viernes, 2 de noviembre de 2012

Durmiendo con su Rival Capitulo 19





En cuanto Joe apartó su cuerpo del suyo, Demi comenzó ya a echarlo de menos. Deseaba tenerlo cerca.
-¿Estás bien? -preguntó él.
¿Parecía acaso tan confusa como se sentía? Demi nunca había comprendido que hubiera mu­jeres que se quedaran prendadas de los hombres después de practicar el sexo, y ahora era ella la que luchaba contra aquella sensación.
-Estoy perfectamente.
-Entonces, ¿no te he hecho daño? -preguntó Joe acariciándole la mejilla.
-No —respondió ella incorporándose y abrazán­dolo-. No me has hecho daño.
Demi se rindió ante sus emociones. Necesitaba acunarse entre sus brazos, hundirse en él.
Le acarició la espalda, levemente bañada por el sudor. Joe era fuerte y musculoso, y desprendía un poderío que le aceleraba el corazón.

«No te enamores de él», se advirtió a sí misma. «No te enganches».
Demi exhaló un profundo suspiro, se apartó lentamente y levantó sus braguitas del suelo. Se las puso y comenzó a buscar su sujetador.
Joe siguió su ejemplo y se puso los calzonci­llos, pero eso fue todo lo lejos que llegaron. Antes de que Demi pudiera ponerse la blusa, él la tomó de la mano.
-¿Tienes hambre? -le preguntó-. Podemos pre­pararnos algo y meternos un ratito en la cama.
-Suena perfecto -respondió Demi, incapaz de resistirse a su sonrisa y a aquella sugerencia tan provocadora.
Vestidos únicamente en ropa interior, fueron a la cocina y prepararon una bandeja con queso, pan francés y un par de cervezas. Demi abrió tam­bién una lata de macedonia de frutas y vació su contenido en dos cuencos.

Cuando subieron por la escalera de caracol y entraron en el dormitorio principal, ella sintió que un escalofrío le recorría los brazos. La habita­ción de Joe era prácticamente igual a la suya. Y aunque iba sobre aviso, el impacto de verlo con sus propios ojos fue estremecedor.
Aunque duro sólo un instante. Joe dejó la ban­deja en la mesilla de noche, guió a Demi hacia la cama, en la que ella se colocó en una posición có­moda para disfrutar del calor de después del sexo.
-Deberíamos ultimar los detalles de nuestra pe­lea final -sugirió Joe poniendo en su boca una porción de queso.
-¿Nuestra pelea final?
 -El final público de nuestra relación.
 Demi sintió una punzada de dolor en el pecho. ¿Lo había hecho adrede? ¿Estaba Joe tratando de estropear su intimidad, de recordarle que nada de aquello era real?

-Eso es cosa tuya —respondió, tratando de no apa­recer tan afectada como estaba-. Tú eres el asesor.
-Creo que podría ocurrir en la fiesta estilo años veinte que celebra mi madrastra todos los años. Me aseguraré de que vaya la prensa -aseguró Joe estudiando su cerveza-. Mejor aún: comenzaré a extender el rumor de que Tara podría aparecer. Eso hará que la prensa muera por una invitación.
-¿No arruinará eso la fiesta de tu madrastra? -preguntó Demi, completamente estupefacta.
-¿Estás de broma? La convertirá en el aconteci­miento del año.
Los celos se apoderaron de ella rápida y certe­ramente. ¿Por qué no invitaba directamente a Tara y convertía el rumor en realidad?

-Simularemos una pelea en la fiesta -continuó Joe—. Entonces podrías terminar conmigo. Estoy seguro de que se te ocurrirá más de una buena ra­zón para hacerlo.
-Sí -admitió Demi-. Estoy segura de que sí.
Joe  permaneció en silencio un instante. Luego le dio otro sorbo a su cerveza.
-¿Quieres pensar en lo que vas a decir?
-No hay nada que pensar. Eres un imbécil su­perficial que se niega a sentar la cabeza. Con eso será suficiente.
Joe tuvo la caradura de parecer herido.
-No soy superficial. Y sí tengo pensado sentar la cabeza, aunque no con alguien como tú.
-¿Alguien como yo? —preguntó ella entornando los ojos.
-Una mujer concentrada en su carrera profe­sional.
Si la cama se hubiera abierto en ese momento y se la hubiera tragado, Demi no se hubiera sorpren­dido más.
-Esa es la observación más machista que he escuchado en mi vida -aseguró ella, incapaz aún de creer que aquello hubiera salido de boca de Joe-. Tengo intención de casarme y tener hijos algún día. Pero eso no significa que deba sacrificar mi carrera.

-Esa es una actitud muy egoísta, ¿no te parece?
-Abre los ojos a la realidad, Joe. Estamos en el siglo veintiuno.
Él puso los ojos en blanco y Demi dejó la comida en la bandeja. No tenía ninguna intención de pasar ni un minuto más en su compañía. Pero cuando trató de levantarse, Joe la sujetó por el brazo.
-¿Dónde diablos crees que vas?
-A casa -respondió ella tratando de zafarse.
-De eso nada -dijo Joe tirando de ella.
Demi fue a caer encima de él, que estaba tum­bado en la cama.
Ella deseaba golpearlo con los puños, arran­carle esa maldita sonrisa del rostro. Pero Joe le golpeó suavemente la barbilla en gesto juguetón, y Demi supo que ambos habían perdido la batalla. Ella quería estar en sus brazos tanto como él.

-Quédate conmigo, Demi -susurró Joe suje­tándole con cariño el brazo para calmarla.
Ella cerró los ojos, asustada por lo que Joe es­taba haciendo con ella, por el deseo y la necesidad que despertaba en su interior.
-Tenemos ideas muy distintas. No estamos de acuerdo en nada. No nos convenimos el uno al otro.
-Lo sé -respondió Joe recorriéndole la espina dorsal con un dedo-. Pero no se trata de que esto dure para siempre.
-Me estás pidiendo sexo sin compromiso. Todo el sexo que puedas conseguir.
-No puedo evitarlo —reconoció él con la voz ronca-. Eres como una adicción. Una droga. Un deseo que no puedo controlar.
Aquel reconocimiento atravesó la conciencia de Demi como si fuera una flecha ardiendo. Abrió los ojos y aspiró el aroma de Joe. Podía sentir su pulso sobre el suyo, demasiado rápido como para no prestarle atención.
-Voy a romper contigo en la fiesta.
-Lo sé -respondió Joe colocándola a su lado en la cama-. Pero, hasta entonces, ¿qué me dices?
-Estaré contigo. Y luego, cuando se acabe, se acabó. No lo prolongaremos.
Él la besó en la frente con delicadeza, pero cuando habló, su voz seguía siendo ronca.
-Ojalá pudiera ser de otra manera.
-No importa —respondió Demi.
No quería perder el tiempo con sueños imposi­bles. Ambos sabían que lo suyo no podía ser.
-¿Sigues pensando que soy un superficial?

-¿Y tú sigues pensando que yo soy una estirada? -contraatacó ella.
-Yo te llamaba para mis adentros la princesa de hielo, pero ahora no estoy muy seguro de que ese término vaya contigo. Todavía no te tengo muy ca­lada.
-Yo a ti tampoco, la verdad.
No podía comprender por qué Joe no quería casarse con una mujer que trabajara. Parecía un hombre moderno, pero aquella actitud la descon­certaba.
-Voy a echarte de menos, Demi -dijo él esti­rando el brazo para acariciarle un mechón de ca­bello.
Ella también lo iba a echar mucho de menos. Desesperadamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario