Miley,
de puntillas sobre sus zapatos de diseño exclusivo, llegó al vestíbulo y vio Nick. Estaba de
espaldas y no pudo evitar fijarse en la anchura de sus hombros bajo el abrigo
de lana negra. Su oscuro cabello, ligeramente largo considerando su profesión,
le rozaba el borde del cuello del abrigo, y a Miley le gustó. Incluso desde
atrás, se notaba que llevaba la ropa con elegancia. Con confianza,
se repitió, envidiándolo de nuevo.
Un segundo
después él se dio la vuelta. La miró durante tanto tiempo que ella empezó a
preguntarse si se le había corrido el carmín o si tenía una carrera en las
medias, aunque sabía que no era así.
Incapaz de
soportar el silencio un instante más, Miley se
aclaró la garganta.
—Helen dijo que te
sorprenderías —comentó.
—Helen se equivocó.
—No te gusta
—dijo Miley, sintiéndose desolada. Le importaba
su opinión y eso no debía ocurrir. Le importaba demasiado—. Sabía que no era lo
adecuado para mí —dijo, haciendo un recorrido mental de su vestuario—. Yo…
—No —dijo él
acercándose y poniendo un dedo enguantado sobre sus labios—. No he dicho que no
me guste. Simplemente no me sorprende.
—No entiendo
—dijo ella confusa.
—Miley, te vistes como si tu cuerpo fuera un arma
secreta. Quizá lo sea murmuró, haciendo
una mueca.
—Me pongo ropa
cómoda —dijo Miley con las mejillas encendidas.
—Vaqueros
sueltos, camisas grandes, sudaderas. Te vistes para no llamar la atención.
Puede que eso funcione con otros hombres.
—Pero no contigo
—concluyó ella.
—No me sorprende
que estés impresionante —la miró ceñudo—. Voy a tener que espantar a mis
colegas. Ahora envuélvete en el chal y tápate —ordenó.
Miley empezó
a echarse el chal sobre los hombros, pero Nick acabó de hacerlo
por ella.
—Gracias, supongo.
Tú tampoco estás nada mal —echó una ojeada a sus guantes—. ¿Cómo convenciste al
médico para que te quitara los vendajes?
—Negociando
—replicó, encogiéndose de hombros. Miley hizo
una pausa y lo miró fijamente.
— ¿Seguro que sabe que
no llevas vendajes?
—Sí. ¿Te
sorprende?
—Si. No creí que
estuviera de acuerdo con quitártelos aún.
Nick se rió por lo
bajo mientras le abría la puerta.
—No he dicho que
estuviera de acuerdo.
Por qué sería
que eso
no la sorprendió. En pocos minutos llegaron a una
elegante casa; un hombre la ayudó a salir del coche, tomó posesión de las
llaves del coche y lo aparcó.
Miley se
retrasó cuando Nick comenzó
a subir los escalones. Él se dio la vuelta y debió notar la incertidumbre de su
rostro. Volvió junto a ella.
—Mira, si te sirve
de consuelo, yo tampoco quiero estar aquí. No nos quedaremos mucho rato.
—De acuerdo
—dijo Miley—. Pero no hemos acordado qué quieres
que haga exactamente —no hubo contestación y ella suspiró—. ¿Quieres que actúe?
—preguntó—. ¿Cómo si fuera tu pareja? —añadió, casi susurrando la última
palabra.
— ¿Actuar? Sólo
quiero que conozcas a algunas personas, que comas lo que quieras y que estés
lista para irnos cuando me parezca bien.
Miley
asintió lentamente. Todavía no había contestado a su pregunta.
—Sigues sin
parecer convencida.
—Bueno —dijo
ella, luchando contra sus nervios—. No sé si se supone que tengo que actuar
como…
— ¿Actuar cómo?
—preguntó él impaciente.
—Cómo de
cariñosa tengo que ser. Quiero decir, ¿tiene que parecer como si estuviera…?
—volvió a interrumpirse—. ¿Como si en realidad me
gustaras?
Él la miró un
instante y después soltó una carcajada.
— ¿Como si en realidad te
gustara? ¿Eso quiere decir que en realidad no
me soportas?
