Pero ¿había podido Bryson
perdonarse a sí mismo? ¿O acaso el sentimiento de culpa lo había conducido a
hacer cosas terribles, tal y como sostenían algunos habitantes de la ciudad? Demi
trató de calmarse para que la imaginación no se apoderase de su raciocinio. No
existía la menor relación entre David Bryson y la muerte de Bethany Petéis.
Nada excepto una natural desconfianza hacia la figura de aquel hombre, y Demi
sabía que formaba parte de un prejuicio. Ashley había sido su amiga.
Debía tener cuidado. Una
perspectiva tan sesgada terminaría por probar el punto de vista de Joe y le
daría la razón con respecto a que ella no tenía cabida en una investigación
policial.
—No van a encontrar nada
—murmuró Geoffrey Pierce con displicencia, con la mirada fija en la puerta del
solario—. Esa chica estaba muerta antes de que la colgaran.
Demi había llegado a la
misma conclusión, pero no fue admiración lo que sintió por la aguda observación
de Geoffrey.
Anteriormente, cuando todos
habían entrado corriendo en el solario, el resto de los miembros de la familia
Pierce habían sufrido una fuerte conmoción ante la visión del cadáver. En
especial Zachary, que había perdido el color cuando su padre sugirió que él y
Drew buscaran una forma de bajar el cuerpo. La misma expresión de horror y
compasión habían reflejado los ojos azules de todos los Pierce, excepto en el
caso de Geoffrey.
Sus ojos solo se habían
iluminado con una cierta curiosidad objetiva.
Demi no tuvo más remedio que
interesarse por un hombre, ajeno a ese mundo, que podía guardar la calma de un
modo tan estoico frente a semejante escena.
— ¿Por qué cree que Joe no
encontrará ninguna prueba? —preguntó.
—Porque, quienquiera que
hiciera algo así sabía lo que hacía.
— ¿Un hombre?
—Teniendo en cuenta su
amplia experiencia en este campo, estoy seguro que sabrá tan bien como yo que
esta clase de crímenes es perpetrado casi siempre por hombres de raza blanca.
Aparentemente, los asesinos en serie son una desgracia que solo sufre nuestra
raza y nuestro género —concluyó sin excesiva preocupación.
— ¿Un asesino en serie? —Demi
fingió sorpresa—. ¿Quién ha hablado de un asesino en serie?
—No me diga que no ha
pensado en eso mismo cuando ha descubierto el cuerpo —Geoffrey le dedico una
enigmática sonrisa—. ¿No se ha fijado en cómo estaba expuesto el cadáver? ¿Qué
otra cosa puede ser?
—Un acto salvaje —dijo Demi—.
Un crimen pasional.
—Usted no cree eso —sacudió
la cabeza—. Sabe tan bien como yo a lo que nos enfrentamos en esta ocasión.
Demi había estudiado casos
similares en sus cursos de doctorado. Sabía perfectamente qué implicaba que un
asesino firmara sus muertes. Pero no dejaba de preguntarse cómo lo sabía
Geoffrey Pierce.
¿Acaso un nuevo cuerpo
vendría a corroborar en las próximas horas su teoría?
La tormenta se había alejado
hacia el mar hacía una hora, pero Demi todavía podía distinguir los destellos
de los relámpagos desde el interior de su coche, aparcado un poco más abajo de
la Funeraria Krauter. El aguacero había amainado y había dado paso a una
persistente llovizna que brillaba sobre el adoquinado de la calle, semejando un
cuadro impresionista.
Era muy tarde, pasadas las
tres de la madrugada, y por un momento Demi sintió sobre su piel el
sobrecogedor silencio, la paz sobrenatural que se había instalado en la noche
tras el despertar de la espeluznante violencia.
Amparada por los sillones de
su nuevo coche, apenas podía creer lo acontecido en las últimas horas. Pero era
real. Una estudiante había sido asesinada y ella había descubierto el cadáver.
Ningún seminario, ninguna clase y ningún título la habían preparado para una
visión tan atroz.
Demi contempló con
nerviosismo cómo el coche fúnebre que transportaba el féretro de Bethany Peters
se deslizaba lentamente a su lado. Los cristales tintados eran tan oscuros que no
pudo distinguir a ninguno de los ocupantes, pero sabía que detrás del conductor
iba otra persona. Había estado presente en la mansión de los Pierce cuando los
empleados de la funeraria se llevaron el cuerpo. Al día siguiente lo
trasladarían a un hospital cercano donde se determinaría la causa de la muerte.
Pero esa noche descansaría en una sala de Krauter.
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