Los ojos de
Miley desprendían tal intensidad emocional, que debería haber llevado un cartel
de advertencia alrededor del cuello. Claramente nerviosa, levantó los brazos
cuando Nick se
acercó hacia ella.
—Estoy escondida
en el guardarropa porque si me hubiera quedado en el salón, ahora tendría que
contratarte para que me defendieras ante los tribunales. No me pareció buena
idea salir fuera. Si hubiera ido al tocador podría haberme encontrado con…
—abrió las aletas de la nariz y respiró con fuerza—… Kendra. Me imaginé que
ella no pasaría por aquí.
Miley comenzó de
nuevo a pasear a grandes zancadas.
—Es bellísima
—admitió Miley, tanto para sí como para él—. Pero engreída. Siempre lo he
pasado mal con la gente engreída. La última gota fue cuando os insultó a ti y a
tu carrera. Tuve ganas de vaciarle una bandeja de albóndigas por encima —Miley
lo miró—. Ya sé que es preciosa pero ¿cómo pudiste mezclarte con alguien así?
Nick movió la cabeza.
Entendía que Miley no pudiera entenderlo. Miley y Kendra no eran del mismo
planeta, ni siquiera de la misma especie.
—No duró mucho.
Al principio ella fue agradable. En cuanto comprendí que pretendía dirigir mi
carrera, me escapé. Acabó casándose con el hijo de un congresista. Puedes darle
las gracias a Kendra por haber condicionado mis ideas sobre el romance. Ahora
intento no estar nunca cerca de ella, porque estoy convencido de que un día la
casa se le derrumbará encima. Igual que le pasó a la Bruja Malvada del Oeste en
El
Mago de Oz.
—¿La llamas la
Bruja Malvada de Richmond?
—preguntó Miley con una leve sonrisa.
—Esa es la
descripción agradable —dijo él más relajado.
—¿Estabas
enamorado de ella? —inquirió ella, seria.
Nick suspiró. Lo que
había sentido por Kendra le parecía distante y trivial.
—La deseé
durante un tiempo, pero es difícil seguir deseando a una mujer cuando no te
gusta de verdad —calló sorprendido al comprender una cosa—. Muy distinto de lo
que siento por ti.
—¿Que? —Miley
abrió los ojos por completo.
—Te deseo y
también me gustas. No pongas cara de sorpresa. Sabes que quiero hacerte el amor
—añadió, parecía que a ella le iba a dar un síncope—. Y t también me deseas.
Miley abrió la
boca pero no pudo emitir ningún sonido. La cerró y probó de nuevo.
—Yo…, puede que
sea verdad pero…
—Aún no me puedo
creer que le pararas los pies a Kendra en mi defensa.
—Bueno, no estoy
segura de haberle parado los pies, y ella clavó sus dardos al final, así que…
—¿Qué dardos?
—exigió Nick, notando
que su buen humor se evaporaba.
—Me preguntó
cómo me gano la vida, e hizo un par de comentarios vagamente insultantes
—explicó Miley, sin mirarlo—. Creo que fue sobre todo a beneficio de la gente
que nos rodeaba. Yo dije la última frase y me marché.
—¿Qué dijo?
—No quiero
hablar de eso.
A Nick se le hizo un
nudo en el estómago. Estaba claro que Kendra había encontrado la manera de
herir a Miley.
—¿Cuál fue tu
ultima frase?
—¿Tenemos que
seguir hablando de esto?
—Si lo que
dijiste fue sobre mí, ¿no crees que tengo derecho a saberlo?
—Dije que quizás
yo no supiera mucho, pero que al menos no era tan estúpida como para llamar a Nick Nolan cazador
de ambulancias, cuando es obvio que es mucho más que eso —suspiró ella, rindiéndose,
pero sin mirarlo.
Sus palabras le
penetraron la piel, le calaron hasta los huesos, tocando su corazón. La abrazó
con fuerza.
—Oh, Miley, ella
no es ni la décima parte de mujer que tú.
—No hace falta
que digas eso para hacerme sentir mejor —lo miró por fin.
—No —le dijo Nick—. Lo digo porque
es verdad.
La vulnerabilidad de sus ojos consiguió que
perdiera el poco control que le quedaba e hizo lo que últimamente deseaba hacer
con frecuencia.
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