El sábado por
la tarde,
Demi regresó a su casa de piedra. Necesitaba estar sola, tener unas horas
de soledad antes de volver a casa de Joe y prepararse para la
fiesta, la gala de los años veinte en la que terminaría su relación con el
hombre al que amaba.
Demi se sentó en el sofá con la
mirada perdida, como si fuera un zombi. ¿Cómo iba a arreglárselas para entrar en la hacienda de los Jonas y actuar como si no tuviera el corazón
roto en mil pedazos?
Parpadeó y recorrió con la
mirada su equipo de imagen y sonido: la televisión, el estéreo, el reproductor
de Dvd... Luego detuvo la vista ante su colección de películas y pensó en la
madre de Joe, la hermosa actriz que había
cometido un acto trágico y egoísta.
«Maldita seas, Danielle», pensó para sus adentros.
«Maldita seas por haber herido a tu hijo, por haberlo hecho tan cauteloso, por
transformar su visión del matrimonio y la maternidad».
Joe se merecía algo mejor. Se
merecía una madre a la que le importara, que hubiera permanecido a su lado
para verlo crecer.
El sonido de la puerta
interrumpió sus pensamientos. Demi exhaló un profundo suspiro y pensó que alguna de sus hermanas debía
estar en la puerta. Al abrir comprobó que se trataba de Rita. La enfermera le dedicó una
sonrisa triste.
—Rita, ¿qué te ocurre? Pareces abatida.
-He recibido otro regalo de mi
admirador secreto. Y necesitaba hablarlo con alguien.
-Vamos, pasa -dijo Demi—. Tal vez se trata de un regalo
por tu cumpleaños -aseguró, recordando la cercanía de la fecha.
Rita negó con la cabeza mientras
entraba en el apartamento y se sentaba en el sofá.
-No. Si no, llevaría una
tarjeta.
-¿Te preocupa que ese tipo
pueda ser peligroso? -le preguntó
Demi sentándose a su lado mientras
estudiaba la expresión preocupada del rostro de su hermana.
-No lo sé. Tal vez.
-¿Es un regalo demasiado
personal? ¿Algo sexual?
-No -respondió Rita pasándose la mano por la
melena-. El regalo no tenía nada perturbador. De hecho, nunca me ha regalado
nada que no parezca bienintencionado, pero no puedo apartar de mí esta
incómoda sensación.
-¿Intuición femenina?
-preguntó Demi.
-Tal vez. O a lo mejor es un
miedo ancestral alimentado por mi imaginación. Hay mucho tipo raro por ahí
suelto.
-¿Has pensado en llamar a la
policía? -preguntó su hermana frunciendo el ceño.
-No creo que sirviera para
nada -aseguró Rita con
un suspiro-. No tengo ninguna prueba de que sea un acosador. Ni siquiera sé
quién es.
-De todas maneras, tal vez
podrías poner una denuncia —insistió Demi.
-Lo haré si hace algo que
pueda interpretarse como amenazador. Pero por ahora, sólo tenía ganas de
desahogarme -concluyó Rita
antes de mirar fijamente a su hermana-. ¿Y qué me dices de ti? ¿Te va todo
bien?
Demi sintió cómo se le encogía de
pronto el corazón. No le había contado a su hermana sus fantasías respecto a
convertirse en la esposa del asesor, pero seguramente sus ojos reflejaban la
verdad.
-Digamos que voy tirando.
-Eso no suena muy alentador.
-Lo sé, pero hago lo que puedo
—aseguró Demi
clavando la vista
de nuevo en su colección de películas-. Rita, ¿qué sabes del suicidio? ¿Qué lleva a una
persona a cometerlo?
-Oh, Dios mío... ¿A qué viene
esto ahora? ¿Seguro que estás bien?
-Lo siento, tenía que haberme
explicado mejor -aseguró observando la preocupación en el rostro de Rita-. Tengo un amigo que lo está
pasando muy mal por el suicido de su madre. Ocurrió cuando él era un bebé, pero
se ha enterado hace poco.
-¿Dejó alguna nota?
-Sí. Al parecer, se deprimió
profundamente cuando él nació. Estaba obsesionada por haber dejado su carrera
y sentía pánico por tener que criar a un hijo. ¿Puedes imaginarte a una madre
primeriza así de desesperada, así de egoísta?
-Claro que puedo -respondió Rita en tono profesional-. ¿No has
oído hablar nunca de la psicosis post parto?
-¿Te refieres a la depresión
post parto? -preguntó Demi
acercándose un poco más a ella.
-Algo parecido, pero un grado
mucho mayor. Las madres primerizas afectadas por este síndrome experimentan
síntomas graves y en ocasiones exhiben un comportamiento muy extraño. Los
casos más leves desaparecen por sí mismos, pero si es un caso grave y no se le
trata a tiempo, puede llevar al desastre.
-¿Al suicido, por ejemplo? -preguntó Demi.
-Desde luego. Pero no puedo
hablar del caso concreto de la madre de tu amigo sin
ver su historial médico.
-Claro.
Pero eso no significaba que no
pudiera mencionarle el asunto a Joe.
Demi regresó unas horas más tarde a
casa de Joe. Lo encontró en el patio, con
el cabello alborotado por el viento.
Se estaba tomando una taza de
café mientras observaba la puesta de sol. El aire era frío, y el cielo estaba
cubierto de nubes.
-Ya has vuelto... -dijo Joe girándose al oírla llegar.
Demi se sentó frente a él,
deseando de corazón poder calmar su dolor, deseando que juntos pudieran
descubrir la verdad que se ocultaba tras el suicidio de Danielle.
-Tengo algo que decirte, Joe.
-Yo también tengo algo que
decirte —respondió él clavando de nuevo la vista en el horizonte con el ceño
fruncido.
-¿Qué ocurre? —preguntó Demi pensando que, al verlo tan
preocupado, sus noticias podían esperar.
-Tara va a venir a la fiesta
—respondió Joe mirándola
a los ojos.
Demi sintió que la sangre se le
subía a la cabeza. ¿Su ex amante iba a asistir a su ruptura?
-¿La has invitado tú?
-No. Llamó su agente para
decir que vendría.
-¿Por qué?
-No lo sé. Pero dijo que ella
quería hablar conmigo. En privado. De algo importante.
¿Cómo de importante?, se preguntó Demi. ¿Tendría pensado Tara interpretar una obra para él,
decirle que lo echaba mucho de menos, que su matrimonio hacía aguas y que
necesitaba consuelo, amor, o sexo?
Demi se abrazó a sí misma y
consiguió por orgullo mantener una apariencia de calma. ¿Cómo podría competir
con Tara
Shaw, el único y
verdadero amor de la vida de Joe?
-¿Estás nervioso por volver a
verla?
-Histérico. No puedo creer que
esto vaya a suceder. Y menos esta noche.
Demi estaba de acuerdo. Aquella
noche, cuando su pelea simulada dejaría libre a Joe.
-¿Cómo es posible que se haya
autoinvitado? Eso no está bien.
-Tal vez no, pero en las
revistas ya se rumoreaba que iba a venir a la fiesta.
Rumores que él mismo había
comenzado, pensó Demi. Tal
vez, en el fondo de su corazón, Joe quería que Tara apareciera. Tal vez deseaba volver a verla
aunque fuera una vez.
-¿Vendrá acompañada por su
marido? -pregunto esperanzada.
-No. Su agente dijo que
llegaría sola. O con su guardaespaldas, supongo. Sobre las nueve.
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