Era el primer día de las vacaciones
de verano. Demi Lovato suspiró contenta y
meneó las uñas, recién pintadas, mientras tostaba en una tumbona su casi
desnuda piel. Se prometió no estar mucho tiempo fuera, consciente del peligro
de exponerse demasiado al sol. ¡Pero era tan agradable dejarse rozar por los
rayos durante unos minutos!
Al final se obligó a desplazarse
hacia la sombra de uno de los toldos de la piscina. A escasos meses de su
vigésimo noveno cumpleaños, no tenía intención de arriesgarse a que le salieran
arrugas prematuras.
Se bajó las gafas de sol de la
coronilla a la nariz y miró en derredor, censando al resto de vecinos que
estaba disfrutando de la piscina aquella tarde de lunes de principios de junio.
No eran muchos, ya que la mayoría trabajaba entre semana... salvo que, al igual
que Demi, tuvieran la fortuna de tener
libres los veranos. Cinco o seis chicos dominaban la parte menos profunda de la
piscina mientras tres mujeres descansaban sentadas a poca distancia de ellos,
charlando y vigilando a sus hijos.
Un chiquillo de cuatro o cinco años
estaba sentado en el borde de la piscina, pataleando el agua por una zona más
profunda. Su pelo, rubio, estaba seco, como si no hubiera llegado a entrar en
la piscina. No parecía triste ni aburrido, pensó Demi.
Simplemente, pensativo. Solo había un adulto en el agua, una mujer joven que
jugaba con su bebé, sentado en una silla con flotador. La niñita era rubia y se
parecía al chico pensativo. ¿Serían hermanos? - Y volvió a desviar su atención.
En la parte más honda de la piscina, junto al trampolín, media docena de
adolescentes posaban exhibiéndose. Un joven socorrista oteaba la escena desde
un asiento elevado, más atento a los cuerpos de un par de guapas adolescentes
que a sus deberes.
Demi se
estiró en la tumbona y sonrió al recordar los lejanos tiempos en que ella y sus
amigas se esforzaban, diligente y disimuladamente, por distraer a los
socorristas.
—Conozco esa sonrisa. Siempre
significa que estás tramando alguna diablura —comentó una voz familiar.
—Recordando diabluras, más bien —Demi apuntó con la barbilla hacia las adolescentes
que posaban en biquini para el socorrista.
— ¡Dios! —Susan Schedler reposó su
embarazadísimo cuerpo junto a la tumbona pegada a la de Demi—. ¿Alguna vez he sido tan joven y delgada?
—Estábamos muy buenas —Demi le dedicó una sonrisa cariñosa a su amiga de
la infancia.
—Una de nosotras sigue estándolo
—Susan apuntó al biquini de Demi.
—Muy amable, gracias.
—Las cosas como son —Susan se
recostó en la tumbona y posó una mano sobre su vientre.
— ¿Qué tal te encuentras hoy?
Ya que lo preguntaba, Susan se embarcó
en un análisis detallado de su estado y mostró su impaciencia por llegar al
final de una vez. Mientras atendía a las palabras de su amiga, Demi dejó vagar la vista de nuevo. Las
adolescentes habían dejado de coquetear. Una de las chicas se había colocado,
por casualidad, de manera que el socorrista solo tuviera que mirar hacia abajo
para contemplar la parte superior de su bi-quini. Demi
frunció el ceño al advertir que el joven se estaba aprovechando de aquella
oferta silenciosa.
Si bien se había identificado con
las adolescentes, la molestaba que el socorrista estuviese permitiendo desviar
su atención de la piscina. Demi había
trabajado como socorrista tres veranos y sabía que habían entrenado al joven
para resistir ese tipo de distracciones.
Miró de nuevo a la parte que menos
cubría, donde los chicos seguían chapoteando y chillando. La mujer joven seguía
jugando con la niña en el asiento con flotador. Murmuró vagamente a algo que
Susan había dicho y deslizó los ojos hacia donde había estado sentado el niño.
Se había movido, advirtió. Lo más probable era que hubiera cedido a la
tentación del agua fría. Miró hacia la parte que no cubría, buscando su cabello
rubio entre los otros chicos. Pero no lo localizó.
Algo la hizo devolver la mirada al
sitio donde lo había visto la última vez. Sabía que había niños de menos de
seis años que nadaban como peces, pero este le había parecido muy pequeño y
solitario.
Miró automáticamente hacia el fondo
de la piscina.
Y un segundo después, se levantó,
llegó al borde en dos zancadas, se quitó las gafas de sol y se tiró de cabeza.
El niño estaba tumbado boca abajo
en el fondo de la piscina. Demi lo agarró
con un brazo y se dio impulso con las piernas para subir a la superficie.
Cuando alcanzó el borde de la piscina, los demás ya habían tomado consciencia
de lo que estaba ocurriendo. El socorrista, totalmente pálido, acudió al
instante para recoger al chico de brazos de Demi.
Esta oyó un grito, oyó a un par de
chicos que rompían a llorar, oyó las voces' nerviosas de las adolescentes; pero
no quitó la vista del niño mientras salía de la piscina y corría a arrodillarse
a su lado. Aturdido aún por que lo hubieran pillado desprevenido, el socorrista
seguía indeciso, de modo que Demi tomó el
mando. El niño tenía pulso, gracias a Dios, pero no parecía respirar. Lo puso
de costado y elevó uno de sus brazos por encima de la cabeza para facilitarle
la oxigenación de los pulmones. Estaba preparada para hacerle el boca a boca,
pero sintió un enorme alivio cuando el niño empezó a toser y expulsar agua.
Demi
vio el líquido que salía de su boca. Le había entrado algo de agua en los
pulmones, pensó aliviada porque ya habían corrido a llamar a una ambulancia. No
había estado debajo del agua más de un par de minutos, de modo que el riesgo de
daños cerebrales era mínimo; pero siempre cabía que surgieran otras
complicaciones. Como una pulmonía, recordó. Era imprescindible que lo viera
algún médico.
El niño echó a llorar. Demi lo
estrechó entre los brazos y trató de tranquilizarlo:
—No pasa nada, cielo.
—No lo he visto —murmuró el
socorrista con voz trémula—. Ni siquiera lo oí caer.
—Un niño tan pequeño no hace mucho
ruido al caer —respondió Demi, tratando de
hablar con suavidad, a pesar de lo enojada que estaba con él. Bastante castigo
tendría imaginándose lo que habría podido suceder de no haber estado ella cerca
para intervenir.
—Dios, ¿está Sam bien? Su padre me
va a matar —la mujer que había estado jugando con el bebé corrió hacia el niño,
con su hermanita sobre la cadera.
El niño ocultó la cara en el cuello
de Demi, sin parar de sollozar y temblar.
Ella lo acunó con un instinto que jamás había sentido antes. De pronto, notó
que un corrillo de curiosos los estaba mirando.
—Quizá deberías pedirles que vuelva
cada uno a lo suyo —le sugirió al socorrista en voz baja.
Este asintió, recobró la
compostura, se puso de pie e hizo sonar su silbato:
—Muy bien, todos atrás, tenéis que
dejar espacio al chaval. Lo estáis poniendo nervioso.
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