—Alejandro el
Grande —declaró ella, moviendo la cabeza—. ¿Cómo es posible que te acuerdes de
todo eso?
—Estudié
historia como optativa —dijo—. ¿Quieres sacar un sobresaliente? —preguntó—.
Sigue aquí conmigo.
Durante el resto
de la noche, eso hizo. Mientras comían unos sándwiches, Nick la acribilló sin
piedad, preguntándole todo lo imaginable, desde el Imperio Romano, pasando por
la Edad Media, hasta el Renacimiento. Convirtió el repaso en un duelo alocado y
juguetón, que imbuyó a Miley de seguridad en sí misma. Al final de la noche, Nick le lanzaba una
uva por cada respuesta correcta.
—¡Para! No puedo
comer más —se quejó, riéndose.
—Llena de la
fruta del saber —dijo Nick.
—Llena de uvas
—corrigió ella.
Siguió un momento
de silencio, y Miley notó que la asaltaban sus emociones. Hasta ese momento el
examen improvisado las había mantenido a raya. Ahora volvía a sentirse
totalmente seducida por Nick.
Había comenzado la noche asustada por todo lo que no se sabía para el
examen. Ahora rebosaba confianza por todo lo que sí se sabía.
Se preguntó qué
había hecho él para conseguirlo. ¿Cómo podía haberle hecho tal regalo? ¿Por
qué? Podría haber salido con cualquier mujer para celebrar su victoria. En
cambio, se había quedado en casa con ella y la había ayudado a prepararse para
el examen.
Miley se fijó en la
camisa blanca desabrochada y en su pelo revuelto. Ni siquiera se había quitado
la ropa de trabajo. Ella le importaba. Notó
aleteo de mariposas en el estómago.
—Gracias —dijo.
—¿Por
torturarte? —Nick mordió
una uva y se la tragó.
Ella sonrió y
dio la vuelta a la mesa, acercándose.
—Lo haces muy bien.
Torturar —recalcó. Él esbozó una sonrisa, pero a sus ojos asomaron emociones
más sombrías.
—Eso es algo
totalmente recíproco.
Rodeó su muñeca
con el pulgar y el índice y la atrajo hacia él, sosteniendo su mirada. A Miley
le resultó tan natural agachar la cabeza y besarlo que casi le dio miedo.
Él bebió sus
labios, chupando con suavidad, explorando su boca con la lengua. Ella notó el
beso recorrerla hasta los pies. Sus pezones se endurecieron, aunque sólo la
había tocado la muñeca y la boca. Su piel comenzó a arder. Cuando él deslizó la
lengua por sus labios, recordó un momento más íntimo y sintió calor entre los
muslos.
Él debió notar
que se había excitado. Ella sabía que él también lo estaba. Aún así, Nick se apartó y la
miró largamente.
—Vete a descansar,
Miley. Vas a hacer un gran examen.
—Gracias —dijo
ella. Inhaló lenta y deliberadamente para despejarse la cabeza. Luego se
apartó—. Buenas noches.
Al subir las
escaleras, sabía que tenía algo más que agradecerle. Dos segundos más con esos
labios besándola y se hubiera olvidado por completo de la civilización
occidental.
Nick abrió la puerta
e inmediatamente notó el aroma agripicante de comida china. Miley corrió hacia
él, con el pelo flotando a la espalda, los ojos oscuros chispeantes de alegría.
—¿Qué tal te…?
—¡Lo hice! ¡Lo
hice! —se arrojó en sus brazos—. No aprobé el examen. ¡Lo conquisté! —Miley
daba saltos por el vestíbulo—. Estuve genial.
Su exuberancia
lo contagió, y se sintió orgulloso de ella. Se echó a reír.
—Ya me imagino
que estuviste genial, señorita Miley. ¿Estuviste tan abrasadora que tuvieron
que llamar a los bomberos? —se burló.
—No —Miley le
dio un puñetazo cariñoso en el hombro—. Pero lo hice muy bien. Y tú eres
responsable en parte.
—No —negó Nick con la cabeza—.
Tú…
—Claro que sí.
Deja de discutir. Te pasas el día discutiendo —le dijo, empujándolo hacia la
cocina—. No he tenido tiempo de preparar una buena cena, así que compré comida
china y una botella de champán barato. No es mucho —dijo—. Pero gracias.
Nick la miró a los ojos
y sintió una patada de deseo en el estómago. Miley tenía razón. Tenía que
dejarla en paz. Era demasiado emocional, demasiado poco convencional, demasiado
vulnerable. El único problema era que ahora que la había probado, no la deseaba
menos. La deseaba más.
—Fue un placer
—le dijo, sentándose a la mesa.
