó él y, al mirarla, se dio cuenta de que ella no tenía intención de
acompañarlo más tiempo del estrictamente necesario–. ¿Es que no vas a relajarte
y ver un poco la tele conmigo? –preguntó en un acto de masoquismo, pues conocía
de antemano la respuesta.
Demi meneó la cabeza y
murmuró algo acerca de limpiar la cocina, estar cansada y tener que enviar unos
correos electrónicos…
–En ese caso, no quiero entretenerte –señaló
él con tono seco–. Si me dejas los analgésicos a mano, no te molestaré hasta
mañana –añadió, se puso en pie y, rechazando su oferta de ayuda, caminó hasta
el sofá y se tumbó.
Demi no tardó mucho en
descubrir que Joseph era un paciente muy exigente.
Se levantó la mañana siguiente a
las siete y media y, cuando bajó, descubrió que él había encendido la luz y
estaba viendo las noticias en el televisor. Durante unos segundos, se quedó
parada en la puerta, observándolo sin ser vista.
Joseph se giró hacia
ella.
–La nieve no va a parar –fue su saludo
matutino. Las cortinas abiertas reforzaban, aún más, su sensación de
aislamiento–. La última vez que nevó así, las cosas tardaron dos semanas en
retornar a la normalidad. Tengo que trabajar.
–Pues ya somos dos –murmuró Demi y se adentró en el
salón para echar dos leños a la chimenea apagada.
Por la noche, apenas había podido dormir,
pensando cómo iba a ingeniárselas con Joseph bajo su mismo techo. Había
analizado al detalle la caótica mezcla de sentimientos que su presencia le
provocaba. Y no sabía cómo iba a poder mantenerlos a raya.
Entonces, se le ocurrió que, de
la misma manera, él podía estar contando los minutos para que pudieran al fin
decirse adiós.
Al menos, en ese momento, Joseph estaba
contemplando la nieve por la ventana con gesto de desesperación.
–Tengo que informar a mis jefes de que no sé
cuándo podré regresar. Voy a perderme la próxima exposición de Patric, a la que
me hacía mucha ilusión ir –informó ella–. ¡No eres el único desesperado por
salir de aquí!
Ella no podía haber dejado las
cosas más claras, pensó Joseph. Era obvio que aborrecía su compañía.
¿Pero a quién le importaba que
fuera a perderse la exposición de su exnovio?
Habían salido juntos y habían roto. ¿Cómo era
posible que alguien siguiera manteniendo amistad con un antiguo novio? Era poco
sano.
El humor de Joseph no había hecho más
que empeorar, incluso más, gracias a esa información indeseada.
–Estoy despierto desde las cinco –señaló él,
incorporándose en el asiento.
–¿No estabas cómodo en el sofá?
–No puedo decir que haya sido la noche más
cómoda de mi vida. Me ha dolido mucho la espalda.
–Te dejé analgésicos…
Como respuesta, Joseph le mostró el tubo
vacío.
–No había suficientes y no tenía fuerzas para
arrastrarme a la cocina a buscar más. Tu padre guarda las cosas en los sitios
más impensables.
Avergonzada por no haber pensado más en eso, Demi le pidió que no se
moviera y se ofreció a ir a buscar más de inmediato.
–¿Adónde voy a ir? –Preguntó él con sarcasmo–.
Estoy literalmente a tu merced.
Demi casi sonrió. Él
siempre había sido autoritario, acostumbrado a llevar la batuta y, de pronto,
se veía desvalido como un niño.
–Eso me gusta –se burló ella.
Arqueando una ceja, él esbozó una lenta
sonrisa.
–¿Ah, sí? ¿Qué pretendes hacer conmigo?
Demi no supo si
interpretar segundas intenciones en esa pregunta, pero los pelos de la nuca se
le erizaron.
–Bueno… –comenzó a decir ella y se recordó a
sí misma que lo mejor era echar mano de su amistad, como si no hubiera nada más
entre ellos–. Primero, iré a por analgésicos. Un tubo lleno. Aunque no hace
falta que te diga que no debes pasarte de la dosis recomendada…
–Tienes vocación de enfermera, no lo dudes…
–Luego… –prosiguió ella, ignorando su
interrupción– avivaré el fuego, porque el salón se ha quedado bastante frío…
–Se apagó alrededor de las dos de la mañana.
–Entre el frío repentino y la espalda, me ha
resultado imposible dormir.
Ella no estaba segura de si creerlo o no y
prosiguió.
–Después, iré a tu casa y te traeré lo que
necesites.
Sin darle tiempo a decir nada más, Demi se fue a la
cocina, encontró los analgésicos y llenó un vaso de agua.
–Ayúdame a sentarme.
–De veras, Joseph, deja de exagerar
–pidió ella. De todos modos, lo ayudó a sentarse porque, aunque no quisiera
admitirlo, le gustaba tocarlo.
A continuación, Demi se concentró en
encender el fuego. Era algo que había hecho cientos de veces. Tenía que traer
más leña de la cabaña exterior. Esperaba que hubiera troncos cortados. Su padre
solía ser previsor y ambos sabían que, en invierno, no se podía confiar solo en
la electricidad para calentarse.
aunque DEMI y JOE no lo quieran admitir se quieren...y al parecer esa tormenta ayudara un poco....!!
ResponderEliminarsiguela esta genial......
saludos