sábado, 17 de noviembre de 2012

Pasion Peligrosa Capitulo 4





—No nos conocemos hasta el punto de contarnos esas intimidades.
—No se trata de eso tampoco —dijo Demi—. Siento como si te conociera y espero que podamos ser amigas. Pero nunca me he sentido a gusto compartiendo confidencias, ni siquiera con mis amigas más íntimas.
—Lo entiendo. Todos tenemos secretos que no deseamos compartir —una sombra oscureció los rasgos de Becca y Demi se preguntó qué secretos escondería ella, pero enseguida una sonrisa iluminó su rostro de nuevo—. Bueno, ya casi es medianoche. Quizá debería seguir mis propios consejos y mezclarme con el resto de invitados antes de convertirme en una calabaza.

Demi no creía posible que eso fuera a pasar. Conocía muy poco de Becca antes de que llegara a Moriah's Landing, pero parecía obvio que era una mujer que sabía desenvolverse en sociedad. Demi observó con cierta envidia cómo su nueva amiga se perdía entre la multitud con absoluta confianza. Parecía a sus anchas rodeada de toda aquella gente a la que apenas conocía.

Demi, por su parte, se había criado en Moriah's Landing. Y aunque sus padres no habían tenido tanto dinero como los Pierce, había gozado de una vida privilegiada. Tendría que ser ella quien se sintiera como en casa en la fiesta, pero no era así. Deseaba regresar a su casa y acurrucarse en su cama con un buen libro. Era así como pasaba casi todas las noches. Si no tenía cuidado, podría terminar como una cautiva. Igual que David Bryson.
El reloj del vestíbulo dio las doce justo en el momento en que Demi salía del baile. Habría querido refugiarse en la biblioteca, al otro lado del pasillo, pero se dirigió a la parte posterior de la mansión en la que un solario con techo de cristal abovedado le ofrecería una impresionante visión de la tormenta.

Abrió la puerta y entró. La estancia estaba oscura, muy fría, y perfumada con el aroma de capullos de flores exóticas. Demi no encendió la luz y aprovechó los relámpagos para avanzar a tientas hasta la parte posterior del solario, donde había una fila de puertaventanas que daban paso a un patio enlosado y un jardín.

Se frotó los brazos desnudos con las palmas de las manos y echó en falta el mantón de terciopelo que había traído. Estaba segura de que un frío tan intenso no podía ser bueno para las variedades de flores exóticas y helechos que crecían tras el cristal. Mientras avanzaba hacia el fondo del solario, comprendió qué había provocado un descenso tan acusado de la temperatura allí dentro. Una de las puertaventanas se había abierto y ráfagas de viento y lluvia se colaban por el hueco. Se apresuró a cerrarla, pero su empeño no dio resultado. Mientras forcejeaba con el cerrojo, algo se movió más allá del patío. Fue un destello de color, nada más. Un fulgor amarillo que se desvaneció en la oscuridad.

De pronto, el viento empujó la puertaventana con tanta rabia que Demi tuvo que retroceder de un salto para que no le aplastara la mano. Resbaló sobre el suelo húmedo y perdió el equilibrio. Cayó de espaldas sobre una de las hileras de macetas de vidrio que, con un gran estrépito, se hicieron añicos contra el suelo de baldosas. Intentó sentarse, pero la estructura de la falda no le permitía mantener el equilibrio.
— ¡Maldita sea! —murmuró, estremecida de dolor, al sentir cómo un cascote se le clavaba en la mano.

Levantó la mano para comprobar si la herida era profunda y si sangraba, pero por alguna razón su mirada se dirigió hacia las alturas. Entre las hojas colgantes de una parra exuberante había algo que pendía del techo, balanceándose. Demi se apoyó en los codos y miró fijamente al techo. ¿Qué podía ser aquello?
En el destello de un rayo vio un rostro pálido que la miraba.
¡Un fantasma! Ese fue su primer pensamiento y su corazón empezó a latir con tanta fuerza que sintió que le iba a estallar el pecho.
Pero entonces, un instante después, vio la soga.

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