viernes, 9 de noviembre de 2012

Durmiendo con su Rival Capitulo 26




Ambos se giraron, y Joe vio a Demi. Tara dejó caer las manos, pero ya era demasiado tarde. El es­taba frente a frente con su antigua amante, y Demi dio por supuesto lo peor.
Joe vio el dolor reflejado en sus ojos antes de que ella se diera la vuelta para regresar a aquella fiesta repleta de mirones.
Demi se abrió paso entre la multitud, buscando desesperadamente una vía de escape. Joe le ha­bía mentido. Había insistido en que ya no se sen­tía atraído por Tara, pero sus actos hablaban me­jor que sus palabras.
Mucho mejor.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero se negaba a llorar. Conteniendo su pena, siguió abriéndose camino entre los invitados y los perio­distas que estaban allí para la ocasión.
Alguien la agarró del brazo, y Demi forcejeó para soltarse.
Demi, espera!

Escuchó la voz de Joe, y se esforzó aún más por escapar, pero la estaba sujetando con dema­siado fuerza.
Ella se dio la vuelta para mirarlo y contempló su expresión de remordimiento. Era todo un ac­tor. Como de costumbre, estaba interpretando su papel a la perfección.
Todos los invitados miraban hacia ellos para contemplar la escena.
-No es lo que tú piensas -aseguró Joe soltán­dole el brazo-. Tara me estaba arreglando la cor­bata. Sé que suena estúpido, pero es la verdad.
Efectivamente, sonaba estúpido. No era más que una excusa barata. Y Demi no podía compren­der por qué se molestaba ni en decirla.
Demi pidió en silencio reunir la fuerza necesa­ria para continuar con aquella pantomima pública. Su pelea ya no era fingida, sino que se había convertido en real. Y ahora tenía que improvisar y convencer a Joe de que no le importaba en abso­luto.
-No me interesa lo que haya ocurrido -aseguró remarcando cada sílaba con orgullo—. Es deni­grante, pero lo superaré.

-No ha pasado nada, Demi. Te lo juro -repitió él acercándose para rozarle la mano con las yemas de los dedos—. Lo siento. Nunca quise herirte, ni provocarte confusión.
Demi retiró la mano de inmediato. No podía so­portar el dolor de sus caricias, de sus mentiras, de su traición.
-Ya te he dicho que no importa. Y tú tampoco me importas. No vale la pena que malgaste mi tiempo contigo. Ya no.
Joe permaneció de pie, mirándola fijamente con el dolor reflejado en los ojos. Un dolor fin­gido, se recordó Demi. Sólo estaba molesto porque lo hubieran pillado.
-Te amo, Demi. De eso estábamos hablando Tara y yo cuando entraste —aseguró Joe con los ojos humedecidos-. Te iba a pedir que te casaras conmigo, pero ahora sé que no aceptarías.
La multitud continuaba observándolos. Algu­nos invitados susurraron algo, y otros carraspea­ron. Demi pensó que iba a desmayarse.

 -No estás hablando en serio —dijo.
-Sí. No he hablado más en serio en toda mi vida. Lo eres todo para mí: Eres mi corazón, mi alma, mi amiga, y mi amante. Pero tienes razón. Ahora ya no importa. No puedo obligarte a que sientas lo mismo por mí.
-Pero lo siento -respondió Demi con los ojos arrasados en lágrimas-. Aunque no podía decír­telo. No después de lo que creí que estabas ha­ciendo con Tara.
-¡Oh, cariño! -susurró Joe estrechándola en­tre sus brazos y sintiendo su corazón contra el suyo, igual de acelerado.
-¿Podemos ir a un sitio más tranquilo? -pre­guntó Demi
A un lugar en el que no los mirara todo el mundo, donde los periodistas no estuvieran escu­chando cada palabra que dijeran.

Cada hermosa, emocionante y maravillosa pala­bra.
Joe la guió entre la multitud, y, cuando pasa­ron al lado de Tara, la actriz sonrió. Demi le devol­vió la sonrisa. Nunca hubiera esperado que la otra mujer fuera su aliada, pero Tara ya estaba dirigién­dose a la prensa, distrayéndola mientras ella y Joe se escapaban.
Él la llevó hasta la salita del jardín, donde esta­ban rodeados de cientos de flores mientras la llu­via golpeaba contra las paredes y el techo de cris­tal. A solas por fin, él la besó.
Joe tenía el cuerpo duro y fuerte, y la boca cá­lida. Demi cerró los ojos y lo abrazó.
Él dio un paso atrás para acariciarle la mejilla y recorrerle la mandíbula con el dedo pulgar. Ella abrió los ojos para mirarlo, para memorizar cada uno de sus rasgos.

-¿Cuándo lo supiste, Joe? ¿Cuándo supiste que me amabas?
-No estoy muy seguro, pero fue anoche cuando por fin lo admití. Llevaba toda la semana aterrorizado ante la idea de perderte cuando llegara la fiesta. Creo que todo el tiempo he sabido que te amaba, pero estaba demasiado asustado como para enfrentarme a mis sentimientos.
-Yo también luchaba contra mis sentimientos.
-¿De verdad? ¿Desde cuando?
-Desde que me mudé a vivir contigo.
-¿Te quieres casar conmigo, Demi? -preguntó Joe tomándola de las manos-. ¿Quieres ser mi es­posa?
-Te amo, y nada desearía más -respondió ella con el corazón encogido-. Pero no quiero dejar mi carrera, Joe.

-No te estoy pidiendo que lo hagas -aseguró él tomándose un respiro antes de comenzar a expli­carse—. Antes nunca me importó pensar que mi fu­tura esposa trabajara. Creía que esa era una deci­sión que debería tomar ella. Pero cuando me enteré de lo del suicidio de mi madre, cambié de opinión. Ahora sé que puedo enfrentarme a la verdad sobre Danielle -dijo abrazándola-. Gracias a ti. Porque tú eres la pieza que le faltaba a mi co­razón.

Los ojos de Demi se humedecieron. También él era parte de su corazón. Abrazados, ambos escu­charon en silencio unos minutos el sonido de la lluvia, y entonces ella recordó la fiesta en la que se habían conocido.
-Aquella primera noche soñé contigo. Enton­ces también llovía -recordó con una sonrisa-. Me embaucaste desde el principio, pero me alegro que me metiera usted en este asunto del escán­dalo, señor Jonas.
-¿Ah, sí? -respondió Joe dando un paso atrás para componer una mueca burlona-. Me alegro, porque pienso seguir metiendo las narices en su trabajo, señorita Lovato. ¿Recuerdas aquel con­curso que querías hacer para encontrar un nuevo sabor para Lovato? Pues voy a ayudarte.

Demi se lanzó de nuevo a sus brazos. Él la le­vantó del suelo y comenzó a dar vueltas, y ella soltó una carcajada. Sabía que aquel hombre, aquel hombre insistente, sensible y obstinado, era suyo para siempre.

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