lunes, 5 de noviembre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 15




Ella sintió el beso. Por todos lados. Cualquier pensamiento fugaz que hubiera
tenido de recusarse desapareció. Sus emociones se atascaron en su pecho,
pensamientos sobre su madre, perdiéndola, perdiendo la comodidad y seguridad
de sus padres, danzaban sobre su corazón.
Joseph entendió qué era lo que ella había perdido. Él entendió lo que ella necesitaba. Ella no podía rehusarse a él, incluso si quisiera.
Sus labios eran fuertes, pero muy suaves. La lengua de el recorrió el labio inferior,
probando la lengua de ella, seduciéndola dentro de su boca. Y cuando ella se
deslizó a través de sus labios, él realmente ronroneó. El sonido vibró por todo su
cuerpo bajando hacia su sexo.

Su gran mano cubrió la parte trasera de su cuello, manteniéndola presionada
contra sus labios. La posición era torpe, inclinados sobre sus encorvadas piernas.
Pero a ella no le importó. Este sentimiento tan maravilloso. Hormigueos recorrían su
piel desde su cabeza hacia la punta de sus dedos, su cuerpo se calentó tan
rápido, se sintió encendida.
Una mano se balanceó sobre la mesa, y alcanzó con la otra sus mejillas. Él lucia
un limpio afeitado pero ella podía sentir la áspera textura del nuevo crecimiento
con sus dedos. Su colonia impregnó su nariz, dulce, viril, mezclada con los aromas
propios de la naturaleza. Intoxicante. Ella lo olió, dejando que el aroma de él la
hiciera marearse.
Ella pudo saborear una insinuación de whisky escoses en su beso. Juntos, su olor y
el rápido golpeteo de su pulso, era todo lo que Demi podía hacer para no
desmayarse y caer en sus brazos.
Ella se movió, levantando su cuello y él la recompensó con un duro, fuerte beso.
Era muy fácil, el beso, el deseo. Su cuerpo parecía reconocer su tacto, cálido
ante la posibilidad. Ella era un poco más chica que él y su mano se deslizó desde
su cuello hacia su cintura. Todavía la empujaba hacia él, tan cerca como ella
nunca había estado antes.

Sosteniéndola, su mano libre se deslizó suavemente sobre las costillas cercanas a
sus senos. La respiración de Demi se detuvo incluso después de que su palma
tomara su pecho, después de que sus dedos lo apretaran. Cada músculo en su
cuerpo trabajaba por más, más placer, más sensaciones, más…
Un placentero temblor traspasó su vientre. Sus muslos temblaron, los músculos en
su sexo pulsaron, húmedo y necesitado. Ella quería sentarse a horcajadas sobre él,
presionar su coño contra él, dejar claro lo que él le hacia a ella, lo que quería que
él le hiciera a ella. Lo que él le hizo necesitar. El vestido era muy apretado, había
sido afortunada de subirlo hasta sus rodillas.
Su mano masajeó su pecho, encontrando su duro y deseoso pezón. Él jugó con el,
induciéndola a algo más pesado, presionando innegablemente sobre la
fabricación de su corpiño y vestido. Demi gimió y cayó a su tacto, sus caderas
presionando su ingle. A ella no le importaba donde estaba, quien era él, qué
había echo. Ella lo quería. Ahora. Llenar el vacío entre sus piernas.
Sus dedos pellizcaron duro y Demi echó la cabeza hacia atrás, jadeando. Ella
arqueó su espalda y sintió su caliente y húmeda boca a través de su vestido, sus
dientes mordiendo los pequeños y ásperos nudos de la tela. Su cuerpo se curvó
hacia el otro lado, sus brazos rodeando su cuello, sosteniendo su cabeza contra
su pecho.

