Joseph retrocedió
sin responder. Demi entró en el coche,
arrancó y se puso en marcha. Solo miró una vez por el retrovisor. Lo justo para
ver que Joseph seguía de pie... mirándola.
Todavía sentía sus dedos en el
cuello. Sentía el calor de su cuerpo casi pegado al de él. Aún había el eco de
su risa ronca, como una pluma acariciándole.
Trevor dio un trago de bourbon y
dejó la copa. Estaba acostumbrado a descansar a solas en el salón de su casa,
totalmente a oscuras, mucho después de haber acostado a los niños. A menudo
resistía el impulso de servirse otra copa... y entristecerse pensando en
Melanie, recordando la satisfactoria, aunque poco emocionante relación que él
creía que habían compartido; lamentando la pérdida de la mujer a la que había
amado y que lo había traicionado; afrontando un futuro que apenas se parecía al
que había previsto al casarse con ella.
Esa noche, sin embargo, no podía
dejar de pensar en Demi.
Todavía le costaba creer lo cerca
que había estado de comportarse como un chiquillo sin responsabilidades. Era un
hombre adulto, viudo, padre de dos hijos; pero a Demi
le había bastado con un roce de sus dedos y aquella risa tan sexy y seductora
para perturbar su juicio.
Demi
siempre lo había afectado de un modo muy particular. Creía haberlo superado.
Pero, al parecer, no lo había
hecho.
Prácticamente todos los habitantes
de Honoria iban al Café de Cora de tanto en tanto. Situado en la parte antigua
de la ciudad, estaba a un paseo del centro, la comisaría, el banco y diversos
negocios pequeños.
Demi
sintió una oleada de nostalgia cuando entró a comer con su contable el viernes
siguiente a la cena con los Jonas. El café
seguía igual que hacía quince años, pensó mientras miraba las mesas
abarrotadas, con sus hules rojiblancos ajedrezados. Los mismos cuadros colgando
de las paredes y la misma vieja y ruidosa caja registradora.
Mindy Hooper la saludó en la
puerta. Había empezado a trabajar para Cora nada más terminar el instituto,
hacía unos veinticinco años, y no se había movido de allí desde entonces.
—Hola, Demi.
Me preguntaba cuándo vendrías a vernos.
—Ya tenía ganas de pasarme por
aquí. ¿Cora sigue haciendo el mejor bizcocho de chocolate del país?
—El mejor bizcocho de chocolate del
mundo aseguró Mindy, dándose una palmada en sus anchas caderas. Soy la prueba
viviente, Demi rió.
— ¿Está Clark Foster por aquí? He
quedado con él para comer.
—No, todavía no. Ve pasando y toma
una mesa. Yo le diré dónde estás cuando llegue.
Demi se
dirigió a una de las pocas mesas libres del local. Vio a muchas personas
conocidas y, cómo no, se detuvo a saludarlas. Al igual que el supermercado, el
Café de Cora no era el mejor lugar para pasar inadvertida, pensó Demi cuando por fin logró sentarse.
—Perdón por el retraso se disculpó
un hombre de treinta y muchos al cabo de unos minutos—. ¡No veas qué atasco he
pillado!
— ¿Atasco?, ¿en Honoria?
—Está bien, ha sido la señora
Tucker reconoció él. Me ha obligado a ir
a diez por hora por el medio de la avenida principal.
— ¿En esa tartana que tiene? Demi rió.
—Sí. Tiene el coche desde antes que
tú y yo naciéramos dijo él mientras agarraba un menú. No has pedido todavía,
¿verdad?
—No, he llegado hace nada. Solo un
té helado... mira, aquí está Demi sonrió a Mindy, la cual colocó dos vasos
llenos de té helado frente a ellos.
— ¿Qué vais a querer? les preguntó.
— ¿Cuál es el menú del día? quiso
saber Clark.
—El mismo de todos los viernes:
pollo con patatas y judías o pescadilla con ensalada de tomate.
—Entonces pollo con patatas y
judías decidió Clark.
—Una elección sanísima lo provocó
Jamie, la cual lo había oído protestar en más de una ocasión sobre sus
dificultades para perder peso.
—Tienes razón Clark suspiró. Ponme
también una ensalada, ¿de acuerdo, Mindy?
Demi
rió y negó con la cabeza.
—A mí ponme la pescadilla.
Cuando se hubieron quedado a solas,
Clark entrelazó los dedos, apoyó las manos sobre la mesa y trató de adoptar una
actitud profesional.
—He repasado tu contabilidad y todo
parece en regla la informó. Por cierto, la semana que viene tienes que
presentar la declaración de este trimestre. Tengo tus papeles en el maletín. Te
los daré después de comer añadió, apuntando hacia el maletín que tenía a los
pies.
—Te lo agradezco, Clark. Estaba
convencida de que todo estaba bien, pero me siento más segura teniendo la
opinión de un profesional. Es un engorro tener a mi contable en Nueva York
mientras estoy viviendo en Honoria.
—Tu contabilidad no es complicada,
pero estoy de acuerdo en que necesitas ayuda profesional para hacer bien todos
los papeleos. Has invertido con mucho criterio mientras estabas en Nueva York.
No deberías tener que preocuparte por la jubilación.
Jamie sintió una gran satisfacción
al oír estas palabras. Clark no podía saber lo importante que era para ella
tener cierta seguridad económica. La de actriz no era una profesión segura,
pero había ahorrado y había trabajado haciendo suplencias como profesora de teatro
entre interpretación e interpretación. Si bien no era práctica en otras
cuestiones, Demi no hacía el tonto con el
dinero. No tenía intención de acabar como sus padres, un par de alcohólicos que
vivían de limosnas estatales.
Había sido Clark quien le había
sugerido que se reunieran para comer, argumentando que era una manera agradable
y desenfadada de iniciar su relación laboral. Jamie no había dudado en aceptar,
pues no tenía mucho que hacer durante las vacaciones de verano. Como sabía que
estaba en medio de un proceso de divorcio, no quiso preguntarle por su esposa,
pero sí se interesó por sus dos hijos.
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