— ¿Por qué no?
—Ya he dicho antes que me
escapé de la fiesta para estar a solas unos minutos. No quería que nadie me
viera.
— ¿Tenías miedo de que
alguien pudiera seguirte hasta el solario? —preguntó Joe.
—No —Demi sabía que eso era
una utopía—. Pensé que alguien podría ver la luz y sentir curiosidad. Además,
era mejor observar la tormenta en la oscuridad.
—Entiendo. ¿Viste el cuerpo
cuando te volviste para cerrar la puerta?
—Me resbalé y caí al suelo
—asintió—. Por alguna razón miré al techo y descubrí su cuerpo colgando de una
de las vigas de hierro.
Demi notó cómo se le
quebraba la voz y empezó a temblar a su pesar.
La muerte no le era
desconocida. En sus cursos de Investigación Criminal en Heathrow había enseñado
a sus alumnos a analizar la escena del crimen y a observar a las víctimas de
asesinato con objetividad. Después de graduarse había trabajado como interina
en el Departamento de Policía de Worcester para completar su investigación y la
tesis doctoral. Y apenas unos meses atrás había asistido a una serie de
seminarios dirigidos por un investigador del FBI. Estaba acostumbrada al
crimen. Vivía de cara al asesinato.
Pero cuando la víctima era
conocida… alguien tan joven…
—Necesitaré tomarles
declaración a todos —dijo Joe dirigiéndose a los Pierce, que permanecían
apiñados detrás de Demi.
—Por ahora, prefiero que
todos ustedes salgan de aquí —indicó Joe—. Necesitamos preservar la escena de
crimen en el mejor estado posible.
—Me temo… —Demi hizo una
mueca de disgusto— que ya hemos puesto en peligro el solario.
— ¿Alguien más ha entrado
aparte de ti? —preguntó Joe.
—Entramos sin pensar en las
consecuencias cuando Demi nos contó lo que había visto —explicó Drew—. Ella
trató de mantenernos al margen, pero teníamos que asegurarnos de que la chica
estaba muerta. Creímos que podríamos ayudarla.
— ¿Cuántos entraron?
—preguntó Joe a Demi.
—Todos —admitió con
pesadumbre.
—En ese caso, tendremos que
comprobar las huellas dactilares de todos —y sacudió la cabeza con evidente
frustración— También necesitaré la lista completa de invitados.
Se volvió hacia uno de los
agentes uniformados que tenía a su espalda.
Asegúrate de que todas las
salidas están cubiertas. No quiero que entre ni salga nadie sin mi permiso. Y
no haré ninguna excepción —añadió mirando a los Pierce—. No me importan las
excusas que puedan esgrimir.
—No esperará que todo el
mundo espere aquí indefinidamente —apuntó Geoffrey Pierce, tío de Drew, con
impaciencia—.Tengo cosas qué hacer.
— ¿A estas horas? —Demi le
dirigió una mirada sospechosa—. ¿Qué clase de cosas?
Geoffrey no contestó
y se limitó a permanecer de pie con aire de fastidio. Era un hombre alto,
delgado, de pelo rubio y lacio. Pero no había llegado a la madurez en tan buen
estado como su hermano mayor, William. Y no parecía tan compasivo como él. Era
un hombre atractivo, al igual que todos los miembros de la saga, pero había
algo en su expresión, una cierta crueldad en la forma de sus labios, que lo
convertían en alguien siniestro y débil a un tiempo. Drew apoyó la mano en el
brazo de su tío.
—El detective Jonas tiene
razón, tío Geoffrey. Lo hemos fastidiado todo. Será mejor que no empeoremos las
cosas —y se volvió hacia Joe—. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para
colaborar.
—Cuento con ello —afirmó.
Joe sacó unos guantes de
látex del bolsillo de su abrigo y se los puso. Entregó otro par a Demi.
—Enséñame el cuerpo, Demi.
Lo primero que llamó la
atención de Joe al entrar en el solario fue la temperatura. La habitación
seguía helada pese a que Demi había asegurado que había cerrado la puerta
exterior. Podía sentir cómo el frío traspasaba su abrigo, pero recordó que
todavía tenía la prenda mojada a causa de la lluvia.
Mientras caminaba detrás de Demi
y avanzaban hacia el fondo del solario, se preguntó si habría podido evitar la
tragedia de haber aceptado el puesto de guarda de seguridad en la mansión de
los Pierce. Probablemente, no. Hasta el momento, parecía que el presunto
asesino había sido capaz de deslizarse hasta allí y desaparecer sin ser visto
ni por los guardas de seguridad ni por los invitados. Eso sugería a Joe que el
sospechoso era alguien que estaba familiarizado con la finca de los Pierce.
Alguien que había accedido a la fiesta en calidad de invitado o que se había
colado por la puerta trasera con ayuda de un compinche.
Pero eso no limitaba mucho
el campo de acción. Habían acudido invitados desde todos los puntos del Estado.
Y tan solo en Moriah's Landing la mitad de la población había recibido una
invitación o había sido contratada esa noche para cubrir algún puesto específico.
La verdad era que el asesino podía ser cualquiera. Joe, algo abrumado ante esa
idea, se aflojó el cuello del suéter con un dedo.
El solario estaba repleto de
plantas. Algunos helechos habían crecido hasta lo alto de la cúpula mientras
que un laberinto de parras nervudas se había enrollado en las vigas del techo y
caían hacía el suelo, alejándose muy lentamente de los rayos del sol. Había
macetas colgantes que derramaban las hojas como una fronda perezosa y chocaban
contra los hombros de Joe, que no dejaba de pensar en arañas. El ambiente
dentro del solario era sofocante. Era como si las plantas estuvieran aspirando
todo el oxígeno de la habitación.
Demi se había parado frente
a él y lo miraba con cierta curiosidad.
— ¿Estás bien?
—Perfectamente —admitió de
un modo sucinto.
—Esto está muy cerrado, todo
rodeado de plantas —dijo y señaló a su alrededor con la cabeza—. ¿No serás
claustrofóbico, verdad?
— ¿Claustrofóbico? —la miró
con recelo.
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