A la mañana
siguiente, el despertador de Nick
los despertó bruscamente. Él dio un manotazo al botón y la alcanzó
cuando ella se iba hacia un lado de la cama.
—Oh, no, nada de
eso —masculló, acercándola hacia sí—. Creo que hoy iré tarde.
—Me apuesto que
no has llegado tarde un sólo día de tu vida —rió ella retorciéndose en sus
brazos.
—¿Por qué estás
tan segura? —preguntó, irritado porque era cierto.
—Porque eres un
hombre superior —replicó ella, burlándose y tentándolo al mismo tiempo—. No te
rebajarías a hacer algo tan mediocre.
—Superior ¿eh?
—Sí, pero no te
hace ninguna falta que yo te lo diga —lo empujó—. A decir verdad, me pregunto
cómo consigues ser tan creído. ¿Cómo lo haces? —preguntó, parpadeando con
inocencia.
—¿Siempre estás
de tan mal humor por la mañana? ¿O es sólo porque voy a marcharme pronto y no
podrás abusar de mi tierno cuerpo hasta que vuelva a casa?
Miley le golpeó el
brazo, hundió la cabeza en su pecho y gruñó con desesperación. Él disfrutó de
la vibrante sensación de sus labios sobre la piel.
—¿No contestas?
¿Ya te estás acogiendo a la quinta enmienda?
—No pienso
discutir con un hombre que lo hace para ganarse la vida.
—Eso no te ha
parado antes. Creo —dijo— que voy a ir tarde para enterarme de cómo vive el
resto de la gente. Puede que ser ligeramente humano no sea tan terrible después
de todo.
—¿Es la primera
vez? —preguntó ella recelosa.
—Nunca he tenido
una buena razón antes —dijo, anticipándose a la mirada inquieta que conocía tan
bien. Con lo que había planeado para ella, Nick estaba seguro de
que su nerviosismo iba a aumentar, más que disminuir. Era justo, se dijo, si se
tenía en cuenta que ella lo había vuelto del revés. Jugueteando con el tirante
del diminuto camisón rosa, sonrió al recordar que lo había sacado de un cajón
lleno de camisones de franela, cuando ella insistió en ponerse algo para dormir.
—Tengo algo para
ti —dijo con tono casual.
— ¿Qué?
—preguntó ella curiosa.
—Algo que quería
que tuvieras —respondió, sentándose sobre la cama.
—Eso suena muy
vago —dijo.
—Cierra los ojos
—ordenó.
—Quiero…
—Creí que no
ibas a discutir conmigo.
Le tapó los ojos
con la mano y sacó una pequeña caja de terciopelo del cajón de la mesilla.
Intentando no pensar que podría rechazar su regalo, sacó el anillo de rubíes y
diamantes de la caja. Ella consiguió entreabrir sus dedos.
— ¡Es un anillo!
—exclamó.
—Sí, lo es —sonrió
él al oír la mezcla de asombro y felicidad en su voz.
—Es precioso
—balbuceó—. Rubíes y diamantes. Dios mío, Nick, ¡es precioso!
—acercó la mano e inmediatamente la retiró como si se hubiera quemado—. No
puedes… —comenzó, sacudiendo la cabeza—. No puedo…, nosotros…
—Puedo
—corrigió, intentando calmar su pánico antes de que se le escapara de las
manos—. Puedo y lo he hecho. Sólo es un anillo, Miley —dijo, quitándole
importancia, pues quería que lo aceptara.
—Sólo un anillo
—bufó ella, apartándose el flequillo de un soplido—. No has sacado esto de una
máquina de chicles.
—No es un anillo
de compromiso —le aseguró—. Pero cuando la gente te pregunte por el anillo,
puedes enseñárselo.
—Nick, no vamos a estar
comprometidos mucho más. Mis treinta días están a punto de acabar —dijo,
mirándolo muy seria.
—Ya lo sé. Por
eso he dicho que no es un anillo de compromiso —dijo Nick, intentando
ignorar que sus palabras habían sido como una puñalada.
—¿Entonces qué
es? —Miley movió la cabeza con incredulidad.
Él calló. Lo
había pillado por sorpresa. Algo raro en él. Había supuesto que le iba a costar
convencerla de que aceptara el anillo, pero no había calculado que llegaría a
este punto. Cualquier otra mujer ya lo llevaría puesto, masculló para sí.
—El anillo es un
regalo, maldita sea. Sin obligaciones. Quiero que lo lleves todo el tiempo
—dijo—. Incluso cuando ya no estemos prometidos.
—Pero…
—Pero nada
—espetó, cada vez más frustrado—. Es un anillo de amistad. Está muy claro
—dijo. Los rubíes y diamantes, que le recordaban su fuego y su brillantez,
parecían burlarse de él—. Te aseguro que nunca he tenido una amiga como tú, Miley,
y nunca la tendré. Si quiero regalarte el maldito diamante Hope, estoy en mi
derecho. No hay ley que me lo impida. ¿Vas a dejar de discutir y probarte el
maldito anillo?
Miley parpadeó,
movió la cabeza y sonrió. Se puso el anillo.
—Por un momento me has preocupado,
Nick. Podría haber llegado a pensar que esto era un gesto
romántico. Pero me has devuelto a la tierra cuando has empezado a quejarte —se
volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos—. Gracias, Nick —dijo con
suavidad—. Quiero ser tu amiga para siempre.
Nick la estrechó con
fuerza. Se había puesto el anillo y estaba entre sus brazos, pero él quería más
que eso.
Por Dios!!! El malditoo anillo que se lo ponga ya
ResponderEliminarcarajo!
siguela prontoo, Vane