Joe se levantó, avanzó hasta
él y le puso una mano en el hombro.
—En ese caso, tengo una
bonita y acogedora celda que quizá encuentres de tu agrado —señaló Joe.
Glasgow apartó la taza y se
puso en pie, encarando a Joe. Le sacaba varios centímetros, a pesar de que Joe
medía metro ochenta. Y al igual que Shamus, Joe era mucho menos pesado, pero
sabía cómo tratar a tipos como aquel. Se había enfrentado a muchos de su calaña
en las calles de Boston. Se movió muy despacio para darle tiempo a Glasgow a
ver la pistola automática que llevaba enfundada bajo la axila, debajo de la
gabardina. Glasgow miró la pistola y después su mirada se clavó en los ojos de Joe.
—Estoy temblando, muchacho.
—Quizá deberías —dijo Joe
sin retroceder.
—No lo creo, si tenemos en
cuenta el récord de detenciones de nuestro departamento de policía —dijo
Glasgow con desprecio.
Caminó hasta la puerta de
entrada y la dejó abierta. Una ráfaga de viento gélido atravesó la barra y Joe
vio cómo Selena se estremecía. Glasgow se puso la capucha de su impermeable y
se quedó de pie, inmóvil, en el umbral de la puerta, con la vista fija en la
oscuridad de la noche. Después miró hacia atrás por encima de su hombro y posó
su mirada sobre Selena.
—La policía nunca encontró
al asesino de aquellas mujeres veinte años atrás. No creo que las cosas hayan
cambiado mucho desde entonces. Si alguna vez te encuentras en problemas,
muchacha, yo no pediría ayuda a su gente.
Se despidió de Joe con un
leve movimiento de cabeza, se volvió y desapareció por la puerta en medio de la
noche.
—Cuéntame la historia del
castillo que está en el acantilado —preguntó Becca, mientras observaba en
compañía de Demi a las parejas que giraban como peonzas en el salón de baile.
—¿Te
refieres a The Bluffs?
—Sí, exacto —admitió Becca
con aire meditabundo.
Demi se preguntó si habría
ocurrido algo a lo largo de la velada que hubiera preocupado a su nueva amiga.
Excepto el breve encuentro que habían tenido en el vestíbulo, a la llegada de Demi,
apenas había visto a su amiga en toda la noche. Becca había desaparecido
después de la llegada de Lucian LeCroix y había dejado sola a Demi en compañía
del apuesto profesor. Habían hablado unos minutos para concretar la cita del
día siguiente, decidiendo que se verían en la biblioteca del campus para
iniciar la visita, y después Lucian, que había insistido en que lo llamara por
su nombre de pila, se había excusado con la intención de unirse al resto de los
invitados. Demi había permanecido sola, apoyada en una esquina, durante más de
una hora. Estaba agradecida de que Becca hubiera acudido en su ayuda una vez
más.
La música dejó de sonar. Las
parejas se retiraron hacia los márgenes del salón y Demi atisbo al profesor
LeCroix. Estaba hablando con Drew Pierce, pero habría jurado que la estaba
mirando a ella. Pensó que su imaginación le había jugado una mala pasada.
Seguramente había sido fruto de su deseo de que un hombre tan atractivo y
cortés como Lucian LeCroix se fijara en ella por segunda vez en la misma noche.
Desde su primer encuentro él no se había vuelto a acercar. Si ahora estaba
mirando en su dirección se debería con toda probabilidad a la presencia de
Becca.
Becca era una mujer rubia y
atractiva mientras que Demi era tan solo… Demi.
Demz, tal y como Joe Jonas
solía llamarla. Demi pensó cómo una sola palabra, aquel apodo que tanto odiaba,
podía revelar con tanta claridad lo que él pensaba de ella.
— ¿Demi? —Becca le tocó el
brazo.
