lunes, 12 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 10






—Mal juicio por mi parte —confesó en voz baja—. Muy mal juicio. A Sean le sobraba el empuje que a Brad le faltaba. Por desgracia, eso lo llevó a involucrarse en actividades ilegales. En cuanto me enteré le pedí que lo dejara. No lo hizo y rompí el compromiso. Poco después lo pillaron, está en la cárcel.
Miley no se atrevía a mirar a Nick. Podía mirar la taza de café, olvidada en su mano. Podía mirar su camisa blanca, su corbata, su fuerte mandíbula, incluso su nariz rota, pero no podía mirarlo a los ojos. Aún se sentía avergonzada de su falta de juicio, y odiaba la idea de que Nick pudiera despreciarla por eso.
—Todo el mundo comete errores —dijo él en voz baja y sorprendentemente cálida.
—Éste fue bien gordo.
—Podría haber sido mucho peor —apuntó Nick—. Podrías haberte casado con él.
Sus palabras la sorprendieron y aliviaron tanto que notó un nudo de emoción en la garganta. Asintió.
—Además, aprendiste la lección.
Ella se mordió el labio y luego se echó a reír para controlar las ganas de echarse a llorar.
—Sí. Aprendí que no tengo buen juicio en cuanto a hombres se refiere, y que comprometerme no es buena ida. Es tardísimo —dijo, cambiando de tema. Se iba a ahogar si no salía de allí inmediatamente—. Tengo que irme a clase. ¿Estás de acuerdo con las normas?
—Sólo queda una —dijo Nick, echándole otra ojeada al papel—. «Las muestras de afecto públicas serán las mínimas imprescindibles» —leyó. Hizo un gesto de indiferencia—. El único peligro es el sexo. No es como si fuéramos a involucrarnos sentimentalmente.
Asombrada de que Nick pudiera ser tan sensible un instante y tan absolutamente machista al siguiente, lo miró con la boca abierta. Llevaba diez minutos viajando en una especie de montaña rusa emocional. Inhaló profundamente y contó hasta diez antes de contestar.
—En eso estamos en desacuerdo. El buen sexo y los sentimientos son inseparables —le dijo—. En otro caso es simplemente sexo —hizo una pausa y añadió— y no es del bueno.
Esperó un momento y decidió finalizar la conversación.
—Me alegra que nos entendamos. Que tengas un buen día —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
Nick la alcanzó en el porche.
—Esta noche me visitará un cliente —dijo.
—¿Insinúas que quieres que prepare la cena o unas copas y algo para picar?
—No —negó él—. Es una adolescente que vendrá con su madre. La chica tiene cicatrices en la cara y no quiere que la vea nadie —se encogió de hombros—. No suelo recibir a clientes en casa. Sólo quería que supieras que estarán aquí.
Ella notó en su expresión que había algo en ese caso que le pesaba mucho.
—Vale. No notarás mi presencia, o puedo…
— ¡Nick y Miley! —se oyó gritar a una mujer.
Miley se volvió y vio a la concejala, Anna Vincent, correr por el jardín delantero de la casa de Nick.
—Enhorabuena a los dos —dijo, acercándose al porche—. Me encantó leer la noticia, Nick. Había empezado a preguntarme si alguna vez irías en serio con una chica. Tenéis que dejar que celebre una fiesta en vuestro honor.
— ¡No! —exclamaron Miley y Nick al unísono.
—Gracias, pero no es necesario —dijo Miley, tras aclararse la garganta.
—En absoluto —afirmó Nick—. No es necesario en absoluto.
—Claro que es necesario —dijo Anna, levantando los brazos—. Cuando el soltero más pretendido de Richmond se compromete, hay que celebrarlo. O llorarlo, si eres una de las otras, ¿no te parece, Miley? —añadió con un guiño.
—Claro —masculló Miley, con el corazón en un puño—. Bueno, tengo que irme a clase. Que tengas un buen día —le dijo a Anna. Después se volvió hacia Nick y se produjo un incómodo silencio.
—Hasta la noche —dijo él, rodeándola con un brazo. Miley se sorprendió tanto que se quedó paralizada, incluso cuando él agachó la cabeza—. Ella espera esto —susurró Nick, luego la besó.
Al sentir sus labios, se le aceleró el corazón. Nick se apartó ligeramente y ella notó, con sorpresa, que deseaba apretarse contra él. Sintió cierto alivio al ver que Anna volvía hacia su casa, pero la expresión controlada de Nick la inquietó. ¿Cómo podía estar impertérrito mientras ella, en cambio, sentía necesidad de abanicarse? Enfadada consigo misma por su reacción, tuvo que controlarse para no sacarle la lengua e insultarlo.
—Me gustaría que la próxima vez me previnieras con tiempo —susurró— para poder hacer mejor papel.
—No te preocupes. Has estado muy convincente.
Hirviendo de frustración, Miley no respondió. Fue al coche, encendió el motor y se aseguró de que las ventanilla estuvieran bien cerradas. Cuando estaba a un par de manzanas de la casa de Nick, gritó a pleno pulmón.
Cuando volvió esa tarde, Miley había decidido que Nick le había enseñado algo muy importante. Algunos hombres eran mucho peores que los abusones, y Nick era uno de ellos.
Su dicotomía la volvía loca. Era demasiado inteligente, arrogante, listo, sexy, seguro de sí mismo, heroico y a veces, pero no muchas, mostraba cierta sensibilidad; la sacaba los nervios de quicio.
Llegó a la conclusión de que había dejado que la afectaran sus muestras ocasionales de sensibilidad. Había bajado la guardia y eso era un gran error. Sus hormonas femeninas estaban descontroladas.
Intentó convencerse de que era un cerdo pero le resultó difícil, al fin y al cabo él le había salvado la vida. Simplemente tendría que seguir intentándolo, pensó, abriendo la puerta y dirigiéndose a la cocina. El primer paso sería pasar toda la tarde encerrada en su habitación estudiando análisis. Estaba sacando un cartón de zumo de la nevera cuando oyó voces en el salón y se acordó de que había clientes en casa.
Se sirvió un vaso de zumo y se apoyó en la encimera mientras lo bebía. Dio un respingo al ver a una chica con la cabeza inclinada y la cara tapada por un pelo rubio y desgreñado.
— ¡Dios mío! Estás tan callada que no te había visto. ¿Quieres un poco de zumo?
La cabeza se movió negativamente. La chica no había emitido ningún sonido, pero daba la impresión de estar sumergida en una apabullante soledad. Miley tendría que haber sido de hielo para no notar el dolor que emanaba de la chica.
Miley recordó lo que Nick le había contado. Esta era la adolescente de las cicatrices. Durante un instante, Miley consideró la posibilidad de dejarla en paz, pero algo se lo impidió.
—Soy Miley. La…, la prometida de Nick —dijo, añadiendo mentalmente «por un tiempo»—. Es muy buen abogado. Tienes suerte de que te represente. ¿Es tu madre quien está con él?
La cabeza volvió a asentir.

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