En cuanto Joe apartó su cuerpo del suyo, Demi comenzó ya a echarlo de
menos. Deseaba tenerlo cerca.
-¿Estás bien? -preguntó él.
¿Parecía acaso tan confusa
como se sentía? Demi
nunca había comprendido que hubiera mujeres que se quedaran prendadas de los
hombres después de practicar el sexo, y ahora era ella la que luchaba contra
aquella sensación.
-Estoy perfectamente.
-Entonces, ¿no te he hecho
daño? -preguntó Joe acariciándole
la mejilla.
-No —respondió ella
incorporándose y abrazándolo-. No me has hecho daño.
Demi se rindió ante sus emociones.
Necesitaba acunarse entre sus brazos, hundirse en él.
Le acarició la espalda,
levemente bañada por el sudor. Joe era fuerte y musculoso, y desprendía un poderío que le aceleraba el
corazón.
«No te enamores de él», se
advirtió a sí misma. «No te enganches».
Demi exhaló un profundo suspiro,
se apartó lentamente y levantó sus braguitas del suelo. Se las puso y comenzó a
buscar su sujetador.
Joe siguió su ejemplo y se puso
los calzoncillos, pero eso fue todo lo lejos que llegaron. Antes de que Demi pudiera ponerse la blusa, él
la tomó de la mano.
-¿Tienes hambre? -le
preguntó-. Podemos prepararnos algo y meternos un ratito en la cama.
-Suena perfecto -respondió Demi, incapaz de resistirse a su
sonrisa y a aquella sugerencia tan provocadora.
Vestidos únicamente en ropa
interior, fueron a la cocina y prepararon una bandeja con queso, pan francés y
un par de cervezas. Demi abrió
también una lata de macedonia de frutas y vació su contenido en dos cuencos.
Cuando subieron por la
escalera de caracol y entraron en el dormitorio principal, ella sintió que un
escalofrío le recorría los brazos. La habitación de Joe era prácticamente igual a la suya. Y
aunque iba sobre aviso, el impacto de verlo con sus propios ojos fue
estremecedor.
Aunque duro sólo un instante. Joe dejó la bandeja en la mesilla
de noche, guió a Demi
hacia la cama, en la que ella se colocó en una posición cómoda para disfrutar
del calor de después del sexo.
-Deberíamos ultimar los
detalles de nuestra pelea final -sugirió Joe poniendo en su boca una porción de queso.
-¿Nuestra pelea final?
-El final público de nuestra relación.
Demi sintió una punzada de dolor en el pecho.
¿Lo había hecho adrede? ¿Estaba Joe tratando de estropear su intimidad, de recordarle que nada de aquello
era real?
-Eso es cosa tuya —respondió,
tratando de no aparecer tan afectada como estaba-. Tú eres el asesor.
-Creo que podría ocurrir en la
fiesta estilo años veinte que celebra mi madrastra todos los años. Me aseguraré
de que vaya la prensa -aseguró Joe estudiando su cerveza-. Mejor aún: comenzaré a extender el rumor de que
Tara podría aparecer. Eso hará que
la prensa muera por una invitación.
-¿No arruinará eso la fiesta
de tu madrastra? -preguntó Demi, completamente estupefacta.
-¿Estás de broma? La
convertirá en el acontecimiento del año.
Los celos se apoderaron de
ella rápida y certeramente. ¿Por qué no invitaba directamente a Tara y convertía el rumor en
realidad?
-Simularemos una pelea en la
fiesta -continuó Joe—.
Entonces podrías terminar conmigo. Estoy seguro de que se te ocurrirá más de
una buena razón para hacerlo.
-Sí -admitió Demi-. Estoy segura de que sí.
Joe permaneció en silencio un instante. Luego le
dio otro sorbo a su cerveza.
-¿Quieres pensar en lo que vas
a decir?
-No hay nada que pensar. Eres
un imbécil superficial que se niega a sentar la cabeza. Con eso será
suficiente.
Joe tuvo la caradura de parecer
herido.
-No soy superficial. Y sí
tengo pensado sentar la cabeza, aunque no con alguien como tú.
-¿Alguien como yo? —preguntó
ella entornando los ojos.
-Una mujer concentrada en su
carrera profesional.
Si la cama se hubiera abierto
en ese momento y se la hubiera tragado, Demi no se hubiera sorprendido más.
-Esa es la observación más
machista que he escuchado en mi vida -aseguró ella, incapaz aún de creer que
aquello hubiera salido de boca de Joe-. Tengo intención de casarme y tener hijos algún día. Pero eso no
significa que deba sacrificar mi carrera.
-Esa es una actitud muy
egoísta, ¿no te parece?
-Abre los ojos a la realidad, Joe. Estamos en el siglo
veintiuno.
Él puso los ojos en blanco y Demi dejó la comida en la bandeja.
No tenía ninguna intención de pasar ni un minuto más en su compañía. Pero
cuando trató de levantarse, Joe la sujetó por el brazo.
-¿Dónde diablos crees que vas?
-A casa -respondió ella
tratando de zafarse.
-De eso nada -dijo Joe tirando de ella.
Demi fue a caer encima de él, que
estaba tumbado en la cama.
Ella deseaba golpearlo con los
puños, arrancarle esa maldita sonrisa del rostro. Pero Joe le golpeó suavemente la
barbilla en gesto juguetón, y Demi supo que ambos habían perdido la batalla. Ella quería estar en sus
brazos tanto como él.
-Quédate conmigo, Demi -susurró Joe sujetándole con cariño el
brazo para calmarla.
Ella cerró los ojos, asustada
por lo que Joe estaba
haciendo con ella, por el deseo y la necesidad que despertaba en su interior.
-Tenemos ideas muy distintas.
No estamos de acuerdo en nada. No nos convenimos el uno al otro.
-Lo sé -respondió Joe recorriéndole la espina dorsal
con un dedo-. Pero no se trata de que esto dure para siempre.
-Me estás pidiendo sexo sin
compromiso. Todo el sexo que puedas conseguir.
-No puedo evitarlo —reconoció
él con la voz ronca-. Eres como una adicción. Una droga. Un deseo que no puedo
controlar.
Aquel reconocimiento atravesó
la conciencia de Demi como
si fuera una flecha ardiendo. Abrió los ojos y aspiró el aroma de Joe. Podía sentir su pulso sobre
el suyo, demasiado rápido como para no prestarle atención.
-Voy a romper contigo en la
fiesta.
-Lo sé -respondió Joe colocándola a su lado en la
cama-. Pero, hasta entonces, ¿qué me dices?
-Estaré contigo. Y luego,
cuando se acabe, se acabó. No lo prolongaremos.
Él la besó en la frente con
delicadeza, pero cuando habló, su voz seguía siendo ronca.
-Ojalá pudiera ser de otra
manera.
-No importa —respondió Demi.
No quería perder el tiempo con
sueños imposibles. Ambos sabían que lo suyo no podía ser.
-¿Sigues pensando que soy un
superficial?
-¿Y tú sigues pensando que yo
soy una estirada? -contraatacó ella.
-Yo te llamaba para mis
adentros la princesa de hielo, pero ahora no estoy muy seguro de que ese
término vaya contigo. Todavía no te tengo muy calada.
-Yo a ti tampoco, la verdad.
No podía comprender por qué Joe no quería casarse con una
mujer que trabajara. Parecía un hombre moderno, pero aquella actitud la desconcertaba.
-Voy a echarte de menos, Demi -dijo él estirando el brazo
para acariciarle un mechón de cabello.
Ella también lo iba a echar
mucho de menos. Desesperadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario