Sin darle otra
oportunidad para rechazarlo, la besó. Sus labios, carnosos y sensuales, sabían
a champán. El aroma de aceite perfumado lo embriagó por completo. Siguió
besándola hasta que ella respondió. Besar a Miley
era un problema, hacía que deseara mucho más.
Quería sentirla
desnuda junto a él. Quería deslizar sus manos por sus senos, entre sus sedosos
muslos, hacer que se sintiera húmeda y excitada. Deseaba las manos de ella
sobre la piel, sentir esa seductora boca recorriéndole el cuerpo.
Miley se apartó y
respiró profundamente, los ojos oscuros de excitación.
—Siento muchas
cosas —susurró— pero no me siento más lista.
Tras pasar mala
noche, Nick se
despertó temprano el domingo y decidió revisar unos casos mientras tomaba el
café. Sospechaba que Miley seguía durmiendo. A
las siete de la mañana sonó el teléfono. Lo miró molesto y respondió.
—¡Enhorabuena!
—No estoy
interesado —cortó rápidamente, pensando que sería una de esas estúpidas
promociones que ofrecían un premio.
—¿Perdón? Soy tu
vecina, Anna Vincent.
—Oh. Hola señora
Vincent —contestó
Nick. Era la
concejal.
—Acabo de leer
lo de tu compromiso en el periódico y…
—¿Mi
compromiso? —aulló él.
—Sí. En la
columna de Daphne Roget.
Es una historia muy romántica y…
Aunque la
presión arterial le subió al máximo, Nick puso su mente en funcionamiento. Daphnele Roget
escribía una columna sobre las fiestas de alta sociedad, y solía especular y
exagerar. Nick opinaba
que su estilo sería mucho más apropiado para una revista del corazón. Daphne estuvo en la
fiesta la noche anterior. De hecho, pensó con inquietud manifiesta, ¿no la
había visto hablando con Miley?
—No he leído la
historia —le dijo a
Anna—. Gracias por decírmelo. Que pase un buen día —entonó
con calma.
Corrió hacia el
porche a por el periódico y casi se llevó por delante a Miley, que estaba al pie de las escaleras frotándose los ojos.
—¿Hay algún
problema? —preguntó con voz adormilada que, sin duda, era demasiado sexy para una mujer
que llevaba una camiseta de dormir con un conejito rosa estampado en el pecho.
—Posiblemente
—replicó él, abriendo la puerta y agarrando el periódico. Pasó las páginas
rápidamente hasta que llegó a la columna de Daphne, y comenzó a
maldecir entre dientes.
—Quiero una
rectificación.
—Que… —comenzó Miley.
Sonó el
teléfono. Nick arrugó
el periódico y cerró los ojos.
—Demandarla no
es suficiente —masculló—. Quiero que la expulsen del planeta.
—¿Sí? —dijo Miley, y esperó un segundo—. ¿Qué, qué? —balbuceó
débilmente.
Nick abrió los ojos y
la miró. Tenía pinta de sentirse tan mal como él.
—Pero no estamos
comprometidos —dijo. Apartó el auricular de su oído y se oyeron unas fuertes
risotadas. Finalmente miró a
Nick con ojos angustiados—. Es el socio de tu bufete, Bob —anunció,
entregándole el teléfono.
Nick lo agarró y no
tuvo oportunidad ni de respirar antes de que Bob lo llamara zorro taimado y empezara a felicitarlo.
Intentó interrumpirlo varias veces pero Bob estaba entusiasmado.
Cuando colgó, Nick se apretó el
puente de la nariz con los dedos. Tenía ganas de dar un puñetazo a algo.
—¿Cuánto tiempo
hablaste con Daphne
Roget anoche?
—Unos veinte
minutos —dijo Miley, retorciéndose los dedos con
ansiedad—. No hacía más que preguntarme cosas sobre ti. Pensé que sería una
mujer inofensiva y solitaria.
—Es una
periodista de sociedad con el instinto de una barracuda.
—Lo siento —dijo
Miley con el rostro crispado.
El teléfono
volvió a sonar. Miley fue hacia él pero Nick negó con la
cabeza.
—Deja que salte
el buzón de voz. Necesito que me cuentes exactamente lo que le dijiste a Daphne.
Mientras el
teléfono sonaba sin parar, Nick
escuchó a Miley relatar su conversación
con la columnista. Miley, inocentemente, había
caído de lleno en sus redes, suministrándole todos los datos que luego Daphne retorció y
manipuló a placer.
—¿Qué es esta
bobada de que siempre fui un niño listo y valiente? —preguntó, mirando el
arrugado artículo.
—Me preguntó qué
tipo de niño eras y le dije que yo siempre te había admirado —repuso Miley encogiendo los hombros.
De niño, Nick siempre había
sido el pequeñajo. Con el paso de los años eso había cambiado, pero saber que Miley lo había visto con otros ojos lo emocionó.
Rechazó ese pensamiento.
—¿Y esta
estupidez de que en tu vida no ha habido otro hombre como yo?
—Bueno, me
salvaste la vida. Nadie más lo ha hecho —dijo Miley
con una mueca.
Después de eso, Nick no dijo mucho más,
pero su cerebro funcionaba a mil por hora. ¿Podría conseguir una rectificación
o ya estaba hecho el mal? Cuando Miley terminó su relato, puso el buzón de
voz. Escuchó, con desazón en la boca del estomago, la enhorabuena de Helen, su asistente, de
otro socio de la firma y de un par de colegas.
Aborrecía que
violaran la intimidad de su vida privada. Consideró las opciones que tenía y todas le
parecieron horribles. Recorría a zancadas el camino de la cocina al vestíbulo y
de vuelta, blasfemando entre dientes y moviendo la cabeza de lado a lado cada
vez que sonaba el teléfono.
Miley se mordió el labio y se puso ante él; el fragante
aroma de aceite corporal volvió a embrujarlo. Aunque llevaba calcetines largos
y una camiseta enorme, no pudo evitar recordar el beso de la noche anterior, su
sabor.
—Esto es culpa
mía —dijo Miley—. ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres
que llame a Daphne y…
—¡No! —exclamó Nick, con las venas a
punto de estallar—. No. No vuelvas a hablar
con Daphne. Si
se acerca a ti pregúntale cómo le va su enfermedad del hígado.
—Lo siento.
—Yo también
—aseveró él, resignándose a lo que era evidente—. Todo Richmond cree que estamos
comprometidos. Parece que no tenemos otra opción.
—¿Qué quieres
decir?
—Tú y yo tenemos
que comprometemos.
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