Joseph se puso de rodillas, recogiéndola en sus brazos, presionando todo su cuerpo
contra él. La dura línea de su polla presionaba a través de sus pantalones contra
su muslo, burlándose de ella sin piedad. La tomó de nuevo por la boca, frenético,
con hambre. La finura de su primer beso perdido en una explosión de pasión.
Uno de los brazos rodeaba su espalda, él dejó caer la otra mano hacia su culo.
Apretó. Duro. La levantó y presionó su coño contra su polla, su necesidad por ella
estaba clara, tan clara como la suya propia.
Ella trató de fundir más sus piernas, pero el vestido mantenía sus muslos
capturados. No daría nada, y ella no podía bajar sus manos y subirlo.
—Demasiada maldita ropa —murmuró dentro de su boca. Todo el cuerpo de
Joseph se puso duro, tenso. Sus labios empujaron los de ella.
—Cristo… —Estaba sin aliento, todavía sintiendo la descarga de su cuerpo—.
¿Qué demonios estoy haciendo?

Demi abrió sus ojos. Él lucia horrorizado, sus pálidos ojos escaneando su cara, su
frente ceñida, como si buscara alguna pista de comprensión. Él la liberó y se puso
de pie tan rápido que ella cayo cerca por la fuerza misma.
Joseph se paseo por la alfombra, se limpió el beso de sus labios con el dorso de la
mano, y colocó agitado su flequillo en su lugar, lejos de la cara.
Mantuvo sus caderas en una ida y vuelta, sus ojos hacia abajo, la frente ceñida.
¿Fue algo que ella haya dicho? ¿Qué dijo ella? La mente bebida de Demi se
apresuró a desenredar el misterio. Aturdida, se sentó sobre su almohada, su mano
limpiando la humedad que bordeaba el labio inferior. El pincel de su dedo
hormigueo a lo largo de su boca, todo su cuerpo sensible por la inactividad de sus
toques. ¿Qué había ocurrido?
—Esto no es para lo que te traje aquí. Joseph no la miró. Él mantuvo el movimiento
de sus caderas—. Yo… lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Por qué? ¿Por besarme sin sentido o detenerte?
Él se detuvo, sus enojados ojos llameando en los de ella—. Si, por supuesto que lo
siento. Tu no pensaste que yo quería… —Él debió haber leído algo en su
expresión, decepción, vergüenza, duda. Él parecía estar reconsiderando sus
palabras—. No quise decir… ¡Diablos! Obviamente, quería… quiero decir. Yo era
el que… Mierda. Demi, hay algo sobre ti que me despista.
Su mirada se suavizó, esperaba. Demi forzó una sonrisa, no grande, pero era lo
mejor que podía lograr. Ella podía aceptar “despistado”. Era mejor que “lo
siento”.
Joseph gruñó a su tácita tregua y se puso a andar de nuevo—. Esto debería ser algo
sencillo. Mensaje de texto. Un picnic. Sucesivamente entendible. Todos los
favoritos de las mujeres. (Se refiere a las cosas que más les gustan a las mujeres).
Un poco de coqueteo inofensivo para atraparlas mirando cosas en mi. No
esperaba que…
Demi se encogió de hombros, fingiendo indiferencia—. Misión cumplida.
—¿Qué? —Joseph se detuvo, mirándola.
—Si todo esto era para tratar de convencerme de que la abuela no vendiera las
tierras, entonces has estado seduciendo equivocadamente, por así decirlo.
Él se ruborizó y alejó el rostro por un momento, pero lo subió rápidamente—. Es
fácil decirlo, pero cada uno tiene un precio, Demi. ¿Cuál es el tuyo?
Ella trató de no sentirse insultada. Demi sabía qué tipo de hombre era Joseph Jonas.
Un vehículo todo terreno, un comerciante. Un playboy, rico, poderoso, de los que
consiguen lo que quieren, sin importar los medios ni tampoco la pequeña pelirroja
que se vio atrapada en su camino.
El tipo al que le gustaba pasar tiempo con su madre, el hombre que compartía su
placer, se había ido.