—No he dicho eso
—protestó rápidamente, ruborizándose de vergüenza e indignación. Él acercó la
cabeza, mirándola burlón.
—Dime Miley ¿qué
sientes por mí en realidad?
Turbada, Miley sintió que su proximidad le aceleraba el corazón
y le nublaba el pensamiento. Inspiró y le llegó una oleada de su aroma.
—Siento ganas de
pegarte una patada —replicó, subiendo las escaleras.
— ¿Qué perfume
llevas? —preguntó, alcanzándola y pulsando el timbre.
—No llevo
perfume. Después de ducharme, me pongo…
—Aceite —Nick susurró la
palabra lentamente, como una caricia aterciopelada.
—Sí, ¿Cómo lo
has sabido?
—Pura suerte
—respondió él encogiéndose de hombros. La puerta se abrió.
Poco después, Miley se separó de Nick. La anfitriona, Doris Tartington, el
socio principal del bufete, Bob Turner, y un cliente, lo rodearon
inmediatamente.
Miley fue presentada
y olvidada, lo que a ella le vino bien. Probó algunos aperitivos, bebió
champán, y admiró la decoración de la casa. Varios colegas de Nick se acercaron a
ella. Tres le pidieron su número de teléfono. Cuando les dijo que en ese
momento vivía con Nick,
desaparecieron antes de que pudiera decirles que pronto se mudaría.
Después de un
rato, le llevó a Nick
una copa de champán y un plato con aperitivos.
—Gracias
—murmuró él sorprendido, mirándola a los ojos un instante.
—Nick, cuéntale al
señor Crenshaw lo
que hiciste cuando…
Con desgana, Nick se volvió hacia
su jefe y levantó la mano.
—Un segundo, Bob —pidió. Se
volvió hacia Miley, le puso la mano en la nuca y
le rozó la frente con los labios—. No tardaré mucho —dijo.
Conmocionada por
su caricia, Miley sintió una oleada de calor y
asintió con la cabeza. Se acercó a la chimenea con la segunda copa de champán e
intentó recuperar el sentido.
—Una fiesta
preciosa ¿verdad? —Comentó una mujer de mediana edad—. ¿Has venido con el héroe
de Richmond?
—Sí a las dos
cosas —asintió Miley tras un momento de duda—.
Soy Miley dijo, ofreciendo su mano.
—Encantada. Soy Daphne Roget y
tú eres Miley…
—Sí, Miley Polcenek. ¿Eres amiga de los anfitriones?
—Los conozco
hace años —asintió ella—. ¿Conoces a Nick Nolan desde hace mucho?
—Hace unos
veinte años —rió Miley.
—Desde que erais
niños. Qué encantador —exclamó Daphne
con los ojos muy abiertos—. ¿Y en que se diferencia el Nick Nolan hombre del niño?
Miley pensó en todas
las diferencias que había en Nick
y en lo que deseaba que no hubiera cambiado.
—Es más alto
—respondió con una sonrisa.
— ¿Qué tipo de
niño era? ¿Era pequeño para su edad o era un chaval grande?
—Yo siempre lo
admiré —murmuró Miley sonriendo mientras
recordaba lo amable que
Nick había sido con ella—. Incluso de niño, era listo y valiente. Me dejaba
leer sus cómics, e intentó enseñarme a chasquear los dedos.
— ¿Te sorprende
que se haya convertido en un cazador de ambulancias? —preguntó Daphne.
Miley se puso rígida,
y por un momento la incomodó la curiosidad de la mujer. Miró a la gente que
rodeaba a Nick y
se encogió de hombros. Parecía que todo el mundo se interesaba por Nick.
—Nunca asociaría
el término «cazador de ambulancias» con Nick. El lucha por sus clientes, que suelen ser víctimas.
—Lo dices con
mucha pasión —Daphne enarcó
las cejas.
—Nick siente pasión
por su trabajo.
—Se diría que
tenéis una relación muy especial —especuló Daphne.
Miley
suspiró. Deseaba que
Nick estuviera listo para marcharse. No le gustaban esas preguntas.
