Varias horas más tarde, Joe circulaba entre el tráfico
con Demi sentada a su lado. Llevaba el
colgante al cuello. Sabía que era una tontería emocionarse con aquel regalo,
pero no podía evitarlo.
Qué hombre tan complejo era
aquel. Exigente, divertido, romántico incluso, pensó Demi mientras agarraba con fuerza el querubín.
-Adivina quién está detrás de
nosotros -dijo Joe
mirando por el espejo retrovisor.
-El fotógrafo pesado
-respondió Demi sin
siquiera plantearse otra posibilidad.
-El mismo que viste y calza.
Qué hombre tan persistente...
-¿Te imaginabas que sería así?
-preguntó ella-. ¿Pensabas que la prensa iba a ser tan acosadora?
-Sí. Ya he pasado por esto
antes.
-Claro. Con Tara -respondió Demi sin poder evitar nombrar a la
actriz-. No hacen más que compararme con ella.
-Lo sé -contestó Joe mirando de nuevo por el
retrovisor-. ¿Quieres que intente perder de vista a ese tipo?
Demi se cruzó de brazos. Qué fácil
le resultaba a Joe
cambiar de tema cuando hablaban de Tara.
-Estoy empezando a hartarme de
esto -dijo.
-Yo también. Lleva varios días
pisándonos los talones.
-Me refería a Tara.
-Ella es una estrella de cine
-respondió Joe revolviéndose
en el asiento-. A la prensa le fascina.
-¿Y eso qué significa? ¿Que
sabías que la meterían en nuestra historia?
-No hasta este punto, pero sabía
que aparecería su nombre.
Demi estudió su
perfil. Joe
conducía con los ojos clavados en la circulación.
-¿Has sabido algo de ella?
-preguntó Demi.
-No.
-¿Y esperas que aparezca?
-No -volvió a responder él.
Tratar de sacarle información
a Joe era como intentar arrancarle
un diente a un dinosaurio.
-¿Crees que estará enfadada?
Después de todo, están diciendo que ella y yo podríamos pelearnos por ti.
-Dudo mucho que los rumores le
importen. Se crece con la publicidad.
-Es una mujer casada, Joe.
-¿Y qué? Su marido también es
famoso. Y su carrera no está precisamente en su mejor momento. En este
negocio, a veces es preferible ser blanco de los comentarios negativos de la
prensa a que no hablen de ti.
Demi no estaba de acuerdo, pero,
¿qué sabía ella de Hollywood ni de la clase de hombre con el que se había
casado Tara?
-¿Y qué me dices de ti? -le
preguntó a Joe-. ¿Te
creces con la publicidad?
-Por supuesto que no
-respondió él dirigiéndole una mirada cargada de frustración-. He organizado
este montaje porque sabía que funcionaría. Y eso forma parte de mi trabajo, Demi. Organizar escándalos para
entretener a la prensa.
Ella exhaló un suspiro y Demi
hizo lo mismo. Se mantuvieron en silencio durante unos instantes. Joe seguía mirando de vez en
cuando por el retrovisor, y Joe entendió que el fotógrafo aún les seguía la pista.
-¿Estás enfadada conmigo?
-preguntó él finalmente-. Me siento muy atraído por ti, Demi. Esa parte del montaje es
verdadera.
-Lo sé -respondió ella
acariciando el ángel-. Para mí también.
-Entonces, ¿por qué estamos
siempre peleándonos?
-Porque eres muy pesado -le
dijo ella.
-¿Ah, sí? -respondió Joe con una sonrisa-. Muy bien,
pues tú también.
Demi quería besarlo, poner la boca
sobre aquella sonrisa seductora, sobre aquellos labios curvados.
Joe se metió por una calle
flanqueada de árboles, en la que abundaban las grandes mansiones entre la
abundante vegetación. La mayoría de las construcciones eran de ladrillo, con
largos y bien cuidados senderos. El vecindario tenía un aire distinguido,
pero desprendía también calor.
-Estoy llevando al fotógrafo a
la puerta misma de mi casa -dijo Joe-. Debo estar loco.
Ella también debía estar loca
por desear besar a Joe.
Él accedió a la entrada de una
mansión impresionante. Las ventanas eran vidrieras, y la piedra con la que estaban construidas las dos plantas le otorgaba a la casa el
encanto de tiempos pasados. Aquel edificio histórico había sido remodelado
para reflejar un estilo artístico y a la vez tradicional.
Joe aparcó el Corvette en una
esquina.
-Tal vez deberíamos darle a
ese tipo una buena foto. Ya sabes, algo jugoso.
Demi miró por el espejo lateral.
Una furgoneta azul se había detenido en la calle, ocultándose bajo la enorme
copa de un árbol. Al parecer, el conductor no se había dado cuenta de que lo habían
descubierto.
-¿Vamos a hacerle un favor a
ese imbécil?
-¿Por qué no? Está alimentando
nuestro escándalo. ¿Te das cuenta de que los periódicos apenas han mencionado
el asunto de la pimienta? A nadie parece importarle ya lo más mínimo. La gente
está más interesada en otros asuntos picantes, los que se cuecen entre las
sábanas —aseguró Joe con una
de sus típicas sonrisas-. Y ahí estamos nosotros, nena. Tú y yo.
-Entonces, ¿qué propones? ¿Que
montemos un número en el coche?
-No. En el porche. Así tendrá
mejor perspectiva.
-Parece un buen plan
-respondió Demi mientras
notaba cómo se le aceleraba el corazón.
Bajaron del coche y subieron
hasta el porche, tomándose el pelo el uno al otro. En el fondo, Demi sabía que aquello era más que
una puesta en escena para la foto. Quería sentir a Joe, y él quería sentirla a ella.
El se puso las llaves en el
bolsillo del pantalón.
-Te apuesto lo que quieras a
que no puedes quitármelas.
-Y yo te apuesto a que sí
-respondió Demi mirándole
los vaqueros.
-Entonces, adelante.
Ella estiró el brazo, pero Joe le sujetó la muñeca.
Forcejearon como dos niños, apretándose contra la barandilla del porche y
riéndose. Demi
se las arregló
para soltarse la mano y metérsela en el bolsillo. Y cuando agarró las llaves, Joe le sujetó la otra mano y se
la apretó contra la bragueta.
El corazón de Demi se aceleró hasta límites insospechados.
Jugueteó con su bragueta, y Joe le desabrochó los primeros
botones de la blusa, los suficientes para permitir que la brisa de marzo le acariciara
la piel.
De pronto, la besó. La besó
con furia, con poderío, con una urgencia que ninguno de los dos podía negar.
Se levantó algo más de viento,
que revolvió el cabello de Demi y le abombó a él la camisa. Joe inclinó la boca hacia abajo, pero no lo suficiente. Ella quería que le
lamiera los pezones, que acabara con aquel deseo, pero se lo impedía la ropa.
La de ambos.
Demi comenzó a desabrocharle
el cinturón, y entonces cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo. Allí
fuera había un fotógrafo inmortalizando su actuación.
-Tenemos que parar.
-Sólo un beso más -pidió Joe.
Demi puso los dedos en su cinturón.
Un solo beso más.
La barba incipiente de Joe le añoraba la mandíbula. El
calor de su respiración le calentaba la mejilla. Un beso llevó a otro, y Demi se apretó contra él,
demasiado mareada como para hablar.
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