Compartieron
gambas con nueces, pollo con bambú y setas, y arroz. Nick no sabía si Miley
estaba borracha por su éxito o por las dos copas de champán que había bebido.
Sólo sabía que no podía quitarle los ojos de encima.
Después del
postre, ella insistió en volver a llenarle el vaso y acabó derramándole parte
del líquido en la camisa. Dio un gritito, arrepentida.
—Lo siento
mucho.
—No pasa nada
—él se desabrochó los puños—. La camisa es de algodón y mañana le tocaba
tintorería.
—Menos mal. Lo
siento —repitió con una mueca—, pero si no hubieras movido el vaso, no lo
habría derramado.
Él se sorprendió
al oír el suave reproche. Le echaba la culpa por haber derramado el champán.
Riéndose, se puso en pie.
—¿Eso crees?
—preguntó, rodeando la botella con las manos e inclinándola hacia su pecho.
Miley aulló
cuando el frío líquido la empapó la camisa. Lo miró con la boca abierta.
—¡Me has tirado
el champán por encima!
—No lo he tirado
—se burló él—. He derramado un poco —dijo. Se dejó llevar por un impulso
malvado y quitándole la botella, le echó más—. Esto es tirártelo por encima.
—No me lo puedo
creer —le dio un empujón—. Siempre tan ordenado, controlado y perfecto y ¡me
has empapado!
Él dejó la
botella de champán, de acuerdo con ella. Llevaba tiempo evitando todo tipo de
desorden y perdiéndose muchas cosas. Aún riendo, se desabrochó la camisa.
—Se me había
olvidado lo divertido que puede ser descontrolarse de vez en cuando. Ven —dijo,
alcanzándola—. Deja que te ayude.
—¡Ayudarme!
—rugió ella—. Después de tirármelo por encima.
—Sólo quiero
ayudarte a quitarte la blusa mojada —dijo, encerrándola entre sus brazos,
húmeda y escurridiza.
—¿Y qué más?
—preguntó ella con tono seco, pero sin apartarse.
—Todo lo demás
—dijo él, acariciándole la mejilla—. Sabes que te deseo.
—Creí que ibas a
dejar de enredarme los enchufes
—musitó ella, con un destello de pasión en los ojos, que cerró inmediatamente.
—Iba a hacerlo.
No funcionó.
Ella suspiró,
abrió los ojos y se enfrentó a su mirada.
—¿Qué voy a
hacer contigo?
—Tengo algunas
sugerencias —dijo Nick,
acercando su boca—. Pero me gustaría empezar a mí. 1313
—Maldito seas
—se quejó ella, pero aceptó el beso.
Su boca era
suave, dulce y cálida. La pasión se encendió como dinamita. Nick estaba acostumbrado
al control y Miley no sólo le hacía perderlo, hacía que disfrutara perdiéndolo.
Apartó las cajas de comida a un lado, desabrochó la blusa y el sujetador y la
reclinó suavemente sobre la mesa de la cocina.
Deslizó la boca
hasta su pecho y paseó la lengua entre sus senos, probando la embriagadora
combinación del sabor de su piel y el champán. Tomó un pezón en su boca y lo
chupó suavemente. Ella se estremeció bajo él y tiró de sus pantalones mientras
él le bajaba los vaqueros.
Nick quería todo al
mismo tiempo. Quería tomarla con las manos, con la boca y con el cuerpo. Quería
estar dentro de ella. «Tranquilo», se dijo, inhalando una bocanada de aire.
Agarró la botella de champán y derramó un poco en su vientre.
Ella gritó
sobresaltada, clavándole los dedos en los brazos.
—¿Que vas a…?
Él vio el
líquido deslizarse por su abdomen y desaparecer entre sus muslos.
—Tranquila
—dijo, y siguió las gotas con la lengua. Quería disfrutar de toda la intimidad
que un hombre puede tener con una mujer. Quería sentirse lo más cerca posible
de ella. Probó la suavidad aterciopelada de su femineidad, acariciándola y
sintiendo cómo se hinchaba con el contacto de su lengua y de sus labios. Con
cada movimiento de su cuerpo, él se excitaba más y más. Ella enredó los dedos
en su cabello y gritó de placer.
Su sabor y sus
gemidos eran como una droga, y no podía parar. Una y otra vez, la tomó con la
boca, llevándola más allá del límite.
—¡Para! —suplicó
ella por fin, con voz ronca—. No puedo… Quiero… —movió la cabeza. Sus ojos
oscuros expresaban todo lo que no podía decir con
palabras. Lo acarició con la mano y Nick volvió a sentir que lo consumía el deseo de hacerla
suya.
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