miércoles, 20 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 7






Se me ocurrió buscar a ese Patric en Internet –señaló él y se puso en pie para recoger la mesa. Cuando ella iba a imitarlo, se lo impidió con un gesto de la mano.

Demi se quedó paralizada. ¿Buscar a Patric en Internet? ¿Por qué iba a hacer eso?
 –¿Ah, sí?
 –Hablan bien de él.
 –¿Por qué has tenido que buscarlo? –preguntó ella de forma abrupta–. ¿Acaso pensaste que estaba mintiendo o que me lo había inventado?

 –¡Claro que no! –exclamó él y meneó al cabeza, frustrado, sintiendo cómo se rompía su frágil tregua.
 –Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por curiosidad?

 Observando el gesto serio de su interlocutora, Joseph hizo una mueca. Tal vez, se había relajado durante unos minutos, pero seguía queriendo protegerse y mantener las distancias.
 En ese momento, recordó la noche crucial que había marcado un punto de inflexión en su relación, cuando ella se le había ofrecido. Diablos, todavía se acordaba del sabor de sus labios.

 –No sé, me dejé llevar por un impulso –repuso él, apretando los dientes–. ¿Es que es un tema tabú? ¿Te parece raro que muestre interés por la persona en que te has convertido?

Demi se quedó callada. Era ella quien había metido la pata. Era normal que Joseph quisiera hablar de algo más aparte de intercambiar frases superficiales sobre el pasado o sobre sus padres. Era ella quien tenía la culpa de sentirse amenazada cada vez que él se acercaba demasiado. El problema era que todavía sentía algo por él. No sabía qué. Pero era algo poderoso que la estaba haciendo reaccionar de forma desmedida.

 Iba a ser agotador estar todo el tiempo virando entre charla inocua y temas más amargos.
 –Patric no es un tema tabú. Solo creo que ya te he hablado de él y lo que no te haya contado lo habrás visto en Internet. Es muy conocido en Europa. Al menos, lo será pronto. Su última exposición fue todo un éxito. Lo vendió todo y varias galerías se interesaron por su trabajo.
 Joseph había leído todo aquello en un artículo digital. El periodista no había escatimado en alabanzas.

 –A ti nunca te ha gustado el arte.
 –Yo… no pensé que fuera algo muy práctico… por eso, lo descarté en bachillerato. Y aquí… no hay museos ni galerías. Creo que empecé a darme cuenta de lo mucho que me gustaba el arte cuando fui a la universidad… y me enamoré de él cuando llegué a París.
 –¿Y te enamoraste también de ese Patric?

 Ella se encogió de hombros.
 –Al principio, éramos muy amigos. Tal vez, me dejé seducir por su pasión y su entusiasmo. No lo sé.
 –Y, al final, no salió bien.
 –No. ¿Por qué no empezamos a quitar las alfombras?

 La conversación personal había terminado. Joseph recibió el mensaje alto y claro. Nunca le había gustado escuchar confidencias de las mujeres. La curiosidad que sentía en ese momento por todo lo concerniente a Demi no era típica de él. Era como si hubiera descubierto que su leal mascota sabía recitar poesía y hablaba cuatro idiomas.

Joseph se preguntó si la razón de su interés sería que estaban atrapados por la nieve. O que llevaban años sin verse.

 Guardar las alfombras en el trastero no era un sustituto satisfactorio para su curiosidad. Sin embargo, Joseph se rindió, dejó el tema y se resignó a enrollar y transportar durante las siguientes dos horas. Trabajaron codo con codo e intercambiaron opiniones sobre las mejoras que podían hacerse en la vieja casa. Lo cierto era que le hacía falta una buena remodelación.

 –Bien –dijo Demi, cuando hubieron terminado–. Ahora tienes que irte, Joseph.
 Mientras habían estado transportando muebles y alfombras, Demi se había dado cuenta de que tenía que ser cautelosa con él. Siempre le había parecido irresistible el encanto y la inteligencia de Joseph. Y su atractivo no había disminuido con los años.

 Todavía la hacía reír.
 Su cuerpo se sentía vivo junto a él. Se sentía de nuevo como esa joven de veintiún años, ansiando su contacto. ¿Y si aquella situación imprevista acababa conduciéndola a hacer algo lamentable? Era un pensamiento que estaba agazapado en su mente, como un monstruo amenazante bajo sus defensas. ¿Qué pasaría si, dejándose llevar por la magia del momento, posaba la mano en el brazo de él durante más tiempo del adecuado? ¿Y si le sostenía la mirada?

 Por otra parte, Joseph ya no era el héroe intocable de su infancia. Estaba comprendiendo que era un hombre complejo, con una gran responsabilidad. Compartió con ella sus preocupaciones por su madre, que se estaba haciendo mayor y vivía en una casa demasiado grande para ella.

 Lo malo era que ese hombre volvía a resultarle demasiado irresistible. Él se comportaba de forma relajada y tranquila, porque todavía la consideraba una amiga. Sin embargo, ella albergaba sentimientos más conflictivos y eso la asustaba.
 Por eso, no era buena idea pasar la tarde juntos en su casa.

 –Quiero ordenar unas ropas y trabajar un poco porque, como tú preveías, no creo que pueda volver a Londres mañana. Tendré suerte si puedo salir de aquí el fin de semana. Así que…
 Ninguno de los dos se había cambiado y, después de haber salido al trastero, Demi tenía el pelo mojado por la lluvia y las mejillas sonrojadas por el frío. A diferencia de las chicas con las que Joseph solía salir, ella tenía ojos de mujer inteligente. Y un rostro que no se cansaba de mirar.

 –No recuerdo cuándo fue la última vez que una mujer me echó de su casa –comentó él, arqueando las cejas–. Si lo pienso bien, tampoco recuerdo haber hecho nunca un trabajo manual con una mujer.

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