jueves, 15 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 21




Ella se alejó—. Oh, lo lamento. Estaba corriendo antes y hace calor aquí… —Ella dobló su cuello hacia su hombro y olfateó.
—No. Tú hueles…genial. —Ella olía a tierra, galletas y sexo, las tres cosas favoritas de él—. Tus heridas, sin embargo… serás más resistente a las infecciones, pero no quiero tomar riesgos.
—Oh. —Ella rió, pero había un nerviosismo sobre eso que venía con los amantes la primera vez. El sonido hizo que los músculos de él se estremecieran y envió la misma excitación nerviosa a través de él.
Él se separó hacia un lado y la levantó, llevándola hacia la ducha de paredes de vidrio. El asiento moldeado de la esquina era suficientemente grande para tres pero Joseph no tenía intenciones de sentarse junto a ella. El se acercó a la parte  inferior de la camiseta de ella. Ella se inclinó hacia atrás, agarrando el borde.
—Puedo hacerlo sola.
Él no pudo evitar la sonrisa ladeada—. ¿Qué diversión hay en eso?
La comprensión brilló en sus ojos, la lujuria calentaba el color de sus mejillas. Ella se sumergió en su barbilla, tímida y sexy, lo miraba fijamente a través de los filamentos rojos de su cabello.
—Tú primero.

El virus trabajaba a través de su sistema más rápido de lo que esperaba, mejorando sus sentidos básicos. Él nunca había visto a nadie pasar por las etapas iniciales, además de él y de todo lo que recordaba de aquellos días era alimentar el dolor... y el sexo. Intenso fue el lema de la experiencia. El virus no te hacía hacer cosas que no quisieras, sólo hacia todo saber, sentirse, y olerse mejor.

Joseph enganchó los bordes de su camisa y tiró de ella, enviando los botones color verde marino hacia el cristal y sobre el piso de la regadera. La camiseta ya estaba en ruinas, con la sangre de Demi, pero lo habría hecho de todos modos sólo para ver sus ojos tan abiertos como la otra vez.
Sacó sus brazos libres, arrojó la camiseta a la ducha y arqueó una ceja hacia ella.
Él no le dijo, pero sabía que su mirada le diría que era su turno.
Demi agarró los bordes rotos de su blusa y tiró de ellos. Se amplió el rasgón de su
herida un centímetro, pero sólo un poco.
—¿Puedo?
Ella asintió, cogiendo su labio inferior entre sus dientes, cuando él llegó a los bordes de su blusa. Un tirón rápido y la blusa de algodón, se abrió a través de su cuerpo. Se quedó sin aliento, sus pechos balanceándose en su sujetador de encaje blanco a la fuerza. La respiración de ellaera pesada, y que Dios se apiadara de él, no pudo mirar nada más por tres sólidos latidos cardíacos.
—Para. Yo te ayudaré con él…

Sacudió la cabeza, una sonrisa maliciosa se formo en su cara—. No, es mi turno. Joseph no dudó. Tiró fuera su pantalón junto con su ropa interior para ahorrar tiempo. No llevaba zapatos o calcetines cuando había oído los gritos de Demi, así que después de lanzar su ropa al piso del baño, estaba completamente desnudo y más duro que la piedra.
Los ojos verdes de Demi miraron su polla moviéndose en línea recta a través de su cuerpo como si intentara llegar a ella por su cuenta. Su atención se centró en sus músculos temblorosos, crispando el eje sustancioso aún más y tirando una brillante sonrisa hambrienta en su cara.

¡Dios, odiaba lo que le había hecho! Pero no pudo evitar su entusiasmo al despertar sus sentidos y la necesidad que venía con ello. La quería a ella. Desde el momento en que la había visto en la clínica. Su lobo lo había sabido todo el tiempo, y había tratado de ignorarlo. Pero ahora con el virus bombeando a través de sus venas, el aroma salvaje de la manada aumentaba a través de su piel, no podía negarlo, no pudo resistirse a ella. Estaba indefenso. El lobo quería a su compañera.

Demi lo alcanzo por él. Sus dedos largos y delgados lo tocaron con ligereza en la cabeza de su pene, las venas viscosas bombeaban a lo largo del eje. Incluso viéndolo venir, los pulmones de Joseph  se expandieron a su tacto, endureciendo su cuerpo. Su mirada se desvió a la suya, su sonrisa era un accesorio permanente en su rostro. Ella lo detuvo, no con un apretón de su palma, pero con la suficiente adherencia como para que cuando tiró de él la siguiera.