Fue insultada. Fue herida. Y le estaba tomando demasiada maldita energía
negarlo. Se puso rígida, dejando su temperamento hervir sobre su orgullo herido.
—¿Mi precio? Por la felicidad de mi abuela. Si ella quiere las tierras, quiere
proteger a ese lobo que insiste en correr hasta aquí, entonces voy a mantener la
tierra. —Él palideció. A ella no le importó el por qué—. Si ella quiere vender hasta
la última parcela, entonces voy a venderlas todas mañana. Voy a hacer lo que
tenga que hacer para hacerla sentir segura.
Demi se puso de pie, acomodando su vestido—. Voy a dejar mi negocio ir a
bancarrota. Voy a mudarme a esa desolada casa. Voy a hacer cualquier cosa
para asegurarme que no estas pretendiendo ser mi padre muerto, tratando de
convencer a la abuela de vender la única cosa que significa el mundo para ella.
—Ella tomó una bocanada de aire, tratando de calmar la ira y el dolor que
sacudió sus brazos. Juntó sus manos—. Nos vemos Sr. Jonas, mi precio es simple y
no negociable. ¿Feliz?

Ella cruzó los brazos bajo su pecho, la barbilla alta. Su estomago contraído, con
las rodillas temblándoles y un torrente de lagrimas que obstruía la parte posterior
de su garganta, pero maldita sea, no le dejaba ver nada de eso.
Joseph la recorrió con la mirada, las manos apoyadas en la cintura, la chaqueta
enganchada detrás de las muñecas. El silencio se estableció entre ellos como un
árbitro que llamaba a un tiempo de espera.
Su nariz aleteaba con cada respiración, su musculoso pecho con cada
inhalación y exhalación. Un viento suave agitaba las puntas de su cabello a
medida que su mirada viajaba por su cuerpo. El estudio era tan intenso que ella
podía sentir la ruta. Ella juraría que estaba borracho. ¿Quién no lo estaría después de toda esa perorata? Pero la mirada en sus ojos, el calor, ella esperaba que no fuera ira.
Él gruñó. Las manos cayendo de sus caderas—. Al diablo con eso.
Sus grandes zancadas comieron el suelo en un borrón. En un segundo estaba en
sus brazos, la recogió contra su duro pecho, una mano contra su cadera, la otra
contra su cabeza. Y luego se congeló. Su cálido aliento acarició sus labios, tan
cerca que ella pudo imaginar la sensación del besó. Pero él no la besó. Él se
mantuvo, observándola. Después de un largo momento, preparado, impregnado
de anticipación. Demi se retorció.

Los brazos de Joseph se endurecieron a su alrededor—. Sshh.
Ella conocía esa mirada, sus ojos distantes por un momento hasta que se
centraron en los de ella. Él no dijo ninguna palabra, pero ella entendió el
significado en su mirada. Él quería que ella escuchara. Algo no estaba bien. Ellos
no estaban solos.
Demi se enderezó, empujando desde el abrazo de Joseph. Ella mantuvo sus ojos
en él, pero su mente buscaba, sus sentidos escuchando, oliendo, saboreando el
aire.
El chasquido de una rama sonó a su izquierda, luego un largo susurro de hojas. Los
bellos de su cuello se erizaron, dedos invisibles rengueando hacia su espalda,
congelando su espina dorsal—. ¿Qué es eso?
—La manada. Lobos. Ellos creen que es un juego, pero están muy disgustados. No
es seguro. Las cosas se pueden salir de las manos.
—Bueno, volvamos al auto. —Se dio vuelta para irse, pero él atrapó su brazo,
empujándola hacia dentro.
—No podemos hacerlo. Mi casa está cerca. Ellos pensaran más claro ahí.
—¿Quiénes?
Joseph tomó su mentón con los dedos, y la obligó a mirarlo—. Quédate conmigo.
Estarás bien. No mires atrás. No mires alrededor.
—Pero…
—No. Sólo… confía en mí. —Su voz era suave y firme. Totalmente segura. Ella dejó
que el sonido la lavara, calmando los nerviosos hormigueos de sus músculos,
terminando con su pánico instintivo.