—Lo lamento —hizo un
considerable esfuerzo para recuperar el hilo de la conversación—. ¿De qué
estábamos hablando? ¡Ah, sí! El castillo. Fue traído desde Inglaterra, piedra a
piedra, por uno de los antepasados de la familia Pierce. Pero hace unos años lo
adquirió un hombre llamado David Bryson. Nunca se ha llevado bien con la
familia Pierce desde entonces. Y, por supuesto, estaba Ashley.
— ¿Ashley?
—Ashley Pierce.
Al recordar a su amiga
muerta un manto de tristeza cubrió su corazón, pero trató de sacudirse ese
sentimiento. La verdad era que no deseaba hablar de Ashley o de David Bryson,
pero Becca era nueva en el pueblo y su curiosidad resultaba natural.
—La familia de Ashley nunca
aceptó su relación con David —prosiguió Demi—.Además de la animosidad existente
por la propiedad de The Bluffs, siempre creyeron que
era muy mayor para ella. Tenía tan solo dieciocho años cuando se comprometieron
y David ya había cumplido treinta. Ashley murió en un accidente terrible, un
naufragio, y nunca se encontró su cuerpo. Desde entonces nadie ha vuelto a ver
a David, pero dicen que sale a pasear por las noches. Aparentemente, quedó
terriblemente desfigurado a causa de la explosión y esa es la causa de que se
haya convertido en un recluso. Eso y el sentimiento de culpa, desde luego. Los
más caritativos del pueblo dicen que todavía llora la muerte de Ashley. Otros
dicen que… bueno, no tiene importancia. La verdad es que todo resulta
escalofriante.
Demi, para corroborar sus
palabras, sintió un escalofrío.
—Yo diría que es una
historia muy romántica —apuntó Becca—. Creo que me gustaría conocer a ese David
Bryson.
— ¡No! —exclamó Demi
alarmada—. No quieres conocerlo. Ni siquiera lo pienses. Perdí a una amiga muy
querida por juntarse con él y no quiero perder a otra.
— ¿Quién ha dicho nada de
juntarse con él? —Becca rio—. Solo he dicho que me gustaría conocerlo.
—Si quieres conocer a gente
—señaló con firmeza—, hay un montón de hombres muy agradables esta noche en la
fiesta. Piensa en Drew Pierce, por ejemplo. Es atractivo y muy rico. La mayoría
de las mujeres lo encuentran irresistible.
—Sí, ya he conocido a Drew
—reconoció con cierto desdén.
Era obvio que, por la razón
que fuera, el soltero de oro del pueblo no despertaba un especial interés en
Becca. Pero, ¿David Bryson? ¡No, por nada del mundo!
—Además —continuó Becca—, si
hay tantos hombres interesantes en el baile, ¿por qué estás aquí sola charlando
conmigo? No te he visto bailar ni una sola pieza en toda la noche.
—Bueno, eso es porque…
— ¿Y bien? —y arqueó una
bonita ceja.
—La verdad es que no me
llama la atención este tipo de música —y se giró hacia la orquesta.
—Me doy cuenta
de que todavía no nos conocemos demasiado bien —dijo Becca y dirigió a Demi una
mirada escrutadora—. Pero ¿aceptarías un consejo?
—Por supuesto —admitió con
indiferencia.
—Eres una chica muy bonita, Demi.
Eres cariñosa y encantadora. He podido comprobarlo desde que nos conocemos.
Pero la mayor parte del tiempo pareces distante. Sobre todo en compañía de los
hombres. Si pudieras comportarte de un modo más… cálido, seguro que los hombres
harían cola para sacarte a bailar.
—¿Quién ha dicho que yo
quiero bailar? —replicó con cierta sorpresa.
—Todas las chicas quieren
bailar —indicó Becca con una sonrisa vaga y dudó un instante antes de seguir—.
¿Sabes lo que pienso? Creo que utilizas esa actitud distante e incluso tu
inteligencia como una suerte de santuario. Un refugio para tu verdadera
personalidad en el que nadie pueda herirte.
Demi no supo qué responder.
No podía negarlo porque había mucha verdad en aquellas palabras.
—Te he ofendido, ¿verdad?
—preguntó Becca preocupada.
—No, no es eso. Es que…
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