Tres pasos fueron suficientes y los labios suaves rojos de Demi se separaron sobre él. Su lengua exploró las texturas, girando y agitando, haciéndolo temblar con la sensación de ella. Se empujó más profundo en ella, su mano derecha frotando alrededor de la base del pene, acariciando lo que había dejado de tomar. Su boca tiró de él, dulce, la succión húmeda que extrajo la sensación de cada parte de su cuerpo, como una marioneta.
Ella bajó más succionando, y devuelta, aplicando una mayor presión. Abajo y hacia atrás y luego de nuevo a la polla. Las caderas de Joseph bombearon con cada caricia, hasta que fue jodió su maldita boca, tan fuerte y rápido como ella podía aguantarlo. Cada empuje era más profundo, y Demi lo tomó, agarró sus bolas, y su trasero y pidió más.
Él mantuvo su cabeza con ambas manos, sus dedos se cavaban en su pelo grueso rojizo. Sacudió sus caderas, metiendo su pene entre sus labios, sintiendo el roce de sus dientes afilados, él tiro duro en la succión. Ël se vendría así si no se cuidaba.

Joder. La sensación repiqueteaba por sus venas, remolinos, construyéndose en la ingle, sintiéndose mejor y mejor por segundo. Quería venir. Se sentía tan condenadamente bien. No. Podía contenerse unos cuantos segundos más, disfrutarlo un poco más. Las manos de Demi comenzaron a juguetear. Ella rodó sus testículos a través de sus dedos, acarició, y tiró de él. Su otra mano se deslizó alrededor de su culo, trazó la línea de las mejillas, burlándolo, en busca de su polla.
La sensación irrumpió a través de su cuerpo más rápidamente de lo que esperaba, una oleada de calor y delicioso placer estrellándose a través de su control, un tenue destello de liberación.

Llegó antes de que pudiera detenerse. Lo sacó, retirándola antes de perder más de su carga. ¡Dios, habían sido décadas desde que alguien se lo había hecho!
Ella controlaba su cuerpo. No podía recordar la última vez que alguien había logrado seducirlo más allá del control, aunque fuera un poco.
Demi se lamió los labios, probándolo, e interrogándolo con sus ojos—. ¿Qué pasa?
—Tu turno. —El lobo gruñó en él, jadeando. Había despertado a la bestia, como ella lo había estado haciendo durante varios días, sólo que esta vez lo satisfaría. Joseph tiró de ella a sus pies, hasta que él estaba seguro de que había encontrado el equilibrio.
Ella mantuvo la mayor parte de su peso sobre una pierna, sus manos apoyadas, una al lado de la pared del fondo de azulejo, la otra en la pared de vidrio.

Los brazos, el pecho parecían un regalo para él, y él no pudo resistir una caricia rápida, sintiendo la redondez, lo flexible cuando apretó, los pezones duros que se presionaban bajo el encaje. Su espalda arqueada, presionando en sus palmas y Joseph, le dio un apretón final, un poco rápido, un suave tirón.
Él se arrodilló, enganchando sus dedos en su cintura, cogiendo sus bragas, y atrayendo hacia abajo sus caderas. Tiró lentamente de ellas por las caderas hasta que los primeros rizos rojizos se asomaron sobre el borde. Un poco más y podía ver la ranura superior de su sexo. Se detuvo, se inclinó y movió la lengua en el pliegue.
Ella jadeó. Él metió la lengua más firme entre los labios vaginales, saboreando su crema mientras encontraba su clítoris. Ella gimió, trató de abrir más las piernas, pero su ropa interior la detuvo la retuvo. Ella curvó sus caderas, presionando su sexo en su cara y Joseph respiró.

Nada de miel ahí, pero un montón de especias y el aroma embriagador de mujer. ¡Dios, podía vivir con ese olor! Sus burlas lentas se habían convertido en una tortura. Tiró de sus calzones por sus tobillos y cunado se encogió, sólo pudo recordar la niña herida..
—Mierda. Demi…
—Bien. Yo estoy bien. No te detengas. Por favor, Dios... —Levantó un pie libre y se abrió de piernas, agarró su cabeza y puso su cara en su sexo.
Joseph sonrió cuando él movió su lengua de la apertura de su sexo hasta su clítoris.
Ella gimió fuerte con la sensación de su boca en ella y lo hizo de nuevo. Lo más probable era que el virus la hiciera tan audaz, pero no le importaba. Le gustaba.
Mucho.

