Miley le
echó los brazos al cuello y sollozó.
—Eso es lo mejor
que nadie me ha dicho nunca.
La intensidad de
su voz incomodó a
Nick. Pero también se sintió como si midiera tres metros de alto. Ella
estaba junto a él, cálida y vibrante. Sus lágrimas le mojaban la camisa.
Tragándose una maldición, le dio unos suaves golpecitos en el hombro.
Se le ocurrió
que mucha gente creía en su potencial. Muchas personas habían creído que era
capaz de conseguir sus metas profesionales. Hasta ese momento nunca había
comprendido lo importante que era eso. Le molestó pensar que Miley había tenido que pasarse sin gente que creyera
en ella.
Miley debió
notar su ambivalencia. Se apartó y esbozó una húmeda sonrisa.
—Te estoy
empapando la camisa. Perdona, creo que me tocaste el punto débil —se frotó los
ojos con el dorso de la mano. Se acabó la lluvia. ¿Qué te pareces si preparo
unos sándwiches?
—Gracias repuso Nick, aliviado por la
disminución de tensión emocional. Voy a encender un fuego y podemos cenar en la
sala de estar.
Mientras Miley iba a la cocina, Nick encendió el
fuego y se esforzó por aplastar la inquietud que lo asolaba.
Cuando las
llamas crepitaban alegremente, ella apareció con una bandeja de sándwiches y
cerveza.
—Creo que son de
pavo pero estaba tan oscuro que no lo juraría.
—Me arriesgaré dijo
Nick.
Se sentó frente
a él y comieron en silencio durante unos minutos. El resplandor del fuego
iluminaba su cara suavemente, resaltando sus rasgos exóticos. Ni clásica ni
moderna, era atractiva de manera inusual e inolvidable. No eran sólo su cara o
su cuerpo, pensó Nick.
Era su espíritu.
Espíritu. Hizo
una mueca, ¿cómo se le había ocurrido eso? Miró por la ventana cubierta de
escarcha. Seguro que era por culpa de la luna llena.
—Hay algo que me
intriga sobre ti aventuró Miley.
— ¿Qué es? —Nick dio un trago a
su cerveza.
— ¿Cuándo
cambiaste?
— ¿Cambiar en
qué sentido? —inquirió, preguntándose a dónde les llevaría esa extraña
pregunta.
—Bueno, siempre
fuiste listo y valiente —dijo, dejó el sándwich sobre la mesa y lo miró.
¿Cuándo empezaste a ser tan…?
— ¿Insensible?
¿Cruel? ¿Despiadado? sugirió él con una mueca.
Ella, frustrada,
se tapó los ojos con la mano y luego entreabrió los dedos para espiarlo.
—Estaba pensando
en la palabra «duro».
Nick se reclinó en un
cojín y pensó en la pregunta. Recordó los momentos decisivos de su carrera, en
la universidad, en el colegio, incluso antes.
—Creo que empecé
a hacerme duro el día que tu hermano me rompió la nariz. Decidí que no iba a
seguir siendo el renacuajo que…
— ¡Renacuajo! Exclamó
Miley con incredulidad. Tú «nunca» fuiste un
renacuajo. Yo te recuerdo listo, fuerte y valiente.
Nick estrechó los
ojos. No vio burla en su cara, hablaba en serio. Miley nunca
lo había considerado un renacuajo, aunque él mismo se viera así.
Una sensación de
calidez lo invadió; incómodo se revolvió en el sillón.
—Desarrollé mi
instinto competitivo haciendo lucha libre en el instituto. Después trabajé duro
y fui duro en la universidad. Cuando comencé a practicar la abogacía me centré
aún más, porque quería ganar. Todas las veces añadió con una mueca.
—Helen me dijo que uno de
los socios del bufete opina que matas como un león: partiéndole la espalda a tu
oponente apuntó Miley.
—Helen exagera negó Nick, y tomó otro gran
trago de cerveza.
—No creo.
Trabaja contigo y te conoce demasiado bien para exagerar.
—Si hay algo que
a los socios les gusta de mí es la velocidad. Sé que teclas apretar para hacer
que mi contrario se ponga en movimiento. Por ejemplo, el caso de Lissa Roberts. El
abogado defensor no estaba dispuesto a hablar conmigo hasta que recibió unas
fotografías de Lissa antes de la cirugía plástica, que utilizaré como prueba en
el juicio. De repente, me convierto en persona grata. El abogado se muere de
ganas de hablar conmigo.
—Eres muy bueno
¿no? sonrió Miley acercándose más.
—Me apaño bien dijo
él, deseando cambiar de tema. Se irguió en el asiento. ¿Y tú? ¿Cuándo
cambiaste?
—No estoy segura
de haberlo hecho.
—Claro que sí rió
Nick. No te
pareces en nada a la niña que conocí. Para empezar, no tienes trasquilones en
el flequillo.
—La verdad es
que no he cambiado mucho suspiró ella. Quiero creer que soy un poco más madura,
más cuidadosa con los hombres y que tengo más metas sonrió. Pero aún no sé
chasquear bien los dedos confesó.
—¿Después de
todo el tiempo que pasé intentando enseñarte? No te creo. Demuéstralo.
Ella frotó los
dedos y consiguió un chasquido muy, muy suave.
—Te lo advertí.
—Seguro que
cuando eras una adolescente chasqueabas los dedos y los chicos salían de debajo
de las piedras.
—Mi padre los
echaba. Asustaba a todos mis novios. Esa será una de las grandes pruebas si vuelvo
a comprometerme. A comprometerme «en serio» recalcó—. El hombre en cuestión
tendrá que poder hacerle frente a mi padre.
—Buena suerte dijo
Nick. Si
no recuerdo mal, tu padre tenía tendencia a gritar.
—Y a patalear añadió Miley. Sus hijos lo llamamos el terremoto humano a
escondidas. Pero, hablando de chasquear dedos, creo que tú eres el que atrae a
las mujeres y luego les rompe el corazón.
—Nada de eso protestó
Nick. Yo
no salgo con mujeres que tengan corazón.
— ¿Por qué?
—Son liosas.
—E insatisfactorias
dijo Miley.
—Quizás —dijo Nick, aunque estuvo a
punto de negarlo.
— ¿Sabes cuál es
tu problema? —preguntó Miley.
—No, pero seguro
que me lo vas a decir repuso Nick,
imaginando que le costaría mucho conseguir que callara.
—Creo que
conozco tu secreto. Actúas como si no tuvieras corazón, incluso puedes llegar a
dar la impresión de que no lo tienes —su voz se convirtió en un susurro—. Pero
es mentira.
Su susurro fue
como un hilo de seda que le tensó el estómago. Nick se dijo que su
corazón estaba a salvo, aunque en ese momento latía acelerado.
—Juraría que
dijiste que este trato sólo requería un número de actos sociales limitados se
quejó Miley, cuando el portero del hotel Jefferson aceptó
las llaves del coche y la propina de Nick.
Me encanta, sigue prontoo
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