Se me ocurrió buscar a ese Patric
en Internet –señaló él y se puso en pie para recoger la mesa. Cuando ella iba a
imitarlo, se lo impidió con un gesto de la mano.
Demi se quedó
paralizada. ¿Buscar a Patric en Internet? ¿Por qué iba a hacer eso?
–¿Ah, sí?
–Hablan bien de él.
–¿Por qué has tenido que buscarlo? –preguntó
ella de forma abrupta–. ¿Acaso pensaste que estaba mintiendo o que me lo había
inventado?
–¡Claro que no! –exclamó él y meneó al cabeza,
frustrado, sintiendo cómo se rompía su frágil tregua.
–Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por
curiosidad?
Observando el gesto serio de su interlocutora,
Joseph hizo una mueca.
Tal vez, se había relajado durante unos minutos, pero seguía queriendo
protegerse y mantener las distancias.
En ese momento, recordó la noche crucial que
había marcado un punto de inflexión en su relación, cuando ella se le había
ofrecido. Diablos, todavía se acordaba del sabor de sus labios.
–No sé, me dejé llevar por un impulso –repuso él,
apretando los dientes–. ¿Es que es un tema tabú? ¿Te parece raro que muestre
interés por la persona en que te has convertido?
Demi se quedó callada.
Era ella quien había metido la pata. Era normal que Joseph quisiera hablar de
algo más aparte de intercambiar frases superficiales sobre el pasado o sobre
sus padres. Era ella quien tenía la culpa de sentirse amenazada cada vez que él
se acercaba demasiado. El problema era que todavía sentía algo por él. No sabía
qué. Pero era algo poderoso que la estaba haciendo reaccionar de forma
desmedida.
Iba a ser agotador estar todo el tiempo
virando entre charla inocua y temas más amargos.
–Patric no es un tema tabú. Solo creo que ya
te he hablado de él y lo que no te haya contado lo habrás visto en Internet. Es
muy conocido en Europa. Al menos, lo será pronto. Su última exposición fue todo
un éxito. Lo vendió todo y varias galerías se interesaron por su trabajo.
Joseph había leído todo aquello en un
artículo digital. El periodista no había escatimado en alabanzas.
–A ti nunca te ha gustado el arte.
–Yo… no pensé que fuera algo muy práctico… por
eso, lo descarté en bachillerato. Y aquí… no hay museos ni galerías. Creo que
empecé a darme cuenta de lo mucho que me gustaba el arte cuando fui a la
universidad… y me enamoré de él cuando llegué a París.
–¿Y te enamoraste también de ese Patric?
Ella se encogió de hombros.
–Al principio, éramos muy amigos. Tal vez, me
dejé seducir por su pasión y su entusiasmo. No lo sé.
–Y, al final, no salió bien.
–No. ¿Por qué no empezamos a quitar las
alfombras?
La conversación personal había terminado. Joseph recibió el mensaje
alto y claro. Nunca le había gustado escuchar confidencias de las mujeres. La
curiosidad que sentía en ese momento por todo lo concerniente a Demi no era típica de
él. Era como si hubiera descubierto que su leal mascota sabía recitar poesía y
hablaba cuatro idiomas.
Joseph se preguntó si la
razón de su interés sería que estaban atrapados por la nieve. O que llevaban
años sin verse.
Guardar las alfombras en el trastero no era un
sustituto satisfactorio para su curiosidad. Sin embargo, Joseph se rindió, dejó el
tema y se resignó a enrollar y transportar durante las siguientes dos horas.
Trabajaron codo con codo e intercambiaron opiniones sobre las mejoras que
podían hacerse en la vieja casa. Lo cierto era que le hacía falta una buena
remodelación.
–Bien –dijo Demi, cuando hubieron
terminado–. Ahora tienes que irte, Joseph.
Mientras habían estado transportando muebles y
alfombras, Demi se había dado cuenta de que tenía que ser cautelosa con él. Siempre le
había parecido irresistible el encanto y la inteligencia de Joseph. Y su atractivo no
había disminuido con los años.
Todavía la hacía reír.
Su cuerpo se sentía vivo junto a él. Se sentía
de nuevo como esa joven de veintiún años, ansiando su contacto. ¿Y si aquella
situación imprevista acababa conduciéndola a hacer algo lamentable? Era un
pensamiento que estaba agazapado en su mente, como un monstruo amenazante bajo
sus defensas. ¿Qué pasaría si, dejándose llevar por la magia del momento,
posaba la mano en el brazo de él durante más tiempo del adecuado? ¿Y si le
sostenía la mirada?
Por otra parte, Joseph ya no era el héroe
intocable de su infancia. Estaba comprendiendo que era un hombre complejo, con
una gran responsabilidad. Compartió con ella sus preocupaciones por su madre,
que se estaba haciendo mayor y vivía en una casa demasiado grande para ella.
Lo malo era que ese hombre volvía a resultarle
demasiado irresistible. Él se comportaba de forma relajada y tranquila, porque
todavía la consideraba una amiga. Sin embargo, ella albergaba sentimientos más
conflictivos y eso la asustaba.
Por eso, no era buena idea pasar la tarde
juntos en su casa.
–Quiero ordenar unas ropas y trabajar un poco
porque, como tú preveías, no creo que pueda volver a Londres mañana. Tendré
suerte si puedo salir de aquí el fin de semana. Así que…
Ninguno de los dos se había cambiado y,
después de haber salido al trastero, Demi tenía el pelo mojado por la
lluvia y las mejillas sonrojadas por el frío. A diferencia de las chicas con
las que Joseph solía salir, ella tenía ojos de mujer inteligente. Y un rostro que no se
cansaba de mirar.
–No recuerdo cuándo fue la última vez que una
mujer me echó de su casa –comentó él, arqueando las cejas–. Si lo pienso bien,
tampoco recuerdo haber hecho nunca un trabajo manual con una mujer.
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