La parte superior de los muslos internos estaban mojados, sus rizos brillantes, Joseph
deslizaba sus dedos entre su carne hinchada, la entrada pulida apretada. Sus músculos pulsaban, apoderándose de su dedo y luego acogiendo un segundo, su crema caliente en la parte superior de sus nudillos. Ella ardía, lucho contra la necesidad, tratando de llevar las cosas con calma, para satisfacerla antes de que él estuviera dentro y la follara tan fuerte que gritara su nombre. El instinto principal en su interior fue a su polla antes que a su cerebro, de modo que apenas podía pensar, con claridad.

Él separo los labios de su clítoris, chasqueando el nudo gordo con la lengua, haciendo temblar su cuerpo incluso mientras sus dedos la follaban. Sus caderas se oscilaban contra él, conduciendo sus dedos, más profundo. Él arqueó sus dedos dentro de ella, curvado a lo largo de su canal para encontrar el lugar que la hacía llevar su cabeza hacia atrás, sus ojos se cerraron y sus caderas establecieron un ritmo frenético.
Su mano agarró su pelo, en la parte posterior de su cabeza—. Ahí. Justo ahí. Sí. — Se pegó a su clítoris, aspiraba y jugaba, tirando de la carne jugosa en su boca, convenciendo a los espasmos pequeños a temblar a través de sus músculos llegando al orgasmo.
—Joseph... —Ella cayó de espaldas. Él la tomó, los dedos aún bombeando en su sexo, la boca todavía en su clítoris hasta que sus caderas se detuvieron, con la mano en el pelo y el último espasmo de su sexo revoloteaba alrededor de sus dedos.

Querido Señor él querías que se viniera de nuevo. Se inclinó, con la boca abierta, mirando fijamente a su cara. La parte posterior de sus hombros se apoyó contra la pared, su cuerpo era sujetado por su brazo alrededor de su culo. Los ojos de Demi estaban cerrados, con la cara roja, su pecho subía y baja con las respiraciones profundas. Necesitaba un momento para recuperarse.
Joseph no pudo resistir un mordisco juguetón en su coño mientras sacaba los dedos de ella. Ella se agitó un poco, con una risa suave.
Ella era absolutamente flexible a su tacto, ni siquiera abrió los ojos cuando él se levantó y le quitó el sujetador. La puso contra el cristal de la ducha, se dio vuelta y ajustó la temperatura de la ducha. Esperó hasta que el agua en las tuberías se había calentado lo suficiente. El proceso tomó menos de dos minutos.

Se puso de pie protegiéndola de la repentina caída del agua caliente. Ella todavía no había abierto los ojos ni dejado su bonita sonrisa. La miró, la cremosidad de su piel pálida, los rasgos delicados de su cara. Pestañas largas y de color rojizo, casi transparente, la sombra de pecas en las mejillas. Los labios tan suaves que con los pétalos de rosa no se podían comparar, se inclinó con una sonrisa, le dio un tirón a su corazón, lo hacía feliz de ser un hombre. ¿Cuándo la abuela había convertido a Caperucita Roja en una mujer encantadora?
Su mirada se redujo a sus pechos que se elevaban hacia él con su respiración lenta. Él se acercó a uno, con el dedo a lo largo de la curva en el exterior, llevando un pequeño temblor a su cuerpo. Su sonrisa se iluminó, pero sus ojos permanecían cerrados. Deslizó un sólo dedo hasta la carne más oscura de la areola. La piel reaccionó como una flor delicada, arrugándose por su tacto, su pezón endurecido, y definido. Abrió su mano sobre ello sin pensar, apretando con los dedos suavemente, cogiendo el pezón duro. Su corazón aumentó su ritmo, la sangre corría a través de su pene, apretando sus músculos.

