domingo, 11 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 8 Niley





Sin darle otra oportunidad para rechazarlo, la besó. Sus labios, carnosos y sensuales, sabían a champán. El aroma de aceite perfumado lo embriagó por completo. Siguió besándola hasta que ella respondió. Besar a Miley era un problema, hacía que deseara mucho más.

Quería sentirla desnuda junto a él. Quería deslizar sus manos por sus senos, entre sus sedosos muslos, hacer que se sintiera húmeda y excitada. Deseaba las manos de ella sobre la piel, sentir esa seductora boca recorriéndole el cuerpo.
Miley se apartó y respiró profundamente, los ojos oscuros de excitación.
—Siento muchas cosas —susurró— pero no me siento más lista.
Tras pasar mala noche, Nick se despertó temprano el domingo y decidió revisar unos casos mientras tomaba el café. Sospechaba que Miley seguía durmiendo. A las siete de la mañana sonó el teléfono. Lo miró molesto y respondió.
—¡Enhorabuena!

—No estoy interesado —cortó rápidamente, pensando que sería una de esas estúpidas promociones que ofrecían un premio.
—¿Perdón? Soy tu vecina, Anna Vincent.
—Oh. Hola señora Vincent —contestó Nick. Era la concejal.
—Acabo de leer lo de tu compromiso en el periódico y…
—¿Mi compromiso? —aulló él.

—Sí. En la columna de Daphne Roget. Es una historia muy romántica y…
Aunque la presión arterial le subió al máximo, Nick puso su mente en funcionamiento. Daphnele Roget escribía una columna sobre las fiestas de alta sociedad, y solía especular y exagerar. Nick opinaba que su estilo sería mucho más apropiado para una revista del corazón. Daphne estuvo en la fiesta la noche anterior. De hecho, pensó con inquietud manifiesta, ¿no la había visto hablando con Miley?
—No he leído la historia —le dijo a Anna—. Gracias por decírmelo. Que pase un buen día —entonó con calma.

Corrió hacia el porche a por el periódico y casi se llevó por delante a Miley, que estaba al pie de las escaleras frotándose los ojos.
—¿Hay algún problema? —preguntó con voz adormilada que, sin duda, era demasiado sexy para una mujer que llevaba una camiseta de dormir con un conejito rosa estampado en el pecho.
—Posiblemente —replicó él, abriendo la puerta y agarrando el periódico. Pasó las páginas rápidamente hasta que llegó a la columna de Daphne, y comenzó a maldecir entre dientes.
—Quiero una rectificación.
—Que… —comenzó Miley.

Sonó el teléfono. Nick arrugó el periódico y cerró los ojos.
—Demandarla no es suficiente —masculló—. Quiero que la expulsen del planeta.
—¿Sí? —dijo Miley, y esperó un segundo—. ¿Qué, qué? —balbuceó débilmente.
Nick abrió los ojos y la miró. Tenía pinta de sentirse tan mal como él.
—Pero no estamos comprometidos —dijo. Apartó el auricular de su oído y se oyeron unas fuertes risotadas. Finalmente miró a Nick con ojos angustiados—. Es el socio de tu bufete, Bob —anunció, entregándole el teléfono.
Nick lo agarró y no tuvo oportunidad ni de respirar antes de que Bob lo llamara zorro taimado y empezara a felicitarlo. Intentó interrumpirlo varias veces pero Bob estaba entusiasmado.
Cuando colgó, Nick se apretó el puente de la nariz con los dedos. Tenía ganas de dar un puñetazo a algo.

—¿Cuánto tiempo hablaste con Daphne Roget anoche?
—Unos veinte minutos —dijo Miley, retorciéndose los dedos con ansiedad—. No hacía más que preguntarme cosas sobre ti. Pensé que sería una mujer inofensiva y solitaria.
—Es una periodista de sociedad con el instinto de una barracuda.
—Lo siento —dijo Miley con el rostro crispado.
El teléfono volvió a sonar. Miley fue hacia él pero Nick negó con la cabeza.
—Deja que salte el buzón de voz. Necesito que me cuentes exactamente lo que le dijiste a Daphne.
Mientras el teléfono sonaba sin parar, Nick escuchó a Miley relatar su conversación con la columnista. Miley, inocentemente, había caído de lleno en sus redes, suministrándole todos los datos que luego Daphne retorció y manipuló a placer.
—¿Qué es esta bobada de que siempre fui un niño listo y valiente? —preguntó, mirando el arrugado artículo.

—Me preguntó qué tipo de niño eras y le dije que yo siempre te había admirado —repuso Miley encogiendo los hombros.
De niño, Nick siempre había sido el pequeñajo. Con el paso de los años eso había cambiado, pero saber que Miley lo había visto con otros ojos lo emocionó. Rechazó ese pensamiento.

—¿Y esta estupidez de que en tu vida no ha habido otro hombre como yo?
—Bueno, me salvaste la vida. Nadie más lo ha hecho —dijo Miley con una mueca.
Después de eso, Nick no dijo mucho más, pero su cerebro funcionaba a mil por hora. ¿Podría conseguir una rectificación o ya estaba hecho el mal? Cuando Miley  terminó su relato, puso el buzón de voz. Escuchó, con desazón en la boca del estomago, la enhorabuena de Helen, su asistente, de otro socio de la firma y de un par de colegas.
Aborrecía que violaran la intimidad de su vida privada. Consideró las opciones que tenía y todas le parecieron horribles. Recorría a zancadas el camino de la cocina al vestíbulo y de vuelta, blasfemando entre dientes y moviendo la cabeza de lado a lado cada vez que sonaba el teléfono.

Miley  se mordió el labio y se puso ante él; el fragante aroma de aceite corporal volvió a embrujarlo. Aunque llevaba calcetines largos y una camiseta enorme, no pudo evitar recordar el beso de la noche anterior, su sabor.
—Esto es culpa mía —dijo Miley—. ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que llame a Daphne y…
—¡No! —exclamó Nick, con las venas a punto de estallar—. No. No vuelvas a hablar con Daphne. Si se acerca a ti pregúntale cómo le va su enfermedad del hígado.
—Lo siento.
—Yo también —aseveró él, resignándose a lo que era evidente—. Todo Richmond cree que estamos comprometidos. Parece que no tenemos otra opción.
—¿Qué quieres decir?
—Tú y yo tenemos que comprometemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario