lunes, 12 de noviembre de 2012

Pasión Peligrosa Capitulo 2





Joe Jonas miró por encima de su hombro y vio cómo la lluvia azotaba el ventanal del restaurante Beachway mientras Selena Dudley le llenaba la taza de café.
—Gracias —murmuró con  tono ausente y se giró hacia la barra al escuchar la voz de Selena—. ¿Disculpa?
Sostenía la jarra de café hirviendo en una mano y miraba por la ventana hacia la calle. Era una mujer delgada, atractiva, pelirroja, de pelo rizado y con los ojos verdes más deslumbrantes que Joe había visto en toda su vida.
—Estaba hablando del tiempo —señaló.
—Sí —admitió con tristeza—. Es una auténtica noche de perros.
—Ha sido un invierno muy extraño —reflexionó Selena—. No ha nevado, tan solo ha llovido. Y ahora esta tormenta. Pero ¿qué otra cosa se podía esperar en el trescientos cincuenta aniversario de la fundación de este lugar?

Joe se encogió de hombros. No era supersticioso y nunca había concedido mucho crédito a las historias sobrenaturales que habían pasado de una generación a otra en Moriah's Landing. A pesar de todo se alegraba por haber rechazado el puesto de guarda de seguridad en la fiesta que esa noche celebraban en la mansión Pierce. No tenía miedo de los fantasmas, pero hubiera odiado tener que recorrer el perímetro de la finca para expulsar a intrusos, mirones o enfrentarse a algunos de los gorilas del pueblo que habrían intentado aguar la fiesta al no haber sido invitados.

Y él sabría reconocerlos perfectamente porque había sido como ellos en el pasado. Había sido miembro fundador de la pandilla de inadaptados que solían deambular por los muelles, cubiertos de tatuajes, provistos de cadenas y siempre en busca de alguna bronca. Había incluso llegado a lucir una de aquellas insignias, símbolo de rebeldía, con un inoportuno orgullo que casi le había costado su futuro. Pero ahora llevaba otra clase de insignia. Y nadie estaba más sorprendido del rumbo que había tomado su vida que el propio Joe.

Pensó con cierta ironía que era curioso cómo una noche a la intemperie podía cambiar la perspectiva de un hombre. Había aprendido mucho durante sus años en Boston, algunos de los cuales lo habían cambiado para siempre y otros de los que prefería no acordarse. Trató de pensar que lo único importante era el presente.
—Antes solíamos llamar a esta clase de tormenta una «crea viudas» —dijo Shamus McManus mientras se giraba hacia la ventana.

Shamus era un marinero de temporada que una vez había coincidido en el mismo barco con el padre de Joe. Hacía años que Joe conocía al viejo McManus. Además de ellos dos, el único cliente del restaurante era Marley Glasgow. Vestido con un impermeable amarillo, estaba sentado al final de la barra, encorvado sobre su taza de café. Parecía totalmente absorto en sus propios pensamientos. Glasgow debía de rondar los cuarenta, pero parecía mucho mayor. Era un tipo grande y fuerte, de carácter bastante agrio y sin otros ingresos conocidos que los esporádicos trabajos que conseguía en el embarcadero.
—Perdimos a muchos hombres buenos en el mar en noches como esta —estaba diciendo Shamus, e hizo una pausa—. Una noche así podría sacar de su tumba a McFarland Leary.
— ¡Vamos, Shamus! —Y Joe soltó una carcajada—. No me digas que crees en ese viejo cuento de fantasmas.
—Tengo sesenta y cinco años, muchacho —indicó con absoluta seriedad—. Cuando un hombre ha vivido tanto como yo, ve cosas.
— ¿Has visto al espectro de Leary? —preguntó Joe desafiante.
—Es posible —señaló con indiferencia—. Dicen que se levanta cada cinco años. Y ya ha pasado ese tiempo desde la última vez.
Levantó la vista hacia el exterior como si esperase que el fantasma de Leary se asomara a la ventana. Por primera vez durante toda la noche, Glasgow levantó los ojos de su café. Su mirada era tan intensa que joe se preguntó si aquel tipo no habría perdido el juicio.
—Leary cayó presa del demonio y esa ha sido la perdición de los hombres desde el principio de los tiempos —dijo.
— ¿Y qué clase de demonio? —preguntó Joe con escepticismo.
—Fue seducido por una mujer.
—Confío en que no estarás insinuando que todas las mujeres son diabólicas —apuntó Selena desde detrás de la barra con cierto resentimiento. Al ver que Glasgow no rectificaba, continuó—. Si las mujeres somos tan malas, ¿por qué son los hombres responsables de las mayores atrocidades de este mundo? ¿Por qué la mayoría de los asesinos en serie son casi siempre hombres? ¿Puedes explicármelo?

—La mayor parte de los hombres matan por culpa de una mujer —dijo Glasgow.
— ¡Eso es ridículo! —exclamó Selena, que miró a Joe para buscar su apoyo.
—Leary era sospechoso de ser un brujo y se lo colgó —apuntó Shamus—. Regresa cada cinco años porque tiene un trabajo pendiente en este pueblo.
—Sí —murmuró Glasgow—.Venganza.
—No es venganza —explicó Shamus con el ceño fruncido—. Está buscando al hijo de su impía unión con una bruja. Y a los descendientes de su hijo.
—Creo que me he perdido, Shamus —Joe sacudió la cabeza—. ¿El espíritu de Leary acecha nuestro pueblo cada cinco años porque está buscando a sus «ta-ta-ta-ta-taranietos»?
—Así es, y no es el único que busca su estirpe —dijo Shamus—. ¿Nunca te has parado a pensar por qué tantos científicos se instalan en Moriah's Landing?
—No, la verdad es que no —admitió, divertido por los chismes del viejo, y movió el taburete para sentarse de cara a Shamus—. ¿Sugieres que tiene algo que ver con los descendientes de McFarland Leary?
—Y de la bruja —recordó.
—Ten cuidado, viejo —advirtió Glasgow—. Si sigues metiendo las narices donde nadie te llama puede que te lleves un disgusto.
— ¿Eso es una amenaza, Marley Glasgow?

Shamus se cuadró, preparado para recoger el guante lanzado por Glasgow. Pero este era al menos veinte años más joven y mucho más pesado, por lo que Joe decidió intervenir antes de que las cosas se le escaparan de las manos.
—La tormenta está empeorando —comentó—. Quizá deberíamos retirarnos.
—Creo que tienes razón, Joe —Selena le dirigió una sonrisa agradecida—. Estaba pensando en pedir permiso al jefe para cerrar antes esta noche.
—¿Vas a echarnos a la calle en una noche como esta? —Glasgow la miró ceñudo.
—Solo falta una hora para el cierre —apuntó Selena—. A las diez tendrías que marcharte de todas formas.
— ¿Y si me niego?

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