—Tienes un color
de pelo inusual. Un precioso rubio rojizo —comentó Miley,
acercándose—. Yo solía ser peluquera, así que me fijo mucho en el pelo. ¿Hace
mucho que no te lo cortas?
—Mi padre lo
tiene del mismo color —farfulló la voz tras un instante—. No me lo he cortado…
—titubeó—. No me lo he cortado desde el accidente.
El tono plano e
inexpresivo de la chica le removió las entrañas a Miley.
— ¿Unos tres
meses?
—Sí —respondió
la chica, sorprendida. Levantó la cara un poco—. ¿Como lo has sabido?
—Sé mucho de
pelo —dijo Miley—, Pero lo que me haría falta
saber es Análisis.
— ¿Vas a la
universidad? —preguntó la chica.
—Sí —sonrió Miley—. Tengo veintiséis años y estoy en primer curso.
— ¿No fuiste
cuando acabaste el instituto?
—No —Miley dudó. Ese miedo ya era cosa del pasado, no iba a
pasar nada por admitirlo—. Creía que no era lo suficientemente lista.
La chica levantó
la cabeza unos centímetros más, y Miley vio las
rojas señales de cicatrices en su rostro. Esa visión la entristeció pero, al
mismo tiempo, comenzó a hacerse preguntas. ¿Cómo había ocurrido aquello? ¿Qué
tipo de accidente la había marcado así?
—Este es mi
penúltimo año de instituto, pero no se si podré ponerme al día dijo, moviendo
el brazo derecho, escayolado—. Soy diestra.
—Qué mala pata.
Seguro que echas de menos a tus amigos.
—Hace tiempo que
no los veo —asintió la chica.
— ¿No han ido a
visitarte?
—No. Yo no…, no
he querido que vieran las cicatrices. Son terribles.
Miley sabía que
debería estar estudiando análisis, si quería llegar a entender las ecuaciones
algún día.
«Y dejar que
esta niña triste y solitaria siga sintiéndose así.»
No habría podido
perdonarse abandonar la cocina. El Análisis podía esperar un rato. En cualquier
caso, no lo entendía. Miley suspiró y se sentó
junto a ella.
—Yo no tengo
cicatrices. Tengo una marca de nacimiento justo en mitad de la frente. Es de
color morado, del tamaño de una moneda grande. Mi madre me dijo que era un «mordisco de
cigüeña», normalmente desaparecen con el tiempo, pero la mía no.
La niña levantó
la cabeza, para mirar a Miley.
—No la veo.
—La magia del
maquillaje —sonrió Miley, quitándose el
maquillaje con la mano.
—Los médicos no
saben qué pasará con mis cicatrices. Sólo dicen que tardarán tiempo en curar.
Miley vio las marcas
rojas que cruzaban su rostro y tomó un sorbo de zumo para disimular las
emociones que la inundaron. Pena. Enfado. Compasión. Intentó imaginarse cómo se
habría sentido si eso le hubiera pasado a ella en la adolescencia. Intentó
imaginarse qué palabras la habrían reconfortado, y no se le ocurrió ninguna.
— ¿Qué ocurrió?
—preguntó.
—Un accidente de
coche. El que me atropello estaba borracho. Él está bien.
—Bien hasta que Nick lo
atrape. Y lo hará —dijo, sintiendo amargura ante tanta injusticia.
—Sí —la chica la
miró y Miley creyó ver un destello de enfado en
sus ojos.
— ¿Cómo te
llamas?
—Lissa
—respondió—. Lissa
Roberts.
—Bueno, Lissa.
Tengo algo de tiempo libre. ¿Qué te parecería un corte de pelo?
Treinta minutos
después, Nick encontró
a su clienta en el dormitorio de Miley. En la
radio se escuchaba la voz de Fiona
Apple. Los zapatos de Miley estaban bajo una silla. En la mesilla
había un platillo con migas y una galleta solitaria. Sobre una revista había
dos vasos de refresco a medias.
¿Una merienda?
se preguntó, echando otra ojeada. El pelo de Lissa parecía distinto y notó, con
sorpresa, que estaba hablando. Si creyera en la magia, habría pensado que Miley había embrujado a la chica.
Las dos estaban
en el suelo, rodeadas de botes de maquillaje, pintalabios y sombras de ojos.
Sentada con las piernas cruzadas, Miley pasaba
algo que parecía un pincel por el rostro de Lissa Roberts.
—No será
perfecto. No las cubrirá por completo —dijo, mientras disimulaba las cicatrices
de Lissa—. Pero si te hartas de la rojez puedes usarlo. Siempre será mejor que
intentar respirar a través del pañuelo que probamos antes.
Lissa emitió un
sonido que parecía casi una risa. ¿Más magia? se preguntó Nick, mirándolas.
—Quizás debería
irme a Turquía —dijo la chica—. Allí siempre van tapadas con un velo ¿no?
Miley vio a Nick, y le sonrió de
medio lado.
— ¡Hola! ¿Qué te
parece el pelo de Lissa? Me
ha dejado que se lo cortara.
—Está muy bien. Nunca
me había dado cuenta
del color tan bonito que tiene —dijo, pensando que nunca había visto a Lissa
sin que tuviera la cabeza agachada. Su pelo siempre le había parecido
apagado y descuidado.
—Estás son mis
gafas de sol favoritas, estilo Audrey Hepburn —le dijo Miley
a Lissa, colocándoselas sobre la nariz—. Para cuando te atrevas a salir
a tomar un helado. O a ir al cine —añadió sonriente. Se volvió hacia Nick—. ¿Has acabado
ya con la consulta?
—Sí, la señora Roberts está esperando
en el estudio.
—Gracias, Miley —dijo Lissa.
—Ha sido un placer
—replicó Olivia—. Me salvaste de estudiar análisis.
La madre de
Lissa admiró su corte de pelo, le dio las gracias efusivamente a Olivia y se marcharon. Miley las observó
desde la puerta.
— ¿Ganarás este
caso? —le preguntó, sin
mirarlo. Él notó la tensión de su cuerpo y la emoción de su voz.
—No hay
garantías, pero es probable que consiga negociar una buena indemnización para
Lissa.
—Eso suena como
el tipo de respuesta que tienes que darle a tus clientes —espetó ella,
cruzándose de brazos y mirándolo a los ojos—. Quiero saber qué opinas de
verdad.
El fuego de su
mirada hizo eco en él. Estaba enfadada por el sufrimiento de Lissa. Él también,
sólo que no dejaba que ese sentimiento lo controlara.
— ¿Quieres saber si
voy a machacar a esa mala imitación de ser humano que casi mata a Lissa? Sí,
voy a machacarlo.
—Bien —dijo Miley e hizo una pausa, moviendo la cabeza como si
estuviera reconsiderando algo—. Después de la escenita de esta mañana en el
porche, he intentado convencerme de que eras un cerdo insensible sin un ápice
de ternura, romanticismo, o de cualquier otro rasgo positivo.
—¿Y ahora?
—preguntó él, desconcertado por su declaración, pero aún así curioso.
—Sigo pensando
que puedes ser insensible, y que si tienes un ápice de ternura o romanticismo
lo escondes muy bien.
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