Sin apartar los ojos de ella, se agachó y tomó su palma con su enorme mano,
tragándosela, sujetándola con fuerza y firmeza. El simple toque hizo más por ella
que cualquier otra droga. Ella estaba a salvo. Sin importar nada.
Sin otra palabra, se volvió y aprovechó su largo paso para guiarlos por el bosque.
Descalzo, sin nunca vacilar en su ritmo, pero remarcando cada paso, para
encontrar un terreno suave y flexible.
Los caminos de los que siempre había sido consiente aparecían desde ningún
lado. Joseph hizo su propio camino a su manera, cortando ramas, cayeron arboles y
zarzas espinosas sin esfuerzo. Sin dolor.
El suelo boscoso debería ser duro contra sus pies. Pero no lo era. ¿Por qué? Se
movían rápido, los pasos de Joseph más largos que los de ella, pero se esforzó por
mantenerse a su lado.
Su cuerpo estaba liviano, fácilmente empujado y girado como un cometa con
cadena.

A cada lado suyo, el bosque era una mancha borrosa, los árboles eran una
mancha verde, con destellos de luz, y una maraña de marrones. El viento silbaba
pasando por sus orejas, rastrillando a través de su pelo, soltando el moño y
dejando que cayera suelto, enganchándose en las ramas. Se mantuvo en
movimiento. No fue difícil. Como una gota de agua cayendo a un río. Una parte
de todo, pero separada.
Las sensaciones y los sonidos del bosque caían sobre ella, la madre selva, el
graznido de un cuervo, savia de los pinos, una madriguera de conejo. Todo
mezclado y fundido en ella. A través de ella. Rodeándola. Ella era el bosque,
cada parte de él, y el bosque era ella, uno y el mismo… Y entonces se detuvieron.
Ella casi estrella su nariz con su hombro. Ella sostuvo su cabeza con su brazo por un
momento esperando a que el mundo dejara de dar vueltas. Ella miró por encima
de su hombro.

—Qué diablos fue eso, —ella preguntó—. Se sintió como si estuviéramos haciendo
un suave vuelo. Eso no es posible. ¿Verdad?
Joseph echó una mirada sobre su hombro hacia ella—. Te explicaré después.
¿Okay?
Él lucia preocupado, o como si tuviera cosas mas importantes de las que
preocuparse en ese momento, y deseara que ella no agregara a la lista estar
insistiendo por respuestas. Ella podía hacer eso. Por ahora. Se dieron la vuelta
hacia ¿La mansión?
Demi parpadeó, su cerebro tratando de reconciliar lo que creía posible y lo que
estaba ante sus ojos.
—De ninguna manera. Cherri estaba en lo cierto. Tienes una mansión escondida
en el bosque.
De tres pisos de altura, del tamaño de un pequeño hotel, la enorme estructura era
de piedra gris, sin embargo era eclipsada por el bosque circundante. La mirada
de Demi se focalizó a través de ellos. El borde del bosque era de por lo menos
de diez pies de ancho, denso y sombreado. Se imaginaba caminando dentro del
terreno de Joseph, y no ver la enorme mansión a través del follaje.

Joseph tomó su mano y Demi camino después de él hacia las escaleras de su
patio. Tres enormes puertas de cristal se abrían en el porche de la casa desde el
patio ofreciendo una clara vista de la habitación del lado. Al final de la
habitación, escaleras alfombradas hasta la pared del fondo. Ella podía ver una
enorme chimenea de piedra, un sofá grande y un sector para fumadores del bar.
Demi miro al tiempo que tres mujeres de largas piernas bajaban las escaleras
para quedar a la vista.

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