—Mal juicio por
mi parte —confesó en voz baja—. Muy mal juicio. A Sean le sobraba el empuje que
a Brad le
faltaba. Por desgracia, eso lo llevó a involucrarse en actividades ilegales. En
cuanto me enteré le pedí que lo dejara. No lo hizo y rompí el compromiso. Poco
después lo pillaron, está en la cárcel.
Miley no
se atrevía a mirar a
Nick. Podía mirar la taza de café, olvidada en su mano. Podía mirar su
camisa blanca, su corbata, su fuerte mandíbula, incluso su nariz rota, pero no
podía mirarlo a los ojos. Aún se sentía avergonzada de su falta de juicio, y
odiaba la idea de que
Nick pudiera despreciarla por eso.
—Todo el mundo
comete errores —dijo él en voz baja y sorprendentemente cálida.
—Éste fue bien
gordo.
—Podría haber
sido mucho peor —apuntó Nick—.
Podrías haberte casado con él.
Sus palabras la
sorprendieron y aliviaron tanto que notó un nudo de emoción en la garganta.
Asintió.
—Además,
aprendiste la lección.
Ella se mordió
el labio y luego se echó a reír para controlar las ganas de echarse a llorar.
—Sí. Aprendí que
no tengo buen juicio en cuanto a hombres se refiere, y que comprometerme no es
buena ida. Es tardísimo —dijo, cambiando de tema. Se iba a ahogar si no salía
de allí inmediatamente—. Tengo que irme a clase. ¿Estás de acuerdo con las
normas?
—Sólo queda una
—dijo Nick, echándole
otra ojeada al
papel—. «Las muestras de afecto públicas serán las mínimas imprescindibles»
—leyó. Hizo un gesto de indiferencia—. El único peligro es el sexo. No es como
si fuéramos a involucrarnos sentimentalmente.
Asombrada de que Nick pudiera
ser tan sensible un instante y tan absolutamente machista al
siguiente, lo miró con la boca abierta. Llevaba diez minutos viajando en una
especie de montaña rusa emocional. Inhaló profundamente y contó hasta diez
antes de contestar.
—En eso estamos
en desacuerdo. El buen sexo y los sentimientos son inseparables —le dijo—. En
otro caso es simplemente sexo —hizo una pausa y añadió— y no es del bueno.
Esperó un
momento y decidió finalizar la conversación.
—Me alegra que
nos entendamos. Que tengas un buen día —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
Nick la alcanzó en el
porche.
—Esta noche me
visitará un cliente —dijo.
—¿Insinúas que
quieres que prepare la cena o unas copas y algo para picar?
—No —negó él—.
Es una adolescente que vendrá con su madre. La chica tiene cicatrices en la
cara y no quiere que la vea nadie —se encogió de hombros—. No suelo recibir a
clientes en casa. Sólo quería que supieras que estarán aquí.
Ella notó en su
expresión que había algo en ese caso que le pesaba mucho.
—Vale. No
notarás mi presencia, o puedo…
— ¡Nick y Miley! —se oyó gritar a una mujer.
Miley se volvió y vio
a la concejala, Anna
Vincent, correr por el jardín delantero de la casa de Nick.
—Enhorabuena a
los dos —dijo, acercándose al porche—. Me encantó leer la noticia, Nick. Había empezado a
preguntarme si alguna vez irías en serio con una chica. Tenéis que dejar que
celebre una fiesta en vuestro honor.
— ¡No!
—exclamaron Miley y Nick al unísono.
—Gracias, pero
no es necesario —dijo Miley, tras aclararse la
garganta.
—En absoluto
—afirmó Nick—. No es
necesario en absoluto.
—Claro que es
necesario —dijo Anna,
levantando los brazos—. Cuando el soltero más pretendido de Richmond se
compromete, hay que celebrarlo. O llorarlo, si eres una de las otras, ¿no te
parece, Miley? —añadió con un guiño.
—Claro —masculló
Miley, con el corazón en un puño—. Bueno, tengo
que irme a clase. Que tengas un buen día —le dijo a Anna. Después se
volvió hacia Nick y
se produjo un incómodo silencio.
—Hasta la noche
—dijo él, rodeándola con un brazo. Miley se
sorprendió tanto que se quedó paralizada, incluso cuando él agachó la cabeza—.
Ella espera esto —susurró Nick,
luego la besó.
Al sentir sus
labios, se le aceleró el corazón. Nick
se apartó ligeramente y ella notó, con sorpresa, que deseaba apretarse
contra él. Sintió cierto alivio al ver que Anna volvía hacia su casa, pero la expresión controlada
de Nick la
inquietó. ¿Cómo podía estar impertérrito mientras ella, en cambio, sentía
necesidad de abanicarse? Enfadada consigo misma por su reacción, tuvo que
controlarse para no sacarle la lengua e insultarlo.
—Me gustaría que
la próxima vez me previnieras con tiempo —susurró— para poder hacer mejor
papel.
—No te
preocupes. Has estado muy convincente.
Hirviendo de
frustración, Miley no respondió. Fue al coche,
encendió el motor y se aseguró de que las ventanilla estuvieran bien cerradas.
Cuando estaba a un par de manzanas de la casa de Nick, gritó a pleno
pulmón.
Cuando volvió
esa tarde, Miley había decidido que Nick le
había enseñado algo muy importante. Algunos hombres eran mucho peores que los
abusones, y Nick era uno
de ellos.
Su dicotomía la
volvía loca. Era demasiado inteligente, arrogante, listo, sexy, seguro de sí
mismo, heroico y a veces, pero no muchas, mostraba cierta sensibilidad; la
sacaba los nervios de quicio.
Llegó a la
conclusión de que había dejado que la afectaran sus muestras ocasionales de
sensibilidad. Había bajado la guardia y eso era un gran error. Sus hormonas
femeninas estaban descontroladas.
Intentó
convencerse de que era un cerdo pero le resultó difícil, al fin y al cabo él le había salvado la
vida. Simplemente tendría que seguir intentándolo, pensó, abriendo la puerta y
dirigiéndose a la cocina. El primer paso sería pasar toda la tarde encerrada en
su habitación estudiando análisis. Estaba sacando un cartón de zumo de la
nevera cuando oyó voces en el salón y se acordó de que había clientes en casa.
Se sirvió un
vaso de zumo y se apoyó en la encimera
mientras lo bebía. Dio un respingo al ver a una chica con la cabeza inclinada y
la cara tapada por un pelo rubio y desgreñado.
— ¡Dios mío!
Estás tan callada que no te había visto. ¿Quieres un poco de zumo?
La cabeza se movió
negativamente. La chica no había emitido ningún sonido, pero daba la impresión
de estar sumergida en una apabullante soledad. Miley tendría
que haber sido de hielo para no notar el dolor que emanaba de la chica.
Miley
recordó lo que
Nick le había contado. Esta era la adolescente de las cicatrices. Durante
un instante, Miley consideró la posibilidad de
dejarla en paz, pero algo se lo impidió.
—Soy Miley. La…, la prometida de Nick —dijo, añadiendo
mentalmente «por un tiempo»—. Es muy buen abogado. Tienes suerte de que te
represente. ¿Es tu madre quien está con él?
La cabeza volvió
a asentir.
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