—No nos conocemos hasta el
punto de contarnos esas intimidades.
—No se trata de eso tampoco
—dijo Demi—. Siento como si te conociera y espero que podamos ser amigas. Pero
nunca me he sentido a gusto compartiendo confidencias, ni siquiera con mis
amigas más íntimas.
—Lo entiendo. Todos tenemos
secretos que no deseamos compartir —una sombra oscureció los rasgos de Becca y Demi
se preguntó qué secretos escondería ella, pero enseguida una sonrisa iluminó su
rostro de nuevo—. Bueno, ya casi es medianoche. Quizá debería seguir mis
propios consejos y mezclarme con el resto de invitados antes de convertirme en
una calabaza.
Demi no creía posible que
eso fuera a pasar. Conocía muy poco de Becca antes de que llegara a Moriah's
Landing, pero parecía obvio que era una mujer que sabía desenvolverse en
sociedad. Demi observó con cierta envidia cómo su nueva amiga se perdía entre
la multitud con absoluta confianza. Parecía a sus anchas rodeada de toda
aquella gente a la que apenas conocía.
Demi, por su parte, se había
criado en Moriah's Landing. Y aunque sus padres no habían tenido tanto dinero
como los Pierce, había gozado de una vida privilegiada. Tendría que ser ella
quien se sintiera como en casa en la fiesta, pero no era así. Deseaba regresar
a su casa y acurrucarse en su cama con un buen libro. Era así como pasaba casi
todas las noches. Si no tenía cuidado, podría terminar como una cautiva. Igual
que David Bryson.
El reloj del vestíbulo dio las
doce justo en el momento en que Demi salía del baile. Habría querido refugiarse
en la biblioteca, al otro lado del pasillo, pero se dirigió a la parte
posterior de la mansión en la que un solario con techo de cristal abovedado le
ofrecería una impresionante visión de la tormenta.
Abrió la puerta y entró. La
estancia estaba oscura, muy fría, y perfumada con el aroma de capullos de
flores exóticas. Demi no encendió la luz y aprovechó los relámpagos para
avanzar a tientas hasta la parte posterior del solario, donde había una fila de
puertaventanas que daban paso a un patio enlosado y un jardín.
Se frotó los brazos desnudos
con las palmas de las manos y echó en falta el mantón de terciopelo que había
traído. Estaba segura de que un frío tan intenso no podía ser bueno para las
variedades de flores exóticas y helechos que crecían tras el cristal. Mientras
avanzaba hacia el fondo del solario, comprendió qué había provocado un descenso
tan acusado de la temperatura allí dentro. Una de las puertaventanas se había abierto
y ráfagas de viento y lluvia se colaban por el hueco. Se apresuró a cerrarla,
pero su empeño no dio resultado. Mientras forcejeaba con el cerrojo, algo se
movió más allá del patío. Fue un destello de color, nada más. Un fulgor
amarillo que se desvaneció en la oscuridad.
De pronto, el viento empujó
la puertaventana con tanta rabia que Demi tuvo que retroceder de un salto para
que no le aplastara la mano. Resbaló sobre el suelo húmedo y perdió el
equilibrio. Cayó de espaldas sobre una de las hileras de macetas de vidrio que,
con un gran estrépito, se hicieron añicos contra el suelo de baldosas. Intentó
sentarse, pero la estructura de la falda no le permitía mantener el equilibrio.
— ¡Maldita sea! —murmuró,
estremecida de dolor, al sentir cómo un cascote se le clavaba en la mano.
Levantó la mano para
comprobar si la herida era profunda y si sangraba, pero por alguna razón su
mirada se dirigió hacia las alturas. Entre las hojas colgantes de una parra
exuberante había algo que pendía del techo, balanceándose. Demi se apoyó en los
codos y miró fijamente al techo. ¿Qué podía ser aquello?
En el destello de un rayo
vio un rostro pálido que la miraba.
¡Un fantasma! Ese fue su
primer pensamiento y su corazón empezó a latir con tanta fuerza que sintió que
le iba a estallar el pecho.
Pero entonces, un instante
después, vio la soga.
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