—Un pánico excesivo a los
lugares cerrados —explicó.
—Ya sé lo que quiere decir
—dijo Joe—, pero solo tú lo expondrías de ese modo.
— ¿De qué modo?
—Apuesto a que solo tú
darías la definición exacta del diccionario, palabra por palabra.
— ¿Y qué tiene de malo
hablar con propiedad? —preguntó con su orgullo herido.
—Nada —Joe pensaba que las
personas con un elevado coeficiente intelectual vivían aisladas en su pequeño
mundo y nunca atendían a razones—. Pero no tengo claustrofobia. Solo que no me
gustan demasiado todas estas malditas plantas.
—Bueno, quizá le tengas
pavor a las plantas.
—En todo caso no me sobra
tiempo —zanjó con firmeza—.Tenemos mucho que hacer.
—Desde luego.
Demi le dirigió una mirada
fría, se giró y se encaminó hacia el fondo del solario sin decir una sola
palabra.
Joe confiaba en no haber
herido sus sentimientos, pero a veces podía llegar a ser terriblemente
irritante. Tenía tanta información inútil almacenada en su cabeza que resultaba
agobiante. Siempre había sido mucho más lista y superior al resto en opinión de
Joe. Y esa era una de las razones por la que había tenido tantos problemas en
la escuela. Bastante malo era ser una lumbrera pero ¿qué necesidad había tenido
de restregárselo a todo el mundo en las narices?
Era una lástima porque no
era una chica desagradable. Joe pensó que habría gente que podría considerarla
atractiva, desde un punto de vista afectuoso. Tenía un bonito pelo, unos
bonitos ojos y era delgada.
Había madurado desde que él
había abandonado la ciudad seis años atrás, pero seguía siendo muy joven. Lo
había pasado mal pensando en ella como en una mocosa indefensa a la que había
procurado defender frente a las burlas de los matones del colegio. Y aún no
comprendía por qué se había molestado. Ella había dejado muy claro desde el
principio que no necesitaba ayuda de tipos como él.
Supuso que aquello era lo
justo. No solo era muy inteligente, también era enormemente rica. Provenía de
la parte adinerada de la ciudad, mientras que él había crecido en los muelles.
Los padres de Demi eran científicos. Sin embargo, su padre había sido un
borracho. Nunca se habían movido en los mismos círculos sociales.
Demi se detuvo nuevamente
frente a él y levantó la vista hacia el cielo. Joe miró hacia el techo. El
cuerpo colgaba de una viga de hierro, a unos tres metros de altura, y se mecía
suavemente de lado a lado. Joe notó cómo se le helaba la sangre al descubrir el
cuerpo, pese a que había tenido tiempo más que suficiente para prepararse.
Pero, a pesar de su predisposición y de su experiencia, el asesinato siempre lo
sobrecogía.
Sobre todo cuando la víctima
era muy joven.
No podía tener más de
dieciocho o diecinueve años. Sería la hija de alguien, la hermana de alguien. Y
un asesino de sangre fría había extinguido su llama y colgado su cuerpo inerte
igual que un pedazo de carne en la cámara frigorífica de un carnicero.
—No se trata de un suicidio
—murmuró Demi.
Joe pensó que,
efectivamente, no se trataba de un suicidio.
—Desde aquí no se aprecia
ninguna herida —añadió Demi—. Pero estoy segura de que la mataron antes de
colgarla. En caso contrario, habría… signos visibles.
Joe pensó que la víctima
tendría la lengua fuera.
— ¿Cómo demonios ha podido
subirla hasta ahí arriba? —murmuró Joe.
Advirtió, con el rabillo del
ojo, que Demi estaba temblando. Había sido la alumna aventajada del profesor en
Heathrow, pero estaba dispuesto a apostar a que no había más de uno o dos años
de diferencia entre ellos. Muy a su pesar, Joe sintió cómo se despertaba su
instinto de protección. Ella no debería estar allí. No tendría que haber
permitido que volviese a entrar.
—Esto no nos llevará mucho
tiempo —dijo Joe—. Necesito hacerte algunas preguntas sobre el descubrimiento
del cadáver. Quiero que me indiques la posición exacta de los Pierce cuando
entraron aquí. Cuéntame cómo reaccionaron, qué fue lo que dijeron, cualquier
cosa que recuerdes. Después puedes esperar fuera con el resto.
Se volvió hacia él y lo miró
con gesto serio.
—La verdad es que me
gustaría quedarme hasta que el doctor Vogel examine el cuerpo —señaló Demi.
—Eso es imposible —negó Joe.
— ¿Por qué?
—¿Acaso no resulta evidente?
Tú has encontrado el cuerpo.
— ¿Y eso qué importa…? —Se
calló y abrió los ojos de par en par—. ¿Insinúas que soy sospechosa de
asesinato?
—Todo el mundo es sospechoso
—confirmó Joe—. No voy a descartar a nadie de momento.
—Pero… —y su voz se quebró
de nuevo—. Naturalmente. Lo entiendo. Tienes que establecer las pautas. Pero
creo, sinceramente, que puedo ayudarte. Tengo experiencia en la investigación
científica. Soy una profesional, igual que tú.
—No eres como yo. Tú no
llevas una placa —dijo abruptamente—. Si quieres ayudar, limítate a contestar a
mis preguntas. Es todo lo que necesito de ti.
Parecía que fuera a
protestar, pero no lo hizo. Frunció los labios y le dio la espalda. Seguramente
había herido sus sentimientos, pero no había marcha atrás. A pesar de su
doctorado, Joe no estaba dispuesto a involucrar a un civil en la investigación.
En primer lugar no estaba bien visto recurrir a la ayuda externa. Eso podía
herir la sensibilidad de más de uno y, en segundo lugar, no estaba convencido
de que Demi fuera muy competente.
Era, sin duda, una mujer muy
inteligente. Pero Joe había comprobado que, por mucho conocimiento teórico y
por muchos libros que hubiese leído, nada podía sustituir el olfato adquirido
patrullando las calles. Y pese a sus muchos títulos y a su exquisita educación,
Joe dudaba de que alguna vez se hubiera visto en la tesitura de poner en
práctica sus conocimientos. Una vez que hubiera contestado a sus preguntas, la
mandaría a su casa.
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