—Me salvó la
vida en el incendio —explicó a la mujer—. Nunca ha habido en mi vida nadie
comparable a él, y —añadió irónica— nunca ha habido nadie como yo en la suya.
—Ha sido un
infierno —dijo Nick conduciendo
de camino a casa—. No hará falta repetirlo por un tiempo.
—Nunca hubiera
sospechado que sufrías
—dijo Miley—. Desde mi sitio parecía que lo
pasabas bien.
Irritado por
cómo lo había afectado el recuerdo de su aroma durante toda la noche, negó con
la cabeza. A pesar de su conversación
profesional no había dejado de imaginársela desnuda y acogedora. De vez en
cuando había oído su risa, deseado estar con ella en vez de con el cliente en
potencia.
—Desde mi sitio,
se te veía demasiado ocupada con tus admiradores.
—Nada de eso —replicó Miley—.
Cuando esos tipos me pidieron el teléfono y les dije que estaba viviendo
contigo, desaparecieron como por arte de magia.
—Ya sabía yo que
ese vestido causaría problemas. Deberías haberte puesto un saco —comentó él aparcando el
coche.
—Yo hubiera
elegido algo más largo, más suelto y mucho más barato, pero tu asistente
insistió en que era el vestido perfecto.
Él oyó el tono
ofendido de su voz,
apagó el motor y se volvió hacia ella.
—El problema no
es el vestido. Eres tú.
— ¿Qué?
—parpadeó Miley.
—Eres demasiado sexy —espetó con franqueza.
—No es cierto
—parpadeó Miley, mirándolo con furia.
—Sí lo es. La forma en que te cae el pelo sobre
un ojo es sexy. Tienes el tipo de ojos que suelen denominarse «de dormitorio».
Tu boca hace pensar a un hombre en mucho más que en besar. Y, para citar al
anfitrión de la fiesta «tu cuerpo pararía todos los relojes
de Richmond».
—Estás loco.
—Entonces
también estaban locos todos los hombres de esa fiesta —replicó él.
—Estás
exagerando —suspiró ella con frustración.—Eso desearía —rió él con brusquedad—.
Si quieres acabar el primer año de facultad sin llamar la atención de los
hombres, piensa en vestirte con sacos de patata.
—Quizá lo haga.
Quizás me coma un pastel de cerezas todos los días y me afeite la cabeza.
—Buena suerte
—dijo él—. Si estudiaras un curso de fealdad todas las noches, suspenderías.
—No quiero ser
bonita —replicó ella—. No quiero parar relojes o coleccionar tarjetas de visita
de hombres que no conozco. Lo que quiero…
—¿Tarjetas de
visita?
—Un par de
hombres que conocí en la fiesta me dieron su tarjeta.
—Si no quieres
ser bonita ¿qué quieres? —gruñó él.
—Quiero ser
lista —dijo, y lo miró insegura, tan vulnerable que le rompía el corazón.
—Eres lista
—contestó él.
—No lo entiendes
porque tú siempre has sido listo. Incluso cuando eras un crío, eras listo.
Nick volvió a mirar a
Miley y recordó a su madre callada y sumisa, a
su padre autocrático y al abusón de su hermano. No es que supiera mucho de
psicología, pero suponía que no había tenido mucho apoyo. En cambio, para él
era como una joya deslumbrante entre un montón de piedras.
El aire del
coche se estaba enfriando. Quería sentirla junto a él. Era una locura, pero
deseaba verla sonreír.
—¿Sabes una
cosa? La inteligencia se contagia.
—¿Ah, sí?
—exclamó ella, mirándolo escéptica.
—Sí —asintió acercándose—.
Es como la mononucleosis.
Como yo soy listo, si me besas te harás más lista.
Los labios de
ella temblaron, y luego agachó la cabeza y se echó a reír. Fue como una cascada
de agua cristalina.
—Esa es la peor
razón, con diferencia, que me han dado para besar a alguien.
—Nunca lo sabrás
si no lo pruebas —insistió él, pasando la mano por detrás de su cuello.
—¿Podrías
demostrarlo ante un tribunal? —dijo ella con ojos burlones e incrédulos.
—Has dicho que soy listo, así que llevo la razón
—rió él.
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