No había nada como la sensación de un pecho de mujer tan perfecto, tan sensual, tenía que sentirlo en su boca. Joseph deslizó su brazo alrededor de su cintura, su mano deslizándose para ahuecar su culo. Él la atrajo hacia él. Su pene se contrajo contra ella, los pelos húmedos de su sexo jugaban con él. Se inclinó sobre ella, chasqueando la lengua por el pezón, duro como una cereza.
Grrr... Le gustaría apretar sus dientes en esa piedra dulce de carne, morder y mordisquear. La dulzura no fue fácil, pero él no quería hacerle daño. Sabía que había fracasado cuando ella jadeó, se apartó. Se detuvo inmediatamente y se reunió con su mirada. Hubo risa en sus ojos verdes-bosque que se percataron de su preocupación con facilidad.
—No tan duro.

Él gruñó su disculpa mientras le besaba el pecho, a continuación, lo condujo todo lo que pudo dentro su boca, con cuidado de no tirar de él demasiado. La carne arrugada de su pezón se sintió de maravilla en su lengua y se arremolinaba alrededor de él, deleitándose con la sensación. Se arqueó en él, presionando su cuerpo contra él, desde sus costillas a su sexo. Joseph presionó de vuelta, los brazos envueltos en ella se presionaron a su alrededor.
Un sonido suave le advirtió antes de que cayera el agua perfectamente caliente por las tres paredes y el techo. Su cuerpo la protegió, pero ella retrocedió de todos modos.
—Wow, eso se siente bien, —dijo.
Joseph la soltó, dio un paso atrás, permitiendo que más del agua hirviendo llegara sobre su cuerpo. Tomó la esponja de mar en la cesta de plata de la pared de atrás y se la mostró a ella.
—¿Te importa? Es casi nueva. —Estaba todavía un poco dura, pero el agua la ablandaría lo suficiente—. Tengo paños, si prefieres...
Ella se rió—. Acabo de tener su pene en mi boca. Creo que puedo manejar el baño de esponja en mi espalda.

La imagen de sus labios alrededor de su pene duro pasó por su cabeza. Puso su mano en su nuca, tirando de ella, para tomar su boca con la suya. Tenía que sentir sus suaves labios de nuevo, en algún lugar, en cualquier parte de su cuerpo.
Su sorpresa sólo duró un instante, y ella lo besó, como necesitándolo. Sentía las manos sobre sus caderas, sus uñas clavándose, no fuertemente pero lo suficiente para enviar una sacudida de un doloroso placentero a través de su sistema. Su lengua chasqueó contra la suya, trazó el techo de la boca y salió disparada. La persiguió con la suya, deslizando su cuerpo contra el suyo.
El rápido movimiento la saco de su equilibrio, la obligó a poner demasiado peso sobre su pierna lesionada. Hizo una mueca, rompiendo el beso mientras tropezaba contra él. Joseph la cogió, prácticamente levantándola.
—Mierda. Lo siento. Yo... ¡Maldita sea! —La bajó, y esperó a que encontrara un equilibrio confortable—. Este no soy yo. Es que hueles tan perfecto, y se siente...
yo...
Ella rió, sosteniendo sus hombros—. Sé exactamente lo que quieres decir.
Realmente. Todo se siente tan correcto, tan bueno, contigo. Te juro que nunca he sido así, pero tengo que admitir, es grandioso.
La tensión dejó sus hombros dando pasó a su sonrisa. Tendió hacia fuera la esponja, dejó que se llenara de agua, la escurrió y lo hizo de nuevo, hasta que estuvo suave y pesada en su mano. La llenó de jabón, apretó, hasta que estaba blanca por la espuma y después dio vuelta a Demi, el agua caía en cascada sobre su pelo largo hacia su espalda.
Ella inclinó su cabeza hacia el agua, pasando la mano por su pelo, con los ojos cerrados, mientras Joseph deslizaba la esponja con jabón por el cuello y sobre sus pechos. Él lavó cada centímetro de su deliciosa mujer. La tocó en lugares que probablemente se perdería cuando hiciera el amor con ella y disfrutó cada minuto. Incluso le lavó el pelo, algo que nunca había hecho antes, y deseó hacerlo otra vez.

Cuando terminó y había aclarado el último rastro de champú de su pelo, lavado la última burbuja de jabón de la redondez de su culo, ella se dio vuelta y tomó la esponja de la cesta donde él la había puesto. Ella la exprimió, la espuma blanca del jabón burbujeaba entre sus dedos. Ella sonrió.
—¿Todavía vamos por turnos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario