viernes, 2 de noviembre de 2012

Durmiendo Con su Rival Capitulo 17




Varias horas más tarde, Joe circulaba entre el tráfico con Demi sentada a su lado. Llevaba el col­gante al cuello. Sabía que era una tontería emo­cionarse con aquel regalo, pero no podía evitarlo.
Qué hombre tan complejo era aquel. Exigente, divertido, romántico incluso, pensó Demi mientras agarraba con fuerza el querubín.
-Adivina quién está detrás de nosotros -dijo Joe mirando por el espejo retrovisor.
-El fotógrafo pesado -respondió Demi sin si­quiera plantearse otra posibilidad.
-El mismo que viste y calza. Qué hombre tan persistente...
-¿Te imaginabas que sería así? -preguntó ella-. ¿Pensabas que la prensa iba a ser tan acosadora?
-Sí. Ya he pasado por esto antes.
-Claro. Con Tara -respondió Demi sin poder evitar nombrar a la actriz-. No hacen más que compararme con ella.
-Lo sé -contestó Joe mirando de nuevo por el retrovisor-. ¿Quieres que intente perder de vista a ese tipo?
Demi se cruzó de brazos. Qué fácil le resultaba a Joe cambiar de tema cuando hablaban de Tara.
-Estoy empezando a hartarme de esto -dijo.
-Yo también. Lleva varios días pisándonos los talones.
-Me refería a Tara.

-Ella es una estrella de cine -respondió Joe re­volviéndose en el asiento-. A la prensa le fascina.
-¿Y eso qué significa? ¿Que sabías que la mete­rían en nuestra historia?
-No hasta este punto, pero sabía que aparece­ría su nombre.
Demi estudió su perfil. Joe conducía con los ojos clavados en la circulación.
-¿Has sabido algo de ella? -preguntó Demi.
-No.
-¿Y esperas que aparezca?
-No -volvió a responder él.
Tratar de sacarle información a Joe era como intentar arrancarle un diente a un dinosaurio.
-¿Crees que estará enfadada? Después de todo, están diciendo que ella y yo podríamos pelearnos por ti.
-Dudo mucho que los rumores le importen. Se crece con la publicidad.
-Es una mujer casada, Joe.

-¿Y qué? Su marido también es famoso. Y su ca­rrera no está precisamente en su mejor momento. En este negocio, a veces es preferible ser blanco de los comentarios negativos de la prensa a que no hablen de ti.
Demi no estaba de acuerdo, pero, ¿qué sabía ella de Hollywood ni de la clase de hombre con el que se había casado Tara?
-¿Y qué me dices de ti? -le preguntó a Joe-. ¿Te creces con la publicidad?
-Por supuesto que no -respondió él dirigién­dole una mirada cargada de frustración-. He orga­nizado este montaje porque sabía que funciona­ría. Y eso forma parte de mi trabajo, Demi. Organizar escándalos para entretener a la prensa.

Ella exhaló un suspiro y Demi hizo lo mismo. Se mantuvieron en silencio durante unos instantes. Joe seguía mirando de vez en cuando por el re­trovisor, y Joe entendió que el fotógrafo aún les seguía la pista.
-¿Estás enfadada conmigo? -preguntó él final­mente-. Me siento muy atraído por ti, Demi. Esa parte del montaje es verdadera.
-Lo sé -respondió ella acariciando el ángel-. Para mí también.
-Entonces, ¿por qué estamos siempre peleándonos?
-Porque eres muy pesado -le dijo ella.
-¿Ah, sí? -respondió Joe con una sonrisa-. Muy bien, pues tú también.
Demi quería besarlo, poner la boca sobre aquella sonrisa seductora, sobre aquellos labios curvados.
Joe se metió por una calle flanqueada de ár­boles, en la que abundaban las grandes mansio­nes entre la abundante vegetación. La mayoría de las construcciones eran de ladrillo, con lar­gos y bien cuidados senderos. El vecindario te­nía un aire distinguido, pero desprendía tam­bién calor.
-Estoy llevando al fotógrafo a la puerta misma de mi casa -dijo Joe-. Debo estar loco.
Ella también debía estar loca por desear besar a Joe.

Él accedió a la entrada de una mansión impresio­nante. Las ventanas eran vidrieras, y la piedra con la que estaban construidas las dos plantas le otorgaba a la casa el encanto de tiempos pasados. Aquel edifi­cio histórico había sido remodelado para reflejar un estilo artístico y a la vez tradicional.
Joe aparcó el Corvette en una esquina.
-Tal vez deberíamos darle a ese tipo una buena foto. Ya sabes, algo jugoso.
Demi miró por el espejo lateral. Una furgoneta azul se había detenido en la calle, ocultándose bajo la enorme copa de un árbol. Al parecer, el conductor no se había dado cuenta de que lo ha­bían descubierto.
-¿Vamos a hacerle un favor a ese imbécil?
-¿Por qué no? Está alimentando nuestro escán­dalo. ¿Te das cuenta de que los periódicos apenas han mencionado el asunto de la pimienta? A na­die parece importarle ya lo más mínimo. La gente está más interesada en otros asuntos picantes, los que se cuecen entre las sábanas —aseguró Joe con una de sus típicas sonrisas-. Y ahí estamos noso­tros, nena. Tú y yo.
-Entonces, ¿qué propones? ¿Que montemos un número en el coche?
-No. En el porche. Así tendrá mejor perspec­tiva.

-Parece un buen plan -respondió Demi mien­tras notaba cómo se le aceleraba el corazón.
Bajaron del coche y subieron hasta el porche, tomándose el pelo el uno al otro. En el fondo, Demi sabía que aquello era más que una puesta en escena para la foto. Quería sentir a Joe, y él que­ría sentirla a ella.
El se puso las llaves en el bolsillo del pantalón.
-Te apuesto lo que quieras a que no puedes quitármelas.
-Y yo te apuesto a que sí -respondió Demi mi­rándole los vaqueros.
-Entonces, adelante.
Ella estiró el brazo, pero Joe le sujetó la mu­ñeca. Forcejearon como dos niños, apretándose contra la barandilla del porche y riéndose. Demi se las arregló para soltarse la mano y metérsela en el bolsillo. Y cuando agarró las llaves, Joe le sujetó la otra mano y se la apretó contra la bragueta.
El corazón de Demi se aceleró hasta límites in­sospechados.
Jugueteó con su bragueta, y Joe le desabrochó los primeros botones de la blusa, los suficientes para permitir que la brisa de marzo le acariciara la piel.

De pronto, la besó. La besó con furia, con po­derío, con una urgencia que ninguno de los dos podía negar.
Se levantó algo más de viento, que revolvió el cabello de Demi y le abombó a él la camisa. Joe inclinó la boca hacia abajo, pero no lo suficiente. Ella quería que le lamiera los pezones, que aca­bara con aquel deseo, pero se lo impedía la ropa. La de ambos.
Demi comenzó a desabrocharle el cinturón, y entonces cayó en la cuenta de lo que estaba ha­ciendo. Allí fuera había un fotógrafo inmortali­zando su actuación.
-Tenemos que parar.
-Sólo un beso más -pidió Joe.
Demi puso los dedos en su cinturón. Un solo beso más.
La barba incipiente de Joe le añoraba la man­díbula. El calor de su respiración le calentaba la mejilla. Un beso llevó a otro, y Demi se apretó con­tra él, demasiado mareada como para hablar.

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